Dossier Malvinas

DOSSIER MALVINAS 40° ANIVERSARIO

Las mujeres invisibles de Malvinas

Por Alicia Panero

En la guerra de Malvinas no hay buenos ni malos sino hombres y mujeres que no ganaron, que transitaron experiencias, porque con las guerras pierden todos y todas.

Las emociones humanas, los sufrimientos y desdichas que provocan las guerras en todo el mundo, alcanzaron en nuestro país a muchas familias y a muchas mujeres anónimas.

Se trata de una mirada diferente sobre un conflicto del que se ha dicho mucho y se ha omitido demasiado, y que tuvo protagonistas cuyas historias son tanto enriquecedoras como invisibles.

Las narraciones de la guerra de Malvinas están creadas, guardadas y custodiadas por los héroes, sus familias, mediados por las instituciones que los contienen. Esto no significa que lo que estas narraciones institucionales sostienen no sea verdad. Lo que sí es seguro es que omiten una enorme cantidad de historias. Lo conocido es la historia oficial, institucional, masculina, donde nunca hubo lugar para las mujeres. 

En los últimos años, las mujeres han avanzado mucho en su integración en el ámbito de las Fuerzas Armadas, sin que tengamos la certeza de que esto haya constituido una vocación genuina en todos los casos. En el ámbito militar, las banderas de la igualdad de género han sido  impuestas. Se van afianzando con el ejercicio. Respecto de las mujeres integrantes de las Fuerzas Armadas que tuvieron participación en el conflicto, el silencio es inexplicable. De las más de 24.000 pensiones de veteranos de guerra que paga el Estado, son tan solo 16 las mujeres beneficiadas. Y ellas ni siquiera son del todo conocidas en la sociedad. Aunque en los últimos tiempos las instituciones militares han comenzado tímidamente a  considerarlas, su labor en general no ha trascendido.

El abandono institucional fue acompañado del político y social. Pero cuando las instituciones que las cobijaron declinaron hacer conocer sus historias, las organizaciones de la sociedad se han encargado de su memoria. 

La realidad desnuda una red de mujeres que estuvieron allí, en el horror de la guerra, en la intensidad de los acontecimientos que se vivieron aquellos meses.  Recuerdo cuando un oficial  dijo una vez en un acto: “creo que tenemos unas enfermeras veteranas por acá”, lo que tristemente evidencia no solo el desconocimiento de su labor y participación sino, lo que es peor, ignora la enorme importancia que tuvieron en la contienda.

Respecto de las mujeres civiles, la ignorancia es completa.  Nadie recuerda a los civiles después de una guerra.

Más difícil es incluir testimonios de la experiencia de isleñas y británicas, pues ello es muchas veces un escollo para conseguir la contraparte argentina. La lógica de que habían sido el  enemigo y el temor a ser juzgadas por sus pares varones por integrarse con las mujeres británicas e isleñas, son prejuicios arraigados en las argentinas. Sin embargo, hacerles ver que ocuparon lugares similares, que sintieron los mismo temores, hizo que se relajaran y compartieran sus testimonios de manera más libre. 

Cuando nos preguntamos por qué tardaron tantos años en hablar, la explicación es el trauma. La guerra es un trauma, tanto para los varones como para las mujeres. Ellas hablaron cuando estuvieron listas, se sintieron cómodas y se liberaron del prejuicio marcado por el machismo, que les señalaba que no podían ser veteranas porque no portaron armas.

Respecto de las mujeres civiles que fueron voluntarias, o que vieron sus vidas en peligro porque estaban en la zona 0 de la guerra, el anonimato es aún mayor que el de aquellas que fueron miembros de las fuerzas.

Mostrar la coincidencia de sentimientos y acciones por encima del faccionalismo posiciona a todas las mujeres como un entramado: en el continente, en los barcos y en las islas, brindando cuidados, padeciendo los mismos temores, protegiéndose de las mismas amenazas. Sufriendo por las mismas pérdidas.

Las guerras las dejan en la invisibilidad.  Hacerlas visibles es un mensaje de paz que aporta al diálogo permanente. Quien no esté preparado para superar las diferencias, no comprenderá desde donde se trabaja para la paz.

La mística del piloto cazador, rompiendo implacable la barrera del sonido y alcanzando al enemigo, es la epopeya más atrayente de la guerra, la más difundida, atrapa como una película. Una gesta enorme, pero no debe ser la única rescatada, porque detrás de cada uno de ellos, hubo una mujer que lo sostenía.

Tanto en las islas como en el continente, ambas poblaciones esperaban el desenlace con la esperanza de que se evitara la guerra. Idea que se esfumó en cuanto la flota militar del Reino Unido llegó al Atlántico Sur y comenzaron los primeros bombardeos de los aviones argentinos. Todas las mujeres que vivían en la costa más al sur del Paralelo 42 debieron aprender sobre refugios, oscurecimientos totales, alarmas y amenazas. Igual que las isleñas, al mismo tiempo y con el mismo miedo.

Fue durante la guerra de Crimea que la figura de Florence Nightingale cobró protagonismo por su entrega a la atención a los heridos. Se la conoció como la “dama de la lámpara” por recorrer durante las noches las salas de heridos. Por aquellas épocas el rol de la mujer en las guerras era el de madres, viudas, hermanas, hijas. Fue durante el desarrollo de la Primera Guerra Mundial que las mujeres se incorporaron a la retaguardia de los ejércitos como enfermeras. Durante la Segunda Gran Guerra, las mujeres no solo debieron incorporarse a la vida productiva porque los hombres estaban en combate, también comenzaron a hacerlo en las Fuerzas Armadas.

El Reino Unido posee uno de los ejércitos más grandes de Europa y siempre estuvo a la vanguardia de la incorporación femenina. En la actualidad el 12% de sus cuadros militares son mujeres. En 1982, el personal femenino que participó en el Atlántico Sur pertenecía al cuerpo de enfermería de la Marina Británica.

La Fuerza Aérea Argentina tuvo enfermeras universitarias asimiladas, esto es, incorporadas mediante un curso al ámbito militar. Fueron desplegadas a Comodoro Rivadavia y allí armaron un hospital reubicable en la Novena Brigada Aérea de la ciudad. Una de ellas, Liliana Colino, fue la única mujer argentina que pisó territorio de Malvinas durante el conflicto para rescatar heridos a bordo de un Hércules C-130.  Es hoy veterana de guerra, sin que la institución la recuerde.

El Ejército Argentino tenía enfermeras e instrumentadoras quirúrgicas civiles que se ofrecieron como voluntarias para embarcar en el buque Hospital Almirante Irizar. Como militares la incorporación se produjo con posterioridad a la guerra.

La Armada Argentina no tuvo mujeres como cuadros militares durante la guerra, solo las correspondientes a la marina mercante, civiles que participaron del conflicto por ser requerido el buque donde trabajaban. Una operadora de radio y una comandante de a bordo.  Hubo jóvenes aspirantes a enfermeras en la base naval de Puerto Belgrano que participaron activamente de la preparación de los buques hospitales.

Conocer a todas ellas, nos permite integrar sus roles a la historia, porque no hay una historia de las mujeres, las mujeres debemos estar de una vez dentro de la historia de la humanidad.

Acerca de la autora / Alicia Panero

Profesora de Historia. Autora de los libros Mujeres Invisibles (2014)y Soldado Desconocido (2021). Jefa de Trabajos Prácticos en el Área de Asuntos Docentes e Investigación de la Universidad de la Defensa Nacional (UNDEF). 

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