Hoy digo que con tanta represión y con tanta tortura, igualmente, volvería a nacer trans porque sí soy feliz. Estas palabras fueron dichas por Claudia Pía Braudacco en septiembre del 2011 en el Congreso de la Nación, cuando la Cámara de Diputados discutía el proyecto de ley de Identidad de Género.
En ese tiempo, Claudia ya se había convertido en una de las principales referentas de la lucha por la igualdad de la comunidad trans en nuestro país y en América Latina. Desde su salida de prisión, a fines del 2005, y hasta su repentina muerte, en marzo del 2012, ella dedicó sus días al trabajo social –así lo definía ella– que desarrollaba en la Asociación de travestis, transgéneros y transexuales de Argentina (ATTTA) y en la Red Trans Latinoamericana (REDLACTRANS). Esto incluía reuniones con funcionarios, entrevistas en diferentes medios y atender, siempre, los llamados de las compañeras presas o detenidas que buscaban en ella el apoyo para enfrentar el abuso y la violencia policial que las había llevado a los calabozos.
Como su amiga podría escribir una crónica de sus logros, recordar algunas de sus intervenciones públicas, transcribir algunos fragmentos de los discursos que dio como dirigenta. También, detallar los numerosos espacios públicos que llevan su nombre: plazas del conurbano bonaerense y consultorios médicos inclusivos en los rincones más remotos del país son homenajes permanentes a su memoria. Podría, pero mi interés no es ofrecer un relato de vida para el “bronce”. Quiero iluminar su historia a partir de los ideales que guiaron su militancia, y que se gestaron desde la exclusión y la represión que debió soportar desde el preciso momento que se construyó como mujer.
Claudia nació en La Carlota, provincia de Córdoba, el 21 de octubre de 1970, aunque pasó la mayor parte de su infancia en la localidad santafesina de Venado Tuerto. En 1983, cuando el país iniciaba la transición a la democracia, ella, su madre y sus hermanos menores se mudaron a la Capital. Balvanera fue el barrio donde se instalaron. El cambio de geografía fue contemporáneo a otro proceso: Claudia comenzó a construir su identidad de género y así enfrentar un cambio rotundo en su vida. Como todas las adolescentes trans de esa época, vivió la condena y estigmatización de compañeros, docentes y autoridades de la escuela secundaria a la que concurría, lo que provocó que abandonase los estudios. A ese rechazo se sucedieron otros y más puertas se cerraron. Fue cuando comenzó a ejercer el trabajo sexual en las calles, y con tan solo 14 años una compañera más grande le inyecto vaselina en sus pechos, luego ella misma se colocó silicona medicinal en los senos y en las caderas para conseguir el cuerpo deseado.
Claudia, como tantas otras personas trans, se acostumbró a andar de noche y a esquivar el día. En plena democracia, hacer un trámite en cualquier mostrador de una dependencia pública representaba una odisea y un momento asegurado de maltrato, exclusión y burla, por el simple hecho que el nombre de su DNI no encajaba con su identidad femenina. Y la Policía, blandiendo armas, contravenciones y edictos, no perdía la oportunidad de hostigarlas, amenazarlas y detenerlas por sospechar ejercicio de la prostitución o por el uso de vestimenta no acorde a su sexo biológico (según edictos 2h y 2f en la ciudad de Buenos Aires, respectivamente).
La precariedad marcaba su vida y la de sus compañeras. Vivían amontonadas en casillas de villas miserias o en habitaciones de pensiones donde podían pagar un alquiler sin las exigencias de una inmobiliaria. Justamente, en el verano de 1991, en una casa de pensión de la calle Bolívar conocí a Claudia. Me sorprendió su alegría, la afectuosidad en el trato y la inteligencia que tenía para sobrevivir en las calles.
Con ella transité numerosas experiencias, buenas y también malas, porque esa vida marginal que debía llevar implicaba todo tipo de excesos. Claudia tenía problemas de adicciones y la salud afectada por los efectos de las siliconas y el VIH que le detectaron a principios de los 90’.
La vida no era fácil: hacer la calle de noche, saber esconderse o escapar de la policía, soportar con valor los achaques del cuerpo porque ningún hospital te recibía. Pero en esa época, comenzó a surgir una esperanza de cambio sobre todo para las más jóvenes. Las travestis mayores, las que gastaron tacos en épocas de la dictadura, habían probado suerte en Europa en los años ochenta. Y transmitieron esas experiencias a la generación siguiente. En los cumpleaños, los carnavales o los boliches, las “mayores”, con sus tapados y stilettos italianos, contaban las historias de dinero y libertad que habían vivido en el exterior.
