Dossier Malvinas

DOSSIER MALVINAS 40° ANIVERSARIO

Días de guerra en Río Grande

Por Esteban Rodríguez

Aparte de otras consideraciones, la guerra es ante todo una experiencia personal y comunitaria. Escenas de la guerra de Malvinas en la población de Río Grande.

La ciudad de Río Grande, ubicada en la zona norte de la Isla Grande de Tierra del Fuego, fue protagonista de la última guerra en la que participó nuestro país al ser designada como cabecera de las acciones bélicas desde la isla hacia Malvinas. Con una población estimada en 100.000 habitantes, es una ciudad que creció y se desarrolló en al menos tres diferentes ciclos económicos desde finales del siglo XIX hasta la actualidad. La industria frigorífica primero y hasta la década del ’50 cuando el descubrimiento del primer pozo de petróleo conocido como TF1 hicieron que la rutina se viera alterada por la llegada de trabajadores de origen estadounidense pertenecientes a la Tennessee, una empresa petrolera beneficiada por los contratos firmados por el presidente Arturo Frondizi. El último ciclo tiene como característica la cuestión geopolítica, cuando en  1972 se sanciona la Ley de Promoción Industrial n° 19.640. Esta medida tuvo impacto real sobre finales de esa década y mucho más luego de la Guerra de Malvinas con la instalación de industrias y un proceso migratorio extraordinario en el que la población pasó de algo más de 7600 habitantes a casi 20000 en solo diez años desde la sanción de la norma.

La Guerra de Malvinas no sería la primera vez que la ciudad iba a tener aprestos militares. El antecedente había sido la tensión entre las dictaduras de Chile y Argentina que tuvo  su punto más alto  en la navidad de 1978 en torno al litigio  por la soberanía de las islas Picton, Lennox y Nueva. En esa ocasión, los soldados ocuparon el espacio de la ciudad que se tiñó de verde. Según algunas estimaciones, la población llegó a duplicarse. La contracara de este fenómeno fue que muchas familias, ante la posibilidad de un ataque, decidieron irse al “norte” por seguridad. La vida cotidiana se transformó. Las autoridades militares junto con algunos vecinos organizaron las primeras acciones de defensa civil que incluyeron la designación de jefes de manzana, oscurecimientos de ventanas y enmascaramiento de vehículos, entre otras medidas.

Los sucesos de diciembre de 1978 fueron para muchos riograndenses tiempos de guerra, y lo recuerdan de ese modo: “la guerra con Chile”. Al mismo tiempo, para la población chilena de Río Grande fueron días difíciles ya que la idea del enemigo hizo que se mirara con otros ojos al vecino de tantos años, que se pensara que todos eran espías o colaboradores del enemigo.  Por un tiempo, el enemigo no fue ideológico aunque, al igual que aquel, se lo pensaba fronteras adentro.

“Monumento a los héroes de Malvinas”, Río Grande, Tierra del Fuego. Créditos de imagen: Deba Rementeria.

El 2 de abril de 1982 la ciudad se despertó con la noticia de la recuperación de las islas Malvinas; aunque no había demasiadas precisiones el ambiente estaba enrarecido desde temprano. El gobierno municipal se encontraba a cargo de Juan Carlos Apolinaire, que por esos años era también el administrador de la Estancia María Behety. 

Graciela Pesce, secretaria del intendente recuerda que

…a la mañana temprano, mucho antes de que yo tuviese que entrar a trabajar, me fue a buscar el chofer González, yo estaba en mi casa en el barrio 2 de abril, que todavía no se llamaba así, unas dos horas antes, no estaba enterada. Creo que a las 7 o 7 y media por ahí. ¡Tenés que venir porque te convocan de la intendencia porque los argentinos ocupamos Malvinas!, dijo González.  No estaban todas las personas, pero si estaba por supuesto el intendente, los secretarios, Manuel Rodríguez Sánchez, el secretario de Finanzas, Ernesto Aloras el de Gobierno, y obviamente estaba Alberto Urrutia que era el factótum de la Municipalidad. Todavía nosotros no estábamos conscientes de lo que estábamos pasando.

Entre tantos relatos de aquella mañana también se destaca el de un joven cadete de la confitería del aeropuerto de la ciudad que recuerda cómo llegó la noticia de la recuperación:

Una mañana fuimos como todas las mañanas a trabajar y de repente salió la cocinera corriendo de la cocina. Vino hasta el salón y gritó muy eufóricamente: ¨¡Se recuperaron las Malvinas!¨ A todos los que estábamos ahí nos agarró como una mezcla de sensaciones… una emoción… Nos pasaba de todo. Fuimos a la cocina y arriba de una heladera había un televisor blanco y negro; estaban transmitiendo desde Buenos Aires. La gente se estaba yendo a Plaza de Mayo. Eran las 10:30hs de la mañana. Era el 2 de abril de 1982. 

Pero en el aeropuerto habría otros sucesos ese día. El joven cadete  y sus compañeros de trabajo también fueron testigos de la primera consecuencia negativa de la “Operación Rosario”, que a priori había sido exitosa pero que dejará para el registro al primer caído de la contienda:

Al rato vemos que aterriza un avión Hércules. Aterriza y se tira para el lado izquierdo. A los 15 minutos aterriza otro atrás. Nos fuimos acercando al ventanal y nos quedamos mirando. En un momento sale un montacargas y se dirige al avión de la izquierda. En el avión de la izquierda se abre una compuerta y aparece un ataúd de color marrón barnizado (me acuerdo como si fuera ayer) y tenía la bandera argentina atada en sus manillares. La bandera argentina toda estirada. El montacargas baja, saca el cajón y se dirige al avión de la derecha, y lo sube, lo posa y lo carga. Ahí nos enteramos de que era el cuerpo del comandante Giachino, el primer muerto en la guerra de Malvinas. 

