POLÍTICA

POLITIZACIÓN DEL ODIO V

Sobre algoritmos y militancias: lo que se viene

Por Astor Massetti

Redes sociales y “revolución liberal”

Pretextos

La elección presidencial tuvo un resultado que representa un desafío de interpretación. Los consultores de moda, luego de meses de pavonearse en los canales televisivos, ahora están pidiendo disculpas en las redes porque “no lo vieron venir”. Grandes intelectuales, estupefactos, propusieron quemar sus propios títulos y bibliotecas si, por alguna remota casualidad, triunfaba una propuesta que abiertamente enarbolaba consignas incongruentes, extemporáneas, retrógradas, misóginas, racistas y clasistas. Otros y otras incluso, sin compunción alguna y dispuestos a perforar el “cono del silencio” gorila, se apresuran a decretar la muerte de la última mutación del movimiento político que: a) impidió la revolución socialista en Argentina, ó b) pervierte la república con su perorata populista. ¡Calma señores! ¡Que nadie queme nada! Al contrario, todas y todos tenemos que aportar lo propio en una cruzada conjunta para romper los solipsismos y reconocer que en la era de las fake news, de la “posverdad”, las epistemologías posibles que sustenten hermenéuticas fructíferas requieren un esfuerzo extra.

Escribo esta nota en la coyuntura de la asunción del nuevo presidente. Esta mezcla entre vieja casta y caídos del catre intentará llevarse puestos todo lo que la Argentina ha logrado construir, con sus instituciones, con sus movilizaciones, sus acuerdos y encuadres políticos, con su sacrificio, en los últimos 100 años. Quizás los más enardecidos entre ellos (los que anhelan volver al siglo XIX) sólo estén ahí para servir de cortina de humo, para facilitar que los de siempre terminen el saqueo de lo que se dejaron “por falta de tiempo” en su gobierno anterior. Pero sea como fuere es un dato ineludible que debamos reposicionar el valor de lo público como organizador de la mayor ecuanimidad en la vida social; porque esto no está tan claro.

La magnitud de la derrota en el balotaje no oculta, sin embargo, que habiendo estado a 2,5% de ganar en primera vuelta, una gran proporción de la población argentina aún demanda salidas progresivas de las crisis. Incluso a pesar de indicadores económicos pésimos y desgaste propio de las diatribas de gobierno y que el candidato en cuestión era ministro de esa economía (¡!).  Esta adhesión demanda una gran responsabilidad dirigencial para reconstruir alianzas y clivajes de las que surja una representación política que sepa encauzar un movimiento transformador en la que será una Argentina mucho más desigual, injusta y política e institucionalmente violenta. 

No tener en claro que en la vereda de enfrente hay proyectos políticos, económicos y sociales activos, con recursos y redes internacionales es una concesión imperdonable.  Agustín Laje, intelectual orgánico de la ultraderecha argentina lo expresa claramente: “Entre bambalinas se abre un inmenso frente de batalla cultural por la conquista de la subjetividad que se pretende hecha a sí misma” (Laje, 2022, p. 306). La conquista de la percepción del mundo, convencer de que “te hambrean por tu bien” como forma sublime de dominación y para lograr extracción predatoria sin límites.

No es un único proyecto el que converge hoy tras el proceso electoral. Por ejemplo, el Rabbi Simon Jacobson, representante de la ultraderecha sionista neoyorquina, posiciona a Javier Milei como parte de una cruzada moral internacional, así como lo reivindica el exmilitar evangelista Jair Bolsonaro; pero es presuroso asumir que todos adhieren a la idea de “war for eternity” (Teitelbaum, 2020) mesiánica y milenarista en la que parece haber caído gran parte de las derechas mundiales. Coexisten en este proceso típicos “fachos” retro, con empresarios devenidos políticos, con tecnócratas mercenarios y “políticos profesionales” que reciclan su pertenencia (pero que coherentemente siempre apoyan proyectos antipopulares); menjunje en el que cada ingrediente compite por saber más amargo. Heterogeneidad que refleja la propia de la sociedad argentina apoyando este entramado; desde el importado evangelismo militante hasta el mero descontento desprevenido. Pero no se debe menospreciar la profundidad del arraigo de las ideas que circulan, ni su capacidad de dar respuesta donde nuestra cantinela ya no entona; y mucho menos subestimar el impacto de las técnicas que hacen posible su circulación y que son las que en definitiva ponen en jaque la construcción de procesos democráticos de emancipación popular.

