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EDIFICIOS DE LA UNIVERSIDAD

Silvio Dessy. Precursor de la industria nacional de medicamentos

Por Mariana Noelia Viale

Cada edificio de la universidad Jauretche tiene una placa que lo nombra. Personajes diversos.  El eco de esas vidas configuran los sentidos de la universidad. Los por qués que flotan en el aire de nuestra identidad. Historias malditas.

Recuerdo que cuando cursaba la escuela secundaria pasaba a menudo por un colegio llamado Silvio Dessy, ubicado en la calle Quintana, muy cerca del centro de Florencio Varela. Si bien me interesaba algo la historia (aunque mi principal interés era por las ciencias exactas), no recordaba haber leído nunca sobre un “prócer” nacional con dicho nombre; tampoco me resultaba familiar de las crónicas de la fundación de Florencio Varela con las que había trabajado tanto durante mi escolaridad. Resultó ser que estaba muy equivocada, Silvio Dessy fue un prócer de la ciencia nacional, bonaerense y varelense, un defensor de la industria nacional de medicamentos.

Silvio Dessy nació el 31 de Mayo de 1869 en la localidad de Dego, provincia de Savona, al norte de Italia. Estudió Medicina en la Universidad de Turín y egresó en 1893. Luego de escribir su tesis sobre Tuberculosis y especializarse en investigación médica, a fines del siglo XIX emigró a la Argentina ante el llamado de la gobernación de Buenos Aires para ocupar el puesto de Subdirector del Instituto Experimental de Higiene de La Plata. Con solo 29 años, desembarcó en América y debió viajar solo en el tren desde Constitución, ya que nadie había acudido a esperarlo. En su libro “Mi vida Americana” cuenta que viajó con su maletín lleno de microbios que había traído desde su tierra natal para iniciar sus investigaciones en nuestro país. Por decreto del poder ejecutivo firmado por el propio gobernador Guillermo Udaondo, asumió como subdirector el 22 de enero de 1898. Debido a la competencia que demostró para el puesto y la buena relación con sus compañeros, en un tiempo pasó a suceder a su maestro, el profesor Mercanti, transformándose en el director de la delegación. Durante esos años participó en la construcción y organización de laboratorios en el Hospital de Clínicas de la Universidad de Buenos Aires y en el Hospital Italiano. Por ese entonces se iba gestando la idea de fundar un instituto de punta para la producción de artículos medicinales.

El Instituto Biológico Argentino. Primer establecimiento industrial de Florencio Varela

Su historia en Florencio Varela comenzó a escribirse a principios de 1900 cuando Dessy empieza a diseñar lo que sería el Instituto Biológico Argentino. Es así que se inició la búsqueda de un lote de cierta extensión donde alojar los laboratorios y los animales de experimentación. Se eligió la localidad de Florencio Varela por encontrarse a mitad de camino entre la Capital Federal y la ciudad de La Plata, lugares donde los contactos y los vínculos científicos eran más fluidos. El terreno seleccionado como asiento de sus instalaciones tenía una extensión de seis hectáreas y fue comprado al Dr. Vatteone, pagando parte del mismo en acciones y otra parte con el dinero aportado por un grupo de comerciantes arriesgados que se animaron a invertir en el proyecto. El edificio se construyó en base a los planos trazados por el mismo Dessy, con la ayuda de los ingenieros Landi y Ballerini, y el equipamiento e instrumental de laboratorio se trajo desde Europa gracias a  sus contactos científicos en el viejo continente.

