Notas

HISTORIAS CON EL CUERPO

Microrrelatos incómodos

Por Daniel Novak

Narraciones muy cortas, de una página o menos, que intentan transmitirnos una realidad para reflexionar e interpelarnos sobre nuestras convicciones. Casi nunca son una historia completa, sino tan sólo una parte, que nos abre un abanico de posibilidades sobre el desenlace, si es que hubo alguno. En esta entrega Daniel Novak nos invita a repensar situaciones o episodios que, a pesar de su aparente banalidad, pasan a formar parte, sin darnos cuenta, de nuestra forma de ver la vida.

 

I

INTUICION

Abel era un caso raro en ese barrio pobrísimo de Monte Chingolo. Hijo de un dirigente gremial metalúrgico de Avellaneda, lo que no era poco decir a principios de la década de los 70’s, era un chico “blanquito” en un barrio donde casi todos eran “morochitos”. Quizás por eso, por la condición de su padre y porque tenía pasta de conductor, era el líder de una barrita de chicos, en su mayoría hijos de desocupados y changarines, que con suerte habían terminado la primaria y andaban errando por las esquinas de ese barrio sin pavimentos ni veredas.

En nuestra ingenuidad militante setentista habíamos llegado al barrio de la mano de la empleada doméstica de una tía que vivía en el centro de Lanús, timbreando casa por casa para afiliar al Partido Justicialista que iba a terminar en las urnas con la dictadura de Lanusse. Todas las puertas se abrían sin precauciones para llenar las fichas que portábamos como enviados de Puerta de Hierro y compartíamos el mate con gente desdentada que en algunos casos padecía el mal de Chagas, acarreado desde sus provincias de origen; la foto del General en su caballo blanco y las de Evita con todos sus oropeles presidían esas tertulias desde una pared sin revocar o una vieja cómoda desvencijada.

Caso curioso fue el de doña Paula y don Genaro, paraguayos radicados desde hacía años en el barrio, que tenían una casa humilde pero grande y de material, en lugar de madera y chapas como la mayoría. Allí hacíamos las reuniones políticas con los chicos conducidos por Abel, en las que los anfitriones brindaban hospitalidad para que los chicos merendaran con verdadera fruición. Don Genaro conservaba y exhibía con orgullo, como trofeos de guerra, los “caños” que armaba y hacía estallar durante la Resistencia Peronista del ’56.

El acto de cierre de la campaña electoral fue en la cancha del club Atlanta y allí fuimos con Abel, doña Paula y don Genaro y algunos de los chicos de la barrita, porque la mayoría alegó que no tenían el dinero para viajar y no aceptaban que les pagáramos nosotros. Cuando volvimos la casa de los paraguayos había sido “reventada”, todo estaba revuelto y se habían llevado lo poco de valor que había. 

Doña Paula, presurosa y acongojada, se lanzó al lavarropas, de donde sacó un reloj de oro que le había regalado a Don Genaro cuando se jubiló la empresa donde había trabajado 30 años. Aliviada dijo: “lo escondí porque me la veía venir”. Abel, rojo de furia y vergüenza, salió eyectado en busca de los chicos que no habían venido con nosotros y sólo volvió a aparecer cuando pudo, por las malas, recuperar y restituir parte del botín saqueado algunas semanas después.

II

MALBEC

La noche estaba lluviosa, con esa llovizna débil que sólo sirve para embarrarse y ensuciar el auto. El semáforo da paso cuando el siguiente pasa de amarillo a rojo; típica onda roja de las avenidas del Conurbano Bonaerense, corroborada por la presencia de una nube de limpiavidrios.

-¡Cómo joden estos tipos! —me dice Sergio con fastidio —, ¿qué me van a limpiar con este día de mierda?

-Pobres —le contesto con voz compasiva —. Andá a saber cómo viven para que tengan que hacer esto.

-¿Vos te creés que porque yo les tire una moneda les voy a cambiar su forma de vida a estos sátrapas? Además ni siquiera me quedan monedas; para transitar por el Conurbano necesitás más monedas que nafta. Ahí viene, ahora me pide una ayudita porque tiene la nena internada o porque tiene SIDA.

-Hola, Jefe —dice una boca desdentada que a pesar de eso no perdió la simpatía, asomada a la ventanilla que Sergio mantenía abierta —. Qué día, ¿no?