Claudia en Venecia. El exilio trans. 1992-1993
Inspirada en esos relatos, Claudia realizó dos viajes a Italia. El primero lo hizo en 1992. Por temor viajó vestida de hombre, escondiendo sus curvas y con el pelo bien corto. En Europa experimentó por primera vez la libertad de vivir como quería, pero extrañaba mucho a su familia y a sus amistades y decidió regresar. Pero lo hizo con una premisa: luchar para ponerle un límite a las arbitrariedades y las exclusiones que las personas trans y travestis sufrían cotidianamente en casi todos los ámbitos de su vida.
Así, desde 1993, inició una militancia que, no sin adversidades, fue consolidándose. Su primer logro, sin dudas, fue la fundación de la Asociación de Travestis Argentina (luego se transformaría en ATTTA), junto con María Belén Correa y que contó con el asesoramiento de la abogada Angela Vanni.
Reinstalada en Buenos Aires, Claudia volvió a la prostitución porque esa seguía siendo la primera y principal opción para las travestis en Argentina. Con humor, siempre decía que las trans sólo eran aceptadas si se mantenían dentro de la sigla PCP: putas, costureras o peluqueras, ya que nadie imaginaba para ellas un destino de maestras, vendedoras o cualquier otro tipo de trabajo o profesión. Y cuando intentó salir del trabajo sexual, la opción que encontró no fue mejor: la venta de drogas.
En ese contexto tan adverso y con una salud que no dejaba de empeorar, Claudia profundizó su lucha. Su primer acto político de rebeldía fue concientizar a todas las compañeras de escribir “apelo” en cada escrito o acta redactados en sede policial al ser detenidas. Luego vinieron las sentadas en las comisarías para protestar por las reiteradas detenciones, y en septiembre de 1995, identificadas como ATA, las travestis marcharon a la Casa Rosada para entregar el primer petitorio al poder ejecutivo en 1995, solicitando una entrevista con el presidente y una solución a los arrestos cotidianos.
En diciembre del 2002 fue detenida y encarcelada, acusada de delitos vinculados al narcotráfico. Desde el primer momento, Claudia denunció que se trataba de una causa “armada” por las fuerzas de seguridad y decidió dar batalla por su inocencia. Tres años después y luego de recorrer los penales de Ezeiza, Devoto y Marcos Paz, fue absuelta por unanimidad.
Mientras estuvo en la cárcel, Claudia continuó su militancia y logró, por primera vez en la historia carcelaria, que las trans pudieran compartir los espacios de educación con los otros presos y que fueran alojadas en pabellones especiales. Entre rejas, terminó el secundario, encaró el tratamiento para convivir con el VIH, y reforzó su convicción de que el único camino para lograr una vida digna era pelear por espacios legítimos de trabajo e inclusión.
Salió de la cárcel más libre que nunca para continuar su lucha. Desde ATTTA llevó a cabo la construcción de una red de referentes nacionales para que en cada provincia se derogaran los edictos y se establecieran nexos con las autoridades para garantizar el acceso de las trans a una asistencia integral (salud, educación, trabajo, vivienda). A partir del 2009, con compañeras de otras organizaciones comenzaron a discutir la necesidad de sancionar una ley que contemplara el derecho a la identidad de las personas trans. Se presentaron varios proyectos porque debía contemplarse el cambio registral del nombre, el acceso a la salud para la reasignación sexual (cirugías y tratamientos hormonales), pero también incluir a aquellas personas trans que querían ser reconocidas por su identidad autopercibida sin intervenciones médicas.
Murió el 18 marzo del 2012, unos meses antes de la sanción de la Ley de Identidad de Género n° 26.743, por la que tanto había luchado. Su histórico discurso en la Comisión de Justicia de la Cámara de Diputados la consagró como emblema de la lucha por la identidad y la inclusión. En su memoria se instauró el 18 de marzo como el día de la “Promoción de los derechos de las personas trans”.
Claudia no pudo llegar a ver el cambio social y político logrado en los últimos años, pero su experiencia de lucha dejó huellas en las nuevas generaciones, en cada derecho conquistado y en cada vez que su nombre se grita como emblema de la resistencia y la memoria trans.
Acerca de la autora / María Marta Aversa
Doctora en Historia. Docente e investigadora de la Facultad de Ciencias Sociales y de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Directora de la Biblioteca & Museo Claudia Pía Baudracco, Quilmes, Provincia de Buenos Aires.