Notas

LA POLITIZACIÓN DEL ODIO III

Injusticia por mano propia

Por Astor Massetti

Tercera parte de la serie publicada por Mestiza con el objetivo de analizar la violencia política. En la primera, el autor propone un recorrido por la “historia de la denigración de los sentidos”,  desde el “odio a la política” a “la política del odio”. En la segunda entrega profundiza las dinámicas que transforman esa “política del odio” en “grieta” (como polarización afectiva ordenadora). Como anuncio premonitorio,  estos aportes se sentían urgentes y conmovidos por aquellas coyunturas y sus posibles derivas. Ahora y aquí se impone una pregunta aún más inquietante: ¿por qué esta escalada de violencia política?

¿Por qué?

La imagen del arma acercándose a la cara de la persona más representativa en la política nacional desde el retorno democrático nos deja en un estado de incredulidad, de miedo, indignación, impotencia, dolor. Y mientras vamos procesando emociones caemos en la cuenta que todo ha cambiado en ese instante que si no fuera milagroso, hubiera implicado laveloz desintegración de la democracia y el inicio de veinte años de cruenta violencia política. La vida de nuestra vicepresidenta Cristina Fernández se salvó, accidental o intencionalmente; hecho que no es menor, que es un alivio, que es trascendente: que enmarca un conjunto de oportunidades y amenazas específicas que hacen de éste un escenario específico. 

Imposible no coincidir con la idea de Pablo Semán: no se trata de una ubicua deformación de los modos políticos, la “derecha” se ha radicalizado en sus formas; y el desprecio por el adversario es algo que le es propio. Esa radicalización, esa tendencia a decir o hacer cualquier cosa no es compartida por todo el espectro político. Y también aquí hacemos un llamamiento a que la derecha democrática, “republicana”, se distancie de una vez por todas de esa derecha ultraderecha marginal que finalmente va a dilapidar su capital político. La “grieta” es una forma retórica de intentar poner en el mismo plano de virulencia a todo el espectro político.  No debemos olvidar, aunque sigamos pensando, analizando, que “hay vida más allá de la grieta”.

Como construcción retorica (y como todo en política) el dinamismo es la mecánica por excelencia. El primer elemento evidente es que la “grieta” como construcción de polaridades simbólicas ha trascendido el momento estratégico para pasar al táctico: estamos más allá de los “climas” y las “operaciones” centradas en lo que se denomina “asesinato del carácter”. Estamos más allá de la estigmatización de las clases populares y la discriminación de las personas necesitadas de políticas sociales asistenciales. Estamos más allá de los vociferíos histéricos e incoherentes que obturan toda posibilidad de diálogo sobre políticas públicas pensadas en clave de reconstrucción nacional, equidad y desarrollo.  Inclusive estamos más allá de la guerra sucia del boicot empresarial (aumento de precios), la especulación financiera (corridas bancarias). Y aún más allá de los ataques mediático-judiciales que llamamos elegantemente lawFare. Esto ha pasado a otro plano. Han intentado asesinar a una lideresa popular, llevar a cabo un magnicidio.

Pero, ¿por qué avanzar hacia más violencia? ¿Acaso la hegemonía de los medios hegemónicos, la concentración del poder económico y los exitosos armados políticos no alcanzan para controlar, continentalmente, las aspiraciones de las clases populares? Y… parece que no. Parece que la capacidad política y la vitalidad del peronismo en sus formas resiste aún sus peores desaciertos y sigue siendo una amenaza y un freno para la instauración de un régimen predatorio sin límites. En la disputa por el futuro, los movimientos populares latinoamericanos, a pesar de sus derrotas y errores no forzados, siguen siendo una fuerza de cambio que contradice los intereses concentrados.

De la grieta a la “conspiración del algodón de azúcar”

La estrategia retórica de la “grieta” está empezando a dejar de surtir efecto, al menos en la configuración actual. Recordemos que la polarización como dinámica política no es estática sino que va mutando a medida que se desgasta o que surgen nuevos clivajes. Algunos slogans sirven para ejemplificar tal mutación sólo en última década: “todos somos el campo”, “no te tenemos miedo”, “todos somos Nisman”, “Todos chorros”, “la yegua”, etc. La “grieta” como la entendemos es una construcción electoral gramsciana concebida entonces por el incipiente PRO, cuyo éxito ha trascendido su coyuntura transformándose en un vector ordenador de los posicionamientos políticos. Sin embargo, propio del desgaste (por el ejercicio del gobierno de amplios distritos e incluso de la presidencia durante Macri) y las internas actuales de los sectores que efectuaron esta estrategia, por un lado, y propio del aprendizaje de los movimientos populares sobre como lidiar con las “bombas” comunicacionales, por el otro, han obligado a diversificar y profundizar la “grieta”; que ya no sería dual sino múltiple, que ya no sería “republicana” sino que abiertamente antidemocrática.

