POLÍTICA

ENTRE CAMBIOS Y CONTINUIDADES

Hacia los 40 años democráticos

Por Sergio De Piero

Hoy sabemos algo que en 1983 deseábamos, pero ignorábamos: se abría para la Argentina el proceso de construcción de una democracia duradera.

La duda no era antojadiza, pesaban sobre nuestras espaldas muchas décadas de inestabilidad, de un poderoso partido militar, de una élite que no aceptaba el juego democrático como campo para resolver los conflictos, de una confrontación mundial en modo bipolar que sometía a los países periféricos en términos económicos y políticos. El 30 de octubre de 1983 se votaba luego de 10 años sin actos electorales y los últimos 7 bajo una oscura y violenta dictadura militar. ¿Qué desembocaba en ese día y qué comenzaba a cambiar? ¿Por qué fue posible que nos diéramos esta democracia? Iniciamos en estos días el camino que durará un año para cumplir 40 ininterrumpidos de vida democrática. Vamos a recorrer algunas de esas implicancias de esas preguntas. 

El antes

Durante el siglo XX en términos políticos nuestro país vivió más momentos de inestabilidad que dé continuidad democrática, al calor de una conflictividad que exigía cambios. Primero fueron las luchas por desterrar las prácticas excluyentes y fraudulentas que finalmente obtuvieron el voto universal, secreto y obligatorio para los varones en 1912. Esa nueva norma permitió la llegada del primer movimiento popular a la presidencia de la Nación de la mano de Hipólito Yrigoyen. Tres elecciones seguidas con un radicalismo triunfante hasta que en 1930 se produce el primer golpe militar que inauguró un período que duraría nada menos que 50 años. Si bien esa dictadura será muy breve, le sucede un régimen político fundado en el fraude electoral y la proscripción de candidatos. Esa situación deriva en un nuevo golpe, pero también abre una nueva época. La cuestión social, que había conocido hasta ese momento algunas moderadas respuestas y mucha represión, encontrará en la acción de Juan Domingo Perón la posibilidad de construir un movimiento político que genere respuestas desde el Estado a la cuestión obrera y social en general. Nace sin dudas una nueva etapa para los sectores marginados de la vida política y social. De la mano de una tendencia mundial en donde el Estado busca convertirse en motor del desarrollo, la noción de democracia se consolida de la mano de esa idea que vincula lo político con lo social y lo económico, generando un proceso histórico de inclusión. Pero el ciclo, fuera de sus propios problemas, es violentamente interrumpido en 1955 por un golpe que se autodenomina “Revolución Libertadora” y que luego de los cruentos bombardeos sobre la Plaza de Mayo, logra derrocar a Perón pocos meses después y soñar con un Argentina libre de movimientos populares. No lo logra a pesar de proscribir al peronismo y exiliar a Perón durante 18 años. En ese mismo lapso ni los militares, ni el radicalismo en dos oportunidades, logran estabilizar el régimen democrático, de por sí viciado por la proscripción. El año 1973 señala que aquella estrategia ha fracasado y se realizan elecciones libres por primera vez desde los años 50. Pocos meses después Perón retorna a la Argentina, gana las elecciones presidenciales, pero fallece antes de cumplir un año en la Casa Rosada. Un nuevo y cruento golpe de Estado se instala en la Argentina abriendo una etapa de terror y destrucción. Ninguna interrupción militar anterior se pareció siquiera a esta trágica experiencia que le tocó vivir a la sociedad argentina, plagada de violencia, terror y destrucción de su aparato productivo. La democracia que le sucederá, tendrá las huellas de estas políticas.  

Antes, una vuelta por el mundo

Todo sistema político responde a realidades de la sociedad en la que funciona, pero también a climas de época. No cabe duda que al observar los procesos políticos de cualquier nación podemos ver reflejado en él elementos propios de un momento de la historia, porque existen demandas comunes y tipos de respuestas que se asemejan en distintos puntos de la geografía. La globalización, un incremento de las relaciones entre sociedades, tiende a profundizar este fenómeno. 

