Economía

DEBATIR A LOS LIBERTARIOS DESDE LA CIENCIA ECONÓMICA

El paradigma de la competencia perfecta

Por Daniel Novak

El triunfo electoral de los libertarios intenta, entre otras cosas, rescatar la antediluviana idea de que la mejor asignación de recursos en la economía se da cuando los mercados son totalmente libres y desregulados, esto es, sin ninguna intervención estatal.

Esta idea, bastante atractiva para quienes no entienden cómo funciona el capitalismo moderno, se basa en un paradigma teórico, es decir una figura hipotética que no requiere demostración práctica, desarrollada al extremo por los pensadores neoclásicos, sus herederos neoliberales y los de la largamente superada escuela austríaca, a la que adhiere fervientemente el actual presidente de la Nación: la “competencia perfecta”.

Veamos en qué consiste este paradigma y qué rol crucial desempeña para concluir que la más eficiente manera de asignar recursos en la economía, tanto para producir como para distribuir, es la libertad total de los mercados, sin ninguna intervención ni regulación. Para esto es conveniente primero aclarar qué se entiende por mercado en economía.

QUÉ ES UN MERCADO

Un mercado es el ámbito físico y/o virtual donde se producen las transacciones de compra y venta de un producto o insumo productivo determinado, lo que implica que por cada producto o insumo hay un mercado específico en el que se producen las transacciones de compra y venta. Obviamente, no estamos hablando del “mercado” del barrio donde se compran y venden alimentos de todo tipo ni de los denominados súper o hipermercados que incluyen todo tipo de bienes.

Esto implica que para cada producto o insumo productivo hay un mercado en el que se dan cita, real o virtual, todos los oferentes y demandantes de ese bien para ofrecer lo que producen o abastecerse de eso. O sea que hay mercados de bienes finales (productos) para el consumo o intermedios (insumos) para producir otros. En la mayoría de los análisis económicos, aunque no en todos, el concepto de mercado se hace extensivo a los denominados factores de producción: fuerza de trabajo, capital (real o financiero), propiedades inmobiliarias (recursos naturales y/o construcciones) o muebles (rodados), propiedad intelectual (marcas y patentes).

Cuando decimos que se dan cita todos los oferentes y demandantes de un producto o insumo no significa obviamente que lo hagan simultáneamente ni en un solo lugar físico o virtual, aunque sí pueden intentar conseguir información de lo que sucede en otros segmentos de ese mercado, no siempre con éxito, y esta es una de las limitaciones que tienen los requisitos de la competencia perfecta.

LA ETÉREA COMPETENCIA PERFECTA

¿Cuáles son las condiciones que debe reunir un mercado para que sea catalogado como de competencia perfecta? Son unas cuantas, a saber:

  1. Atomización de oferentes y demandantes o, dicho de otra forma, que haya una gran cantidad tanto de quienes ofrecen como de quienes demandan ese producto o insumo como para que nadie tenga una posición dominante.
  2. Libre entrada y salida de oferentes y demandantes, para que ninguno de quienes ya están operando en ese mercado pueda impedir que ingrese uno nuevo.
  3. Que cada oferente y demandante tenga toda la información de ese mercado, tanto en materia de precios, cantidades y calidad del producto en cuestión.
  4. Que el producto o insumo que se transa en ese mercado sea absolutamente homogéneo, es decir que todas las unidades que ofrecen sean exactamente iguales y no se diferencien por ningún agregado o aditivo.
  5. Que ningún oferente o demandante detente una posición dominante que le permita imponer condiciones al resto en beneficio propio.
  6. Que no haya colusión (acuerdos) entre oferentes o demandantes para imponer condiciones unilaterales a la otra parte.
  7. Que no se puedan imponer condiciones de cautividad que impidan cambiar de proveedor de un bien o servicio.

Sólo bajo todas estas condiciones, y suponiendo que todos los oferentes y demandantes atomizados se ponen de acuerdo simultáneamente en cada transacción (como si hubiera un único rematador que los organizara) se puede afirmar que el precio y la cantidad transados (acordados) serían los de equilibrio entre oferta y demanda, en la que todos los participantes quedarían conformes y la asignación de recursos sería por eso óptima.

Si bien en los albores del capitalismo, allá por los siglos XVIII y XIX, la mayoría de los mercados de productos e insumos respondían en forma aproximada a estas condiciones de competencia, el mismo desarrollo del capitalismo llevó a una concentración creciente de la oferta o la demanda en la mayoría de los mercados, al punto de que hoy es prácticamente imposible encontrar uno que cumpla con todas las condiciones de competencia perfecta antes enumeradas. Por eso, el libre funcionamiento de estos mercados no sólo no garantiza la asignación óptima de recursos sino que, además, generan y reproducen una concentración progresiva de los mismos y de los ingresos, con abusos de posiciones dominantes y creciente inequidad social.

LAS SUPUESTAS “FALLAS” DE MERCADO

Los autores neoclásicos contemporáneos debieron encontrar algún recurso teórico que diera cuenta de algo tan evidente como la falta de competencia perfecta en casi todos los mercados y acuñaron un nuevo paradigma: el de las “fallas de mercado”. De esta forma, si en algún mercado la oferta está en manos de un solo oferente (monopolio), o de muy pocos (oligopolio), o si hay un solo comprador (monopsonio) o muy pocos (oligopsonio), o si los participantes no pueden contar con toda la información de un mercado, o se trata de algún servicio que genera cautividad en sus usuarios (medicina prepaga, por ejemplo), o no se cumple alguna de las condiciones de la hipotética competencia perfecta, ese nuevo paradigma resuelve la debilidad teórica postulando que esos mercados tienen “fallas” que es preciso neutralizar para que se comporten como si fuesen de competencia perfecta.