La “técnica de la derrota”: del txt al fetichismo tecnológico

La tecnologización de la política a partir del uso de celulares tiene en nuestro país casi 20 años de vigencia. Cuando comenzó se reducía a la producción en serie de mensajes de texto convocando a movilizaciones en apoyo a Blumberg (2005). Según Mariana Moyano (2019) en su libro Trolls S.A., las redes sociales fueron patrimonio kirchnerista en sus orígenes. Desde entonces ocurrieron dos grandes procesos con impacto en las telecomunicaciones y en la producción de sentidos en general. Por un lado un enorme cambio en el modelo de negocios de medios que entre otras aristas incluye al proceso de digitalización de medios gráficos. Una forma de producir sentido se incorporó (el trolleo) a partir de la apertura de los comentarios en las notas de los medios gráficos devenidos en digitales (Massetti, 2009). Ese uso de las notas y sus márgenes fue un puntal para dar entidad a la figura de la “grieta” (Mariana Moyano atribuye su autoría al mismísimo Jorge Lanata) y que fuera explotada de manera intensiva para instalar una fuerza política (un movimiento cultural) en franco desprecio de lo popular. Por el otro, la re-territorialización de la comunicación. En la campaña electoral que llevó a Macri a la presidencia el despliegue técnico-conceptual que proviene de la derecha alternativa (bajo el paradigma “4chan” (Moyano, 2019) dio un salto importante. Con la asesoría de Cambridge Analytica (famosa por el escándalo del Brexit) y el cinismo de Duran Barba (todo es emoción nada argumento) el impacto de ese complejo técnico-conceptual fué mayúsculo. 

Eso sin embargo no alcanzó para asegurar la reelección de un Macri al que le costaba mantener el ritmo liviano del bailecito globero. El pueblo volvió a apostar por el peronismo. Y luego Alberto. Y luego la pandemia. Un condicionamiento de la macroeconomía que fue aceptado casi sin chistar y una vista gorda a dinámicas empresariales dudosas. 

Agustina Lassi me hace notar que “el error de Descartes, según Bruno Latour (Cogitamus), fue dejar incomprendidas a las máquinas y su modo de existencia singular. Este error no se puede permitir en el siglo XXI”. Las tecnologías portan y son casi exclusivamente sólo funcionales a las intenciones que las configuran. Los algoritmos funcionan clasificando extremos y extremando diferencias que permitan distinguir agrupamientos poblacionales accesibles automáticamente. Generando politizaciones extremas y encierros autorreferenciales (burbujas). Internet funciona también como una máquina de reproducir y extremar estereotipos y prejuicios. 

A partir de las experiencias de las elecciones del 2015 y el 2019 el nivel de profesionalización en la campaña electoral fue mucho mayor. El equipo de Massa supo pelearla con los reels basados en recortes de las múltiples apariciones del maratónico candidato. Incluso se contrataron sagaces consultores brasileros (eficaces competidores al bolsonarismo) que produjeron spots con IA que apuntaban a “lo afectivo”; noción incorporada a nuestra campaña por los consultores catalanes discípulos del ya avejentado Duran Barba. Pero sin dudas fue tardío e ineficaz en términos de reversión del clima cultural.

En esta elección, además (y a diferencia del 2015) cada militante tomó sus redes con convicción y seriedad, tratando de ir contra corriente del vaciamiento de contenidos políticos con largas reflexiones; o intentando adaptarse buscando cositas que tuvieran impacto. Esto fue también ineficaz. Que una persona postee una fotito oportuna y que otras dos le den like en Facebook no es competencia contra el servicio mercenario de corporaciones que comulgan con ideales de ultraderecha y que persiguen la gobernanza global a través de sus APPs

Sin embargo quedó instalado un fetichismo tecnológico cándido e inútil que se enfrenta a la consistente e infinita fuerza bruta de las redes. Hay miles de estudios al respecto (iArguete y Calvo, 2023). Además de lo ineficaz de una política de comunicación desarticulada, lo peor es que seguimos negando los impactos negativos sobre la estabilidad emocional, social, económica y política de la población que tienen las redes sociales. Seguimos negando que producen adicción, depresión, angustia, ansiedad; seguimos negando que entregan millones de microdatos que perfilan historias de vida de millones de personas; etc. Millones de dólares puestos para dirigir mensajes diseñados para impactar en poblaciones concretas, imponen sus intereses configurando expectativas y estados de ánimo a través de herramientas transnacionales que no resisten ningún control legal. Es serio.

De la “revolución de la alegría” a la “revolución liberal” y las continuidades

Seguimos pagando consecuencias enormes por empujar acrítica y compulsivamente a toda la población a relacionarse a través de las redes sociales; abandonandolos en la infoesfera del semiocapitalismo (Berardi, 2021) donde rige la infocracia (Byun-Chul, 2022). Han proliferado “rupturas” en las formas de experimentar y comprender el mundo en un contexto cultural que sigue aún en la inercia de las ingenierías sociales del aislamiento (ASPO y DISPO). Ingenierías sociales que el gobierno de Alberto Fernández tomó como una campaña moral personal que le estalló en la cara de múltiples maneras. Mientras, las corporaciones de la comunicación (APP, productoras de contenidos, productores de smartphones y proveedores de banda ancha) se posicionaron para avanzar sobre sectores e instituciones que aún no habían logrado controlar. Lo que Naomi Klein llamó “Screen New Deal”, algo así como un nuevo contrato social de las pantallas que se sitúan como la mediación obligatoria para múltiples aspectos de la vida cotidiana (Klein, 2020). Un puñado de empresas delinean los recorridos mentales que diariamente vas a hacer sin ejercer mayor violencia: cada persona se autosuministra su dosis de dopamina casi sin parar. 

