8 de marzo: Día internacional de la mujer trabajadora. Una historia conurbana de derechos y saberes que circulan. Y de cómo el proceso de enseñanza tiene doble vía, aprendemos a la vez que enseñamos.
Actividad docente en la Universidad Nacional Arturo Jauretche. Me habían invitado a dar una charla en la carrera de Relaciones del Trabajo sobre la huelga y la toma del frigorífico Lisandro de la Torre, en 1959. El grupo que formábamos estaba compuesto mayormente de mujeres (seríamos en total tres varones entre veinte, lo que incluía a Flora y Carina, las compañeras que me habían invitado). Acabada la exposición, el debate giró sobre el movimiento gremial de la época. La contracara de Sebastián Borro, dirigente incorruptible que había dirigido la huelga del frigorífico, dio paso a la pregunta por la burocracia, siempre desde la perspectiva que la asocia con algún grado de traición a los compañeros de lucha. Expliqué que –según mi parecer- el concepto burocracia tenía dos acepciones y que solo una de ellas es peyorativa. Que en la sociedad contemporánea, la burocracia es la consecuencia necesaria de la institucionalización de las demandas y el conflicto, que no existiría organización sin la especialización de algunos de sus miembros, pese a que esto haya contribuido a la percepción por parte de los afiliados de que los dirigentes y funcionarios del sindicato terminan no compartiendo la misma experiencia que sus bases. Obviamente, en el debate se incorporaba el desagrado de algunas de las presentes por la inmovilidad actual de muchos sindicatos ante el arrasamiento de derechos por parte del gobierno de Mauricio Macri.
El otro significado del burócrata refería –ahora sí- a la pregunta inicial. Me acordé entonces de una charla que dio Avelino Fernández, reconocido dirigente de la Unión Obrera Metalúrgica ya fallecido, en un curso de capacitación sindical. En aquel entonces, la pregunta había sido la misma: ¿Por qué se había formado la burocracia sindical? ¿Por qué, si muchos militantes habían compartido las prisiones y persecuciones de los primeros años de la resistencia peronista habían caído en la tentación de abandonar a sus compañeros y se habían enriquecido e incluso se habían convertido en lo opuesto de lo que algunos años antes representaban? Avelino por su lado no era un dirigente enriquecido. Recuerdo que lo entrevisté hace muchos años, en los albores de la democracia, a la salida de la fábrica donde seguía trabajando. Los que lo escuchábamos años después conocíamos su historia y por eso le habían hecho la pregunta sobre los burócratas. Conté su respuesta al auditorio de mujeres en el que estábamos debatiendo. Avelino había dicho que, entre otras consideraciones personales de cada dirigente, la culpa de la burocracia la tenían las esposas. Miradas de reprobación de las mujeres que me rodeaban. Que él sabía de muchos compañeros que la habían pasado muy mal y que sus mujeres les reclamaban por el hecho de que todos sus sacrificios, prisiones y exilios, solamente los habían llevado a la ruina, que entonces ellas se encontraban solas y a cargo de todo y que no habían conseguido nada mientras a su alrededor veían que a otros, gremialistas como sus maridos, les estaba yendo bastante bien. Debido a ello, -concluía- muchos compañeros habían ido abandonando sus convicciones y entrando en la lógica de que el sindicato les debía compensar con progreso económico lo que habían entregado en sus años de lucha. La idea de que las mujeres fueran las responsables del abandono del compromiso con sus compañeros no me caía bien ni a mí, o sea que me imaginaba, en las sonrisas contenidas que me rodeaban, que todas consideraban que Avelino -y yo, que lo reproducía-, queríamos endilgarles una culpa que a todas luces les molestaba.
Pero sabiendo que el debate estaba ante la puerta de nuestro encuentro, me vino a la mente otra historia que había leído en un libro sobre Agustín Tosco, obrero y dirigente del gremio de Luz y Fuerza de Córdoba, marxista y protagonista del Cordobazo, la antítesis del burócrata. Por su participación en aquellos hechos se hallaba detenido en Rawson, a muchos kilómetros de los suyos, en una prisión alejada y de difícil acceso para aquellos que, como la familia de Tosco, vivían en la zona centro del país. Hasta allá, a visitarlo, se llegó con esfuerzo su mujer con los dos hijos. Cuando estaban en un aparte, ella le dijo –conté yo-:
-Si volvés a caer preso no ves más a los chicos.
