Notas, POLÍTICA

DISCURSOS DE ODIO, RACISMO Y GATILLO FÁCIL EN ARGENTINA

Una Nación tironeada

Por Lucas Spinosa

La otredad en Argentina, como la culpable de todos los males

Hace algún tiempo que leemos sobre la emergencia de discursos de odio en nuestra sociedad, que se intensifican a la par que el sistema capitalista nos revela sus sucesivas crisis. Dicen algunos analistas que cuando el mundo -especialmente el de la modernidad- se vio asediado por un contexto de crisis estructural, afloraron también las expresiones conservadoras, raciales, de odio hacia la otredad. Podemos rastrear varios ejemplos en la historia, pero lo que nos interesa aquí es abordar la problemática como una práctica social que posibilita la movilización colectiva que, en determinados momentos, puede incidir en las acciones llevadas a cabo por las instituciones.

Como señala el sociólogo Daniel Feierstein en su último libro, este tipo de prácticas y expresiones (que define como prácticas fascistas) se suelen articular con momentos de crisis social y económica, y se desarrollan con mayor profundidad en las periferias urbanas, motorizadas por sectores medios trabajadores que se encuentran al borde de perder esa posición en la estructura social. El discurso o la práctica social fascista, dice el autor, busca saldar esas frustraciones proyectando hacia otros y otras la encarnación del germen de la crisis, la anomalía que desequilibra el normal funcionamiento del sistema capitalista. Son suficientes algunas frases cotidianas para ilustrar este fenómeno, que preferimos no repetir ya que todos y todas las escuchamos en el día a día. Hacen referencia explícita a la desvalorización del trabajo de hermanos y hermanas inmigrantes, o a la percepción de ingresos mediante políticas públicas focalizadas que, dicen estos discursos, suelen ser utilizados para actividades espurias y poco morales. Lo que se evidencia de fondo es un señalamiento sobre una condición: la de ser pobre, la de ser negro o negra, marrón, amarillo, la de ser habitante del conurbano o provenir de alguna de las periferias posibles, la de ser por fuera de las categorías hegemónicas, que en nuestra sociedad se parecen bastante a las impuestas por la cultura occidental, colonial y eurocéntrica. 

Son muchas las dimensiones que inciden en este proceso y dan lugar al surgimiento de expresiones de este tipo. Aunque este artículo no tiene como objetivo realizar una genealogía de las prácticas sociales que tienen como eje el odio hacia otros y otras, podemos señalar algunos elementos que nos parecen importantes para pensar este fenómeno. Sin lugar a duda, hay una cultura social que establece determinadas categorías en torno a lo que debe ser, y a partir de lo cual se ha construido un sentido común.  Se trata de categorías políticas que se consolidaron a partir de la hegemonía de los vencedores y que, no sin resistencias, perduran en el tiempo, se van transformando, se van naturalizando, a la par que continúan vigentes. Recordemos a Sarmiento quien, poco después de dar muerte al Chacho Peñaloza, escribe su tanatografía y dice sobre él (y también sobre los campesinos del noroeste): “Su lenguaje era rudo más de lo que se ha alterado el idioma entre aquellos campesinos con dos siglos de ignorancia, diseminados en los llanos donde él vivía (…)”. Otro ejemplo, en el que no profundizaremos, es su libro “Conflicto y armonía de las razas en América”, polémico, aunque también fundador de un discurso utilizado como base para la construcción de la Nación. Podemos proponer otros, sobre todo para no demonizar a Sarmiento, que escribió en un tiempo en el que determinadas ideas estaban en el centro de la escena. 

La llegada del peronismo significó una ruptura con la Argentina previa a la década de 1940. La identificación obrera y popular como sustento del proyecto político peronista produjo un enfrentamiento radical con los sectores dominantes tradicionales de nuestro país. En ese marco, el relato periodístico de los medios tradicionales demuestra la apelación a discursos de odio, raciales y estigmatizantes para referirse a quienes simpatizaban con Perón. En relación con la masiva movilización del 17 de octubre de 1945, el diario La Vanguardia escribe: “murgas carnavalescas con sus muchachones descamisados y elementos del hampa”. La referencia a la cultura popular y su relación con el delito no es algo que ocurra solo en nuestros tiempos. Sabemos cómo ha seguido la historia, el bombardeo en Plaza de Mayo, dictaduras, torturas. Dice el mismo diario: “Ha llegado la hora de combatir (…) cuando la muchedumbre amorfa y descamisada gritaba en las calles ‘Alpargatas sí, libros no’, comprendimos que su triunfo, si llegase, habría de terminar con la civilización para restaurar la barbarie”. Nuevamente la barbarie como la otredad, que invade, la causa de todos los males.

Más acá en el tiempo, en los albores de la crisis de 2001, cobraron protagonismo numerosos movimientos sociales, identificados con una metodología para canalizar el conflicto social, el piquete. Nucleaban a trabajadores desocupados o que resistían a la pérdida de este, oriundos y oriundas de las periferias, organizados en distintos puntos del país. El diario Clarín, en referencia a estos conflictos relata en el año 2000: “Ayer a los 70 desocupados que cortan la ruta se le[s] sumaron unos 20 manifestantes aborígenes que agregaron a sus reclamos un petitorio de 80 puntos […]. El acuerdo establecía que los planes Trabajar para desocupados de Tartagal se mantengan a lo largo del 2001. Pero a los manifestantes les pareció insuficiente y decidieron mantener el corte en la ruta”. La idea de inconformismo y la recurrencia a la presencia de pueblos indígenas en la protesta, recuerda al relato de Sarmiento sobre el Chacho Peñaloza. Pero añade: “Fuentes de Gendarmería informaron que hace pocos días tuvieron información de que un grupo de piqueteros, al mando de un hombre armado con un rifle, cobraba en caminos alternativos un derecho de circulación”. Así, son tratados como violentos, paramilitares, que irrumpen en contra de la libertad del resto de la sociedad. Como sabemos, el resultado fue un proceso represivo que se cobró muchos muertos en manos de efectivos policiales durante el estallido social de diciembre de 2001.

