Edificios

NUESTRA IDENTIDAD

La UNAJ, un edificio icónico en el sur del conurbano

Por Matías Aizenberg

La historia del edificio donde actualmente funciona la Universidad Nacional Arturo Jauretche representa un valioso símbolo urbano en el devenir del desarrollo nacional y regional, en un terreno cuyo uso y desuso estaría marcado a fuego por los vaivenes de las distintas políticas económicas y las tensiones entre soberanía y dependencia en la Argentina.

El 13 de diciembre de 1940 se colocó en Florencio Varela la piedra fundamental del laboratorio de Investigaciones de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), edificio que se inauguró definitivamente el 25 de noviembre de 1942. El “Laboratorio Petrotécnico” -ese fue el nombre original- representó un hito en la historia del petróleo en la Argentina y en Latinoamérica, al haber sido el primer edificio en el continente en ser diseñado especialmente para la investigación en la exploración, explotación e industrialización del petróleo. 

Forjado al calor del flamante modelo de industrialización, y con el eje en el aprovechamiento de los recursos del subsuelo argentino, los laboratorios en Florencio Varela venían a consolidar una pujante política petrolífera, interrumpida por el golpe cívico militar de 1930. Previo a la dictadura de Uriburu, el petróleo había tenido un gran impulso en el país, especialmente en los años 20, a través de la creación de la empresa estatal y la fundamental gestión de Enrique Mosconi, quien, enfrentando a los trusts extranjeros (Standard Oil, Royal Dutch Shell), había promovido la regulación de la actividad.  

En 1929, un año antes del golpe y la separación de Mosconi de su cargo, un convenio entre el poder ejecutivo, la Universidad de Buenos Aires e YPF había promovido la creación del “Instituto del Petróleo”, organismo tendiente a formar especialistas de máxima capacitación en geología, minería e industrialización del petróleo, la que puede considerarse la escuela formativa de lxs técnicxs que unos años más tarde aplicarían sus conocimientos en Florencio Varela (Cincuentenario de YPF 1922-1972. Una empresa al servicio del país, 1972, pág. 62).

Una obra de vanguardia

El edificio de los laboratorios es la culminación de una serie de construcciones que la compañía estatal venía realizando (estaciones, destilerías, viviendas para sus obreros) y que la ubicaban como una empresa de vanguardia tecnológica, cimiento del progreso de un país en desarrollo, bajo la égida de un discurso nacionalista cuyo lema fue “YPF hace patria” (Gorelik, 1987). En ese sentido, la relación entre empresa, territorio, soberanía e interés nacional parecían ir de la mano.

Cuando se eligió el terreno, se planificó que estuviera relativamente alejado de los centros industriales a fin de no perjudicar las investigaciones; y que se encontrara sobre una ruta firme con relativa cercanía a la destilería de La Plata. Florencio Varela, así, tendría una nueva geografía, y un entorno rural se constituirá con los años en una centralidad periférica.

El edificio original fue construido por el estudio de los arquitectos Jorge De La María Prins y José María Olivera —artífices de otras obras para YPF—: y es considerado una joya de la arquitectura estatal de los años 30 y 40. La impronta modernizadora y eficientista de YPF está marcada en un conjunto racionalista, con un esquema en T conformado por un ala baja acristalada que sigue la línea de la avenida y otra más alta que la intercepta definiendo el acceso, el cual se desarrolla al interior a través de una curva suave. En su interior, el edificio, de avanzada para entonces, contaba con 35 laboratorios, óptica, talleres, plantas experimentales, y una gran biblioteca científica con más de 8 mil volúmenes, además de las oficinas administrativas, un comedor para empleados y un museo con salón de actos. 

Por su arquitectura, sus instalaciones técnicas, el confort, higiene y seguridad de los empleados y hasta por sus obras de arte clásicas (del prestigioso artista Carlos De la Cárcova) “los Laboratorios YPF en Florencia Varela han sido catalogados como una de las mejores obras de arquitectura moderna producidas por iniciativa estatal del período” (Durán, 2017).

El desarrollo del petróleo, subsuelo de la patria soberana

El impulso para la creación de los laboratorios debe buscarse en una coyuntura particular. En el orden internacional, la dificultad de importación de insumos industriales, producto de la segunda guerra mundial, dio un necesario empuje a la sustitución de importaciones. Asimismo, en el plano local, el estímulo estuvo dado por un creciente “nacionalismo técnico” entre ciertas capas dirigentes e intelectuales, un ideario que se consolidaría años más tarde con el peronismo. 

En este sentido, en los días de su inauguración, el Boletín de Informaciones Petroleras indicaba que la Argentina ya había alcanzado la madurez en la actividad y “se hace indispensable la independencia (…) sin estar supeditado a sistemas extranjeros no siempre convenientes o que no se adaptan a los requerimientos actuales del país”.

