La selección de fútbol argentino no sólo consiguió ganar la Copa del Mundo en Catar, sino que a través de una asertiva comunicación logró algo más difícil e inédito para lo que va de este siglo: la felicidad y cohesión social del pueblo argentino.
Precalentamiento: introducción
Atrapados en un mundo globalizado caracterizado por crisis económicas, discursos extremistas, guerras y desigualdad material sin precedentes, resulta memorable destacar y analizar la alegría colectiva que un grupo de trabajadores del deporte más popular han logrado para una nación. El último mundial ha dejado –y dejará por años- mucha tela por cortar, ya que puede ser abordado desde infinidad de aristas y perspectivas. Este artículo se propone describir la correspondencia discursiva entre el equipo (cuerpo técnico incluido) y la sociedad argentina.
Principalmente por la combinación entre medios audiovisuales y publicidad desde la segunda mitad del siglo pasado, y su constante desarrollo, el fútbol ha dejado de ser simplemente un deporte lúdico para convertirse en una industria cultural que transmite valores y visiones del mundo. No está de más recordar que el fútbol llegó a estas tierras a través de los obreros británicos que vinieron a construir los ferrocarriles a finales del Siglo XIX, y se popularizó rápidamente entre los criollos de la época. Esta práctica social fue adquiriendo impronta nacional y características únicas en la región gracias a la novedad de la gambeta y la picardía en los potreros y baldíos.
La identidad del fútbol criollo ha ido de la mano del desarrollo del Estado-Nación argentino, de allí una relación inherente. Año tras año, y gracias a un estilo único en el mundo, este deporte fue calando en la cultura hasta convertirse en la pasión popular más grande e influyente. En 1978, César Luis Menotti revolucionó el juego futbolístico argentino y con Mario Alberto Kempes alegraron a un pueblo todavía ajeno a las atrocidades de la dictadura militar. Ocho años más tarde, Carlos Salvador Bilardo, junto al eterno Diego Maradona y compañía, le dieron una de las máximas felicidades a la sociedad argentina, en un contexto de crisis económica caracterizada por una inflación galopante y el debilitamiento del Plan Austral.
Este texto no tiene ningún interés en analizar qué campeonato generó mayor felicidad en el pueblo –objetivo metódicamente impracticable-, pero sí marcar algunas diferencias de épocas, sobre todo comunicacionales, que podrían explicar semejante fervor popular por estos días.
Puesta en marcha
La identificación no surgió de la noche a la mañana, más bien todo lo contrario. La construcción de la imagen final del 18, 19 y 20 de diciembre de 2022, con millones de argentinos y argentinas abrazados, es digna de un cuento futbolero de Eduardo Sacheri, o tal vez un caso planificado por los personajes de la popular serie “Los Simuladores”.
El conductor grupal de la gesta patriótica deportiva fue Lionel Scaloni, quien ante la caótica salida de Jorge Sampaoli en 2018, “heredó” la conducción técnica de la selección cuando nadie quería agarrar un equipo repudiado y devastado. Comenzó como director técnico interino por tiempo indefinido, junto a Pablo Aimar y Walter Samuel (luego se sumaría Roberto Ayala en 2019), apostando a una renovación total del plantel que consistió en convocar jóvenes que nadie había tenido en cuenta, y priorizando la conformación de un grupo por sobre todas las cosas.
Luego de seis amistosos, el presidente de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), Claudio “El Chiqui” Tapia, lo confirmó como DT oficial. No tanto por el desempeño exhibido en los partidos, los cuales fueron aceptables, sino por un factor esencial en este desenlace: la aceptación de los jugadores y la unión del grupo. Es aquí donde podemos detectar el primer elemento comunicacional que comienza a construir el personaje heroico de Scaloni: un ex jugador sin demasiado renombre, sin experiencia como DT y bastardeado por los periodistas de las corporaciones mediáticas más influyentes, pero con la valentía de hacerse cargo de un fierro caliente en un escenario de crisis. Por si fuera poco, continuamente habló de su trabajo y desestimó cualquier intento de polémica contra sus detractores.
