Notas

UN PROYECTO QUE SE RENUEVA

¡Feliz cumpleaños UNAJ!

Por Astor Massetti

A 12 años de la sanción de la ley que fundó la Universidad Nacional Arturo Jauretche

La Universidad Nacional Arturo Jauretche es el  fruto de los anhelos de prosperidad y crecimiento territorial de un pueblo y sus dirigentes. Lo es  también de la decisión de recuperar el patrimonio común, construido por las generaciones precedentes y descartado por el neoliberalismo excluyente,  piezas de una historia que marcaron de forma indeleble la identidad. Precisemos sobre este punto. Somos un territorio históricamente peronista, guardamos en la memoria la resistencia a la dictadura militar, somos una comunidad de reciente asentamiento marcada por las luchas populares de acceso a la vivienda. Somos parte de un territorio rural y urbano, de trabajadores agrarios e industriales que ha vivido la trágica aventura de la transformación regresiva neoliberal. Que ha visto deshilachar sus sueños con las políticas de los años 90’s; pobre, postergado. Víctima de la desinversión, la desindustrialización, la descentralización de la salud y la educación, deshecho de las privatizaciones.

Alentado por el llamado Consenso de Washington, el proyecto neoliberal despreció el proyecto de país con foco en el desarrollo energético autosuficiente, y libró a sus suerte el  emblemático edificio de los laboratorios de YPF que había sido inaugurado en 1942. Hoy este edificio octogenario es la sede central y el ícono de la Universidad Jauretche; resurge de las cenizas de un país pensado para pocos.

Para que ello fuera posible, aquellos anhelos hubieron de coincidir en el tiempo con la vitalidad de un proyecto de país que precisamente entendió la importancia de construir institucionalidad como la estrategia para que las políticas públicas perduren en el tiempo.

La UNAJ forma parte de las llamadas “universidades del bicentenario”, concebidas en la estrategia de enmendar desigualdades históricas y abrir nuevas oportunidades a partir de la inclusión socioeducativa como herramienta central y calidad en la formación como su correlato necesario.

El territorio sobre el que se irradia este anhelo, equidistante de las dos universidades más grandes de nuestro país, contiene a más de 2 millones de habitantes que ahora ven como posibilidad  cierta el acceso a la educación superior. La comprobación de su necesidad se verifica en las inscripciones que no han dejado de crecer cada año hasta alcanzar la cifra de 30.000 estudiantes. Su proyecto institucional está reconocido institucionalmente (acreditado) y forma parte activa del concierto universitario nacional.

Cada una de las universidades del bicentenario tiene su marca, algo que  destaca por sobre todas las cosas. La nuestra se define desde el comienzo por la elección de su nombre/homenaje a un intelectual crítico de la cultura y del rol de la universidad elitista y cipaya. Arturo Jauretche resuena como declaración ineluctable del destino al que aspiramos. En segundo lugar, nos definimos por la elección de carreras de alta demanda social,  necesarias para el desarrollo de nuestra patria. Además, nuestra impronta es sobre todo “poner el cuerpo”: exponerse y abrazar el compromiso de estar allí donde haga falta. Comprometerse en la transferencia afectiva y por ende de sentidos, que implica involucrarse en los proyectos de transformación de las vidas de nuestres estudiantes y de las urgencias de nuestra población. Y a partir de esta actitud, darnos la posibilidad de explorar cómo enraizar esos sentidos que circulan por los pasillos y las aulas de la UNAJ: solidaridad, compromiso social y fundamentalmente la conciencia de la posición transformadora que cada una y cada uno de éstas, primeras generaciones de estudiantes universitaries, tendrán en su territorio.

¿Cómo se logró este compromiso, cuál es nuestra receta? En sus inicios no quedó otra que importar docentes formades en distintas tradiciones y latitudes; de irles a buscar, de repatriarles. “Cada maestra con su librito”, como se dice; es decir tradiciones que pronto se mostraron inermes frente a las características de una comunidad completamente distinta: joven, demandante, organizada, popular y militante. Las recetas tradicionales dieron lugar a la creatividad, a la búsqueda de técnicas y metodologías para saciar una enorme expectativa sobre la universidad. Creatividad y enorme expectativa en un proyecto transformador de la vida de nuestro pueblo, en la búsqueda de la última actualización de conocimientos, de compartir los debates disciplinares que circulan en el mundo, de problematizar las perspectivas de desarrollo de las profesiones y los vínculos transdisciplinares. Es con esa complejidad que se  da calidad a la inclusión y herramientas al cambio social. Reservándonos siempre la insistencia de remarcar la importancia social y cultural, antes que pedagógica, de la Universidad. Que la mejor formación posible se logra a través de los encuentros y relaciones humanas en un clima de respeto mutuo. Que la universidad es un espacio de construcción colectiva y también de intimidad, reflexión y desarrollo personal, convivencial y comunitario. Pensando los cuerpos como acertijo disciplinar, pero también como identidades sexogenéricas cargadas de estigmatizaciones y voluntad  emancipatoria. Y a los problemas técnicos y dilemas mecánicos del mundo físico como procesos situados histórica y espacialmente en sistemas de dominación y desarrollo. Insistiendo que, con amor, con escucha solidaria y empatía se construyen ambientes sanos de intercambio que van más allá de la mera colección de saberes y que ello nos interpela desde el corazón cambiando nuestras vidas para siempre.

