Notas

PRIVATIZACIÓN DEL ESPACIO PÚBLICO

El potrero, patrimonio del barrio

Por Nehemías Zach Capdevila

¿Qué tienen en común los osos polares y los potreros de fútbol? Ambos están en peligro de extinción: los primeros como consecuencia del calentamiento global y la extracción petrolera, y los segundos a raíz del lucro inmobiliario. Una evidencia más de que nada ni nadie se encuentra a salvo de la mercantilización capitalista.

El fútbol representa una de las mayores pasiones de la cultura popular argentina. Sin embargo, en los tiempos que corren esta práctica se encuentra más relacionada a la televisión, a las estadísticas y al dinero en sustitución a su esencia y lugar de origen criollo: el potrero.

El potrero está asociado históricamente al paisaje rural de la pampa, que con el tiempo y el avance urbano devino en baldíos donde se selló su sentido futbolístico. Para continuar el retrato de estos santuarios barriales hay que agregar, en su gran mayoría, campos de juego de tierra y piedras sin delimitación fija (siempre consensuada entre los participantes) y arcos representados con piedras o ropa que sobra a la hora de jugar.

En contraposición, por estos nuevos tiempos, el fútbol no profesional comienza a relacionarse cada vez más con las canchas privadas de césped sintético. Y he aquí la fórmula mágica burguesa: capital, inversión, tiempo y ganancia. El sol del fútbol lúdico y libertario quedó eclipsado detrás del valor de alquiler de una canchita con dueño.

No es una casualidad que a los mejores futbolistas argentinos los haya parido el potrero. Aquí, alejados de la tecnocracia y la uniformidad de los modernos entrenamientos, se lanzan a la espontaneidad e improvisación con la pelota que el territorio les ofrece. En consecuencia, se puede afirmar que la gambeta es hija del potrero, ya que nace como recurso ante el amontonamiento de jugadores en el espacio reducido.

En la otra cara de la moneda, tampoco es casual que el acceso al deporte sea regulado por el mercado. Esta renovada oleada neoliberal no acepta aquellas prácticas culturales que no producen ganancias financieras. Sólo basta con mencionar la decisión política de trasladar el Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (CeNARD) y el Instituto Superior de Educación Física Enrique Romero Brest, ambos ubicados en Núñez, para no dejar en offside un negocio inmobiliario planeado por el gobierno. Un detalle decisivo: según la cotización de cada barrio porteño que realiza Reporte Inmobiliario, en Núñez el metro cuadrado tiene un valor de 3591 dólares mientras que en Villa Soldati, nuevo destino del CeNARD, apenas alcanza los 665 dólares.

Se insiste, no son decisiones aisladas. En el reino de Dios mercado no hay lugar para actitudes comunitarias como las que se dan en el potrero. Por eso encarga a sus políticos que patean con la derecha la misión de operar para que los clubes dejen de ser asociaciones civiles autogestionadas por los socios, para valer como sociedades anónimas adueñadas por caprichos y deseos lucrativos.

El sentido común se va moldeando. Si la ganancia inmobiliaria es más importante que la formación y desarrollo profesional de los deportistas; si las sociedades anónimas son mejores que las asociaciones civiles; si las plazas públicas son más seguras entre rejas; ¿por qué se podría jugar al fútbol libremente, en un terreno que no es de nadie sino de todos?

Hace algunos días, el manager de la selección nacional de Alemania Oliver Bierhoff opinó que el fútbol de su país necesita incorporar nuevamente el fútbol callejero para resucitar la creatividad y el disfrute de los jugadores. Las nuevas tecnologías y la renovación en los métodos de entrenamiento se relacionan más con la creación de robots a control remoto dentro del campo de juego que a potenciar las habilidades de los futbolistas. La productividad capitalista ha llegado a niveles insospechados, como la alienación del jugador de fútbol y su pérdida de la libertad.

El potrero no sirve porque no produce. Más que mano de obra para el sistema, si el jugador no está apto para ser pie de obra, entonces mejor que sea un consumidor. Los medios de comunicación, sobre todo la TV, inculcan lo que es ser en verdad un futbolista. Nada de amistad, caño, sombrero y honor en el barro. Sí a los últimos botines con luces automáticas, a los peinados que te hacen cabecear mejor y a las musculosas con GPS que miden cuántos kilómetros corriste pero no arrojan datos sobre las ganancias de las empresas de servicios.

En este fenómeno la crisis de valores comienza a hacerse evidente y la disputa de sentidos asume el lugar central. Se ha naturalizado que quiénes son los que juegan no se dirime más por origen de barrio o el famoso “pan y queso”, sino que la inclusión se establece a partir de quién tiene dinero para pagar la cancha. Además, otro gasto indirecto es la movilidad. La canchita no queda más en el barrio, ahora hay que trasladarse en el horario en que el señor capitalista dispuso del lugar.

¿¡Y qué decir del tiempo!? La racionalidad instrumental también se apoderó del fútbol amateur. Cada vez son más los nostálgicos que recuerdan con felicidad cuando el juego comenzaba después de la siesta y finalizaba cuando la pelota ya no se podía ver en la oscuridad de la noche. Hasta los pequeños kiosqueros del barrio lloran no tener la segura venta de gaseosas al fin del cotejo. En reemplazo, el dueño del ahora ex espacio público se aseguró tener un buffet a todo trapo para seguir consumiendo in-situ.

La última gambeta de este texto es obra de Eduardo Galeano: “Nunca el mundo ha sido tan desigual en las oportunidades que ofrece y tan igualador en las costumbres que impone: quien no muere de hambre, muere de aburrimiento”. Las reglas del mercado no toleran la organización y autogestión de la comunidad. La problemática no es en sí las canchitas de fútbol sintético. Lo alarmante es la privatización del espacio público y de símbolos tan propios de la cultura popular como lo es el fútbol y el potrero. Para los amantes del fútbol, el desafío será recuperar las fuentes del deporte y resaltar esos espacios en donde aún se conserva la esencia de la pasión más popular del planeta.

Acerca del autor Nehemías Zach Capdevila

Licenciado en Comunicación Social por la Universidad Nacional de La Matanza (UNLaM).  Fue becario Fulbright – Ministerio de Educación para el programa intercultural “Friends of Fulbright” (2017)  y actualmente trabaja como parte del equipo técnico del programa Envión-Podés de La Matanza. Ex jugador de fútbol profesional.

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