En cuanto a lo deportivo, el proceso fue de menor a mayor con base en cuatro hitos determinantes: Copa América 2019, Copa América 2021, Finalissima 2022 y Mundial 2022.
En la cancha se ven los jugadores (y los discursos)
De manera arbitraria, este análisis se centrará en los tres personajes más simbólicos de esta hazaña, que representan de una u otra manera los discursos de identificación del “ser argentino”:
El humilde trabajador
Continuando con el comportamiento de Lionel Scaloni, su figura queda asociada a la del desconocido trabajador argentino/a que “pone el lomo” a pesar de las dificultades. Además y no menos importante, comunicó mesura, humildad y tranquilidad durante toda su gestión. La presentación de la lista final con los 26 jugadores que llevaría al Mundial fue una clase de simpleza: video corto grabado con un celular en vertical, mate, anotador y lapicera en mano. Incluso en los momentos de mayor exitismo, ponderó el camino por sobre el resultado. Insistía en que, al fin y al cabo, este solo era un juego y al día siguiente la vida continúa.
Por otro lado, su discurso siempre apuntó al orgullo de representar a la Argentina y el agradecimiento constante a su grupo de jugadores, de quienes remarcó constantemente que juegan por amor al país y no por la plata, ni la fama. De hecho sólo se permitió exteriorizar sus emociones de llanto cuando se refirió a sus dirigidos o en algún abrazo espontáneo con alguno de ellos. Y por supuesto, siempre presente su familia, el deseo de orgullo de sus padres y su lugar de origen, al que hizo famoso y que representa en gran parte a los pueblos de trabajadores rurales: Pujato, de la provincia de Santa Fe.
Apoyándonos en la Escuela de Palo Alto y su teoría sobre la imposibilidad de no comunicar y la importancia de los contextos e interacciones, párrafo aparte merece el estilo de juego que Scaloni le impregnó al equipo. Por supuesto que la identidad de juego también comunica. Y el santafecino apostó a las bases del fútbol argentino: aún en un fútbol globalizado y tecnificado al extremo, la Selección Argentina recuperó su cultura de protagonista, sacrificada, pícara y gambeteadora. Al respecto, luego de una exhibición ante Italia en la Finalissima, Scaloni declaró: “Lo que vale es el espíritu de sacrificio, de lucha y de equipo que demuestra el grupo, más allá de los resultados”.
En sintonía, en el último partido oficial antes de viajar a Catar, el DT volvió a remarcar la identidad: “La gente valora lo que hacen estos jugadores por vestir la camiseta. Al final, lo que cuenta es la manera de representar al país, la manera de jugar. Lo hacen como nacieron en sus clubes, en sus casas, en sus barrios… Hay momentos que parece potrero puro”.
El pícaro ganador de barrio
No hay dudas que Emiliano “El Dibu” Martínez se ha convertido en el arquero más influyente de la historia del fútbol argentino. En muy poco tiempo pasó de ser un desconocido portero que deambulaba por ligas menores a convertirse en uno de los emblemas más determinantes de “La Scaloneta”. Su debut en el arco argentino se dio el 4 de junio de 2021 en un partido de Eliminatorias frente a Chile, con 28 años de edad, tratándose de un desconocido para la mayoría.
Y a partir de allí su influencia despertó devoción popular. Fue el gran protagonista de hazañas deportivas gracias a su talento, pero sobre todo a su picardía y personalidad. Bailecitos incluidos, juegos mentales y declaraciones provocadoras. El símbolo de este proceder son aquellas frases en la serie de penales contra Colombia en la Copa América 2021: “Mirá que te como”, “Yo te conozco. Sí, hacete el “boludo”.
Sin embargo, “El Dibu” también supo apropiarse de ese desconocimiento deportivo apoyando su discurso en su historia de vida. Toda vez que puede, cuenta con orgullo que proviene de una familia de trabajadores clase baja de Mar del Plata y que de muy chiquito, a los 12 años, se fue al Gran Buenos Aires a jugar en las inferiores del club Independiente. Por si fuera poco, a los 17 años emigró a Inglaterra para sumarse al Arsenal. Además de recordar su historia en cada entrevista, se caracteriza por visitar hospitales, escuelas y clubes barriales en su ciudad natal.
