Notas

COVID-19, MEDIOS, PERCEPCIÓN DE RIESGO Y REDUCCIÓN DE DAÑOS

Los dedos en el enchufe

Por Astor Massetti

¿Qué es la percepción de riesgo? ¿Cómo impactan los medios en el agotamiento colectivo, en la sensación hay que retomar la vida a pesar de que la pandemia no haya acabado?   El COVID-19 se ha cobrado hasta la fecha más de 52.000 muertes en la Argentina. Se avecina un nuevo invierno, que en el hemisferio norte está causando estragos de proporciones mayúsculas. Sin embargo, en nuestro país sobrevuela una sensación de que ya se ha acabado.  Que es hora de retomar la vida por asalto sin preocuparse por los riesgos. Como si un año de ASPO intermitente fuera todo lo que podemos tolerar.  Mejor o más fácil “contagiarse” el COVID-19 que seguir cuidándonos. Error. Lo percibimos mal. Aún no ha pasado lo peor. Y aunque es cierto que la ingeniería social tras la ASPO tiene deudas importantes, nada nos habilita a abandonar la lógica del cuidado propio y solidario para preservar la vida.  El coronavirus trastocó, como pocas enfermedades en los últimos 100 años, los hábitos de conducta cotidiana de las personas y el funcionamiento de las instituciones. El impacto se produjo en ejes centrales de la subjetividad: la forma en la que nos relacionamos, la forma en la que nos presentamos en público, la forma en la que estudiamos, trabajamos, nos divertimos, etc. El nivel de complejidad que representa tal impacto en la cotidianidad tendrá en un futuro implicancias intrincadas y arraigadas en varios niveles (intra e inter subjetivo), organizacional y por supuesto también político. 

Percepción de riesgo

La noción “percepción de riesgo” ha tenido un largo recorrido desde sus primeros esbozos en la Fenomenología de la Percepción de Merleau-Ponty (1946), ofreciendo a múltiples disciplinas una herramienta efectiva para abordar el problema de las decisiones. Es un núcleo conceptual complejo, de interrogantes relacionados con la forma en que entendemos el mundo (y nosotres en él), especialmente el cómo “medimos” aquello que puede ser peligroso o amenazante.  Propongo un ejemplo, típico de la “accidentología vial”: andar en moto sin casco o no ponerse el cinturón de seguridad al conducir un auto, son algunas conductas cotidianas que, aunque sobren ejemplos de lo peligrosas que son y aunque las propias personas “sean conscientes” del peligro que entrañan, de todas maneras se omiten.  La “percepción de riesgo” se aplica también en las ciencias de la salud y permite abordar temas como “adherencia” y “persistencia” en los tratamientos médicos. Ambos ejemplos son interesantes cuando nos enfrentamos al siguiente dilema: ¿Por qué las personas, “informadas” de las consecuencias posibles no siguen una conducta “racional” esperada como coherente/protectora/preventiva con la situación o momento del proceso salud/enfermedad?  Algo del plano irracional o emocional hace menos lineal la relación entre “riesgos” y “prácticas”. Lo que intermedia entre ambos extremos es la “percepción de riesgo”. Se trata de un conjunto de herramientas (una “estrategia” cognitiva) a la que recurrimos para lograr “prácticas” o conductas adecuadas (“racionalmente”) a riesgos definidos. Estos riesgos son en sí mismos un proceso social en desarrollo, complejo, dinámico: transformador y a la vez transformado; que si es desacertado termina jaqueando las relaciones que tenemos en el mundo.