Ricardo Silveyra, por entonces presidente de YPF, marcaba la importancia del nuevo edificio al afirmar que la nueva etapa industrial “nos aconseja la creación de laboratorios especializados para descontar la distancia que nos separa de los grandes países industriales del mundo”. Silveyra sostenía la relevancia de unir al hombre de ciencia con el técnico de fábrica con el fin de lograr soluciones prácticas  vinculadas a la industria del petróleo y el carbón, a la vez que ofrecía la colaboración de los laboratorios a las universidades nacionales.

  

Esta conjunción entre laboratorio y universidad tuvo continuidad, pero también una reconfiguración, a partir de las políticas educativas del peronismo. Merced a la ley de gratuidad universitaria de 1949, sectores medios y trabajadores se incorporaron a la educación superior, y, en los siguientes 25 años, YPF incorporó a sus filas nuevxs profesionales, técnicxs y especialistas, surgidxs de la universidad pública. Son los años en que bajo los vaivenes del modelo de desarrollo, el laboratorio tomó una mayor complejidad, con la construcción de edificios adyacentes y la suma de nuevas áreas e investigaciones. Así, a principios de los años 70, el por entonces llamado “Departamento de Investigación y Desarrollo de Florencio Varela” mostraba orgullosamente los laboratorios de Geofísica, Geología, Explotación, Minería, Procesos, Petróleo y ensayos, control de calidad, analítica e información

Por entonces, el Laboratorio de Investigaciones planteaba la problemática relacionada con la explotación del petróleo, como materia prima esencial en la elaboración no sólo de combustibles, aceites lubricantes, asfaltos, sino también en la elaboración de productos químicos para aplicaciones como alcoholes, acetonas, plásticos o caucho. En aquellos años, los Laboratorios de YPF fueron artífices de estudios pioneros como el diseño del aceite luego conocido como “Elaion”, el temprano estudio sobre la tecnología de fractura aplicada actualmente en el shale oil, y diversos “modelos de optimización de condiciones de bombeo y extracción de crudo que continúan vigentes (Palermo, 2013)

El sesgo local del neoliberalismo

Pero este lugar de vanguardia en la investigación en materia petrolífera sería interrumpido a partir del cambio de paradigma impuesto con la última dictadura militar y continuado años más tarde con el menemismo. Durante el período 1976-1983, el sector hidrocarburífero comenzó a ser apropiado por los llamados “capitanes de la industria” (Bridas, Perez Companc, Astra). YPF, junto a otras empresas estatales, sufrió las llamadas “privatizaciones periféricas” (transferencia de algunas actividades de las compañías estatales al capital privado), relegando la planificación estratégica de la empresa (Basualdo, 2015). Proyectos de avanzada en materia de infraestructura y tecnología de punta, como los laboratorios, fueron progresivamente desfinanciados a partir del abandono del modelo desarrollista y la puesta en marcha de otro de reprimarización y financiarización de la economía; un ideario que consideraba ineficiente el “gasto” en ciencia y tecnología y señalaba  como una anomalía la existencia de empresas estatales en áreas tan codiciadas para el capital internacional como la gasífera o la petrolera.

Durante el gobierno de Raúl Alfonsín, los fallidos planes Houston y Petroplan¹, tendientes a la enajenación de los recursos petrolíferos estatales,  fueron antecedentes de lo que vendría en los 90. Con Menem en el gobierno, YPF fue la joya más preciada entre las privatizaciones impulsadas en el período. La ley 23.686/89 de reforma del Estado fue sucedida por distintos decretos tendientes a enajenar a la empresa de la esfera estatal (“Nada de lo que deba ser estatal permanecerá en manos del estado” afirmó en un fallido memorable el ministro de Obras y Servicios Públicos, Roberto Dromi). Bajo el esquema de privatización y vaciamiento, al no seguir los parámetros de rentabilidad del capital privado, la suerte de los laboratorios estaba echada. Hacia 1994, sus puertas se cerraron, dejando atrás más de medio siglo de trabajo en investigaciones tendientes al desarrollo nacional, dando un golpe letal a la industria hidrocarburífera estatal.

La preeminencia de un modelo dependiente del mercado y la lógica “eficiente” del capital determinaron el progresivo abandono del edificio y su tupacamarización entre organismos municipales, provinciales e intereses privados: la Universidad de Quilmes, el municipio de Florencio Varela, la Universidad de La Plata, el Consejo Deliberante y empresas particulares.

 Si los laboratorios de Florencio Varela habían representado un ícono del desarrollo nacional en tiempos de la Argentina industrial, el abandono de sus instalaciones hacia fines de siglo también tendría un carácter icónico.  En un país sumido en la peor crisis de su historia, su postal en el conurbano sur de Buenos Aires, estaría marcada por un cúmulo de esqueletos, restos de industrias abandonadas que reconfiguraban el espacio urbano como un gran vacío. Entre ellos, entre unos pastizales a metros de El Cruce, se podía distinguir el edificio abandonado de los laboratorios que alguna vez habían vertebrado el área.