La conexión con el pueblo es total, los jugadores son conscientes de la realidad para el argentino de a pie y Martínez es su portavoz. Al punto de describirlo él mismo en una entrevista a minutos de haber clasificado a la final del mundial: “Estamos conectados con la gente porque somos luchadores como todos los trabajadores en Argentina”.
El partido anterior, frente a Países Bajos, luego de atajar dos penales y en medio de una euforia incontenible, declaró: “El país no está pasando un buen momento con el tema económico y la verdad darle alegría a la gente es lo más satisfactorio que tengo en este momento”.
En cada reportaje se distingue una frase infaltable en su discurso: “Atajo por los 45, 50 millones de argentinos atrás nuestro”.
El 10 rebelde
Es objetivamente imposible analizar las emociones que despierta el capitán argentino, Lionel Andrés Messi. Su personaje ya es una leyenda, un mito viviente. No obstante, a su perfecta belleza y capacidad de jugar el ciclo de Scaloni le brindó el contexto necesario para que pudiera desarrollarse plenamente, y no solo dentro de la cancha.
Además de algunas críticas exitistas por no haber conseguido un título importante con la selección mayor, Messi fue castigado durante mucho tiempo por su personalidad, especialmente por la eterna comparación con Maradona. Sobre él han caído objeciones por no cantar el himno, por no gritar en la cancha, por no pelearse con los árbitros, etc.
Sin embargo, “El Diez” comenzó a soltarse y tener un lenguaje más combativo. Seguramente su edad y madurez, así como la confianza y admiración de sus compañeros, lo animaron a ejecutar esa condición de rebeldía argentina. Por momentos dejó explícito en sus declaraciones que en las competiciones se respiraba un “Argentina contra los poderosos”.
Basta con recordar la Copa América 2019, donde Argentina fue eliminada por el local Brasil en semifinales con un polémico arbitraje. Al final del partido, apareció un discurso de Messi nunca antes escuchado: “Se cansaron de cobrar boludeces durante toda la Copa América (…). Ojalá que la Conmebol haga algo, porque nosotros hicimos un sacrificio enorme. Igualmente, no creo que haga nada porque maneja todo Brasil”. A Leo esta crítica le valió tres meses de suspensión por parte de la Conmebol.
En esa misma competición, sin duda bisagra para el rosarino, cantó el himno argentino por primera vez y hasta se fue expulsado por pelearse con un jugador chileno en el último partido por el tercer puesto.
Previo al Mundial, apareció en Netflix el documental “Sean eternos: Campeones de América”, el cual testifica una arenga del capitán
como nunca antes se lo había visto. En un lenguaje bien rosarino, comiéndose todas las eses, inmortalizada en la viral frase “El Dibu fue papá y nolepudoasé upa”.
Finalmente llegó la Copa del Mundo de Catar y el Messi líder y sublevado copó la escena. No solo por su fantástico rendimiento en cancha, sino por su discursividad. De la derrota en el primer partido y “que la gente confíe que no la vamos a dejar tirada”, hasta su desplante al polaco Robert Lewandosky, su crítica feroz al árbitro Mateu Lahoz en cuartos de final, y por supuesto, el festejo desafiante y vengativo de “Topo Gigio” hacia el entrenador de Países Bajos, Louis van Gaal.
Una minoritaria pero poderosa opinión mediática se atrevió a cuestionar los modales del novedoso Lionel. Ya sea por ser medios procedentes de la oligarquía y su “tribuna de doctrina” o estar condicionados por importantes acciones de holdings extranjeros, es inocultable la admiración de estos medios por los supuestos modales europeos. Por el contrario, si todavía quedaba algún argentino/a que criticara la personalidad del ahora “hombre vulgar”, la cuestión quedó saldada.
