En esta nota ofrecemos una reflexión acerca de la ESI a partir de distintas experiencias y aprendizajes desarrolladas con niños y niñas de la escuela primaria.
El activismo feminista –en las calles, en las casas y en las instituciones educativas– colaboró fuertemente para que la sociedad reflexionara acerca de la importancia de contar con Educación Sexual Integral (ESI). Incluso para aquellas personas que no están de acuerdo, este es un tema de la agenda política que nadie puede eludir. Sin embargo, esto no significa que todes sepamos de qué se trata o entendamos la importancia de contar con ella en todas las aulas de nuestro país. Nos interesa subrayar los cambios en las miradas y las inquietudes de los chicos y las chicas acerca las temáticas involucradas en la ESI y los desafíos que esas transformaciones –que se dan en la sociedad y llegan a las aulas mediadas y resignificadas– generan en el modo de trabajo de los y las docentes. Empecemos mirando una experiencia con estudiantes de 11 y 12 años.
La clase se divide en distintos grupos mixtos. La tarea para algunos es hacer una lista de las actividades, juegos, trabajos, gustos, sentimientos y emociones propias de la mujer; y para los otros grupos las de los hombres. En cada uno se arman diversas discusiones y el pedido de respaldo de la docente por las distintas posturas. La maestra interviene sólo para fomentar los argumentos de cada quien y organizar para que se escuchen. Luego se ponen en común en un pizarrón partido por la mitad las cosas propias de la mujer y del hombre. Se toman todas las exposiciones, inclusive aquellas que no tienen consenso. Luego la docente les pregunta cuáles de aquellas partes de las largas listas creen que son naturales de cada género y cuáles una construcción social. Se despiertan discusiones sin faltar acusaciones entre sexos. Luego de fuertes intercambios entre pares llegan a una conclusión: las cosas físicas (amamantar, parir, tener barba, etc.) son todas propias de la mujer o del hombre, mientras que el resto son una imposición generada a partir de la sociedad en la que vivimos. Llegaron a un acuerdo y estaban dispuestes a defenderlo. La docente lee un renglón de la lista de los varones: “Son más violentos porque tienen más fuerza” y pregunta en dónde la ubicarían. Por más que hace distintas preguntas incómodas, les estudiantes sostienen y re-argumentan que los hombres son naturalmente más violentos ya que su condición física les otorga esa cualidad, nada puede influir la cultura en eso. Convencida la maestra de que no serviría decirles que no era así como una imposición docente y sin encontrar la punta del ovillo de dónde tirar para desarmar aquella afirmación, opta por leer otra parte de la lista: “Las mujeres lloran más”. Nuevamente la multitud asevera que era natural, ya que llorar era una cuestión física, imposible de controlar. Ahí el recurso docente fue más sencillo: “Levanten la mano los varones que alguna vez tuvieron ganas de llorar y no lo hicieron porque les daba vergüenza hacerlo delante de otras personas”. Absolutamente todos, antes o después, extendieron su brazo. A partir de este acto entró la crisis que despertó la caída de su teoría, no todo lo físico tiene que ser natural, puede estar condicionado por las relaciones sociales. Se despertaron diversas discusiones al mismo tiempo, la clase se desgranó en pequeñas intercambios en paralelo que no llegaban a ninguna conclusión. La cara desencajada de un niño con el brazo extendido pidiendo la palabra hizo que la maestra intervenga activamente para ordenar nuevamente la discusión. En completo silencio aquel niño expresa que muchas veces cuando quiere llorar y “no puede”, termina pegando. De ese modo hila lo discutido anteriormente y se respira un aire de satisfacción ya que todo lo transitado tuvo sentido.
Esta clase se desarrolló hace más de 10 años, momento en el que comencé a ser maestra de matemática y naturales en 6to y 7mo grado en la Ciudad de Buenos Aires. Por ese entonces en la escuela que trabajaba lo llamábamos Educación Sexual. Punto. Si bien ya estaba vigente la ley 26.150 de Educación Sexualidad Integral –sancionada en 2006–, aún no existían los lineamientos curriculares que nos orientaban qué contenidos dar, y en ese entonces creíamos que dábamos ESI sólo en la hora de naturales con una planificación particular sobre el tema. En mi caso, la secuencia didáctica que heredé de la maestra anterior (gran maestra por cierto) era completamente biologicista. Era un momento de rupturas y tuve que negociar con la coordinación de la escuela para poder ir incluyendo los distintos aspectos que creía fundamentales.
Cabe aclarar que todo esto se desarrolla en una escuela que la habitan familias de clase media, “progres”, que acompañan los cambios socioculturales y suelen ir de la mano de las vanguardias para incluir derechos humanos. Ese dato no es menor, ya que tanto esa experiencia como todo lo que contaré a continuación está suscripta a esa población. Estoy convencida que no tiene ningún sentido replicarlo en otros ámbitos, ni compararlo con otros sectores u otras experiencias. Sabemos en educación que cada actividad tiene que estar enfocada en les sujetos educando con les que nos encontramos. Sin embargo ahondar en ella nos permite pensar modos o perspectivas de trabajo.
