Historia

RADICALES YRIGOYENISTAS

Arturo Jauretche y el combate de Paso de los Libres

Por Charo López Marsano y Ernesto Salas

En la hora más serena de la noche del 29 de diciembre de 1933 la tropa de radicales yrigoyenistas comandados por el teniente coronel Roberto Bosch cruza el río Uruguay desde Brasil para tomar la localidad correntina de Paso de los Libres. Entre ellos marcha un militante joven, quien con el tiempo será uno de los pensadores más originales del siglo XX argentino, Arturo Jauretche.

 

Sangre valiente clama venganza,

y esa venganza van a tener.

Justo, tirano, cretino y déspota,

tarde o temprano vas a caer.

 

La democracia clama derechos

que el mal momento se despojó

porque la farsa de los traidores,

al enemigo se lo cedió.

 

Los septembrinos, fascistas, torpes,

de una fingida renovación,

son las falanges conservadoras

que más desangran a la Nación.

 

Y cuando vibren nuestros clarines,

en los confines de la verdad,

se oirán los gritos de radicales:

¡Viva la patria! ¡Viva la patria, y la libertad!¹

 

En la hora más serena de la noche del 29 de diciembre de 1933 la tropa de radicales yrigoyenistas comandados por el teniente coronel Roberto Bosch cruza el río Uruguay desde Brasil para tomar la localidad correntina de Paso de los Libres. Entre ellos marcha un militante joven, quien con el tiempo será uno de los pensadores más originales del siglo XX argentino, Arturo Jauretche.

El ciclo de las insurrecciones yrigoyenistas se abrió inmediatamente después de producido el golpe fascista de septiembre de 1930. En su primer tramo, jóvenes oficiales radicales intentaron sublevar algunos regimientos que consideraban leales al gobierno democrático, aunque ello fracasó por las políticas disuasivas desplegadas en el Ejército por el general Agustín Justo. Al año siguiente, el teniente coronel Atilio Cattáneo planificó con detalle su revolución combinando la organización de civiles con la insubordinación de los cuarteles, pero su plan se frustró en diciembre, al ser descubierto por el estallido de una de las bombas que se preparaban en la Capital. Para 1933, decenas de enfrentamientos —la ocupación de Chaco y Corrientes, la toma de La Paz por los hermanos Kennedy, el intento contra el regimiento de Ferrocarrileros en Concordia, entre otros— no habían podido arder los pastos de la insurrección generalizada para acabar con la dictadura de Uriburu ni con el gobierno fraudulento de Justo que lo sucedió. Pese a todo, la organización en las provincias del litoral se encuentra en su apogeo bajo el comando del teniente coronel Gregorio Pomar. La chispa que encienda la pradera es posible —cree este—,  sólo que la lumbre tiene que ser mayor.

 

Bombas caseras usadas en la insurrección de diciembre de 1933

 

El proyecto revolucionario consiste en atacar en tres frentes simultáneos: tomar las ciudades de Paso de los Libres, Santo Tomé y el interior misionero. En una época sin más comunicaciones que la travesía por los ríos se puede ocupar una zona estratégica en las provincias del noreste y aguantar. Jauretche lo planteaba así: “[…] a lo largo de la costa del río Uruguay, de Paso de los Libres al norte, existe una franja de tierra separada del resto del país por los esteros. De modo que, ocupando Misiones y el noreste de Corrientes, basta hacerse fuerte en este “cuello de botella” […] para poder formar una fuerza operativa que después pueda actuar en combinación con otras fuerzas que iniciarían la guerra civil en el interior del país […] el plan era tomar con nuestras fuerzas Paso de los Libres, defendida por el 11 de caballería, en el cual teníamos amigos que tenían que sublevarse” (Jauretche, 1971: 85-86). 

Jauretche es un joven militante de la Capital. Junto a Homero Manzi, José Constantino Barro y otros se oponen a la hegemonía de Marcelo T. de Alvear en el partido. Se concentran, movilizan, activan por una línea revolucionaria, yrigoyenista. Son detenidos varias veces. Al cabo de un par de años Arturo, harto de las acusaciones que dicen que proclaman la revolución pero no hacen nada, se conecta con los planes de Pomar, se traslada a la zona de Uruguayana donde se concentra la fuerza revolucionaria y se convierte en un combatiente más.