Dado que se debían aprovechar al máximo los recursos, aquel primer avión que vino de Malvinas pronto regresaría a las islas: “…empezaron a llegar los camiones del Batallón de Infantería de Marina (BIM) cargados de tropas. Nosotros veíamos cómo subían nuestros hermanos, los soldados argentinos subían con sus mochilas, fusiles y cascos. Y subieron en cantidad, llenaron el avión. Al ratito se habían ido los dos aviones.”

En la ciudad, con el paso de las horas la noticia fue tomando más fuerza. En Radio Nacional se escuchaba la noticia de la recuperación y la ciudad se empezaba a preparar para lo que pudiese ocurrir. Las marcas de 1978 estaban latentes, aunque esta vez era una guerra declarada a una de las potencias militares más grandes del planeta. De alguna manera, para algunos optimistas fue una gran noticia y para otros el inicio de algo que íbamos a lamentar en el corto o mediano plazo.

La ciudad modificó todos sus hábitos. Hubo que retomar las prácticas de defensa civil, se designó a jefes y jefas de manzana, se instruyó a la población sobre los cuidados que se debía tener y cómo actuar ante la posibilidad de un ataque aéreo. La actividad comercial también tuvo modificaciones ya que se acortó el horario de atención al público y, si bien las clases no se interrumpieron, en las escuelas se trabajó con los estudiantes para estar preparados ante un emergencia. Los simulacros fueron frecuentes. Nuevamente, muchas familias abandonaron la ciudad en busca de seguridad. Se destinaron aviones para proceder a la evacuación. La mayoría del pasaje lo conformaban madres con sus hijas e hijos, mientras los varones se quedaban resguardando las pertenencias.

Durante los 74 días que duró la guerra, en la ciudad de Río Grande fueron reiterados los simulacros que buscaban preparar a la población ante la posibilidad de un ataque aéreo, marítimo o incluso por tierra desde la frontera con Chile. Por otra parte se dispusieron en el territorio pequeñas patrullas de civiles que conformaron la Red de Observadores Adelantados (ROA), los que en general constaban con un equipo de radio, binoculares, un fusil y “corned beef” como alimento. 

Un miembro de ese grupo recuerda cómo llegó a ocupar ese rol durante la guerra. Según su relato, en 1982 estaba todavía en el secundario, en el colegio Don Bosco. Al conocerse la noticia de la recuperación de las islas, fue con un grupo de compañeros  a Defensa Civil para ver si podían colaborar con algo. Domingo Palma, que era el responsable del sector, los atendió y preguntó si alguno sabía disparar. En ese momento nuestro informante dio un paso al frente recordando su paso por el Liceo Militar de Comodoro Rivadavia. Fue así que, con apenas 18 años y un fusil al hombro, fue a cuidar la frontera oeste, en la zona de Estancia San Julio.

Si bien el país estaba en guerra, para algunos vecinos las cosas no cambiaron y todavía recuerdan los beneficios de  salir temprano del trabajo. Pero, para otros la situación era gravísima pues temían un ataque enemigo. Para esta eventualidad existía un plan de evacuación que preveía trasladar la población hacia el norte, a los campos de la Estancia María Behety. 

Entre las memorias riograndenses de esos días, muchos recuerdan contar los aviones que despegaban con destino a Malvinas y hacer el recuento al regreso, ese balance podía significar un día exitoso o la tristeza de algún caído en combate. Sin embargo, hay otros que sostienen que nunca escucharon un avión y que era casi imposible saber cuando estos se iban a combatir. Lo cierto es que en el bar La Casona todas las noches se juntaban los miembros de la escuadra de la aviación, que nunca pagaron una copa y que allí jamás se preguntaba por quien no regresaba, el silencio era una especie de homenaje.

Cuando los simulacros ya se habían dado por terminados, un día que nadie se anima a confirmar, el silencio y la tranquilidad se vieron interrumpidos por las sirenas dispuestas en varias partes de la ciudad. Los jefes de manzana salieron de sus casas a cortar el servicio de gas de cada vivienda y muchas familias se guarecieron durante largo tiempo bajo alguna mesa o la cama matrimonial con algunas pertenencias por si había que salir corriendo para evacuar la ciudad. Después de algunas horas, así cómo había comenzado, las cosas volvieron a la normalidad. La alarma había sido solo un momento de miedo y angustia. Al otro día, en las calles poco se dijo, unos echaron la culpa a una tropilla de la Estancia María Behety, otros pensaron que había sido otro simulacro. Con los años la ciudad se enteró que aquella noche las fuerzas especiales británicas habían intentado desembarcar al norte de Río Grande. Planeaban matar a los pilotos de los aviones de guerra que destrozaban a la flota real. La Operación Mikado había pasado a la historia.

Las noticias que llegaban de Malvinas lo hacían a cuentagotas y siempre con tinte victorioso. Sin embargo, desde Punta Arenas o Montevideo las radios que se escuchaban decían lo contrario. Nadie, y todos, sabían lo que estaba pasando, el final era inminente. 

Cuando terminó la guerra fue un alivio. La guerra daría lugar a la transición democrática. A 40 años de la Guerra de Malvinas quedan muchos capítulos para escribir desde la perspectiva de la historia reciente y local que poco a poco salen a la luz, van en estas líneas algunas vivencias de los vecinos de Río Grande en aquellos días.

Acerca del autor / Esteban Rodríguez

Profesor en Historia, licenciado en Educación y maestrando en Historia Pública y divulgación de la historia. Docente en el IPES “Paulo Freire”, docente-investigador de la Universidad Nacional de Tierra del Fuego (UNTDF) y coordinador de la Cátedra Libre Malvinas en dicha Universidad. 

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