Así pues, ¿en qué anda el mundo hacia 1980? No se percibía entonces, pero vemos hoy con claridad que un proceso está terminando. En EE.UU e Inglaterra habían llegado al poder sendas propuestas conservadoras de la mano de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, quienes impulsan políticas pro mercado con una fuerte crítica hacia toda intervención estatal. Son también emergentes de una época que finalizaba; los años 60 habían conocido diversas convulsiones sociales, algunas de carácter revolucionario como la producida en Cuba, y varias experiencias de ese tipo en países de África y Asia en sus procesos de descolonización. El ciclo de la revolución en el tercer mundo parecía agotado. Es cierto que en 1979, un movimiento de ese tipo se había hecho del poder en Nicaragua luego de derrocar al dictador Anastasio Somoza. Pero ese proceso, antes que abrir un nuevo ciclo revolucionario, se convirtió en el último ejemplo de un momento que se agotaba. Anunciaba también algo que comenzaría a suceder pronto: En 1985 Mijail Gorbachov, secretario general del Partido Comunista de la URSS, anuncia un proceso de reformas y apertura que a la postre significó, en 1991, la disolución de la principal experiencia de socialismo real. Un mundo se estaba transformando, y en ese nuevo horizonte asomaba la democracia como régimen de gobierno extendido a buena parte del mundo. 

Así lo fueron leyendo el conjunto de los países de la región. En 1976 con el golpe en Argentina, solo Colombia y Venezuela mantendrán gobiernos electos, el resto quedarán sumergidos en dictaduras. Pero en 1979 Ecuador convoca a elecciones generales y le seguirá Perú. En 1982 Bolivia y como sabemos un año después Argentina. En los años sucesivos, Uruguay y Brasil. El proceso democrático se demorará un poco en Chile (1990) y en Paraguay (1991). Queda claro que la suerte de la región implica un proceso ampliamente compartido, manifestando un involucramiento constante. La situación global nos señala también que el ascenso de las corrientes conservadoras,  que a la vez que indican su abandono a apoyar procesos dictatoriales, nos dice algo sobre el marco en que se desarrollarán estas democracias y en particular sobre sus límites. 

Democracia modelo 1983

Ese contexto mundial, y sobre todo la trágica experiencia de la dictadura militar, dieron forma a la transición. Como señaló el politólogo Norbert Lechner, esta se produjo en un cambio de época marcado por una orientación hacia la revolución, propia de las décadas de los 60 y 70, por otra que valoriza la dimensión democrática. Ese giro se expresó en los discursos de campaña, pero en particular en lo que se asumió debía ser un buen gobierno, en los fines que se proponían las políticas que se llevarían adelante. De este modo se consolida la idea, y Alfonsín fue clara expresión de esto, que la democracia es por sobre todo un procedimiento para seleccionar gobernantes y, con ello, ordenar los conflictos. El fortalecimiento de este principio surge también de la experiencia de la dictadura. La ausencia absoluta de mecanismos institucionales básicos permitió que se convirtiera en moneda corriente la desaparición de personas y los campos de concentración. Frente a la inacción de un Poder Judicial, la sociedad revalorizó instituciones como el habeas corpus, el derecho a un juicio y todas las implicancias del Estado de derecho. La política de terror llevada adelante por la dictadura revalorizó las instituciones liberales y significó un cambio notable respecto de la concepción sobre los políticos en épocas previas al golpe de 1976. Al mismo tiempo, la necesidad imperiosa por establecer el imperio de la ley y de desplazar los actores antidemocráticos de los espacios de poder, en este contexto particularmente a las Fuerzas Armadas, de algún modo limitó la noción de transición a la democracia, encuadrándose en el principio de elecciones regulares y libres pero expresando muy poco otros valores que le son intrínsecos, como el acceso al trabajo, a una vivienda, a una vida digna, es decir al conjunto de los derechos sociales y económicos. La evaluación fue, aunque no explícita pareció recorrer el debate de la época, “si extendemos la idea de transición a muchas dimensiones corremos el riesgo de no tener ninguna transición y por pedirle todo de inmediato a la democracia sintamos que ella defrauda y reiniciemos un ciclo autoritario”. Con otras palabras varios teóricos expresaron esta concepción en aquellos años. Reitero lo expresado en las primeras líneas de este texto: no había certeza en 1983 de que la democracia se reconquistara para quedarse y ese temor probablemente abonó diagnósticos moderados. El precio consistió en la construcción de una democracia institucionalmente fuerte en lo electoral, pero con serias deudas en lo social.  

