Economía

LOS PRECIOS Y SU RELACIÓN CON LA POBREZA

Ricardo (David) y el hambre

Por Norberto E. Crovetto

Una interpretación ricardiana sobre el hambre a nivel global

La división internacional del trabajo y la teoría de los costos comparados fundamentó el “librecambismo” como organización del sistema económico mundial. Como es sabido, ha sido el razonamiento básico para que los países con una dotación de recursos naturales altamente productivos y, por tanto, con bajos costos de producción comparativamente al resto del mundo, deberían tener una política económica librecambista, exportando bienes intensivos en el uso de un recurso natural, como los cereales, o los minerales o el petróleo, a cambio de productos manufacturados. Una política industrial resultaría equivocada para un mejor bienestar del pueblo, pues se obtendrían manufacturas más baratas por medio del comercio internacional.

El argumento central, como en todo el pensamiento económico sajón, consistía en partir de la hipótesis de la existencia de un libre mercado internacional sin otras barreras que las naturales, para demostrar que tal situación era conveniente para todos los países. El argumento consistía en admitir que hay países que están en una mejor situación que otros, pero que, a pesar de ello, y aun así, les era conveniente y posible realizar el intercambio. El ejemplo canónico, que figura en casi todos los manuales de comercio internacional como en los de introducción a la economía, parte de considerar dos países y dos bienes. Donde un país, digamos Inglaterra, es menos productiva que Portugal en ambos bienes, vgr. tela y vino. Para Inglaterra, dada la productividad de uno de los bienes, la tela es más barata que el vino, es decir, para adquirir 1 unidad de vino es necesario intercambiarla por, supongamos, 1,2 unidades de tela. En Portugal, por el contrario, la tela es más cara que el vino, de modo que se requiere menos tela para intercambiar por una unidad de vino, supongamos 0,9. En estas condiciones los comerciantes portugueses intentarán exportar vino dado que es más caro. El precio a vender en Inglaterra deberá ser mayor que 0,9 pero menor que 1,2 por unidad de tela. 

Imaginemos que realizan las transacciones por el valor unitario, 1 unidad de vino por una unidad de tela. Ambos países salen beneficiados, Portugal con la exportación de vino consigue más tela que si la produjera nacionalmente, un 11% más.  A Inglaterra, también le conviene, pues con la exportación de tela tiene un ahorro del 20% (antes le costaba 1,2 lo que ahora le cuesta 1). Dado que los valores son el resultado de la productividad para elaborar cada bien en cada país, resulta que los de menor valor son la consecuencia de una mejor productividad. Ambos países van a comerciar los bienes “más baratos” y, por lo tanto, obtendrán por el mismo esfuerzo productivo una mayor cantidad de bienes, Portugal más tela e Inglaterra más vino que en la situación sin comercio. Este es el argumento central del principio del librecambio internacional.

Toda esta argumentación suele atribuirse al célebre economista clásico inglés de comienzos del siglo XIX David Ricardo. Pero, ¿es esto lo que planteó Ricardo? Al menos no completa todo el planteo del autor. El capítulo VII de sus Principios de Economía Política y Tributación, sostiene algunas ideas que la cuestionan. En primer lugar, luego de explicar la teoría sobre la base del ejemplo teórico de Inglaterra y Portugal, dice lo siguiente: “Supongamos ahora que en Inglaterra se descubre un procedimiento para hacer el vino, por el cual resultase más beneficioso producirlo que importarlo; entonces en este país una parte del capital se trasladaría del comercio exterior al interior; así, dejarían de fabricarse tejidos para la exportación y se elaborarían vinos para el propio consumo. El precio del vino se regularía por estas nuevas condiciones; el vino aquí bajaría, mientras que los tejidos continuarían con su precio anterior, y en Portugal no tendría lugar alteración alguna en los precios de ambas mercancías.” Es decir, Ricardo no solamente no desecha el proceso de industrialización de un país, sino que lo analiza y realiza sus conclusiones y conveniencias. De modo que la interpretación que está en los manuales omite la continuación del razonamiento ricardiano y se transforma en una verdad a medias que termina siendo una mentira.