Lo más importante y difícil para sostener esta postura es la de no comunicar arrogancia. Messi lo logró. Pudo complementar la rebeldía con su característica sencillez y humildad que lo caracteriza y humaniza.
Un grupo federal inmerso en la cultura popular
Una verdad muy repetida pero muchas veces banalizada habla de que sin un buen grupo es imposible construir algo exitoso. Aplica para todos los planos de la actividad humana. Scaloni y compañía lo entendieron y formaron un grupo de argentinos comprometidos con la causa.
Si bien es cierto que hoy los 26 campeones son estrellas globalizadas multimillonarias, la mayoría de ellos nacieron en el seno de familias trabajadoras y crecieron en contextos vulnerables. Y aquí otro factor determinante que fue construyendo el amor popular: no eligieron olvidar o renegar de sus raíces, sino que las convirtieron en relatos de orgullo e identificación con el pueblo argentino. De hecho cada jugador campeón no se quedó con los festejos en Buenos Aires del feriado del 20 de diciembre, sino que decidieron visitar y festejar en sus pueblos y ciudades de las provincias.
En medio de una marcada alegría, en cada reencuentro, los jugadores se mostraron compartiendo mates, comiendo asado, escuchando cumbia y cuarteto. Apropiándose de los cánticos de la gente con “Muchachos…” como bandera y la causa Malvinas como motor de lucha y memoria. Un “Dibu” humanizado en el campo de juego diciendo que va al psicólogo y le hace bien. Di María a puro potrero. Lisandro Martínez llorando desconsoladamente y abrazando a un reportero. Gestos de los jugadores con los periodistas de la TV pública por sobre los protocolos oficiales.
Hay que sumar otro elemento determinante, que fue esa rebeldía cultural ante los poderosos que tanto identifica la idiosincrasia argentina. El caso simbólico es el partido ya descripto frente a Países Bajos, donde entre otras cosas pudo verse la burla de Otamendi y compañía luego de que los europeos los hubieran hostigado todo el partido.
Los que faltan, súbanse
Al retomar la comparación con los mundiales ganados en 1978 y 1986, es fundamental decir que el auge y protagonismo de las tecnologías de la información y las comunicaciones (TICs) en el último siglo magnifican todo suceso social. Sin embargo, también es importante recordar que, en términos comunicacionales, el Mundial de 1978 había generado revuelo porque significaba la llegada de la televisión a color al país (aunque sólo la final fue transmitida a colores). Por otro lado, en la Copa del Mundo de 1986 todavía estaba fresca la herida de Malvinas y ya todos conocemos la hazaña heroica de Diego Armando Maradona.
Sobre la tercera estrella conseguida en Catar, las redes sociales jugaron un rol determinante en la conexión jugadores-sociedad. Como nunca antes en la Selección, los futbolistas consumieron los productos culturales populares y se exhibieron en las diferentes plataformas. La devoción y el agradecimiento por las alegrías de un pueblo golpeado, sobre todo económicamente, poco a poco fueron activando la Espiral del Silencio teorizada por la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann, donde prácticamente nadie se atreve a criticar a “La Scaloneta”.
Por último, además de regalarnos la mayor alegría colectiva en lo que va de este siglo, la Selección Argentina de fútbol deja algunas lecciones: para algunos intelectuales y académicos, el triunfo del símbolo cultural más popular del país puede traer felicidad y esperanza a un pueblo devastado materialmente. A su vez, a fuerza de coherencia entre el desempeño dentro de la cancha y sus discursos fuera de ella, lograron lo que ninguna fuerza política consigue, ni más ni menos que unir a los argentinos.
Que no nos engañen más. Los argentinos podemos ponernos de acuerdo y ser felices.
Acerca del autor / Nehemías Zach
Especializando en Marketing Político y Estrategias de Campaña (Universidad Externado de Colombia – Beca ICETEX). Licenciado en Comunicación Social (UNLaM). Fue becario Fulbright – Ministerio de Educación de la Nación para el programa intercultural “Friends of Fulbright” (2017). Ex jugador de fútbol profesional.