Historia

UNA HISTORIA EN LA VIDA DE JAURETCHE

Empezar de nuevo

Por Charo López Marsano y Ernesto Salas

Pasaron delante nuestro y los que nos conocían nos saludaban con las manos. Siguieron, con pasos vivos, su marcha en un atardecer que se ponía rojo con la entrada del sol y empezaron a perderse de vista cuando llegaban al bajo del arroyito. Fue entonces cuando mamá me dijo: “Si tuvieras un año más, te mandaba a pelear junto a ellos”.

Pedro Arístides Acuña1

La columna de partisanos avanzaba a paso sostenido bordeando el río Uruguay. Lo habían cruzado cuando todavía era noche. Se dirigen a Paso de los Libres. A medida que el sol correntino se eleva haciendo decaer el entusiasmo, la marcha se hace lenta. Hacia la media mañana, la vanguardia llega al puesto de prefectura en la desembocadura del arroyo Capii Quise y lo toman sin lucha porque los marineros que lo custodiaban huyen hacia el monte al verse superados en número. El pequeño ejército de radicales sigue avanzando y, un poco más allá, entre los arroyos Capii Quise y San Joaquín, deciden hacer un alto para descansar, en un monte cercano a la estancia de Tito Bompland, en el campo que llaman La Quemada.

Pedro Acuña, que en ese entonces era un adolescente, recuerda que esa mañana calurosa había visto pasar tropas del Ejército por el camino. Al mediodía ya se sabe del acampe de los revolucionarios cerca de su casa cuando un jinete irrumpe intempestivamente persiguiendo a uno de los peones. El perseguidor se trata de Juan Piris, conocido de la familia. Detrás de este llega Tito Bompland y los tres se encierran en la casa con su padre. Por noticias que se filtran, Pedro se entera que los  llegados temen un ataque de las tropas del Ejército y que necesitaban un caballo para el teniente coronel Roberto Bosch, y que su padre se los había prestado sin mediar palabra. 

Rato después el adolescente, la madre y el peón estaban comentando lo sucedido cuando apareció un hombre de ojos claros. El muchacho no entendió el apellido pero sí que se había presentado diciendo que era un doctor de Buenos Aires con estudio en la calle Florida: “Tenía un tono entre autoritario y paternal y nos miraba directamente con sus ojos claros. Mamá le alcanzó unos mates, que chupó con fruición, y después agregó: “Necesitamos agua. La gente está muy cansada y no tenemos nada de agua —siguió. El campamento está detrás de ese cerro”. Pedro y el peón fueron a preparar una jardinera con diez cántaros. El doctor se subió con ellos al carro para guiarlos. Los combatientes estaban detrás de una loma, en un campo del otro lado del camino Real. En un montecito de espinillo se desparramaban centenares de hombres, tirados en el suelo bajo las escasas sombras que daban los árboles. Empezaron a repartir el agua llenando cantimploras, pavas y ollas para el mate o el mate cocido. Pedro se encontró con algunos conocidos, sus primos Pechí y Chiquito Gómez.  En la parte superior de una lomada que ellos llamaban Cerro Pajarito notó que habían apostado la ametralladora para dominar el Camino Real. El ametralladorista “era un hombre joven, de cabellos revueltos, nariz quebrada y ojos verdosos como de gato. Nos dio algunas explicaciones, llenó su cantimplora y los tachos para la refrigeración de la ametralladora y nosotros volvimos a casa”. Al rato llegó la noticia de que había habido un combate con el Ejército en el arroyo San Joaquín. Dice Pedro Acuña: “Habían podido salvar la carreta principal con el armamento. Hablaban de muertos y heridos. Cuando nos alejábamos, se estaban repartiendo las armas en forma individual”.

Lo que había sucedido era que el Ejército les había armado una emboscada. Primero simularon atacarlos para luego replegarse hacia una lomada en la que habían montado una ametralladora. Bosch cayó en la trampa y persiguió a los atacantes con la caballería. Desde la lomada, el Ejército los barrió a balazos. En el desigual combate del arroyo San Joaquín perdieron su vida decenas de combatientes. Fue el primer desastre de la avanzada radical. De todas maneras, los militantes que quedaban, entre los que todavía se encontraba Jauretche, no se desanimaron y continuaron hacia Paso de los Libres con la intención de tomar la ciudad. Pasaron la noche en las afueras y al día siguiente avanzaron combatiendo hacia el centro. Varias horas después, Roberto Bosch ordenó la retirada. Si bien en otras partes del litoral la suerte fue menos esquiva, la revolución radical fracasó. Arturo Jauretche, testigo del desastre, fue detenido y encarcelado en una prisión correntina durante varios meses.  