 

         Arturo Jauretche 

 

Teniente Coronel Roberto Bosch

 

Los grupos que debían iniciar la guerra civil atacan al unísono en la noche del 29 de diciembre en las ciudades de Rosario, Santa Fe, Cañada de Gómez, Avellaneda, Capital Federal, San Luis y Tucumán. Mal armados, escasamente instruidos, cientos de militantes boina blanca asaltan a los tiros los cuarteles de policía, los edificios de la Prefectura, las casas de gobierno y las comisarías en una jornada en que la vida no vale nada y al grito de ¡Viva Yrigoyen! ¡Viva la revolución! 

En la víspera habían terminado las deliberaciones de la Convención Nacional de la Unión Cívica Radical que se había reunido en la ciudad de Santa Fe y que decidió la continuidad de la abstención electoral. Solo hasta ahí. A las 3.15 de la madrugada, algunos convencionales que se demoran en la tertulia después del encuentro sienten los tiros de los sublevados. Muchos de ellos no estaban enterados.

 

Domingo Madeo – Revolucionario muerto en Santa Fe – 1933

 

En ese preciso momento, después de marchar toda la noche desde el interior riograndense, la tropa de Bosch en la que se encuentra Jauretche cruza el río Uruguay a unos 35 kilómetros al sur de Paso de los Libres. La incursión no es una sorpresa porque unos días antes, presionado por el gobierno argentino, el ejército brasileño había asaltado una de las estancias donde se concentraban los revolucionarios y detenido unos cien militantes incluyendo al teniente coronel Pomar, el jefe legítimo de la sublevación.

Con la falta de oscuridad —la luna simpatiza con el gobierno— se produce el primer enfrentamiento con unos marineros de una lancha de la Prefectura que notan su presencia con el saldo de dos muertos, uno para cada bando. Ya en la orilla correntina, la tropa radical se refuerza con la llegada de otros militantes que convergen desde distintos puntos de la región. Reunión, juramentos y sapucais. Al frente llevan una bandera argentina en la que han bordado la leyenda “Por la soberanía popular que es la voluntad de la Patria”.

Así, el pequeño ejército rebelde inicia la marcha hacia la ciudad bordeando la costa. En dos carros llevan las municiones y una ametralladora. Por el río los acompaña una lancha con dos chalanas arrimadas. En la desembocadura del arroyo Capií Quisé toman sin disparar el puesto de la Prefectura porque al verse desbordados los marineros huyen. Al mediodía hacen un alto para reponerse en el  montecito de un campo que llaman La Quemada —gente conocida de uno de los jefes civiles de la sublevación—, entre los arroyos Capií Quisé y el San Joaquín. 

Pedro Acuña, que en ese momento era un adolescente recuerda que vio pasar tropas y que al rato llegó a la estancia un joven abogado —Jauretche— a pedir agua para los combatientes, “tenía un tono entre autoritario y paternal y nos miraba directamente con sus ojos claros”. Llenaron unos cántaros que subieron en una jardinera y juntos fueron hasta el campamento rebelde, que estaba detrás de una loma. A esa hora, nadie sospecha que el Ejército los acosa. Como en las anteriores sublevaciones, los jefes del regimiento 11, con cuya complicidad contaban los rebeldes, han sido relevados de sus puestos y patrullas del cuartel se dirigen a su encuentro para combatirlos. 

Serían las 13 horas cuando el teniente primero Vidal My los divisa y decide tenderles una emboscada. Con un pelotón de infantería finge un amago de ataque sobre el monte en el que descansan los radicales y, en el instante en que debían entablar combate simulan el repliegue, que Bosch entiende como debilidad cayendo en la trampa al enviar sobre ellos la caballería. Los que aparentan huir, en realidad los llevan hacia una loma elevada en la que Vidal My ha emplazado dos ametralladoras con las que los barre. El combate dura una  hora, aunque el coraje de los revolucionarios no puede eliminar la desventaja en la que se encuentran y terminan replegándose dejando una veintena de muertos y heridos. Se le llamó el Combate de San Joaquín. Según el relato de uno de los sobrevivientes, los que seguían con vida eran asesinados y a los muertos les cortaban las orejas como trofeo. Entre las filas del Ejército hubo una sola baja.