Lo que queremos señalar con todos estos ejemplos es que la sociedad argentina, al menos desde su gestación como Estado-Nación, estuvo atravesada por la construcción de una identidad nacional tironeada por un relato sobre un otro u otra a quien denostar, y a veces exterminar. Especialmente, y esto fundamenta la explicación anterior, ha sido una constante la apropiación por parte de algunas instituciones del Estado de esos discursos, los que luego influyeron en sus prácticas, en su despliegue de acciones hacia el resto de la sociedad.

El discurso racista en acción

El 11 de julio pasado se conoció el fallo por el asesinato de Lucas Gonzalez, un joven de 17 años que venía de entrenar en el Club Barracas Central junto a un grupo de amigos, cuando fueron baleados por un grupo de policías de la ciudad, vestidos de civil, que los persiguieron sin razón. Como siempre los relatos variados y confusos ubican a los efectivos policiales en un control, la evasión de los jóvenes, los disparos. Una muerte. Como se sabe del caso, testimonios falsos, encubrimientos por otros efectivos y responsables de la fuerza. No es la primera vez que sucede en nuestro país, hay también muchos registros de ello.

Pero más allá del proceder, repudiable, injustificable, ilegal, que las crónicas periodísticas se encargaron de demostrar, el fallo judicial incorpora un elemento que pone en evidencia lo que estuvimos relatando desde el comienzo de esta nota: “homicidio quíntuplemente agravado por haber sido cometido con arma de fuego, alevosía, por odio racial, por el concurso premeditado de dos o más personas y por ser integrantes de una fuerza de seguridad”.  Es la primera vez que un caso de gatillo fácil es considerado como un crimen con contenido de odio racial, lo que constituye una acción ejemplificadora, pero también algo que debe preocuparnos como sociedad, y alertarnos sobre la dirección a la que van las instituciones. 

No es una novedad que las fuerzas de seguridad hostiguen y den muerte a jóvenes de los barrios populares. Pero lo que se logró en este caso, y los efectivos que participaron del hecho lo hicieron bien visible, fue aportar pruebas sobre el hostigamiento y torturas que los amigos de Lucas recibieron cuando fueron llevados a la comisaría. Nuevamente elegimos no reproducirlos, pero son todas palabras y frases, lamentablemente comunes, que hacen referencia a la construcción de un otro-otra estigmatizado-a, vulnerado-a, violados sus derechos, y sobre todo responsables de los principales males de un contexto de crisis social, donde las desigualdades están a flor de piel. Donde los medios de vida son escasos, y el conflicto social por apropiarlos está latente. Lo grave, lo que nos debe hacer reflexionar y accionar, es que esos discursos que motorizan prácticas sociales están dentro de las instituciones que son las encargadas de implementar políticas de Estado, en este caso en torno a la seguridad, pero que seguramente encontraremos en otros ámbitos. 

¿Qué preguntas podemos hacernos frente a una práctica habitual de las fuerzas de seguridad, que, siguiendo a Feierstein, constituyen prácticas sociales fascistas o raciales,? ¿Cómo podemos trascender como sociedad este problema que nos atraviesa de tan larga data? No creemos tener la respuesta, pero sí sabemos que solo en un proceso de reflexión colectiva, con una fuerte política de Estado en esa dirección, podremos debatir y establecer cuáles son los límites que podemos tolerar. Por fuera de eso, nada. 

Bibliografía

Benclowicz, J. D. (2017). Piqueteros en “el gran diario argentino”. Las representaciones de Clarín en un periodo de crisis de hegemonía. Espiral (Guadalajara), 24(68), 191-232.

Feierstein, D. (2020). La construcción del enano fascista: Los usos del odio como estrategia política en la Argentina. Capital Intelectual.

Fontana, P. (2011). Una tanatografía del bandido: Sarmiento y el “Chacho” Peñaloza. Iberoamericana, pp. 29-40.

Grimson, Alejandro. (2017). Raza y clase en los orígenes del peronismo: Argentina, 1945. Desacatos, (55), 110-127. Recuperado en 08 de agosto de 2023, de http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1607-050X2017000300110&lng=es&tlng=es.

Sarmiento, D. F. (1978). Conflicto y armonía de las razas en América.(Conclusiones).

Acerca del autor / Lucas Spinosa

Lic. en Sociología. Doctorando en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires y la Universidad Libre de Bruselas, Bélgica. Docente de Cultura y Sociología del Trabajo. Carrera de Relaciones del Trabajo – UNAJ. Docente de Teoría Comparada de la Negociación Colectiva y el Conflicto Laboral y Estadística Aplicada I. Carrera de Relaciones del Trabajo FSOC-UBA. Director del Proyecto de Investigación PRI-FSOC-UBA “Trabajo y territorio en el corredor industrial norte: inserción global y desacople estructural”.

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