Resulta necesario un paréntesis. En la Universidad Jauretche, el promedio de edad de los estudiantes es mucho más alto que en las universidades más antiguas radicadas en las ciudades capitales. Ronda los treinta, por lo que, en el mismo curso, había chicas de variadas edades, que andarían entre los veintipico y los cuarentipico. Una de las que estaba sentada adelante, joven, con cara y camiseta de militante universitaria (esa semana se desarrollaban las elecciones del Centro) abrió el debate:
-Para evitar ese problema se hubiera enganchado con una chica del sindicato-.
Lógica pura. La imagen de las mujeres politizadas e independientes en contraste con el mandato patriarcal de las amas de casa. La contracara de aquellas esposas demandantes. Las mujeres podían también ser militantes, y con ello romper el modelo; mujeres luchadoras en el mismo espacio que los varones luchadores. Las imágenes de las mujeres reclamantes de los dirigentes peronistas devenidos en burócratas, la de las mujeres-amas-de-casa fregando y criando hijos se oscurecieron frente a la potencia de esa representación. Conté, para beneplácito de la chica militante de la primera fila que, efectivamente, Tosco se había enganchado años después con una chica del sindicato, Susana Funes.
En ese momento, desde el fondo, material y metafórico, una mujer levantó la voz para hacerse escuchar. Entre varias voces que se superponían, habló:
-¿Y quién cuida los pibes?
Me resuena todavía la evidencia sencilla de su grito, aunque éste sólo fuera la forma efectiva de hacerse oír. Más aún cuando Agustín Tosco sigue constituyendo nuestro referente inevitable de conducta militante, recordado hasta hoy por la firmeza de sus convicciones. Mientras él estaba preso, o viajaba por el país para organizar la rebelión contra la dictadura, o en el sindicato redactando documentos o pliegos de reclamos, ¿quién le cuidaba los pibes?, ¿quién los levantaba por la mañana y los llevaba al colegio?, ¿quién los recibía a la vuelta y calmaba sus angustias infantiles, escuchaba sus reclamos, los llevaba a la salita cuando estaban enfermos? Y no era solo la voz de las mujeres, sino un grito clasista que involucra solamente a una parte de ellas la que se levantó desde las entrañas de la chica del fondo. Porque el mismo problema tiene diferente resolución cuando hay holgura económica y se resuelve con terceros. Las mujeres –la de Tosco, las de los dirigentes- volvieron a entrar por la puerta de nuestra aula con la cabeza alta y cara de yo cuidé a los pibes.
A comienzos de la dictadura, otra Flora se vio enfrentada con una disyuntiva que marcó su vida. Estaban buscando a su ex compañero, padre de su hijo, y la detuvieron a ella. La llevaron a un campo y la torturaron un par de días preguntando el paradero de él. Cuando entendieron que no sabía, que ya no era su mujer, la soltaron. Fue en ese momento que decidió que tenía que exiliarse con el hijo que en ese entonces tenía nueve años. Buscó la forma de encontrarse con su ex compañero y con toda sinceridad le espetó: -Sabé que si me aprietan con hacerle daño a Andrés yo te canto. Por eso me tengo que ir-. Y se fue. A México. Y sobrevivió. Y el hijo creció. Y se lo agradeció.
Si yo, aparte de vos, quisiera hacer mi historia, la que sea: a los pibes, ¿quién los cuida?
Acerca del autor/a / Ernesto Salas
Licenciado en Historia, Universidad de Buenos Aires. Director del Centro de Estudios Políticos de la Universidad Nacional Arturo Jauretche. Investigador de la historia argentina reciente en el campo de los conflictos sociales y políticos de las décadas del cincuenta, sesenta y setenta del siglo XX. Es autor de los libros: La Resistencia Peronista: La toma del frigorífico Lisandro de la Torre (1990), Uturuncos. El origen de la guerrilla peronista (2003); Norberto Habegger. Cristiano, descamisado, montonero (2011, junto a Flora Castro) y De resistencia y lucha armada (2014).