El crimen atroz de una adolescente es el disparador para analizar los sistemas estatales de protección de les niñes, la desigualdad social, el tratamiento mediático y político y -como afirma el autor de la nota- el asesinato de mujeres por el solo hecho de ser tales.
Laëtitia Perrais fue secuestrada entre el 18 y el 19 de enero de 2011 en Pornic, una comuna francesa situada en el litoral atlántico. Su cuerpo fue encontrado varias semanas después, a partir de rastros e indicios proporcionados por la lacónica y desafiante declaración del hombre que la asesinó.
El femicidio de esta adolescente de dieciocho años tomó dominio público en toda Francia. Al estupor suscitado por la noticia de su desaparición, comunicada en el horario central del canal televisivo de mayor audiencia, se sumó el que siguió ante el hallazgo de su cuerpo mutilado. Todos los medios cubrieron la marcha convocada el 24 de enero, encabezada por su hermana melliza Jessica, sus padres adoptivos e integrantes de su familia biológica. Al día siguiente, Nicolás Sarkozy, entonces presidente de la República, prometió sanciones para quienes llevaban adelante el proceso judicial por considerarlo fallido. Evaluada como contraria a la división de poderes, esta intervención confluyó en una inédita huelga de jueces. En agosto de 2011, cuando ya eran conocidas las aristas centrales del caso y las citadas derivaciones, la hermana de Laëtitia denunció a Gilles Patron, el padre adoptivo de ambas, por haberla agredido sexualmente. En pocos meses, los medios dejaron de presentar a Patron como patriarca herido por el asesinato de Laëtitia y comenzaron a registrar el juicio que lo interpelaba como violador de Jessica, su otra hija. De padre abnegado, ungido por Sarkozy con toda pompa e integrado a su cruzada punitivista, a pedófilo cuya estrategia absolutoria consistió en culpar a su víctima.
Los medios de comunicación presentaron este femicidio como un hecho excepcional, encolumnados en decisiones editoriales que espectacularizaban la investigación policial y judicial. Ivan Jablonka apeló a las herramientas conceptuales de la sociología y la historia para traer a la superficie aristas omitidas en el tratamiento mediático, tales como las deficientes condiciones materiales de vida que han signado a las infancias de los sectores populares y el modo en que la violencia patriarcal ha profundizado este esquema vulnerable. La investigación que confluyó en su libro Laëtitia o el fin de los hombres (Buenos Aires, Anagrama y Libros del Zorzal, 2017) tuvo como norte una pregunta sutil y complejamente simple: ¿quién era Laëtitia Perrais antes de ser expuesta públicamente como “el caso Laëtitia”?
Recientemente, la historiadora Susana Sosenski sostuvo que es factible comprobar una continuidad entre pasado y presente a la hora de analizar las violencias hacia niños, niñas y adolescentes, en tanto “sus cuerpos han sido y siguen siendo sometidos al poder aplastante de adultos que los despersonalizan, los convierten en objetos intercambiables e incluso desechables. La regulación estatal de las infancias atravesadas por la pobreza, los vínculos familiares que unen a víctimas y agresores sexuales, el modo de garantizarles cuidado y protección, son tópicos que integran las agendas públicas desde hace más de un siglo. Estos mismos esquemas marcaron las trayectorias vitales de las mellizas Perrais, en una aparente imposibilidad de torcer el curso de la desigualdad.
El libro de Jablonka documenta analíticamente las dinámicas familiares y escolares en las que se inscribieron Laëtitia y Jessica. Breve fue el lapso de tiempo compartido con su madre Sylvia Larcher y su padre Franck Perrais, durante el cual se sucedieron periódicas separaciones, maltratos y la denuncia por violación que condujo a Perrais a la cárcel. Agudizado su cuadro depresivo, Larcher fue internada en un hospital psiquiátrico y las niñas quedaron a cargo de la abuela paterna. La solicitud de una “asistencia educativa en un medio abierto” y, posteriormente, la decisión de un juez de menores de asignarlas a un hogar, inauguraron su tránsito por los abigarrados senderos de las burocracias estatales dedicadas a la denominada protección social de la infancia, tal como lo habían hecho los niños y las niñas que la Francia decimonónica nominó como “sin padre ni madre”.Desde entonces, su cotidiano sumó periódicos interrogatorios que las ponían bajo la mira de informes psicológicos y médico-sociales, entre ellos aquél que evaluó como inviable la restitución de la guarda a su padre y dictaminó su asignación a la casa de Gilles y Michelle Patron. “Denuncia, servicios sociales, juez de menores, asistencia educativa, asignación, hogar: desde el punto de vista de la Asistencia Social a la Infancia, el recorrido de Laëtitia y Jessica es clásico, por no decir trivial”, asegura Jablonka.
