Dossier Malvinas

DOSSIER MALVINAS 40° ANIVERSARIO

El hundimiento del Belgrano visto desde Ushuaia

Por Karin Otero

Uno de los acontecimientos más trágicos de la Guerra de Malvinas visto desde la ciudad que recibió a los sobrevivientes

La ciudad de Ushuaia -sabemos por la escuela “la más austral del mundo-, es la capital de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur. El archipiélago Malvinas, las Sandwich, Georgias y Orcadas del Sur integran formalmente el territorio de esta provincia, la más joven del país. Los vínculos establecidos desde la isla grande de Tierra del Fuego con los habitantes de Malvinas se remontan al siglo XIX, desde la ocupación por la Comandancia de Luis Vernet (1829), la usurpación británica (1833), y a lo largo de las décadas posteriores llegando a inicios de los años 80 del siglo XX. Las relaciones de integración y colonización incluyeron migraciones, intercambio comercial, expediciones científicas y acciones misioneras. En el extremo austral del planeta la expansión del capitalismo global y del poder estatal nacional se articularon en un proceso de largo alcance y no ajeno a profundas contradicciones. La incorporación de la región al mercado mundial y al dominio del Estado argentino se tradujo en políticas de exploración, ocupación, control, represión interna y defensa exterior, sostenidas de formas discontinuas a lo largo de casi doscientos años. Los pueblos yagán, haush y selk’ nam que preexistieron y resistieron a tales procesos, perviven en el presente y continúan sus luchas y disputas materiales y simbólicas. 

A inicios de la década de 1970, el Estado argentino bajo el gobierno de facto del Gral. Lanusse –tercer presidente de la dictadura autodenominada Revolución Argentina- dio impulso a una política de acercamiento a la población isleña de Malvinas. La Declaración Conjunta y Acuerdo de Comunicaciones, y sus posteriores anexos, habilitaron una red de intercambios –correo, radio, telefonía-, abastecimiento a través del comercio e instalación de empresas estatales nacionales para el desarrollo de infraestructura – YPF, Gas del Estado, LADE-. A la vez, se alentó la circulación de personas entre las islas y el continente mediante un documento provisorio –la tarjeta blanca-, la incorporación de niños, niñas y jóvenes al sistema educativo argentino y la difusión del idioma castellano a partir de la radicación de maestras bilingües. Los vínculos establecidos hacían evidente la posibilidad de atender las necesidades esenciales y ciertos derechos de los y las habitantes– desde la calefacción de los hogares o la conectividad aérea, al acceso al sistema de salud y a la educación secundaria-. Estas políticas retomaban una tradición vinculada al ejercicio de la soberanía sobre los territorios en clave estatal nacionalista –propias de las teorías de defensa, doctrina de formación de gran parte de las Fuerzas Armadas-. 

Cinco años antes, en 1966, un comando integrado por jóvenes peronistas –trabajadores y estudiantes- liderado por Dardo Cabo, luego de secuestrar un avión de Aerolíneas que se dirigía a Río Gallegos, aterrizó en Puerto Stanley. Allí renombraron la ciudad como Gaucho Rivero, leyeron una proclama patriótica e hicieron flamear banderas argentinas. Este episodio, conocido como “Operativo Cóndor”, marcó un precedente en los reclamos por la soberanía a la vez que denunciaba la proscripción política ejercida por el régimen militar bajo la presidencia del General Juan Carlos Onganía. En ambos contextos, la sociedad de Tierra del Fuego recibió tanto a la y los “Cóndores” que serían juzgados por el Operativo como a pobladores/as de las Islas atraídos/as por los Acuerdos. 

La ocupación militar de Malvinas, realizada en Abril del 82 durante la última dictadura por el gobierno del General Leopoldo Galtieri, tomó por sorpresa a los y las habitantes de Ushuaia. Las noticias llegaron por la Radio Nacional y la de Magallanes (Chile), y los periódicos locales se hicieron eco de la información que se publicaba en Buenos Aires. Al igual que en otros centros urbanos, en una población local que rondaba los once mil habitantes, hubo manifestaciones públicas de alegría. En la Plaza Piedrabuena, docentes, funcionarios, chicos y chicas que salieron de las escuelas, trabajadoras, obreros, comerciantes, ondearon banderas y cantaron el himno. 

