Economía

DOLARES EN FUGA

Los ductos de migración del valor argentino

Por Javier Ortega

En Argentina, la mecánica de dolarizar el excedente para  que fluya fronteras afuera tiene dos caras de una misma moneda.

La racionalidad materialista en crisis

Carlos María Vilas se pregunta cómo es posible que, para comprender sociedades primitivas menos complejas, nos aboquemos a entender sus supersticiones, creencias y mitos. En tanto, cuando queremos entender a la  sociedad actual, de una sofisticación abstracta inconmensurablemente mayor, las pretendemos explicar solo y linealmente por medio de la racionalidad material, económica.  (C. Vilas, comunicación personal, 15 de enero de 2019).

Si bien no hay un mensuramiento exacto, se estima que el 90 %  de los datos del mundo han sido creados en los dos últimos años, aumentando a un ritmo anual del 40 %. Una persona conectada a internet a través de su móvil o de su PC un promedio de más de seis horas recibe 6000 impactos publicitarios durante el día. Los usuarios de redes sociales, que son el 58 % de la humanidad, acceden a ellas en un 80 % de los casos para informarse de lo que sucede en su mundo. Las redes más usadas son Facebook, Whatsapp e Instagram (las tres tienen el mismo dueño y se domicilian en California). A través de ellas se suben 5000 millones de imágenes cada día, constituyendo el 83 % de las publicaciones (ONU, 2018). Una información visual reúne 84 % más de vistas que una escrita, pudiéndose procesar por el receptor con una velocidad 60.000 veces superior a la de un texto.  Viviendo en este tsunami simbólico virtual, donde el manejo del texto –indispensable para razonamientos sofisticados-  ha quedado relegado, todavía pretendemos que podemos entender a la sociedad por la racionalidad de lo material y la economía.

Producción del valor y su destino

Carl Marx intelige al valor como el trabajo materializado en un objeto llamado mercancía. Esa mercancía tenía valor de uso (una silla hecha por trabajadores carpinteros para usarla para sentarse) o de cambio (una silla hecha por trabajadores carpinteros para canjearla a su vez por otra mercancía).  El valor de uso es el que menos le interesa al capitalista (que es el jefe de los carpinteros y que no le importa sentarse) y que está enfocado en el valor de cambio de la mercancía silla. El capitalista quiere cambiar  la silla (que le hicieron sus carpinteros) por otra mercancía, para poder acumular así mediante la plusvalía. La plusvalía  es la parte que obtiene en el intercambio de una mercancía por otra (la silla cambiada por dinero) y que el capitalista se quedará, no dándosela al trabajador (al carpintero) como salario (Marx, 1867). Por ello, el dinero es la creación ideal para el capitalista. El dinero, que es también una mercancía, no tiene valor de uso. Solo valor de intercambio. 

La inmaterialidad del dinero (que  es solo un símbolo) la apreciamos más que nunca en nuestros días, en los que ya ni siquiera manejamos billetes. Ahora son bytes que van desde el banco a nuestro teléfono móvil y de allí por un código QR se canaliza al comerciante a quien le compramos una mercancía. Por ello, quien tenga poder para manejar la institucionalidad simbólica de los intercambios (implica crear signos que representen dinero, administrarlos y prometer convincentemente que esos signos serán útiles para transformarse en algo material en el futuro) será quien rija y domine las sociedades modernas basadas en el capital (Hilferding, 1963).  Se trata, al fin y al cabo, de manipular ficciones como lo hacían los brujos de las antiguas tribus.

El país con el déficit fiscal más monstruoso del orbe es el que hoy produce el signo de mayor apetencia mundial: el U$D.  Desde 1971, año en que el presidente Richard Nixon anunció la inconvertibilidad del dólar en oro, ese signo verde no tiene un anclaje material y se sustenta en que los países productores del petróleo (base de nuestra sociedad tecnológica actual) lo aceptan a cambio de sus barriles.  Y también de Hollywood y Walt Disney que nos adoctrinan desde que somos niños. Y  del 39 % del gasto militar mundial  que representa Estados Unidos con sus  254 bases,  en 100 de los 195 países del mundo.  Y de sus 5000 ojivas nucleares. Y del blue jean que ahora visto, y de Microsoft que es el software  que estoy usando para escribir esto. 

Dependencia latinoamericana

Las economías latinoamericanas somos transfusoras de valor hacia países centrales con más altos estándares de vida. El subdesarrollo y nuestra situación periférica no es un retraso, falla o anormalidad. Es solo una manera de ser en el mundo. Es el desempeño de un rol específico que se nos ha impuesto en un orden mundial determinado (Osorio, 2015). Ejecutamos el papel que nos asignaron en una obra que no escribimos: exportadores de materias primas, importadores de  tecnología, deudores financieros eternos para sostener este esquema.  El valor que generamos con nuestro trabajo acá, en nuestro territorio, migra hacía allá. Siempre hablando desde el capitalismo, su realización próspera en nuestras tierras es un imposible, ya que no podemos cumplimentar el principal de sus requisitos: la acumulación. Si el valor generado en nuestro territorio (entendido como el espacio geográfico y la comunidad que lo habita y actúa en él) se expele fuera sin ser reinvertido en él, no hay chance (dentro del capitalismo) de sostener un proyecto de mejora de las condiciones de vida de ese espacio.  