Pero hay algo más en las ideas originales de Ricardo, luego de ese análisis sostiene: “el tipo de beneficios no puede aumentar jamás, si no es por una baja de los salarios, y no puede haber una baja permanente en los salarios si no es por una baja en los artículos de primera necesidad en que son gastados”, y agrega más adelante en el mismo capítulo “(L)os beneficios, nunca se repetirá demasiado, dependen de los salarios, no de los salarios nominales(…) sino del número de horas trabajadas para obtener esas libras”.

Así, los beneficios y la acumulación de capital dependen del precio de los bienes de primera necesidad en que se gastan los salarios o bienes salarios; el valor de los bienes de primera necesidad es central para que la economía invierta y crezca. Pero si, por el propio crecimiento es necesario producir más bienes salario y se debe utilizar tierra menos fértil, la tendencia es a un aumento sostenido de su precio y una caída de la ganancia. Las soluciones propuestas por Ricardo son: dedicar recursos a aumentar la productividad en la producción de bienes salario o importarlos desde donde, a causa de su disponibilidad de tierra fértil, su valor sea menor. Fue la época de las disputas políticas en Gran Bretaña respecto de la llamada “ley de granos”, con una activa participación de Ricardo. Este razonamiento fue el puntapié inicial para la formación de la relación centro-periferia con hegemonía inglesa y el matrimonio de intereses entre la industria inglesa y el campo argentino. La teoría de las ventajas comparativas se transformaron en el credo de la inteligencia oligárquica, pero “escondiendo” la posibilidad de dedicar recursos al desarrollo industrial.

 Es demostrable que los salarios de los obreros alemanes, franceses, ingleses y de los EEUU requieren de menos horas trabajadas para comprar los bienes salariales. Entonces, si los salarios son “más baratos” los beneficios deben ser mayores en los países centrales que los de las empresas en los países exportadores primarios o periféricos. Estos, para tener una tasa de beneficio igual, deben tener precios más altos que en los países centrales. Es lo que Samir Amin, economista egipcio recientemente fallecido y teórico del subdesarrollo, sostiene: que ya en el planteo original de Ricardo existe una relación de intercambio desigual entre el centro y la periferia del capitalismo.

Mirando la actualidad cabe preguntarse si los efectos de los precios de las materias primas y de los alimentos serán similares para todos los países. Su elucidación requiere partir de la estructura sistémica que resulta de la relación centro periferia.

Comencemos por analizar el centro, compuesto por países donde la participación directa e indirecta de la industria en el producto es significativa con relación al resto de los sectores. El aumento del costo de los alimentos y de la energía, o para decirlo sintéticamente, del costo de vida, resultará en un gasto menor en bienes industriales de los asalariados. La caída de las ventas en el sector industrial, si no hay políticas económicas compensatorias, tendrá como resultado menor empleo industrial directo y de los servicios derivados de la actividad industrial y, por lo tanto, en general un menor nivel de vida, pero un aumento importante de la pobreza de los sectores migrantes sobre los que presumiblemente se descargará la crisis.

En la periferia, el aumento de los precios de las materias primas y de los alimentos tendrá consecuencias en una mejora de los ingresos del sector primario, fundamentalmente de la renta. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurría en el siglo pasado, hay una alta concentración de las empresas productoras y comercializadoras, de modo que el poder de negociación frente a la renta de la tierra es mayor, con lo cual, es previsible que aumenten su tasa de ganancia. Asimismo, los precios internos tendrán una tendencia a aumentar difícil de controlar, a menos que se modifiquen significativamente los instrumentos y las relaciones políticas actuales, y la caída de la capacidad adquisitiva del salario, en este caso total, aumentará la pobreza y el hambre.

La Historia está plagada de situaciones donde la distribución regresiva del ingreso y el “hambre” fueron la principal consecuencia de las crisis globales del capitalismo que resultaron en graves conflictos para la humanidad.

Acerca del autor / Norberto E. Crovetto

Licenciado en Economía (UBA) profesor de Historia del Pensamiento Económico (UNAJ y UndAv), de Historia del Pensamiento Económico Nacional (UNAJ) y Teoría Económica en América Latina (UndAv, CCC de Historia).

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