En distintos testimonios, recabados a través de entrevistas orales, se puede reconstruir un cierto tono de situación. Algunos y algunas que allí estuvieron, dan cuenta de la algarabía, del sentimiento de revancha por la recuperación de un territorio perdido y añorado. A la vez, evocan la sorpresa ante un acontecimiento del todo inesperado e imprevisto. Si bien las Malvinas, como símbolo y referencia, estaban presentes en la vida cotidiana, y era posible cruzarse en la calle con algún isleño, nada hacía pensar en la posibilidad de un desembarco y operativo militar por parte del Estado argentino. Los recuerdos del conflicto del año 1978, en torno al canal Beagle y las islas Lennox, Picton y Nueva, estaban demasiado presentes. Aquel suceso de escalada bélica había dañado relaciones familiares, laborales y de vecindad. Los procesos sociales de rumor y de sospecha, alentados por las campañas de propaganda de la dictadura, emergieron deteriorando prácticas de convivencia cimentadas durante décadas. Las razzias nocturnas y las cesantías laborales, se habían cernido sobre familias de origen chileno, habitantes de la Tierra del Fuego, junto a otras formas más sutiles de discriminación. 

Luego de un mes, en mayo de 1982, la respuesta del gobierno británico -el despliegue de su fuerza de ataque-, puso en situación de guerra internacional a la Argentina. Su correlato en Ushuaia, afectó a una población previamente entrenada. Las memorias sociales locales se fueron entramando con imágenes de evacuaciones, sirenas y oscurecimientos. Ante el temor o el desconcierto, se contrapusieron rutinas pautadas y una organización civil diagramada para la defensa. Estos elementos que distinguen la historia reciente fueguina son comunes a toda la Patagonia y constituyen lo que Federico Lorenz denominó “brecha experiencial”. Son las huellas locales que investigadoras e investigadores pretendemos relevar e interpretar para aportar sentidos posibles, dentro del entramado complejo de las memorias históricas.

En este proceso de indagación, distintos testimonios de personas que tenían a su vez edades y ocupaciones muy dispares –escolares de la primaria y el secundario, trabajadores civiles de la Base Naval, empleadas administrativas, técnicos de organismos públicos, peones de campo-, fueron refiriendo al suceso que marcó con más fuerza los días de la guerra de Malvinas en Ushuaia. El episodio del ataque y hundimiento del crucero ARA General Belgrano, ocurrido el 2 de mayo por fuera de la zona de exclusión marítima que había establecido el poder británico, dejó a la población en suspenso. 

El 24 de abril había zarpado del puerto, como en tantos otros viajes. Días antes su tripulación – oficiales, marineros, conscriptos, suboficiales, cocineros- circulaba por las calles de Ushuaia haciendo lo “habitual”: enviar cartas a las familias, comprar cigarrillos a precios de “zona aduanera especial”, concurrir a algún bar. Mil noventa y tres personas deambulaban circunstancialmente por la ciudad, que para entonces se asemejaba a un poblado rural con puerto marítimo. Según Juan -tripulante del Belgrano, hoy residente en Ushuaia-, el estado de ánimo general era tranquilo, se quería saber qué pasaba en la Islas pero se veía el acontecimiento de la ocupación como una  ”escaramuza”, que tenía la sola finalidad de obligar a Inglaterra a sentarse a negociar, tal como la ONU lo prescribía desde la década de 1960. En el relato, tanto la navegación -hasta el momento mismo de los impactos- como las acciones de evacuación son recordadas como tareas propias del quehacer profesional. Una sucesión de decisiones y movimientos rápidos y ordenados para los que se tenía conocimiento y práctica. Desde los marineros de dieciséis años hasta los oficiales de sesenta, sabían qué hacer ante la eventualidad de un naufragio. En menos de una hora setecientos noventa y tres hombres desembarcaron del crucero, trescientos fallecieron como efecto del torpedeo y veintitrés perdieron sus vidas, posteriormente, en las balsas.

