Derechos Humanos, Dossier 40 años de democracia

MEMORIA, VERDAD Y JUSTICIA -40 AÑOS

Deudas pendientes / Democracia en riesgo

Por Walter Bosisio

En el marco de los pensares sobre la conmemoración de los 40 años de Democracia se delinean algunas postales reflexivas sobre los sentidos que rondan los tiempos actuales en torno a la vida en común y su ligazón con la experiencia contemporánea de la Argentina.

Una breve revisión histórica (acotada y esquemática) por estas cuatro décadas de la historia reciente nos permite registrar numerosos logros y luchas colectivas que posibilitaron el afianzamiento de la democracia como modo de vida. Fuimos uno de los primeros países del Cono Sur que reanudó el sistema democrático en los años ochenta del siglo pasado. Sin embargo, el devenir del mismo no estuvo exento de controversias, problemas agudos y dramáticos que pudieron ser superados tras intensas luchas y disputas colectivas que nos llevaron a revertir procesos negativos para el ejercicio democrático pleno. Así, los tiempos de fines de los ochenta estuvieron ligados a presiones tanto económicas como políticas (con alta conflictividad por parte del actor militar) que pusieron en tensión y riesgo al sistema político. Esto dio forma a un largo proceso de transición democrática con triunfos y derrotas en torno al logro de Verdad y Justicia respecto del genocidio y terrorismo estatal dictatorial. 

Ya llegados los años noventa se vivenciaron nuevas conflictividades, acuerdos e imposiciones económico políticas y deudas profundas con vastas dimensiones de la vida social, por medio del asentamiento de un modelo de desarrollo neoliberal en el contexto del fin de la Guerra Fría y del triunfo de la globalización imperial norteamericana. En nuestro país, los valores del proceso de Memoria, Verdad y Justicia (MVJ) se vieron sacudidos por una década de impunidad institucional. Esta solo pudo ser superada tras continuas luchas que devinieron en la enorme crisis del año 2001. A partir de ella, se alumbraron cambios y transformaciones en múltiples esferas de la vida social, en el contexto de una estructura sumergida en recesión y pobreza, con enormes deudas en términos de derechos humanos (tanto civiles y políticos, como sociales, económicos y culturales). 

Los años siguientes dieron lugar a un proceso diferente, más de una década de conquistas y ampliación de derechos, sostenida por una alianza entre sectores populares y trabajadores con sectores productivos mercadointernistas enlazados al mundo global; destacando los avances de políticas públicas de reconocimiento, distribución y participación política. Fue en esta época en la que se  desplegaron enormes logros en el campo de la construcción colectiva de M V J, como base fundamental de la convivencia democrática. 

Desgastes, agotamientos y reverberaciones con propuestas de cambios llevarán al regreso de viejos programas sociopolítico-económicos desde mediados de la segunda década del presente siglo. En medio de tensiones locales y también cambios de escenarios regionales y globales, se registraron retrocesos en las conquistas de derechos que afectaron a las grandes mayorías. La pandemia sumergió al país y al mundo en un cambio profundo de coordenadas, que impulsaron lógicas redistributivas negativas junto a escenarios socioculturales de marcado individualismo defensivo, y devinieron en la sedimentación de subjetividades temerosas, frustradas y autoritarias. Nuevos sentidos de un mundo en plena transformación en el cual  tratamos de encontrarnos y pensarnos para plantear dinámicas y prácticas de lazos que nos permitan enhebrar una democracia con mayor plenitud y vitalidad. 

Tiempos presentes, deudas pendientes, democracia en riesgo 

En este contexto llegamos a los tiempos presentes… y aquí entonces algunas pastillas, tal vez amargas, para pensar la vitalidad democrática.

Sumergidos en discursos imposibilistas como la correlación de fuerzas, elogios a la moderación, junto a escenarios de fragmentación social con indicadores de incremento de pobreza e indigencia a la par de escenarios laborales de ocupación y empleo, pero con salarios bajos que delinean condiciones de “trabajadoras/es pobres”, permiten habilitar preguntas sobre correlaciones posibles entre estos escenarios y una puesta en riesgo de la misma democracia. El ejercicio de pactos colectivos y acuerdos democráticos labrados en décadas parecen revertirse frente al resurgir de discursos que parecían haber quedado acorralados, ahora mediante actores que dicen venir de fuera del campo político profesional. Proponen un “cambio” hacia una posición de “libertad”, que dé vuelta el tablero hacia un futuro imaginado como nuevo, pero que recopila prácticas y estrategias del pasado. Así se ven regresar discursividades político económicas neoliberales junto a planteos liberales decimonónicos, de inicios de los tiempos republicanos. Asimismo, se enlazan con discursos políticos que retoman repertorios, textualidades y representantes del último período totalitario genocida. Ambos ejes discursivos parecen cobrar aires innovadores en el escenario actual de desgaste y agotamiento de las rutinas cotidianas colectivas. 