La Jauretche y su impacto regional

Con la crisis de 2001 como punto de inflexión, en la Argentina, así como en otros países de América Latina, son elegidos nuevos gobiernos nacionales, populares y progresistas, que se asentaron en un modelo de recuperación de la soberanía económica, reconstruyendo parte del viejo andamiaje social que la había caracterizado durante gran parte del siglo XX. Y este proceso tendría un correlato en el entramado del conurbano bonaerense.

La decisión de ampliar la oferta de los estudios superiores a una mayor parte de la población implicó la creación de universidades públicas, gratuitas y geográficamente estratégicas. En el año 2009, bajo la presidencia de Cristina Kirchner, se aprueba la ley 25.576 que funda la Universidad Nacional Arturo Jauretche. Inaugurada oficialmente el 17 de noviembre de 2010, con la cesión de las tierras en enero de 2011 el viejo edificio de YPF comenzó progresivamente a tener otra vida.

 

La obra, a cargo del estudio Moscato-Shere, implicó la restauración, el reciclaje y la ampliación del edificio principal y de los pabellones anexos (premio a la mejor intervención en patrimonio edificado, SCA-CICOP-2012). El proyecto original se fue complementando con la integración de nuevos edificios, conforme al crecimiento exponencial de la universidad, fruto de la diversidad de carreras que fue incorporando y el sustancial incremento de ingresantes a sus aulas (3 mil en 2011, más de 11 mil en 2020). El proyecto continúa en la actualidad con la terminación de la sede del INTA, la construcción de laboratorios para el Instituto de Ingeniería (ejecutada con inversión del Fondo para la Convergencia Estructural del MERCOSUR) y la construcción de una sede en el predio del Instituto de Ciencias de la Salud, entre otras obras. 

Pese al  desfinanciamiento que sufrió entre 2016 y 2020 (junto a otras universidades del conurbano), la recuperación y la expansión de la estructura edilicia de la UNAJ se tradujo en nuevas aulas, oficinas administrativas, laboratorios de química e ingeniería, un auditorio y una biblioteca renovados, comedor estudiantil, campo de deportes, entre otras intervenciones. Pero estas obras no se entienden, sino en conjunto con una política de integración regional de la Jauretche, que implicó, entre otras iniciativas, la creación de carreras ligadas a las necesidades del territorio, la acción conjunta con el Hospital El Cruce, y el trabajo territorial junto a los municipios y las organizaciones sociales y sindicales de Quilmes, Florencio Varela y Berazategui. En síntesis, una institución pública de puertas abiertas, donde la formación de sus estudiantes se piensa de cara a las problemáticas sociales, ambientales y laborales de la comunidad que la envuelve.

 

De esta forma, el aspecto aparentemente “técnico” de la recuperación de un edificio emblemático no puede entenderse por fuera del marco político-cultural en que se inscribe. El impacto de la universidad como ámbito de investigación, de formación y de vinculación con la comunidad, otorga un carácter social al mercantilizado concepto de “desarrollo urbano”.  

Así, ya desde su nombre, referencia a uno de los mayores intelectuales del pensamiento nacional, la Jauretche planta bandera y su anclaje en el conurbano sur enhebra un discurso y una práctica donde el desarrollo territorial y la soberanía nacional son inescindibles. 

La elección de las tierras de los laboratorios de YPF es también la resignificación tanto simbólica como material de un terreno, apenas 14 hectáreas en la localidad de Florencio Varela, sobre las que alguna vez se erigió algo más que un edificio. Aquí, generaciones de trabajadores contribuyeron a la elaboración del patrimonio colectivo y eligieron ligar su lugar de producción al desarrollo de la comunidad de la que formaban parte. 

En esa senda es donde se inscribe hoy la Universidad Nacional Arturo Jauretche.