Este fenómeno de una estructura económica extravertida no es tan evidente hoy (por su inmaterialidad)  como lo fue ayer con el capitalismo mercantil en la época de la colonia. Allá era simple identificar a pueblos originarios esclavizados,  trabajando en minas cuyos metales saldrían ultramar a la metrópoli europea, sin que nada nos quede excepto la ignominia y la muerte. En sociedades más complejas como las actuales, las cosas requieren de mayor sofisticación, encubrimiento y consenso cooperativo del dominado. Y para ello, el capitalismo financiero es lo ideal.    

Si de sacar valor del territorio se trata, los galeones cargados de oro y plata del imperio español resultan  torpes. Ahora contamos con los flujos financieros canalizados por autopistas virtuales, que llaman menos la atención y son más eficaces y elegantes. Pero el signo virtual en el que se representa el valor extraído debe ser reconocido y aceptado afuera, y para eso nuestra moneda local (el peso) no  sirve. Nadie recibiría pagos en pesos en otros países. Ningún europeo o estadounidense va a canjear sus mercancías por pesos argentinos. Se necesita entonces dolarizar el excedente sustraído. Esto último es el eje del capital concentrado que actúa en nuestro país: dolarizar el excedente y migrarlo. No es que se trate de una secta de empresarios perversos. Son las reglas del juego de un capitalismo centrado en las finanzas simbólicas, a través de cuya manipulación (legal o de la otra) se obtienen mayores beneficios y en menos tiempo que produciendo materialmente. 

El complejo dolarizador extractor

En Argentina, la mecánica de dolarizar el excedente para  que fluya fronteras afuera, tiene dos caras de una misma moneda. La primera cara está dada por el valor de las exportaciones que no ingresa al país. Los agentes económicos privados que exportan (en su inmensa mayoría transnacionales), si bien las cobran en dólares a sus clientes en el exterior, las subfacturan. Porque ese cliente en el exterior son ellos mismos. Están de los dos lados del mostrador. Así, manipulan los precios de transferencia, evaden impuestos o fijan el lugar de pago en bancos o en sus sucursales en el extranjero. Por lo que el dinero no llega a Argentina. Un ejemplo es el Rosafé (zona de la ciudad santafesina de Rosario y sus alrededores) donde se encuentra el mayor complejo agro industrial exportador portuario del mundo. Por el Paraná se venden todos los años aproximadamente 35.000 millones de dólares en granos, oleaginosas y derivados industriales. Pero esta actividad es oligopolizada por media docena de empresas transnacionales. Entre subfacturaciones de lo que se exporta, sobrefacturaciones de lo que se importa,  contrataciones por servicios inexistentes que se simulan ante el fisco para poder justificar pagos al exterior, abuso de posición dominante en el mercado para comprar barato en el mercado interno, no menos de 5000 millones de dólares anuales que deberían ingresar, se escapan del territorio argentino (Ortega, 2021). La segunda cara es el endeudamiento público y privado para hacerse de dólares. Se necesitan dólares para importar insumos que acá no se fabrican. Eso supone que quien quiera importar contraiga un crédito en dólares para pagar al proveedor externo (que no le recibe pesos).  Pero esto no funciona así.  Los privados  contraen crédito con el fin único de obtener la divisa en sí misma y luego atesorarla (o depositarla directamente en el exterior para especular con ella), no para importar un bien material.  Para cuando deba pagar por ese crédito en dólares, no usará los billetes verdes que tiene atesorados sino que, por el contrario, irá con sus pesos a comprarlos al Banco Central. Así,  puede seguir convirtiendo pesos en dólares. Y cuando no haya suficientes dólares en Argentina, tanto para financiar las importaciones como para el pago de la deuda de los privados, el Estado argentino saldrá per se a endeudarse en el exterior. Tenemos ahí lo que conocemos como deuda pública externa. Esos dólares no vendrán al país para inversiones en equipos tecnológicos que se deban importar para apuntalar el desarrollo argentino. Esos dólares (que debemos pagar todos los argentinos ya que la deuda es del Estado que los pidió) vendrán para que el Banco Central tenga divisas suficientes para vendérselas a los privados que  la soliciten. Privados que contrajeron deuda solo para poder justificar estas compras de divisas (a precio barato) que ofrece el Banco Central.

El resultado de este sistema de dos caras es que, mientras los actores privados tienen en activos externos un neto positivo de  205.221 millones de dólares,  el Estado Nacional y el Banco Central tienen en pasivos externos  un neto negativo de 187.382 millones de dólares (INDEC, 2023). La perinola donde el Estado pone y (algunos privilegiados) privados sacan.