Lo social es parte, ya que los seres humanos se agregan para sobrevivir. Estos tienen la capacidad de ser muy eficientes en su organización. Sus estrategias de supervivencia dependen de acuerdos. Acuerdos que deben asumir múltiples puntos de vista sobre qué priorizar y qué postergar para llegar a realizarse. Las corporaciones traen el conflicto sobre la resolución de la capacidad colectiva de supervivencia a la agenda política y cultural de forma negativa: asociando sus propios intereses al bienestar general; lo que es una contradicción en sí misma. 

Como señala Gastón Garriaga (2022),  se trata de la capacidad de producir una visión del mundo, de resignificar nuestra práctica cotidiana en clave con la fortaleza del neoliberalismo. A tal punto que llega a expresarse como adhesión a proyectos políticos abierta y expresamente antipopulares.

Pero ¿cómo reinstalar el sentido de lo común en clave propositiva en un mundo cuyo mainstream cultural es la recompensa emocional inmediata? Mainstream cultural donde nos auto suministramos cientos de dosis diarias de visiones individualistas, cortoplacistas, superficiales, que atentan a la autopercepción de los cuerpos, que los objetivizan y transforman en mercancía, que nos ofrecen una mirada solitaria y banal de una vida que ocurre en otro lado y de la cual para ser parte se debe deshacer la propia materialidad reemplazándola por una reconfiguración escenográfica digna de ser selfiada.

La posibilidad de la pregunta ya es algo debido a lo difícil que es sortear el cerco del consumo cultural. Su respuesta será una construcción colectiva intergeneracional. Esta nueva institución (el smartphone) ha desplazado la centralidad semántica de todas las demás instituciones y corroyó con más velocidad y densidad que otras instituciones la legitimidad misma de la organización social. La institución Smartphone deberá ser observada, revisada y regulada como otras instituciones que fueron en su momento “El” paradigma y hoy son residuales (Por ejemplo: Manicomios).

Mientras tanto, vuelvo a insistir como hice antes (Massetti, 2023), la educación superior tiene mucho que decir y hacer al respecto. Es misión de la universidad la recuperación de la lectocomprensión y la expresión escrita en pos de hacer accesible la capacidad de análisis crítico que permita discernir la pertinencia del mundo memético (analfabeto y acrítico de por sí) y de su eficacia para organizar nuestras decisiones sobre lo colectivo. 

Bibliografía.

Aruguete, N. y Calvo, E. (2023). Nosotros contra ellos. Buenos Aires: Siglo XXI.

Berardi, F. (2021). El tercer Inconsciente. Buenos Aires: La caja Negra.

Byun-Chul, H. (2022). Infocracia. Buenos Aires: Taurus.

Garriaga, G. (2022). Tecnopolítica y Tercera posición. Buenos Aires: Peña Lillo.

Klein, N. (2020). Cómo las grandes tecnologías planean beneficiarse de la pandemia. Disponible en: [https://attac.es/naomi-klein-como-las-grandes-tecnologias-planean-beneficiarse-de-la-pandemia/]

Laje, A. (2022). La batalla cultural. Reflexiones críticas para una nueva derecha. Buenos Aires: Hojas del sur.

Massetti, A. (2009). Los movimientos sociales dicen. Buenos Aires: Nueva Trilce

Massetti, A. (2023). De la batalla cultural a la querella de microideas. En revista Mestiza. Disponible en: [https://revistamestiza.unaj.edu.ar/de-la-batalla-cultural-a-las-querellas-de-microideas/]

Moyano, M. (2019). Trolls S.A. La industria del odio en internet. Buenos Aires: Planeta.

Nocetto, L. (2021). Democracia, opinión pública e intereses corporativos. En: Benente, Mauro y Conno, Diego (comps). Democracias constituyentes. Buenos Aires: Editores del sur.

Stefanoni, P. (2021). ¿La rebeldía se volvió de derecha? Buenos Aires: Siglo XXI.

Teitelbaum, B. (2020). War for eternity. New York: Harper Collins.

Acerca del autor / Astor Massetti

Docente. Lic. Sociología, especialista en Antropología Social y Política. Doctor en Ciencias Sociales. Investigador IIGG/CONICET. Sub Director del Observatorio de Educación Superior. Director de Coordinación, Gestión y Curricularización de Procesos de Enseñanza Territoriales y Educación Popular (SPyT/UNAJ) y Coordinador de Trabajo Social (ICySA/UNAJ).
Fue director carrera de Sociología (UNMdP), Consejero en carrera Sociología (UBA), Consejero Superior UBA, Consejero Superior (UNAJ) y Vice Director del ICSyA (UNAJ).

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