¿Esto quiere decir que ha llegado para quedarse una dinámica política que tiene como protagonista al terrorismo marginal? Primero hay que decir que la violencia política fue una constante en la historia nacional desde las guerras civiles que dieron formato a nuestra topografía actual. Ernesto Salas en la nota “el odio y las pruebas” nos trae el recuerdo de la persecución que se le hiciera a Ramón Carrillo. Nota que nos sitúa en un clima político con ribetes especulares y nos ahorra rememorar períodos más funestos aún de nuestra historia. Segundohay que notar que la violencia política nunca ha abandonado del todo el escenario, aún durante la vida en democracia. Desde los casos de violencia institucional por parte de efectivos de las fuerzas de seguridad (recordemos la “masacre de ingeniero Budge” en 1983, que da lugar a la expresión “gatillo fácil”), asesinatos durante movilizaciones políticas (recordemos a Victor Choque y Teresa Rodriguez asesinades en 1995), que según el CELS superan los 8170 personas; entre los que se cuentan Darío Kosteki y Maximiliano Santillán, los más de 30 asesinatos durante las jornadas del 2001, Santiago Maldonado y Rafael Nahuel para traer nombres propios que son en sí mismos emblemas. A lo que debe sumársele muchos otros hechos (bombas incendiarias, balaceras, agresiones, etc.). Persecución judicial, amedrentamientos, agresiones y también presos políticos y esta nueva modalidad de lawfare donde se destaca el infame caso de Milagro Sala aún en garras de la (in)justicia jujeña. Y todo esto sin incluir la violencia de género que puede también tener una interpretación en este sentido. 

La violencia física y simbólica es una realidad aún en democracia. La novedad del intento de magnicidio no deja de ser un hecho relevante. Sin embargo no perfila per se un escenario que pueda necesariamente prosperar. Todo dependerá de cómo respondamos a este hecho pavoroso. Sobre todo, si la voluntad democrática del movimiento popular sigue honrando la herencia de la lucha del movimiento de derechos humanos que representan sin lugar a dudas una victoria del campo popular sobre las derechas más retrógradas. Un terrorismo marginal, extrañamente light en su simbología (la cómplice del ejecutor del atentado aparece en uno de los móviles de crónica “vendiendo” copos de azúcar) y aparentemente ajeno de las estructuras políticas, puede ofrecerse como llamado a que abandonemos esa tradición de lucha con fuerte respeto por la vida y la integridad de las personas. Eso no debe pasar. Eso no va a pasar. 

Oportunidades y opositores

Para terminar este tercer aporte sobre la politización del odio: una oportunidad de recontractualizar el diálogo político fue inmediatamente vislumbrada. La propia avanzada mediático/judicial contra Cristina mostró algunos resquebrajamientos producidos por la propia interna de Cambiemos. Algunos personajes de ese espacio consideraron que ese capítulo de Lawfare es “demasiado”. Y casi todo el arco político en nuestro país repudió instantáneamente el atentado contra la vida de la vicepresidenta. La oportunidad de establecer nuevas reglas de convivencia democrática está a la mano. Sin embargo atribuirle a ciertos periodistas la capacidad de incentivar magnicidios es una apuesta difícil; sobre todo cuando la denuncia de tal responsabilidad es más que nada un hecho mediático. La correlacióndel hecho violento con los “discursos de odio” no tuvo apoyoen la oposición que condicionó en el congreso nacional su adhesión al repudio parlamentario al intento de magnicidio a la eliminación de la frase alusiva. La alianza político/comunicacional es obvia, porque no pueden circular ciertas expresiones sin protección de los poderes del estado. Incluso, los fantasmas de una regulación sobre la actividad periodística empezaron a circular entre los más notorios representantes del partido mediático/judicial/partidario, previniendo la supuesta nociva injerencia del Estado sobre la libre empresa.

Palabras finales: contra fácticos y realidades

Las imágenes mentales que se suceden pensando en lo que podría haber pasado si Cristina hubiese sido asesinada son terribles y no nos llevan a un buen lugar. Pero no hay grieta que valga. Somos un movimiento político que se ha constituido como profundamente democrático y que sabe representar (no infaliblemente, por cierto) el sentir popular. No debemos olvidar que estamos aún en la disputa política sobre los designios de nuestra patria. Que estamos ejerciendo responsabilidades institucionales y que cada une de nosotres tiene que dar de sí lo mejor posible desde su lugar para dar respuesta a las necesidades urgentes de nuestro pueblo.

Links a las notas previas de Politización del odio

Acerca del autor / Astor Massetti

Docente. Lic. Sociología, especialista en Antropología Social y Política, Dr. en Ciencias Sociales. Ex Investigador IIGG/CONICET. Ex Director carrera de Sociología (UNMdP). Ex Consejero carrera Sociología (UBA). Ex Consejero Superior UBA. Ex Consejero Superior (UNAJ) y Ex Vice Director del ICSyA (UNAJ). Actualmente es Director de Coordinación, Gestión y Curricularización de Procesos de Enseñanza Territoriales y Educación Popular (SPyT/UNAJ), Sub Director del Observatorio de Educación Superior (ICySA/UNAJ) y Coordinador de Trabajo Social (ICySA/UNAJ).

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