Pese a todo, los restos destrozados de la caballería de Bosch se reagrupan con la infantería a la espera de las primeras sombras de la noche para marchar hacia la ciudad. Abandonan los carros, reparten la munición entre los hombres y montan la ametralladora en uno de los caballos. No tienen inconvenientes para llegar hasta Paso de los Libres y tomar la estación del ferrocarril donde pasan la noche. Jauretche escribe en su poema: No es noche para dormir / es noche para estar despierto / o durmiendo a remezones / en los brazos del recuerdo. / Cositas sin importancia, / —un mate, un saludo, un beso— / el que las tiene no sabe / lo que son en campamento, / cuando le rondan la noche, / al que ya se da por muerto.

A la madrugada, Bosch divide las fuerzas para el ataque en tres columnas. Las dos primeras deben asaltar el regimiento 11, y la tercera la Subprefectura. Esta última se encuentra con una decidida resistencia que los hace fracasar en el intento. Con las primeras luces de la mañana comienza el avance por las calles libreñas y  el coronel establece su cuartel general en una construcción a dos cuadras del edificio de Correos y Telégrafos. A esa altura de los acontecimientos corre la noticia que el gobierno está trasladando refuerzos hacia la zona desde Curuzú Cuatiá y Goya.

 

Revolucionarios de Paso de los Libres

 

A las 9,30 las dos columnas confluyen en el asalto del edificio del Correo, reforzado por soldados del 11 en las azoteas. Por las calles que deben atravesar hay tres cantones de soldados y patrullas voluntarias del autonomismo local que circulan por la ciudad. La ametralladora de los rebeldes, manejada por Adolfo Pomar, sobrino del coronel detenido, empareja en parte la situación y esto permite que los militantes radicales avancen trabajosamente, de zaguán en zaguán. Cuenta Jauretche que Bosch combatió al descubierto enfrentando las balas enemigas: El coronel entre tanto / va por medio de la calle; / dejando a un lado la fusta / ahora apunta con un máuser […] / ¡Es lindo ver un varón, / cuando la muerte desprecia, / bajo una lluvia de balas / que al lado pican en tierra! Pero la posición de los locales en las terrazas hace que el combate sea muy desparejo. Las balas que arrecian alcanzan al joven teniente Pomar y, aunque lo evacúan para atenderlo, sus heridas resultan fatales. Después de media hora y varias bajas, el coronel ordena la retirada hacia el improvisado cuartel donde se reúnen de apuro para que Bosch les diga: “Muchachos, esto fracasó, así que cada uno se arregla como pueda. Ahí tienen las lanchas para el que quiera ir a Brasil”.

Así comienza el desbande. Son las 11 de la mañana cuando empiezan a cruzar el río en la zona de la isla Pacú, mientras en la ciudad se sigue combatiendo para garantizar la retirada. El enemigo no hace prisioneros, a los heridos los degüellan. Dice Jauretche, que lo vio: Y así, al que estaba en el suelo / lo apretaban con las patas, / y levantado del pelo / le ponían la “corbata” / y no era mejor la suerte / de aquel que sano lo hallaban / pues, por variarle la muerte, / parado lo degollaban.

Mientras las lanchas van y vienen garantizando la fuga, llegan los aviones. El primero lanza una bomba que da de lleno en una de las embarcaciones repleta de tripulantes, mientras que los que le siguen bajan rasantes para ametrallar el cruce de los que todavía lo intentan. Los que están en las balsas se tiran al río para tratar de llegar nadando a la otra orilla y los que no habían podido subir a ellas todavía, deciden internarse en los campos en busca de refugio. 