La democracia, con sus debilidades y faltas de realización de derechos, parece estar dando la coartada para la reemergencia de discursos de derecha y ultraderecha (neofascista y neocolonial) planteados, paradójicamente, como salvadores de la Patria y del mismo sistema democrático. Sostienen que deben avanzar respetando la democracia, aunque deban relativizarla y menoscabarla en pos de mejorar las vidas individuales, siempre en el marco de un supuesto respeto a una igualdad formal ante la ley. Se trata en cambio de un proyecto que recorta y reduce la democracia a la dimensión de mera regla formal electoral y garantía de la libertad individual concebida como inseparable de la defensa de la (también individual) propiedad privada…

Las fallas en la profundización de una democracia social, participativa, plural e igualitaria, que vaya más allá del régimen electoral de la democracia liberal, parece desarmarse y dar lugar a una antigua noción de democracia ligada al emergente capitalismo del siglo XVIII y su modelo de consolidación como orden y progreso del siglo XIX. Esta vieja noción de democracia pretende otorgar nuevos sentidos a la actual, signada  por diversos actores como decadente, incapaz e ineficaz para revertir procesos de emocionalidades y subjetividades con insatisfacción y desafección democrática contemporánea. La democracia es vivenciada como agravio; sus sentidos sobre los derechos humanos son resignificados como núcleo fundante del discurso democrático postdictatorial y entendidos ahora como “curro”, robo y como una paradójica injusticia que se asentaría en imaginarias posiciones de privilegio. Todo ello, comunicado por los medios hegemónicos como intolerables para el también construido “ciudadano promedio” y “personas de bien”, frente a esta otra supuesta ciudadanía de privilegios, bajo acusación de posiciones logradas a partir de añejas prácticas de corrupción y “negocios de amigos”. 

Se podría seguir sumando argumentos y postales variadas de estos discursos que desesperan a sectores sociales que creemos en la necesidad de defender y en pos de quienes se deben profundizar los derechos democráticos conquistados. Pero cabe preguntarnos también qué tipo de democracia fuimos habilitando al coexistir con estructuras asentadas en condiciones de desigualdad persistente, condensada y con dificultad para desarticular. Si la plataforma de los DDHH no se logra enhebrar en su integralidad, interdependencia e interseccionalidad, haciendo que la democracia realice tanto los derechos civiles y políticos (DCYP) junto a los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales (DESCA). Si solo queda lugar para una democracia que logra vivenciar grados reducidos del sistema de derechos, posibilitando prácticas políticas pero solo en sus expresiones electorales, las acciones de derechos civiles pero solo para algunos sectores (dado que poblaciones pobres y marginales suelen ser víctimas de inseguridad violencia social e institucional, gatillo fácil, criminalización y punitivismo). Si estos derechos solo alcanzan a ciertos grupos y no a otros (pensemos por ejemplo, en los reclamos y demandas de los Pueblos Indígenas organizados en el Tercer Malón de la Paz Jujeño que hace meses siguen frente a la sede de la Corte Suprema de Justicia nacional), y de manera intermitente, las múltiples desigualdades parecieran ser base del actual orden democrático… Una democracia cansada, agotada, sin respuestas para vastos sectores. 

La movilización de estos discursos de superación y salidas distópicas, asentados en violencias destructivas como coartada de un supuesto futuro mejor, ganan lugar proponiendo mejorar la vida personal, bajo una democracia restringida, pero renovada… La destrucción creadora del discurso de la modernidad sigue operando con eficacia simbólica. Emerge nuevamente desde discursos de derecha republicana, como si fuera un aire de recreación e innovación para toda la sociedad (de la “grieta” a la “casta” y, “probemos un cambio”).