Si bien con este concepto se pueden justificar intervenciones y regulaciones que apunten a neutralizar esas fallas, no hay coincidencia de criterios sobre la forma de diagnosticar esas fallas (por ejemplo, cómo medir y establecer parámetros para definir el grado de concentración de oferta en un mercado oligopólico u oligopsónico) y menos aún uniformidad en el tipo de medidas admisibles de intervención. Pero lo que sí prevalece es que, en la duda, siempre es más sano no intervenir ni regular.

Sin embargo, este nuevo paradigma es tan irreal como el de la competencia perfecta, sobre todo porque se basa en éste. Y acá vamos a coincidir, aunque por motivos opuestos, con una de las afirmaciones del presidente de la Nación en su alocución del Foro de Davos: las fallas de mercado no existen porque hoy en día casi todos los mercados “normales” son poco o nada competitivos, y eso es inherente a lo que fue el desarrollo del capitalismo en las últimas décadas.

En este aspecto la teoría neoclásica, que es la que busca justificar (o sea, mostrar como justo algo que no lo es) todo lo que sucede en el capitalismo, recurre al viejo truco del organismo sano para explicar sus fallas como enfermedades a corregir. Así, el capitalismo en su versión saludable se basa en la competencia perfecta y los mercados que no cumplen con esta condición son enfermedades indeseadas que hay que curar.

La realidad nos muestra otra cosa: que los mercados son en su gran mayoría poco o nada competitivos por naturaleza y no enfermedades a curar. Entonces, no es cuestión de curar las fallas para que los mercados vuelvan a ser competitivos, sino definir políticas de intervención que neutralicen las posiciones dominantes irreversibles y el impacto regresivo de los mercados concentrados en los consumidores y productores pequeños y medianos.

EL “MERCADO” DE TRABAJO

En el afán de encontrar “leyes” universales que simplifiquen el análisis económico los pensadores neoclásicos han extendido la idea de los mercados competitivos al ámbito de los factores de producción, especialmente al de las relaciones laborales, más conocido como mercado de trabajo, para el que proponen, como en los demás, la mayor desregulación posible para que la competencia sea perfecta y los salarios, al igual que los precios, sean de equilibrio entre oferta y demanda.

La primera inconsistencia de este razonamiento es la de pretender equiparar a los salarios con los precios de los bienes. Los precios son una variable “instantánea” y pueden variar de un momento para otro por el juego de la oferta y la demanda, sobre todo si existiera la inexistente competencia perfecta. Pero los salarios son una remuneración que se pacta por un período de tiempo más o menos prolongado durante un contrato, llamado de trabajo, que no varían de un momento para otro según lo que suceda con la oferta y demanda de mano de obra.

Además, si hay una asimetría absoluta entre oferentes y demandantes es en el caso del “mercado” de trabajo. ¿Alguien puede creer que tienen la misma capacidad de negociación un obrero metalúrgico y Paolo Rocca, o un empleado administrativo y Marcos Galperín, para discutir las condiciones de su contrato de trabajo? 

Para neutralizar esta obvia asimetría, en casi todos los países, incluyendo los más desarrollados, existen las asociaciones de empleadores y trabajadores (cámaras y sindicatos) para que negocien de manera más equilibrada sus acuerdos laborales o convenciones colectivas de trabajo, también llamadas paritarias, precisamente porque brindan cierta paridad en el poder de negociación. Todo esto, además, en el marco de regulaciones estatales que les ponen un piso mínimo a las condiciones sociales del trabajo, como la jornada laboral, el derecho al descanso anual, el pago diferencial de horas extras y hasta el derecho a huelga.

Entonces, detrás de este inocente recurso de considerar a las relaciones sociales de trabajo como un mercado más, al que habría que desregular todo lo posible para que haya competencia perfecta, se esconde el verdadero objetivo de volver a las condiciones laborales del capitalismo salvaje para reducir costos de producción con el argumento, también indemostrable, de que así mejoraría el nivel de ocupación.

Por supuesto que esto no implica que toda intervención en los mercados sea buena; hay muchas regulaciones que son distorsivas y que muchas veces dan un resultado peor que lo que se trata de arreglar. Pero una cosa es discutir la conveniencia y eficacia de las intervenciones y otra muy distinta es plantear que la única solución es desregular todo volviendo a la ley de la selva o soltando a los zorros en los gallineros.

Finalmente, deberíamos preguntarnos: si el éxito económico consiste sólo en desregular todos los mercados y no tener déficit fiscal, ¿para qué querríamos tener carreras de economía en nuestras universidades? Bastaría, como parece pretender el actual gobierno, con derogar todas las regulaciones legales y poner un tesorero antipático que sólo gaste lo que se recauda. Más esquemático y anticientífico imposible.

Acerca del autor / Daniel Novak

Daniel Novak

Docente de la Universidad Nacional Arturo Jauretche, Coordinador de la Licenciatura en Economía – @novak_daniel

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