Aunque las circunstancias políticas no habían cambiado mayormente de aquellas que lo habían llevado a proclamar la abstención, ni lo harían en el futuro inmediato, en la madrugada del 3 de enero de 1935, la Unión Cívica Radical declaró por el voto de una amplia mayoría de convencionales que volvería a concurrir a los comicios sin importar la persistencia de las prácticas fraudulentas del gobierno. La dirección blanda del alvearismo había cedido a las políticas favorables al sector ganadero exportador en su alianza con el capital británico.

Unos meses después, el 29 de junio, en una reunión presidida por Arturo Jauretche, Homero Manzi, Juan Luis Alvarado, Luis Dellepiane, Jorge del Río, Oscar Correa y Juan Molas Terán se lanzó la agrupación Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (F.O.R.J.A.). En respuesta, el Comité Nacional intervino la convención  de la Capital Federal y dio por caduca la carta orgánica del distrito.

Algunos años después, Pedro Arístides Acuña, el adolescente de la estancia correntina, había crecido y estaba radicado en Buenos Aires. Caminaba por el centro de la ciudad cuando notó que en una esquina se desarrollaba un acto de FORJA y se detuvo a mirar. Parado sobre un cajón de manzanas, un orador gritaba a voz en cuello que el país no era más que una colonia británica. El joven aguatero de Paso de los Libres creyó reconocer entre los asistentes al ametralladorista que había visto en la loma cerca de su casa. Se presentó y comenzaron a hablar. Como le pareciera también cara conocida la del orador, preguntó por él. Le dijeron que era Arturo Jauretche. Pedro lo recordaba como el gringo de pelo enrulado y ojos claros, el que se había presentado como un doctor de Buenos Aires cuando había ido a pedir agua en su casa. Se pusieron a charlar. Jauretche recordaba perfectamente la escena y se interesó por su madre. Pedro le preguntó qué se podía hacer ahora después de aquello. Nunca olvidó lo que Jauretche le contestó ese día. Lo miró con sus ojos claros y le confirmó lo mismo que Yrigoyen les había dicho a ellos años antes,  lo mismo que habrán pensado y volverán a pensar en el futuro distintas generaciones de revolucionarios: 

—“Ahora, Pedro, hay que empezar de nuevo”.

APOSTILLA: A partir de aquel encuentro, Pedro Acuña se sumó al grupo de jóvenes de la Guardia Forjista. Años después, cuando la agrupación se disolvió, fue de los que se integraron al peronismo. En 1956, en un nuevo ciclo de resistencia, participó del levantamiento del general Juan José Valle contra la dictadura del general Pedro Eugenio Aramburu y el almirante Isaac Rojas.

Notas:

Texto extractado del libro ¡Viva Yrigoyen! ¡Viva la revolución! La lucha armada radical en la década infame, de Charo López Marsano y Ernesto Salas, Buenos aires, Biblos, 2017.

1Acuña, Pedro Arístides, “El aguatero”. En: http://www.diariomardeajo.com.ar/aguatero.HTM

Acerca de la autora y el autor

Charo López Marsano

Magister en Humanidades, Cultura y Literatura Contemporánea (UOC) y Profesora de Historia (UBA). Docente  e investigadora de la UBA, coordina  el área Cine e Historia del Programa PIMSEP / RIOSAL, (FyLL/UBA), e investigadora UBACyT en Industrias Culturales (CEEED/UBA). Escribe sobre cine, política y memoria. Es coautora de los libros ¡Viva Yrigoyen! ¡Viva la revolución! La lucha armada radical en la Década infame (2017) y de El Atlas del peronismo. Historia de una pasión argentina (2019).

Ernesto Salas

Licenciado en Historia (UBA). Docente y Coordinador de la Editorial UNAJ. Es autor de los libros: La Resistencia Peronista: La toma del frigorífico Lisandro de la Torre (1990), Uturuncos. El origen de la guerrilla peronista (2003); Norberto Habegger. Cristiano, descamisado, montonero (2011, junto a Flora Castro), De resistencia y lucha armada (2014); Arturo Jauretche. Sobre su vida y obra (Comp.) (2015)  y ¡Viva Yrigoyen! ¡Viva la revolución! (2017, junto a Charo López Marsano).

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