Medios: La rebelión del no

El gobierno nacional desplegó la táctica del Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO) como medida de ingeniería social con fines epidemiológicos. Se trató de una acción inédita al inicio de la pandemia frente a la falta de tratamiento, cura y vacuna. Hoy, afirmar que la “cuarentena” (el “ASPO”) ha sido efectiva es una realidad medida por estadísticas hospitalarias y demográficas.  Pero también ha producido o potenciado riesgos asociados a posibles patologías derivadas del aislamiento. El encierro fue un agravante de adicciones y violencia intrafamiliar, notable en la cifra creciente de femicidios. También ha sido un efecto depresor de la economía y ha potenciado cierta gama de negocios en un contexto de especulación financiera y de presión inflacionaria en tarifas, productos agropecuarios y petróleo. La más debilitada fue la economía precaria e informal. La “changa” se tornó imposible, sobre todo al inicio de la ASPO, con impacto muy fuerte en el  ingreso de los sectores más vulnerables; lo que motivó la pronta respuesta en materia de políticas sociales asistenciales (especialmente el IFE).  ¿Cómo fuimos capaces de comprender esta realidad compleja? El inicio de una nueva gestión de gobierno fue el intersticio por el cual resultó sencillo introducir sentidos absurdos en una parte de la opinión pública que buscó, como refugio al miedo y la incertidumbre, negar de plano la existencia del problema o, en su defecto, politizarlo: desde la creencia en conspiraciones extravagantes hasta un odio personalizado hacia la acción de gobierno. Fue evidente el uso intencional de la comunicación masiva para agudizar los efectos nocivos del ASPO: desinformación, noticias falsas y movilización de la opinión pública; que promovían la desobediencia como una cuestión de honor, libertad o de reafirmación personal.  No se exagera: pienso en la imagen delictiva de una conductora televisiva tomando del pico de una botella con dióxido de cloro. Tampoco faltaron los sectores políticos de la ultraderecha cósmica, indiferentes a las evidencias, que negaron la existencia primero del propio coronavirus, luego de la eficacia o carácter de las vacunas, para “denunciar” al final una administración “corrupta” de la vacuna (hasta que finalmente hallaron asidero en una grieta “ética” que desencadenó la renuncia de un gran ministro). Se tornó noticiosa, cual toma de la bastilla, cada fiesta clandestina o negación de la peligrosidad de la pandemia. El “Newsmaking” de la inconciencia generó un clima de autoboicot en el cual ya no percibimos el riesgo de contagio. Este “efecto de sentido” (la forma de entender que “cultiva” en nuestra percepción el repertorio mediático) opera dislocando las prácticas cotidianas (lo que hacemos) de los sentidos que a ella se atribuyen (nuestra “percepción de riesgo”). E impone como estrategia, una “percepción de riesgo” desfasada de la realidad y permeable a reacciones e ideas irracionales, individualistas y nocivas. 

Reducción de daños

¿Está errada nuestra percepción de los riesgos? ¿Qué lugar ocupan ciertas prácticas inútiles para prevenir la enfermedad o mejorar nuestra situación? Un ejemplo rápido: la epidemia de poliomielitis de 1956 atacó principalmente a niñas y niños (6500 casos). El pánico llevó a prácticas absurdas como pintar los árboles con cal o coser una bolsita de alcanfor en el bolsillo de los guardapolvos. ¿Estamos condenades a volver una y otra vez a un pensamiento mágico? No, hay otras alternativas: tratamientos paliativos, vacunas, adecuado conocimiento sobre el virus, equipos de salud comprometidos…   El COVID tiene una mutabilidad muy alta y ello implica que ciertas prácticas de cuidado deberán prolongarse por un tiempo incierto. La expectativa maniquea que pone de un lado la completa cuarentena y por el otro la recuperación de la “vida normal” previa a la pandemia es errada. Por eso debemos sumar estrategias. Una fuente de inspiración puede provenir del tratamiento de adicciones que, desde la década de 1980, propone el enfoque de la “reducción de daños”, abordando los efectos concomitantes ocasionados por situaciones de consumo. Si compartir jeringas es el caso más arquetípico entre los adictos a la heroína, la política de “reducción de daños” implica prevenir por ejemplo la transmisión de VIH.  Desde la perspectiva de “reducción de daños” se entiende que no se trata de crear paliativos sino reconocer la dificultad de suprimir la práctica nociva. Esto ofrece alternativas para que el daño que produce la adicción no sea mayor hasta que la persona pueda abandonar la misma. En el complejo identitario opera un margen de decisiones que incluyen algún tipo de prioridad de cuáles riesgos asumir en términos del beneficio/necesidad que se logra alcanzar. En ese sentido va el pensamiento humano desde la Ética a Nicómaco de Platón. El Aislamiento Social nos ofrece ejemplos de cómo oscila esa “evaluación de riesgos”. El ejemplo más burdo es la necesidad de “esparcimiento”, de salir de la situación de encierro, que dificulta la convivencia. Pero también hay que contemplar la necesidad de conseguir el sustento, que en formas laborales altamente precarias e inestables requieren “sí o sí” de la actividad pública y expuesta (el cartoneo no se puede transformar en teletrabajo). Aquí la noción de “reducción de daños” permite pensar en tácticas que minimicen, frente a una conducta no consecuente con los riesgos, un resultado epidemiológico acorde con la situación de pandemia. 