¹ Mediante el plan Houston (decreto 1443/85) el Estado decidió ofertar al capital privado 165 áreas para la exploración y la explotación de petróleo. Tres años más tarde, el Petroplan (que no fue aprobado por la oposición peronista en el Congreso) planteó “la creación de “Uniones Transitorias de Empresas” para la explotación en las áreas marginales, la creación de joint ventures de YPF con el capital privado en las áreas centrales, y la desregulación del mercado petrolero”. En: J. D. Benclowicz (2010).
Bibliografía
Palermo, H. (2013), “El corazón tecnológico de YPF: los laboratorios de Florencio Varela”, en Agencia Paco Urondo.
Basualdo, E. y Barrera, M (2015), “Las privatizaciones periféricas en la dictadura cívico-militar. El caso de YPF en la producción de petróleo”, en Desarrollo Económico, vol. 55, n° 216, pág. 279-304.
J. D. Benclowicz (2010), “La lucha contra la privatización de YPF en Tartagal y Mosconi, 1988 y 1991, revista “Trabajo y Sociedad” N° 15, UNSE.
Durán, C (2017), “Cecilia Duran: “Moderna” y “monumental”: arquitectura pública y prensa especializada”, Registros, Vol. 13, UNMDP.
Gorelik, A. (1987), “La arquitectura de YPF: 1934-1945. Notas para una interpretación de las relaciones entre Estado, modernidad e identidad en la arquitectura argentina de los años 30”, en Anales del Instituto de Arte Americano 25, pp. 97-106.
s/a (1972), Cincuentenario de YPF 1922-1972 . Una empresa al servicio del país, Ed. YPF, pág. 140-143.
s/a, (1943), “Laboratorio Investigaciones YPF en Florencio Varela”.  Revista Arquitectura, n° 267, febrero.
 s/a (1942), “El Laboratorio de Investigaciones de YPF”, en Boletín de Informaciones Petroleras, año XIX, n° 220, 1942, pág. 9-26.

Acerca del autor Matías Aizenberg

Profesor de Historia por la Universidad de Buenos Aires. Maestrando en Sociología de la Cultura y el Análisis Cultural (UNSAM). Actualmente se desempeña como docente en la UNAJ y en los programas académicos de SIT Study Abroad. Investigador de las políticas públicas vinculadas al espacio urbano durante el primer peronismo.

Una Universidad con nombres propios

Pensar y otorgar colectivamente el nombre a una universidad, un edificio, un aula, implica la decisión de inscribirse dentro de determinadas tradiciones políticas y culturales que, en pugna con otras, han ido forjando la historia argentina y latinoamericana. Desde su génesis, nuestra universidad recupera la figura de Arturo Jauretche como eslabón fundamental del pensamiento nacional y su nombre graba a la institución con su impronta, como un legado.

Este rasgo identitario se complementa, a su vez, con la denominación de los distintos edificios que forman parte de la UNAJ, en un proceso dual en donde el mismo reconocimiento a una persona, deja su sello filiatorio sobre la universidad y su comunidad. Sus trayectos y aportes al desarrollo de la sociedad sostienen la elección de esos nombres: 

Héctor Abrales, ingeniero desaparecido por la dictadura de 1976, crítico del entramado científico en tanto subsidiario de intereses extranjeros, promotor de la ciencia y la técnica como mecanismos de transformación social y liberación.

Silvio Dessy, médico, creador del Instituto Biológico Argentino -primer edificio industrial de Florencio Varela- y precursor de la industria de medicamentos a nivel nacional.

Manuel Savio, ingeniero, propulsor de la industria pesada, creador de Fabricaciones Militares y del Plan Siderúrgico Argentino en los años 40.

Julieta Lanteri, una de las primeras médicas del país, luchadora por los derechos civiles y profesionales de las mujeres en los albores del feminismo en Argentina.

Guillermo Hudson, naturalista y escritor reconocido en el mundo, nacido en una estancia en las tierras que hoy forman parte de Florencio Varela.

Juan Pistarini, ministro de Obras Públicas durante el primer gobierno peronista, artífice de emblemáticas obras de infraestructura, vivienda y esparcimiento. 

Alejandro Mayol, teólogo, músico, integrante de Sacerdotes del Tercer Mundo, secretario de Cultura de Florencio Varela con la recuperación democrática. Creador de diversas obras en donde se impulsa el encuentro entre arte, cristianismo y cultura popular.

Manuel Ugarte, intelectual y divulgador, autor de obras fundamentales en las cuales se denuncia al imperialismo y se llama a la unidad de las naciones latinoamericanas.

Homero Manzi, poeta fundamental del tango, representante de la cultura nacional y popular, tanto en sus letras como en su militancia política en las filas de Forja, junto a Arturo Jauretche.

Enrique Mosconi, ingeniero, primer director general de YPF, pionero de la política petrolífera en la Argentina como eje de independencia económica.

Ramón Carrillo, médico sanitarista y teórico de la salud pública, impulsor de una política sanitaria integral como primer ministro de Salud del país durante la presidencia de Juan Perón.

Al recuperar a estxs protagonistas de nuestra historia, la Jauretche -la primera universidad pública con “nombre propio”- se erige sólida desde sus cimientos. Soberanía económica, inclusión social, revalorización de la cultura local, una política científica propia y transformadora, son solo algunos de los preceptos que se desprenden de cada uno de los nombres elegidos y, de alguna manera, nos interpelan a quienes habitamos este espacio como estudiantes, como docentes, como trabajadorxs.

 

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