Estas palabras son, por supuesto, un elogio para lo que hemos construido en tan poco tiempo. Pero en perspectiva, para la vida de las universidades apenas estamos empezando. Con la renovación de autoridades, recién terminamos de empezar, se cerró el ciclo fundacional abierto por nuestro querido y admirado Ernesto Villanueva; historia viva de la universidad en nuestro país. El Dr. Arnaldo Medina, Arnaldo como lo llamamos todes, nuestro rector profundizará este hermoso proyecto con su impronta propia, con su compromiso y capacidad de trabajo; imponiendo nuevos desafíos para seguir imaginando, creciendo y emocionando. Tiene en sus hombros darle madurez al proyecto. Comprendiendo la importancia de las ciencias de la salud para nuestra comunidad, como demuestra la sinérgica relación con el Hospital de Alta Complejidad Néstor Kirchner, impresionante matrícula de estudiantes (miles de estudiantes de enfermería) y, dicho sea de paso, para festejar la primera camada de 50 médicas y médicos egresades de nuestras aulas. Y también la necesidad de las ingenierías para el desarrollo de nuestro pueblo, las clásicas y las más específicas (Ingeniería en petróleo, en transporte, la muy demandada ingeniería informática). En esta “refundación” deberemos reaprender a escucharnos y perfeccionar los procesos. A subsanar las necesidades que la pandemia ha abierto en lo epidemiológico, en lo psicológico, en las tramas sociales. También desenredar la compleja trama de fenómenos que implicó la implementación de la “educación virtual de emergencia” y encarar ahora el desafío de desandar inteligentemente ese camino volviendo a la presencialidad. Y todo esto luchando por revertir la crisis generada por las políticas expulsivas del gobierno de Cambiemos cuyas consecuencias económicas aún padecemos. Con la madurez y convicción que toda nuestra comunidad educativa organizada mostró cuando hubo que abrazar al hospital y cuando hubo que abrazar a nuestra universidad para resistir eso los embates.

A medida que avanzamos se fortalece una comunidad de trabajo que recrea vínculos con sus territorios de pertenencia, con otras disciplinas y con pares en todo el mundo. Así, las carreras comienzan a cobrar vida, a evolucionar junto a las coyunturas y situaciones sociales que demandan atención y capacidad de adaptación. Es allí cuando aparecen distintas iniciativas que intentan dar respuesta rápida a la cambiante realidad social; introduciendo desde debates y producciones académicas hasta acciones solidarias de respuesta a situaciones sociales críticas de la mayor de las prioridades.  Cultura popular, deportes, vinculación tecnológica, economía social y popular, talleres UPAMI, grupos FINES, vinculación educativa, sindical, política, investigación orientada a las problemáticas locales, intercambios internacionales, viajes de estudios, los Voluntariados como el “Vicente Ierace“ (que recorrió el país en plena pandemia), el voluntariado “Nietas y Nietos”, los voluntarios en comedores comunitarios, etc., etc. La universidad es el territorio, es la población que lo contiene, sus expectativas y esperanzas, su pasión.

Fueron estos años hermosos, pero también muy duros. Se nos viene un 2022 con más formación docente, más posgrados, más publicaciones, más investigación, más trabajo comunitario y voluntario, más innovación, con más graduades incorporándose en todo el territorio y dejando bien alto el prestigio de nuestra universidad. Madurando. Avanzando. Transformando ese emblemático “elefante blanco” que era el edificio de los viejos laboratorios de YPF en la sede de una pujante universidad referente en toda la región. En síntesis, vamos a seguir el camino de construir las instituciones y el sentido de lo público con la convicción de brindar lo mejor que tenemos e incorporar lo que aún nos falta. Y en ello, dejándonos transformar a todes, enamorándonos de la UNAJ, de su gente, de su comunidad universitaria organizada, sus representaciones gremiales, estudiantiles, graduades, de su proyecto.

Acerca del autor / Astor Massetti

Docente. Lic. Sociología, especialista en Antropología Social y Política, Dr. en Ciencias Sociales. Investigador IIGG/CONICET. Ex director carrera de Sociología (UNMdP). Ex Consejero carrera Sociología (UBA). Ex Consejero Superior (UNAJ) y vice Director del ICSyA (UNAJ). Actualmente es Consejero Superior UBA y Coordinador de Trabajo Social (UNAJ).

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