Ahora bien, en estas casi cuatro décadas las elecciones se desarrollaron con normalidad, sin proscripciones de ningún tipo y sin fraudes que torcieran la voluntad popular, más allá de algunas denuncias de casos marginales que nunca lograron demostrar la irregularidad. No es poco haber logrado la transparencia electoral. Y no es menor,porque la historia previa está marcada por la intolerancia de las élites a soportar el voto popular. Durante 18 años proscribieron a quien era la fuerza mayoritaria, el peronismo, pensando que esa persecución lo haría finalmente desaparecer de la escena política. El radicalismo había sufrido esa misma prohibición en la década del 30 a mano de los conservadores. Esto es, una práctica habitual de los sectores dominantes reacios a la participación popular y a su voluntad. En ese sentido, 1983 es la consagración del voto democrático que las élites, a través de las FF.AA., se habían negado a reconocerle a los sectores populares. Como señala Miguel Talento: 70 años demandó la aceptación por parte de las élites de la ley Sáenz Peña de 1912. Recién en los años 80, aceptaron su vigencia plena. 

Al mismo tiempo, esta acepción implicó otro pacto no escrito: ante una crisis, sea cual fuera el carácter de la misma, los distintos actores sociales renunciaban a sacar los pies del plato, de modo de participar siempre a través de las prácticas del juego democrático. Cuando un grupo de militares pensaron que podían recurrir a las prácticas de extorsión para imponer sus demandas -me refiero a los Carapintadas-, el conjunto de la sociedad expresó de plano su rechazo y si bien lo intentaron en varias oportunidades (1987, 1988, 1990) en todas fueron repudiados y finalmente disueltos como grupo de presión. Y todas las crisis vividas en este período como la hiperinflación de 1989, el atentado terrorista en la AMIA, la grave cuestión social que desembocó en la crisis del 2001, el conflicto en torno de la resolución 125 en 2008 y tantas otras situaciones se resolvieron siempre en el marco de las instituciones y prácticas de la democracia con mayor o menor grado de tensión, pero siempre en ese marco. 

Es cierto, hoy escuchamos en el espacio público mensajes y afirmaciones que ponen en tensión ese pacto democrático pues algunos grupos levantan discursos violentos y agresivos señalando a ciertos sectores políticos, sociales y culturales incluso con amenazas. Hubo un atentado contra la vicepresidenta de la Nación que lejos estuvo de ser la obra de un marginal suelto. Un peligroso clima de odio e intolerancia comienza a convertirse en una marca cotidiana.  

Pero al mismo tiempo, buena parte de la sociedad concurre a ver la película Argentina 1985. Mas allá del juicio estético que la obra puede generar e incluso de la mirada política que ofrece sobre los juicios a las juntas militares por violación a los derechos humanos y todo aquel proceso político, es evidente que ese momento histórico en que la democracia juzgó al terror y marcó límites sobre lo intolerable ocupa un espacio permanente y arraigado en la conciencia democrática de nuestra sociedad. La democracia, que se construyó con esfuerzo y con deudas, atesora aquella bandera en favor de los derechos humanos. Es probable que ella tenga mucho que ver en los 40 años que pronto vamos a celebrar. 

Bibliografía citada

Norbert Lechenr (1987) Los Patios interiores de la democracia. Subjetividad y Política, FCE, Buenos Aires.

Miguel Talento (2006) Introducción en Cuadernos de la Argentina Reciente Nª3 

Acerca del autor / Sergio De Piero

Sergio De Piero

Director del Instituto de Ciencias Sociales y Administración (UNAJ). Doctor en Ciencias Sociales y Humanidades (UNQui). Licenciado en Ciencia Política (UBA). Profesor Titular Regular en Universidad Nacional Arturo Jauretche. Profesor Investigador en UBA – FLACSO. Profesor en Facultad de Ciencias Sociales (UBA).

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