– Y, sí —le responde Sergio con una amabilidad que no condice con su fastidio –supongo que no vas a querer limpiarme el parabrisas con este día…

– No, Jefe, lo que le iba pedir es una ayudita para el malbec —dice aún más sonriente la boca desdentada y desmolada.

– ¿Una ayudita para qué? —pregunta Sergio incrédulo.

– Para el malbec, Jefe. Con este día algún gustito hay que darse.

– ¿Vos me estás pidiendo plata para vino? —repregunta Sergio con una sonrisa cómplice, opuesta al fastidio inicial y manoteando el bolsillo trasero del jean, donde guarda siempre su billetera.

– Claro, Jefe, a esta altura no le voy a mentir y decirle que es para otra cosa; eso ya lo hice durante todo el día y tan mal no me fue.

– La verdad que me mataste, cómo no te voy a dar para un vino en premio a tu sinceridad; con esto te va alcanzar para la mitad si no sos muy exigente —le dijo, entregándole un billete de cien pesos.

– Gracias, Jefe, usted sí que sabe lo que son necesidades.

Yo, que sé cuánto le gusta el vino a Sergio, también sé que más allá de sus posturas duras y simplistas en algún rincón de su ser siente estas cosas como yo, aunque a veces me tilde de sensiblera.

III

LASTRE

Después de varias llamadas consiguió reunirse con Antonio en una extraña casa de té ubicada entre dos barrios cerrados de Hudson, regenteada por dos hermanas mayores que daban clases de astrología para señoras de country. Antonio llegó con dos custodios que se quedaron merodeando las inmediaciones y de entrada lo inquirió fastidiado por su insistencia para encontrarse.

– Sabés que estoy muy preocupado por la recaudación que me quedó en casa sin rendir; son casi diez palos que me quiero sacar de encima de una vez.

– Ya te dije que por ahora tenés que arreglarte solo porque cualquier contacto entre nosotros es sospechoso. Si necesitás un abogado, usá guita de ahí.

Inútiles fueron sus reclamos de mantener un contacto directo como el de antes: “¿todavía no registrás que todo cambió y que por un buen tiempo quedamos afuera de todo?”, le respondió Antonio.

Las cajas le ocupaban más de la mitad del altillo, que era imposible disimular por la estructura de la casa. Para colmo su mujer vivía aterrada con la posibilidad de que los allanaran inesperadamente con semejante botín a bordo.

No había pasado una semana de aquel encuentro cuando lo llama el custodio de Antonio, nexo exclusivo entre los negocios y la inteligencia, para avisarle que el fiscal había pedido varios allanamientos. Eran las 5 de la tarde cuando llama a Galarza, un comisario retirado de la bonaerense, para pedirle para esa noche un auto recuperado sin registrar a cambio de dos gambas verdes.

Once de la noche: le avisan que le habían dejado en la inhóspita ruta provincial 19, entre la autopista y Punta Lara, un Sandero negro sin patentes para que use de salamandra. Una hora después salió como estaba, en jogging y zapatillas, con dos bolsas de consorcio, tres bolsos de viaje, uno deportivo y un bidón de nafta cargados en el auto de su mujer, presa de un ataque de pánico.

En la salida de Villa Elisa encara para Punta Lara esquivando baches que parecen cráteres. Le cuesta identificar al Sandero, para detrás, apaga las luces de su auto y tantea las puertas que están abiertas. Pasa las bolsas y los bolsos de su auto al otro y cuando saca el bidón de nafta se encienden luces de varios vehículos que apuntan al Sandero desde los costados de la ruta. “Me hicieron la cama”, piensa medio mareado, y recuerda con nostalgia las pastillas de cianuro de la orga. “Ahora sólo me queda hacerme el loco.” Galarza agarra el bolso deportivo con las dos gambas verdes y le dice en voz baja: “lo siento pibe, ahora pagan los otros”.

Acerca del autor / Daniel Enrique Novak

Daniel NovakLicenciado en Economía. Coordinador de la carrera de Licenciatura en Economía de la UNAJ y Profesor asociado en Economía de la misma universidad. Fue  Secretario de Industria y Desarrollo Productivo de Florencio Varela, Coordinador de Desarrollo Inclusivo del PNUD (2004/14), Subsecretario de Coordinación Económica de la Nación (2002/2004) y Consultor Económico de Empresas Industriales (1990/2001).

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