Un caso en la estructura del complejo dolarizador

Entre el 2016 al 2018 ingresaron divisas al país por 100 mil millones de dólares. El gobierno las leyó como “inversiones” que venían gracias a la confiabilidad que supuestamente brindaba el país. Pero ese capital financiero que entraba no llegó para quedarse. Nunca se transformó en activos físicos construidos (una planta fabril, por ejemplo) que reproduzcan el capital. Esa divisa venía a formar un abrevadero localizado en el Banco Central, al que solo tenían acceso una capa privilegiada de argentinos (y transnacionales que operan en nuestro territorio) para calmar su sed de dólares. Dólares que obtenían canjeando los pesos que producían de sus negocios en la economía argentina. Para que se entienda, si yo soy un usurero que presto a una altísima tasa en el mercado nacional, el interés que obtendré será en pesos. Que no me sirven para fugarlos, porque en otros países no me los  aceptarán. Para eso los debo convertir primero en dólares, y recién sacarlos. ¿Pero de donde consigo esos dólares? El Estado Nacional, endeudándose con fondos de inversión extranjeros o con el FMI, me resuelve el problema. El Estado transfundirá esos dólares al Banco Central, quien los pondrá a disposición para que yo los compre dándole pesos a cambio.  

En la primera etapa del gobierno anterior, los mercados internacionales de deuda funcionaron como la principal fuente de financiamiento para los sectores público y privado. Entre enero de 2016 y abril de 2018 se alimentó el ciclo de endeudamiento  con el ingreso de divisas por deuda pública y privada por U$D 100.000 millones.

El 81 %  de las divisas que ingresaron al mercado de cambios provinieron de colocaciones de deuda del Sector Público Nacional (U$D 64,5 mil millones), provincias (U$D 11,4 mil millones), y de empresas (U$D  11,8 mil millones), y de la entrada de capitales especulativos (U$D 12,3 mil millones) atraídas por las altas tasas de interés que se ofrecían.

Por su parte, la inversión extranjera directa (IED) no logró despuntar pese a la aclamada “lluvia de inversiones”. En efecto, estas últimas apenas representaron 4,3 % (U$D 5,3 mil millones) de la totalidad de capitales que ingresaron en este período.

Los flujos de capital buscan el “profit contagion”, esto es, entornos donde las colocaciones obtienen retornos altísimos en el corto plazo.  Rendimiento alfa. La inversión en capital fijo (inversión extranjera directa productiva) lo es a largo plazo, nunca obtendrá ese resultado. Por ende, si el capital internacional se arriesga a invertir en la búsqueda de una tasa de retorno razonable dentro de un largo plazo, nunca se irá a un lejano país periférico a hacerlo. Para eso se queda en casa.    

La entrada de divisas descripta en el endeudamiento 2016-2019 financió la formación de activos externos (fuga de capitales) que totalizó U$D 41,1 mil millones entre enero de 2016 y abril de 2018. El remanente se usó para sostener el déficit de la balanza de servicios (U$D 24,5 mil millones, donde se destaca el gasto de turistas argentinos en el extranjero) y el creciente pago de intereses (U$D 22,6 mil millones) (BCRA, 2020).

Cuando los prestamistas internacionales cerraron el crédito a la Argentina ante su evidente precariedad económica, la única opción que quedó para continuar trayendo divisas fue el FMI.  Entre mayo de 2018 a octubre 2019,  llegaron del Fondo  U$D 44,5 mil millones, que se destinaron a continuar abasteciendo dólares para  fuga de capitales.  

En total, desde 2016 a 2019 se fugaron 86.000 millones de dólares. 

Otro usó la tarjeta, el resumen de cuenta le llegó al Estado.

Bibliografía

BCRA (2020), “Mercado de cambios, deuda y formación de activos externos 2015-2019”, Buenos Aires, BCRA.

HILFERDING, R, (1963), El Capital Financiero, Madrid, Tecnos.

INDEC, (2023), Cuentas internacionales, Vol. 7, n°2, Buenos Aires, Instituto Nacional de Estadísticas y Censos.

MARX, K, (1867), El Capital. 9/05/2017, de Archivo Digital de Fidel Ernesto Vásquez.     Sitio web: https://aristobulo.psuv.org.ve/wpcontent/uploads/2008/10/marx-karl-el-capitaltomo-i1.pdf

ONU, (2018), “Macrodatos para el Desarrollo Sostenible” sitio web http://www.un.org/es/global-issues/big-data-for-sustainable-development, consultado el 11 de julio de 2023.

ORTEGA, J (2021) “La dolarización del comercio granario y su administración en el concurso preventivo: cuando la productividad y el empleo pierden para que gane la especulación”, Derechos en Acción, Autumn 2021 pp. 115-147, La Plata, UNLP.

OSORIO, J. (2015), Teoría de la Dependencia Hoy, Clase Magistral, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile, Santiago de Chile 2 de Septiembre de 2015.

Acerca del autor / Javier Ortega

Doctor en Derecho Público y Economía de Gobierno, Docente UNDAV y UNLA

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