Jauretche, que combate al lado de Bosch y sus asistentes, cubre con ellos la retirada de un grupo que alcanza la otra orilla en la zona del bañado, pero al hacerlo quedan aislados. A punto de ser descubiertos por una patrulla vuelven a internarse  en el pantano mientras los aviones bombardean el lugar. Al llegar la noche Bosch y su asistente consiguen caballos y logran romper el cerco. Una parte de los que quedan decide el cruce a nado. Jauretche y otro combatiente no se consideran buenos nadadores y piensan en bajar por el río Miriñay. Pero cuando lo intentan, un estanciero de apellido Cabral los descubre y entrega a la policía. Los llevan a la comisaría de Paso de los Libres. Jauretche cuenta que estando allí  vio que un comisario de apellido Bello tenía tres o cuatro cadenas en las que colgaban los relojes de los muertos. En un alambre, como trofeo, había enhebrado una oreja que le había sacado a un misionero. Permaneció unos meses preso en la provincia de Corrientes, tiempo de reflexión en el que escribió su famoso poema gauchesco “El Paso de los Libres”.

 

Revolucionarios de Paso de los Libres

 

En la ciudad de Santa Fe, los convencionales del partido fueron detenidos y conducidos hasta la isla Martín  García. Unos días más tarde les comunicaron que podían optar por el confinamiento en la prisión de Ushuaia o por el exilio. Varios de ellos eligieron defender su honor en la cárcel. Alvear prefirió nuevamente el exilio europeo y la vida parisina. Regresó al país en octubre de 1934. 

Fracasada la vía revolucionaria, el 3 de enero de 1935, una nueva Convención decidió por amplia mayoría volver a concurrir a las elecciones sin importar la persistencia de las prácticas fraudulentas del gobierno. El 29 de junio de ese mismo año, en un sótano de Corrientes 1778, en respuesta a la alvearización del partido fue creada FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina). Como afirmó Arturo Jauretche años después: “…cuando la UCR llegue a ser lo que es hoy, un partido más, ajeno al drama sustancial de la patria, le agreguemos el aditamento FORJA […] diferenciado en su radicalismo de la multitud de grupos que se dicen radicales y sobre los que va cayendo una atmósfera que los engloba conjuntamente con todos los partidos del régimen” (Jauretche, 1942 / 2012).

¹ San Joaquin 1933 – A. Jauretche – J. Lezcano – E. A. “Pepi” Vignolles .wmv, https://www.youtube.com/watch?v=MqaL71W1r80

 

BIBLIOGRAFÍA
Charo López Marsano y Ernesto Salas (2017), ¡Viva Yrigoyen! ¡Viva la revolución! La lucha armada radical en la Década Infame, Buenos Aires, Biblos, Cap. 7.
Arturo Jauretche (2012), Escritos Inéditos, Buenos Aires, Corregidor [Entrevista de 1971].
Arturo Jauretche (2013), El Paso de los Libres, Buenos Aires, Corregidor [1ª ed. 1934].

 

Acerca de la autora / Charo López Marsano

Charo López Marsano

 

Magister en Humanidades, Cultura y Literatura Contemporánea (UOC) y Profesora de Historia (UBA). Docente  e investigadora de la UBA, coordina  el área Cine e Historia del Programa PIMSEP / RIOSAL, (FyLL/UBA), e investigadora UBACyT en Industrias Culturales (CEEED/UBA). Escribe sobre cine, política y memoria. Es coautora de los libros ¡Viva Yrigoyen! ¡Viva la revolución! La lucha armada radical en la Década infame (2017) y de El Atlas del peronismo. Historia de una pasión argentina (2019).

 

Acerca del autor Ernesto Salas

Ernesto Salas

 

Licenciado en Historia, Universidad de Buenos Aires. Director del Centro de Estudios Políticos de la Universidad Nacional Arturo Jauretche. Es autor de los libros: La Resistencia Peronista: La toma del frigorífico Lisandro de la Torre (1990), Uturuncos. El origen de la guerrilla peronista (2003); Norberto Habegger. Cristiano, descamisado, montonero (2011, junto a Flora Castro), De resistencia y lucha armada (2014); Arturo Jauretche. Sobre su vida y obra (Comp.) (2015)  y ¡Viva Yrigoyen! ¡Viva la revolución! (2017, junto a Charo López Marsano).

 

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