Ni la asistencia educativa prevista a instancia de los servicios sociales ni las clases de adaptación lograron acompasar su desempeño escolar a los estándares esperados para cada edad. El “fracaso escolar” infantil las condujo a las ramas profesionales previstas por el sistema educativo francés y, por tanto, a oficios de baja remuneración y poco valorados. A los dieciocho años, Laëtitia trabajaba como mesera en un hotel restaurante ubicado a tres kilómetros de su casa y preparaba su certificado de aptitud profesional de camarera en un centro de formación de Saint-Nazaire. En suma, su trayectoria representaba el punto de intersección entre la desigualdad social y la desigualdad escolar.
La otra entrada analítica seleccionada por Jablonka fue explicar la vida y el asesinato de Laëtitia a trasluz de las violencias ejercidas por diferentes hombres, entre quienes prestó particular atención a Franck Perrais, Tony Meilhon, Gilles Patron y Nicolas Sarkozy. El medio social y las dinámicas familiares enlazaban las experiencias infantiles de Perrais y Meilhon, respectivamente su padre y el hombre que la asesinó. En sus vidas se sucedieron ausencias de cuidados, truncadas trayectorias escolares, delitos de escasa cuantía y posteriores encarcelamientos, pobreza y “hombres que se vuelven malos”. El perfil de Patron, su padre adoptivo, respondía a criterios disímiles, asociados a la presencia de una casa individual, carreras profesionales de clase media y aspiraciones de respetabilidad. Sin embargo, estas condiciones no eximieron a Laëtitia de vivir bajo el techo de un hombre que fue inculpado por varias violaciones, entre ellas la de su hermana. Finalmente, Sarkozy procuró sacar rédito político del femicidio a través de intervenciones públicas donde se mostraba como un presidente defensor de la sociedad francesa e implacable ante “monstruos y bandidos”.
A la competencia establecida entre estos cuatro hombres en procura de “la apropiación del ícono Laëtitia” se sumó la voracidad de un sector del periodismo que priorizó la primicia por sobre la memoria de una adolescente asesinada, en pasmosa connivencia con agentes policiales y judiciales que filtraron informaciones de la causa. Según Ivan Jablonka, los medios construyeron un storytelling clásico, aquél que enfrenta “ángel” y “monstruo”, efectista y efectivo a la hora de ganar audiencias y armar una historia lista para consumir. Arropado de categorías e investigaciones inscriptas en el campo de la sociología y la historia, Jablonka contrapuso discusiones a estos espasmos mediáticos y sus asociados réditos políticos. En primer lugar, propuso discutir las masculinidades y el poder patriarcal que violenta los cuerpos de las mujeres y se arroga el derecho sobre sus vidas. En segundo lugar, pensó la problematización de la reincidencia delictiva desde la neurosis por la seguridad, el endurecimiento de las penas y el estado de las cárceles francesas. En tercer lugar, confirió capital importancia a las cultura juveniles configuradas en las prácticas de sociabilidad, tanto las escenificadas en las calles de los enclaves marítimos-rurales como en la “puesta en escena de uno mismo” de las comunidades tejidas en torno a Facebook.
La empresa de Jablonka consistió en reflexionar sobre el derrotero de las familias pobres, las infancias despojadas de “elementos estructurantes” y “puntos de referencia”, el trabajo juvenil y el funcionamiento de las instituciones educativas y judiciales desde el prisma que confería un hecho policial. Las ciencias sociales le permitieron desandar este objetivo e intervenir públicamente sobre un tema acuciante en el que dialogan pasado y presente: el asesinato de mujeres por el solo hecho de ser mujeres.
BIBLIOGRAFÍA
Ivan Jablonka (2017), Laëtitia o el fin de los hombres, Anagrama / Libros del Zorzal
Ivan Jablonka (2006), Ni père ni mère. Histoire des enfants de l’Assistance publique (1874-1939), Paris, Seuil.
Susana Sosenski (2020), “En edad de merecer: apuntes sobre la historia de la violencia hacia niñas y adolescentes en México”, Revista Común, 30 de abril.
Acerca del autor Leandro Stagno
Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación – Universidad Nacional de La Plata