Fachada del Instituto Biológico en Florencio Varela

El Instituto se emplazó como el primer establecimiento industrial del Partido de Florencio Varela y cobró mucha importancia en la elaboración de sueros y vacunas durante la Primera Guerra mundial cuando, por el conflicto bélico, Argentina no podía importar dichos productos desde Europa. En su momento fueron pocos quienes adhirieron a la idea de Dessy, para la mayoría era impensado en aquel momento que la Argentina produjera sus propios artículos medicinales para dejar de depender de los laboratorios extranjeros. Nunca hasta ese momento los médicos argentinos habían recetado productos biológicos de origen nacional, y era de suponer que nunca lo harían. En este contexto, al Instituto le costó unos años insertarse en el mercado, pero en breve se inició un proceso de gran expansión, en particular a partir del éxito comercial de algunos de sus productos. Cabe destacar que las tierras sobre las cuales se había construido el Instituto eran muy fértiles, motivo que alentó a Dessy a realizar la siembra de plantas exóticas, para lo cual consiguió semillas de todo el mundo. La división de plantas medicinales fue llevada adelante por un gran amigo de Dessy, a quien conoció a su arribo a la ciudad de La Plata por aquel año 1898, el profesor Carlos Spegazzini. Dessy admiraba profundamente a su compatriota que había llegado a nuestro país unos veinte años antes que él y se había convertido en un reconocido botánico y micólogo. Con las plantaciones que pudieron adaptarse a las condiciones comenzó a desarrollar una serie de productos como el insecticida FU-FU, la harina para diabéticos DIAPAM, el ELIXIR DE BOLDO para enfermedades gastrointestinales, entre otros.

Con el correr de los años y apoyándose en el moderno bioterio de experimentación que incluía caballos, cabras, ovejas, conejos, ratones y hasta serpientes, se avanzó con la producción de sueros, vacunas y otros productos medicinales. Otro gran descubrimiento de Dessy en su rol de director técnico del Instituto Biológico fue el desinfectante de heridas ANTIBACTER, que tal como se puede leer en su etiqueta tiene como componente principal al hipoclorito doble de sodio y magnesio. Aunque muchos atribuían el descubrimiento del producto al francés premio nobel de Medicina Alexis Carrel, ya que fue él quien describió este desinfectante muy útil como antiséptico de heridas durante la guerra,  el ANTIBACTER ya se utilizaba previamente a este conflicto bélico. Por los mismos años Dessy retomó un negocio en el que antaño había querido incursionar, artículos elaborados a base de la sal del Lago Epecuén, la cual era extraída por un equipo de evaporación traído de Francia. Las mismas dieron origen a productos como sales de baño medicinales y agua purgante para afecciones gastrointestinales.

Una vez finalizada la guerra, precisamente en el año 1923, un periódico local de Florencio Varela publicó que “el Instituto Biológico Argentino adquirió un terreno de 1100 varas cuadradas, en la calle Rivadavia casi esquina Callao, en el que levantará una soberbia construcción de estilo moderno, de diez pisos de alto, en la que se invertirá cerca de un millón y medio de pesos”. Esta necesidad de construir un nuevo edificio residió en el crecimiento científico y comercial del instituto, el cual requería extender los laboratorios de Florencio Varela a Capital Federal. Al año siguiente empezaron las obras y se inauguró en 1927. Al acto asistieron el ministro del Interior, José Tamborini; el embajador de Italia, Martín Franklin; el presidente del Departamento Nacional de Higiene, Gregorio Aráoz Alfaro, y reconocidas personalidades del mundo científico. El edificio, diseñado por el arquitecto italiano Atilio Locatti con un estilo neoveneciano, fue declarado Monumento Histórico de la Ciudad de Buenos Aires. Desde fines de la década de 1940 el inmueble pertenece al Estado Nacional, el cual lo utilizó para diferentes delegaciones públicas. Actualmente es la sede de la Auditoría General de la Nación y se conoce como “Palacio Biol”.

Edificio del Instituto Biológico Argentino en la Plaza del Congreso (1927)

Una vez instalado en la nueva sede de la Capital, si bien el Instituto que dirigía Dessy tuvo algunas épocas difíciles, creció su prestigio científico a partir de las diversas publicaciones y de su “vademécum” que llegó a tener más de un centenar de productos obtenidos por su director técnico. Se abrieron nuevas secciones y se comenzaron a exportar los productos a varios países de América y Europa.

