Economía

MENTIRAS DE LA TEORÍA DOMINANTE

Salarios y productividad

Por Ariel Dvoskin

La teoría económica “marginalista” propone que la baja de salarios favorece el aumento del empleo. Pero ¿es real que si los salarios bajan aumentan los puestos de trabajo? Entonces, ¿si los trabajadores piden aumentos en sus remuneraciones, están perjudicando sus intereses?

En esta nota se reflexiona sobre la teoría económica dominante -o marginalista- sobre los salarios. Para ello, primero se expone de manera simple en qué consiste dicha teoría. Esta visión sostiene que los salarios deberían ser el resultado de la interacción entre la demanda y la oferta de trabajo. El salario se ubicaría así en aquel nivel que equilibra, o “vacía”, el mercado de trabajo.

Salarios y empleo. Trabajadores en una parcela de tierra

Ahora bien, si asumimos por simplicidad que la cantidad de trabajadores disponibles en la economía es un dato, ¿qué es lo que determina la demanda de trabajo? Adelanto la consideración que, a diferencia de un bien de consumo cualquiera, el trabajo no genera ninguna satisfacción directa en el comprador, por lo que no es suficiente que el salario disminuya para que una firma decida contratar más trabajadores. La respuesta marginalista puede resumirse a partir del siguiente ejemplo: supongamos una empresa que vende manzanas. Tiene a disposición una parcela de tierra de calidad homogénea (es el factor “fijo”), y debe decidir cuántos trabajadores contratar. Un trabajador promedio cobra 100 pesos diarios y el precio de cada manzana es de 20 pesos. Supongamos además que el primer trabajador, trabajando la tierra en soledad, produce 7 manzanas. Si se incorpora un trabajador adicional, al permitir la división de tareas que antes un único trabajador realizaba en su totalidad, la producción se incremente en más del doble, digamos a 16 unidades. Podemos cuantificar la contribución adicional del segundo trabajador, o “producto marginal”, sustrayendo del producto total (16 manzanas) aquella cantidad que ya producía el primero (7), es decir 9 manzanas. Es incluso posible que con un tercer trabajador la producción de manzanas aumente todavía proporcionalmente más, a 26 unidades (en este caso el producto marginal del tercer trabajador será de 10 manzanas).

Sin embargo, si continuamos sumando trabajadores a la misma parcela de tierra, llegará un momento en el cual la contribución adicional disminuya. A la larga, la competencia por un mismo espacio físico obligará a los trabajadores a molestarse unos con otros, disminuyendo la contribución de un trabajador adicional respecto del anterior. Así, por ejemplo, el cuarto trabajador solo será capaz de aportar 6 manzanas, el quinto 4, el sexto 3, el séptimo 2, y eventualmente puede ocurrir que, si ya hay demasiados trabajadores, el producto marginal de un trabajador adicional sea cero. Se dice que operan los rendimientos marginales decrecientes. Por otro lado, esto es muy razonable: si fuera posible incrementar la producción de manzanas indefinidamente en una misma parcela de tierra, toda la producción mundial de manzanas podría realizarse en una parcela de tierra de una hectárea.

Entonces, ¿cuánto trabajo contrata la empresa? En busca de su mayor rentabilidad posible, compara el beneficio de contratar un trabajador adicional con el costo del mismo (100 pesos). ¿Le conviene contratar un trabajador? Claramente sí: contratándolo obtiene 7 manzanas, que vende por un total de 140 pesos (20 x 7), y solo paga 100 pesos como salarios: obtiene una ganancia neta de 40 pesos. Lo mismo ocurre con el segundo y el tercero, que le reportan ganancias netas de 80 y 100 pesos respectivamente. Si bien, producto de los rendimientos decrecientes, por el cuarto obtiene ingresos por ventas menores que por el tercero, todavía es conveniente contratarlo porque los beneficios netos son positivos (20 pesos). Pero ya con el quinto trabajador las cosas cambian: éste, que aporta solo 4 manzanas, genera un ingreso de 80 pesos, pero tiene un costo de 100. Incorporar a ese trabajador reduciría en 20 pesos su ganancia neta. Conclusión: la empresa contrata 4 trabajadores. Pero si el salario cayera a 75 pesos, ese mismo cálculo racional y egoísta haría a la empresa contratar un trabajador más, porque ello le generaría una rentabilidad neta de 5 pesos (80 pesos menos 75 de costos). Es así que, comparando el salario de mercado con el producto marginal, la empresa decide su nivel de empleo. Y dado que ese mismo razonamiento puede extenderse a todas las empresas, el marginalismo propone que esta es la base para determinar el trabajo total que se demanda para cada nivel de salarios. Y también para justificar el argumento de por qué una caída del salario incrementa el empleo agregado.  

Ahora bien, notemos que fue necesaria una caída poco importante para que el empleo aumente. En este caso, se dice que la demanda es “elástica”: el incremento en el empleo sería mayor que la caída del salario, por lo que la masa salarial (salarios por cantidad de empleados) aumenta. Los trabajadores en su conjunto estarían mejor que antes. La conclusión para la teoría marginalista es clara, toda traba al libre juego de la oferta y la demanda -restricciones legales, salario mínimo, el accionar de los sindicatos- termina siendo perjudicial incluso para los propios trabajadores.