Juan recuerda las horas de espera, treinta y dos hombres navegando a la deriva en medio de un temporal que los arrastró a cien kilómetros del lugar del hundimiento. “Nos quedamos solos, para un marino el barco es más que la casa” (…) “Gastamos los rosarios de tanto rezar”, “Usamos el Survivor para dar señales y hacer contacto: Medé, medé… ¡Salí que no se te entiende nada! –risas-. Es Mayday, viste, pero el muchacho no sabía inglés”.  “Estuvimos achicando lo más que se pudo (…) entraba mucha agua, se volteaba la balsa tipo submarino”. Finalmente, los divisaron desde un avión y el ARA Bouchard pudo rescatarlos.

El operativo de rescate duró entre veintiséis horas y tres días, de acuerdo a la ubicación. Los sobrevivientes fueron asistidos en las embarcaciones –el rompehielos Bahía Paraíso los Destructores ARA Bouchard y ARA Piedrabuena y el Aviso ARA Gurruchaga – hasta su llegada, a partir del 4 de mayo, al puerto de Ushuaia. “Entró el primero de los Destructores, trajo chicos semidesnudos, manchados con petróleo, con principio de hipotermia (…) les dimos unas zapatillas de lona, medias, calzoncillos, una camiseta, mantas (…)”, cuenta José, trabajador civil de la Base Naval. “Fue todo muy rápido, no se avisó a la población, no hubo recibimiento”. El trayecto de los náufragos -su paso por la ciudad- fue breve: desde el puerto, en colectivos unas pocas cuadras por Av. Maipú, hasta la pasarela que conduce a la pista aeronaval. Desde allí salieron los vuelos hacia el aeropuerto Comandante Espora, luego los colectivos a Puerto Belgrano –Provincia de Buenos Aires-.

La foto que acompaña este texto muestra a algunos de los sobrevivientes, recién desembarcados en Ushuaia. Capta un instante de fragilidad y fortaleza, los gestos sombríos, el dolor en las miradas y la ayuda solidaria al compañero –un joven carga “a caballito” a otro-. Esa imagen está expuesta, actualmente, en la Plaza Malvinas, espacio memorial que rinde homenaje a los caídos en la guerra. 

Hoy sabemos que, a pesar de la política de ocultamiento llevada adelante por las autoridades navales, la sociedad ushuaiense y fueguina se vio profundamente conmovida por la llegada de los náufragos del Belgrano. “Mi viejo nos quiso llevar –cuenta Diana- pero no nos dejaban pasar”, “Las calles que bajan a la costa estaban bloqueadas por los milicos” –recuerda Carmen-.  Marcos relata: “Queríamos verlos y dar una mano” (…) “Para nosotros, la guerra terminó ese día”. 

Los testimonios evidencian las marcas, locales y situadas, de un acontecimiento traumático que sigue produciendo efectos en las vidas de los tripulantes y de sus familias, así como en quienes quisieron -en esos días- acercarse y ver, brindar ayuda y apoyo, colaborar y contener a los sobrevivientes. Los procesos de la historia reciente argentina se despliegan también en escenarios alejados y son sostenidos por personas anónimas que se dejaron conmover y afectar por el sufrimiento de otros.  

* Los fragmentos de testimonios fueron extraídos de entrevistas realizadas en 2018 y 2019, junto a Gustavo Ortiz, coordinador del Programa de Historia Oral (IPES FA)

Acerca de la autora / Karin Otero

Profesora de Historia (UBA) y Magister en Educación (UNER). Se desempeña como docente investigadora en la Universidad Nacional de Tierra del Fuego y en el Instituto de formación docente IPES Florentino Ameghino. Su tema de investigación doctoral es la experiencia social de los conflictos bélicos de la historia reciente argentina, analizados a escala local.

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