Devenir societal y caminos de la Democracia, los DDHH y la Memoria en la actualidad

Con la memoria oprimida bajo el terrorismo estatal, el neoliberalismo se abrió paso a sangre y fuego en la década de 1970 bajo la dictadura genocida. Luego, a partir de una memoria débil, avanzó en la de 1990. Y se retomó su cuestionamiento tanto en 2015 como en el presente. El poder excluyente, expropiador y regresivo en materia de derechos, sabe que es clave avanzar sobre las conquistas de las Memorias colectivas para que se abra paso un modelo societal neoliberal negador de la vida y enemigo de la justicia social. En este sentido resulta central avanzar sobre la legitimidad del paradigma de los Derechos Humanos y el proceso de Memoria, Verdad y Justicia logrado en  Argentina. 

Se torna necesario recrear una Pedagogía de la Memoria, tal como sostiene Pilar Calveiro. Es fundamental transmitir la memoria colectiva en clave del presente, en base a la realidad y problemáticas actuales. Además, ver y participar de los hechos de juzgamiento de los crímenes de Estado, se vuelve relevante para transmitir la construcción de memoria y verdad y poder hacer justicia. 

Frente a discursos tecnocráticos utilitarios, que vacían los sentidos revolucionarios de la democracia y la llevan a su mera dimensión formal (que se expresa sólo en el sistema electoral), se requiere un fuerte accionar, un “exceso” de solidaridad y amor popular colectivo como motor revitalizador de la democracia. Potenciar los valores y prácticas vitales de la libertad, pluralidad, igualdad y justicia social, nodales en la construcción de una sociedad asentada en la vivencia de una democracia integral.

Retomando el mismo discurso que aboga por la necesidad de “avanzar” en base a la “libertad”, debemos reapropiarnos de ese significante central de la democracia moderna, para revisar sus sentidos en la actualidad. Porque una cuestión es querer que la libertad  avance (la económica mercantil y utilitarista) y otra es que la liberación lo haga. Retomando a Enrique Dussel, el proceso de liberación atraviesa a la historia de la humanidad y es un camino permanente. Por eso mismo se trata de una utopía en continua construcción, en permanente devenir. Más allá de los resultados electoralistas, seguiremos caminando. Nos podremos caer pero, como suele sostener Álvaro García Linera, también nos levantaremos una y otra vez. 

La democracia es el marco y el horizonte contenedor del caminar colectivo, en continuo movimiento y desplazamiento. Las necesidades y demandas se seguirán multiplicando y también las respuestas e intervenciones que las doten de sentidos. Si es cierto que los planteos de justicia social parecen ser infinitos, también lo es que del mismo modo se abren las capacidades colectivas para resolver múltiples necesidades en los diversos pluriversos. Las promesas de libertad e igualdad sólo se realizan de modo colectivo, bajo un concreto espíritu de fraternidad-solidaridad, como co-constitutivos de ese caminar de la sociedad. Por ende, más allá de lo que suceda, no se trata de esperar sino de prepararse una y otra vez para levantarse y seguir los horizontes utópicos de una democracia plural, profunda, participativa, capaz de realizar una sociedad intercultural, igualitaria y con justicia social.

Finalmente, reiteramos que más que la libertad avance deberíamos pensar en que avance la liberación y emancipación, siendo la democracia el camino de su expresión y necesaria profundización. Y en este devenir y activa construcción cotidiana, volviendo a palabras del mismo Dussel, afirmamos que no debemos olvidar el escuchar al “pobre, el dominado, el indio masacrado, el afroamericano esclavo, el asiático de la guerra del opio, el judío en los campos de concentración, la mujer objeto sexual, el niño bajo la manipulación ideológica (o la juventud, la cultura popular o el obrero creando plusvalor) (que) no pueden partir simplemente de la estima de sí mismo. El oprimido, torturado, destruido en su corporalidad sufriente simplemente grita, clama justicia”. Y frente a estas realidades, es la democracia el modo de estar juntas y juntos para poder realizar el universo de derechos de todas y todos en continuo caminar.

Quedan abiertos los desafíos frente a horizontes de incertidumbre y los pronósticos pesimistas de una reorganización regresiva de derechos para las mayorías. Tomaremos los aprendizajes colectivos de estos 40 años de democracia en nuestro país, seguiremos el ejemplo de las luchas de las Madres y Abuelas, de los Movimientos Sociales, de los Feminismos, Pueblos Indígenas y de DDHH,  para fortalecer tramas colectivas que nos permitan esquivar el abismo y potenciar salidas creativas, resistencias transformadoras que vuelvan a ponernos en la senda de realización efectiva del conjunto de derechos humanos, única base de sentidos constitutivos de una democracia popular, plena, real y verdadera.

Acerca del autor / Walter Bosisio

Sociólogo, Docente e Investigador, Director del Programa de Derechos Humanos – UNAJ

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