Los talleres de ESI, como los llamamos, fueron cambiando y fuimos tocando distintos aspectos. Nunca dejamos de trabajar con la reproducción, los cambios de la pubertad, el ciclo menstrual, siempre incluyendo lo biológico, pero también los sentimientos y emociones que despierta. También incorporamos talleres de género (rompiendo con esa primera idea del binarismo a partir de la ley de identidad de género), como de vínculo con les otres, uso de las tecnologías, diversidad, discriminación, entre muchos otros según los intereses de cada grupo. Un eje fundamental fue el de prevención de enfermedades tanto de origen social (bulimia y anorexia, alcoholismo, tabaquismo, mal de Chagas-Mazza…) como de transmisión sexual (hepatitis B, HIV-sida…). La literatura, actuación, dibujo, entre otros los medios de expresión fueron los lenguajes que nos permitieron explorar, debatir, intercambiar y al mismo tiempo informarnos.
La planificación del taller que expuse al comienzo la usé en los años posteriores y nunca llegamos a los mismos resultados. Estas clases nos permitían observar que muchas de nuestras elecciones son una construcción social, cosa nada fácil en aquel momento ya que entender y divisar que realizamos muchas acciones por vivir en una sociedad con normas sociales y culturales establecida por nosotres mismes, pero sin que nosotres lo decidamos conscientemente, no era algo sencillo de entender por chicas y chicos de 7mo grado. Sin embargo, un año me sucedió que al pedirle que hicieran las listas para cada género, se opusieron diciendo que nada era propio de la mujer o el hombre, adelantándose a la idea de que la sociedad nos condiciona constantemente. Así las palabras estereotipo, género, identidad de género, entre otras empezaron a brotar en la clase en boca de estudiantes de 11 y 12 años. Claramente la sociedad estaba cambiando y les preadolescentes no se quedaban afuera.
De modo muy acelerado, año a año tuvimos que repensar los objetivos de las clases y esperamos seguir teniendo que hacerlo. Entonces nos preguntamos qué sentido tendremos que darle hoy en día a este eje. Un gran recurso para responder esto, por ejemplo, es la caja de preguntas anónima que habilitamos siempre al comenzar a trabajar con esta temática. De ahí podemos observar las dudas genuinas que tienen aquelles que se animan a participar. En los primeros años que di estos talleres aparecían preguntas como ¿qué es el sexo oral?, ¿está bien masturbarse?, ¿cómo se utiliza un preservativo?, ¿cómo entra el pene adentro de la vagina? entre muchas otras que preguntaban de modo explícito sobre las relaciones sexuales, mostrando por un lado una relación directa entre su idea de la educación sexual integral y las relaciones sexuales; y por otro lado, explicitando un interés genuino por saber cuestiones de sexo que no se les permitía hablar en otros espacios.
Sin embargo, es llamativo que hace unos pocos años, a medida que el aula se empezó a llenar de pañuelos de colores y voces fuertes que aclamaban por igualdad y diversidad, las preguntas fueron mutando. Si bien todavía sobreviven aquellas vinculadas a las relaciones sexuales, la mayoría apuntan a otros aspectos: ¿qué hago para superar mi miedo a crecer y sentirme mejor?, Cuando siento miedo a crecer ¿qué me da miedo?, ¿por qué no me siento atraidx a dar un beso y los demás sí?, ¿cómo saber mi orientación sexual?, ¿qué hago si me tocan?, ¿está mal querer tener novix? …
Creo fervientemente que estamos viviendo una revolución generacional donde les más jóvenes tomaron como propias las banderas que hace tanto tiempo venimos levantando las feministas. Este es un movimiento tan grande y de algún modo tan abrupto que muchas veces cuesta encontrarse individualmente en esta marea imparable.
Como docente, es atractivo quedarse embelesada tanto con las discusiones que se dan entre elles sobre la pansexualidad o el montón de nuevas palabras y significantes que van incorporando, así como también cuando cuestionan abriendo el debate para incluir nuevas miradas o enfoques. En general son abanderades de la diversidad, de correr los prejuicios y de cuestionar lo incuestionable. No obstante si profundizamos y logramos correr a un lado todas las categorías teóricas y los argumentos inagotables por transformar aquellos constructos sociales que nos condicionan; aparecen los miedos, las ansiedades y los sentimientos más genuinos por entender dónde situarse cada quien en este entramado cada vez más complejo de libertades. Libertades que, de no desarmarlas, terminan muchas veces también oprimiendo a lo propio de cada une.
Por todo esto, a diferencia de lo que se pensó durante mucho tiempo sobre la educación, estoy convencida que desde cada aula (como desde cualquier espacio de intercambio) es fundamental que demos lugar a cada sujeto a pensarse y repensarse, encontrarse y desencontrarse, buscando y fomentando siempre tanto lo propio de cada individuo, como el registro y respeto a les demás.
Acerca de la autora / Alejandra Almirón
Docente, extensionista e investigadora de la UNAJ, donde coordina la materia Matemática del Instituto de Estudios Iniciales e integra el Programa de Estudios de Género. Es también coordinadora de Matemática y Ciencias Naturales en la escuela primaria.