Salarios y empleo. Trabajadores en una empresa de taxis

Sin embargo, hasta ahora asumimos que los trabajadores no usan medios de producción (tractores, rastrillos, etc.), o “capital”. Cuando se incorpora este aspecto central de las economías capitalistas, las conclusiones se modifican sensiblemente. Veamos por qué. Hasta el momento suponíamos que una misma cantidad de tierra podía combinarse en proporciones variables con los trabajadores. Cuando en lugar de tierra el factor fijo es el capital las cosas cambian. Las proporciones en que un bien de capital puede combinarse con el trabajo está rígidamente determinado por el método productivo en uso. Y si bien es cierto que un mismo bien pueden ser producido de distintas formas, cada una de ellas involucrando distintas cantidades de trabajo, cuando hay medios de producción cada una de esas formas requerirá, un general, distintos tipos de bienes de capital.

Para hacer la cuestión más concreta, supongamos que en lugar de manzanas consideramos el bien “viajes en taxi”, y en lugar de tierra, el factor fijo es la totalidad de taxis disponibles, cada uno de los cuales se usa normalmente 10 horas por día. Claramente, a cada taxi corresponde un único trabajador. Si el primer trabajador puede hacer 20 viajes por día, a un promedio de 100 pesos por viaje, el dueño de un taxi obtendrá 2.000 pesos diarios. Dejando de lado los costos de la nafta, etc., a cualquier salario inferior a esa cifra es conveniente contratar un chofer. Asumamos una oferta de 100 taxistas y 100 taxis disponibles. Ello permite emplear a cada uno de ellos, digamos a un salario de 300 pesos. Si por alguna razón la oferta de taxistas se incrementa, el libre juego de oferta y demanda debería hacer caer el salario lo suficiente como para dar empleo a la totalidad (mayor) de taxistas disponibles. Ahora bien, cuando el salario empieza a caer, ¿conviene a los dueños de taxis incorporar más trabajadores a su flota? La respuesta en este caso es no. Porque por más de que caiga el salario, ¡a cada taxi sigue correspondiendo un único taxista! En otras palabras, el producto marginal del segundo taxista, en un mismo taxi, es cero.

Podría objetarse que el segundo taxista podría trabajar sus 10 horas por la noche, cuando el primero descansa. Pero en este caso estaríamos violando el supuesto de que, ante el incremento en el número de trabajadores, el uso del factor fijo se mantiene constante (lo cual también implica mantener constante la intensidad de uso). Duplicar las horas de uso del taxi equivale a duplicar la cantidad de taxis, para una intensidad constante. Lo único que puede ocurrir con la caída del salario es que trabajadores desocupados reemplacen a los trabajadores ya ocupados, porque están dispuestos a cobrar un salario menor al salario de mercado. Pero este tipo de competencia no tendría ningún sentido: una vez que el ex chofer del taxi es ahora quien no posee trabajo, es suficiente que sea ahora él quien disminuya su salario pretendido para quitarle el puesto al nuevo empleado. Y así sucesivamente, generando el único efecto de hacer caer el salario a cero sin generar siquiera un incremento en el nivel de empleo.

Si se acepta esta explicación, ello nos conduciría a aceptar la posibilidad de salarios cero en equilibrio, o de fuertes oscilaciones en los salarios ante pequeñas variaciones en la oferta de trabajo (basta que la oferta se incremente en una unidad de trabajo para que el salario de los taxistas caiga directamente a cero). Todo esto atenta contra la capacidad de la teoría marginalista de explicar la realidad, ya que esos comportamientos no han sido jamás observados, incluso bajo situaciones de fuerte desempleo. Tampoco es razonable asumir que el salario, aunque no descienda a cero, lo haga a niveles muy bajos. Después de todo, hay un nivel mínimo de salario que la teoría debe suponer que se obtiene en el mercado: aquél que debe permitir la subsistencia de los trabajadores. Si ese nivel no se garantiza porque la demanda es muy inelástica, la capacidad de la teoría de explicar la realidad es muy limitada. A todos estos dilemas, el marginalismo del siglo XX no ha sido capaz de dar respuesta.

Los trabajadores saben

Por otro lado, si el accionar de las fuerzas del mercado no es capaz, a través del ajuste del salario, de aumentar el empleo, es esperable que los trabajadores hayan aprendido de su propia experiencia que competir entre ellos no es beneficioso, incluso desde un punto de vista puramente egoísta. Y también, que normas de solidaridad implícitas que observamos al interior de la clase trabajadora y la legislación explícita, fruto de la agrupación en sindicatos, etc., no deben ser vistas como “rigideces” que atentan contra el accionar de las fuerzas de la oferta y la demanda -como afirma el marginalismo-, sino como una reacción natural ante la desprotección que brinda el mercado. Como gustaba decir a quien, en la opinión de quien escribe es uno de los más grandes economistas del siglo XX, Pierangelo Garegnani, “las rigideces salariales son una consecuencia, y no una causa, del desempleo”.

Acerca del autor Ariel Dvoskin

Doctor en Economía. Investigador IDAES-CONICET y profesor de Análisis Microeconómico y Microeconomía Avanzada de la carrera de Licenciatura en Economía de la UNAJ

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