Palabras finales  

Es necesario abordar la pandemia desarrollando una estrategia cognitiva (“percepción de riesgo”) enfocada en la necesidad de prevenir ciertas conductas y desarrollar otras con un fin esencialmente solidario. Aislarse o Distanciarse son tácticas del cuidado del otro; combinación de un elemento valorativo (la vida sobre otras necesidades humanas) como guías para el comportamiento en pandemia. Estas últimas son los “protocolos”, que también tienen una finalidad solidaria. Como demuestran las investigaciones sobre el barbijo: es efectivo en un 95% cuando la persona que lo usa es COVID positivo.  Países como Gran Bretaña, Brasil o EEUU optaron inicialmente por generar una “percepción de riesgo” nula o negativa. Reducir la importancia de la pandemia, negar su existencia o confundir sobre sus características fue una opción basada en el individualismo más puro (“sálvese quien pueda”).  Las políticas basadas en modificar conductas en base a percepciones no son las únicas desplegadas. Otras, que estuvieron centradas en preservar el statu quo económico, lastimosamente basadas más en cuidar las ganancias antes que cuidar la salud, fracasaron estrepitosamente. Las estrategias individualistas no solo son inútiles y generadoras de mayor fricción social sino que tampoco son eficientes para garantizar el desarrollo “ajustado” a resultados de las conductas en una situación de pandemia. Las tácticas de “reducción de daños” podrían aportar más en ese sentido. En el entendimiento de que la práctica del aislamiento total es difícil de mantener en el tiempo, se pueden pensar aproximaciones de cuidado solidario, reconstructivas del tramado social y que, al mismo tiempo eviten disparar exponencialmente los contagios. La sanitización apropiada del transporte público, la inversión en infraestructura que permita la re-presencialización de actividades de distintas instituciones (aireación adecuada, espacio suficiente, baños, etc.), la compartimentación de equipos y grupos en diversas actividades (burbujas), la provisión de equipamiento de protección adecuado, son algunos ejemplos de las técnicas de reducción de daños que hoy forman parte del repertorio social (con distintos éxitos y grados de implementación). No estamos aquí inventando la rueda sino tratando de entender cómo gira. En definitiva, la base de los protocolos de cuidado debe perseguir metas de reconstrucción comunitaria, de solidaridad y sobre todo de cuidado de la vida de aquelles más vulnerables.  Un acto de reafirmación y definición de qué tipo de civilización estamos comprometides a construir. De la capacidad efectiva de implementar estos protocolos dependerá la velocidad de recuperación de las actividades sociales presenciales. En este sentido, la forma que entendemos los tiempos (la paciencia) es una pieza clave de supervivencia y reconstrucción solidaria. No hay atajos. Nadie se salva solo.

Acerca del autor / Astor Massetti

Docente. Lic. Sociología, especialista en Antropología Social y Política, Dr. en Ciencias Sociales. Investigador IIGG/CONICET. Ex director carrera de Sociología (UNMdP). Ex Consejero carrera Sociología (UBA). Ex Consejero Superior (UNAJ) y vice Director del ICSyA (UNAJ). Actualmente es Consejero Superior UBA y Coordinador de Trabajo Social (UNAJ).

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