Un dato curioso tiene que ver con la casa de Silvio Dessy en Florencio Varela. Entre 1911 y 1925, Dessy viajaba diariamente desde su domicilio en Capital Federal hasta esta localidad, pero en 1925 se trasladó con su familia a un chalet construido exclusivamente para él, en la calle Quintana entre Belgrano y Tucumán; incluso allí nacieron sus nietos varelenses. Esta locación se solapa con la del actual establecimiento educativo por el que recordaba transitar, y es que el “Castillo del abuelo”, como se conoce a la propiedad, se encuentra en ruinas detrás de la Escuela de Educación Media N.º 1 Dr. Silvio Dessy, que recientemente cumplió 50 años de funcionamiento.

En su libro “Mi vida americana”, el Dr. Dessy cuenta que con el transcurso de los años se torció el destino del Instituto Biológico, lo que le generó diferencias con la administración, que no estaba a su cargo debido a que él siempre había ocupado el puesto de Director Científico dentro del directorio. Luego de varios años de malos balances, en los ‘40 el Instituto viró el carácter científico del directorio a uno de composición más comercial y administrativa. En ese momento Dessy delegó su puesto de director, quedando encargado solo de las publicaciones del instituto, hasta que en 1944 se alejó de su obra para siempre. En este mismo año escribió su libro, inspirado en sus vivencias en nuestro país.  Falleció siete años después, el 15 de julio de 1951.

El Instituto finalmente fue adquirido hace unas décadas por la familia López y actualmente la planta de producción sigue funcionando en los laboratorios de Florencio Varela, siendo una empresa nacional de capitales privados cuyo nombre comercial es “BIOL”. Casualmente la calle donde se encuentra la institución fue nombrada “Silvio Dessy” en honor a este hombre con una idea romántica de la actividad científica y una ferviente creencia por la industria nacional.
En el contexto actual de la ciencia en nuestro país, luego de haber transcurrido un siglo desde la introducción de los medicamentos de producción nacional y a pesar de que el acceso a la educación de grado y posgrado en ciencias aumentó y la tecnología progresó considerablemente, seguimos importando una gran cantidad de medicamentos y vacunas. Paralelamente asistimos a la emigración de científicos, la conocida “fuga de cerebros”: profesionales altamente calificados y especializados que, formados en el país y en su gran mayoría en la universidad pública, se ven imposibilitados de colaborar científicamente en beneficio de nuestra sociedad. Por el contrario, muchos se ven forzados a emigrar hacia países desarrollados desde donde luego nuestro país importa reactivos para diagnóstico, equipamiento y medicamentos. La triste realidad de científicos argentinos haciendo ciencia extranjera.

Campana del reloj del edificio BIOL. Plaza del Congreso

Es preciso tener en claro que la ciencia y la tecnología son fundamentales para el crecimiento social y económico de una nación, contribuyendo al desarrollo sustentable y a la independencia de economías extranjeras. Citando a otro científico ejemplar de nuestro país, el Dr. Bernardo Houssay, primer premio nobel latinoamericano en Ciencias y cofundador del CONICET, “la ciencia no es cara, cara es la ignorancia”.

BIBLIOGRAFÍA
Biscayart, Diana (2008), Instituto Biológico Argentino S.A.I.C: 100 años de historia, Instituto Biológico S.A.I.C.
Dessy, Silvio (1944), Mi vida americana, Vergara Editor.
Devoto, Fernando (2006), Historia de los italianos en la Argentina, Editorial Biblos.
Registro oficial de la provincia de Buenos Aires, 1898, Talleres de Publicaciones del museo.

 

Acerca de la autora / Mariana Noelia Viale

Licenciada en Biotecnología y Dra. en Ciencias Básicas y Aplicadas de la Universidad Nacional de Quilmes,  está realizando la Especialización en Docencia Universitaria en la misma casa de estudios. Autora de artículos científicos de investigación y divulgación en revistas nacionales e internacionales. Actualmente se desempeña como Profesional de la Salud en el Instituto Malbrán y como docente de Matemática Inicial en la UNAJ.

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