Economía

DOLAR ARGENTINO

Una reforma para afrontar la bimonetización de la economía

Por Daniel Novak

Una propuesta para superar la progresiva dolarización de la economía argentina cuya base es la restricción externa comercial

El fenómeno de excesiva dolarización de nuestra economía está directamente relacionado con la pérdida progresiva de las funciones básicas del dinero en nuestra moneda doméstica, empezando por la de reserva de valor, que ya perdió totalmente, la de medio de pago, que perdió en ciertas transacciones como las inmobiliarias, y la de unidad de cuenta, a medida que muchos precios se establecen en su equivalente en dólares.

La que nunca cumplió ni va a poder cumplir es la de medio de pago internacional (divisa), lo que tiene dos consecuencias serias: 1) que todo lo que necesitamos importar requiere dólares, incluido el turismo en el exterior, y 2) que quienes quieren valorizar internacionalmente sus ganancias o parte de su patrimonio lo hacen en dólares, recurriendo cada vez más a la “formación de activos externos”, eufemismo técnico para aludir a la fuga de capitales del circuito económico.

No hay que olvidar que el origen de la progresiva dolarización de la economía argentina es la restricción externa comercial, que consiste en que, cada vez que crece la actividad económica, las importaciones crecen proporcionalmente casi tres veces más que el PIB, mientras las exportaciones crecen a lo sumo al ritmo del PIB o decrecen por mayor consumo interno. Eso hace que la reactivación o el crecimiento lleven a crisis recurrentes de la balanza de pagos, que se agravan cuando se intenta “resolverlas” con deuda externa, que luego genera intereses también en dólares.

A esta restricción, que ya lleva siete décadas en nuestro país, se le agregó hace más de tres décadas la derivada del proceso de valorización financiera dolarizada de los excedentes económicos, que hace que la inmensa mayoría del empresariado, local o internacional, haga sus cálculos económicos en dólares y trate de valorizar sus excedentes en esa moneda.

El INDEC estima que las divisas acumuladas en el país por residentes ascienden ya a alrededor de 238 mil millones de dólares, de los cuales más de 215 mil están fuera del sistema bancario (colchones, roperos y cajas de seguridad), lo que significa algo más del 35% del PIB anual, si lo valorizamos al tipo de cambio oficial, y más del 60% si se lo calcula con alguno de los tipos de cambio financieros alternativos. Para tener una idea de proporciones, el grado de monetización actual de la economía argentina en pesos ronda el 20% del PIB, tomando en cuenta el dinero circulante, depósitos en cuentas corrientes, en cajas de ahorro y a plazo fijo.

REFORMA MONETARIA

La pregunta que surge entonces es cómo hacer una reforma monetaria que logre el milagro simultáneo de recuperar la confianza en la moneda propia y consiga incorporar al circuito económico la mayor parte de las divisas inmovilizadas en los colchones, roperos y cajas de seguridad de la población.

Hay varias propuestas circulando en distintos ámbitos, desde las que plantean adoptar al dólar como moneda de curso legal, como en Ecuador, en sustitución del peso, hasta otras más audaces que, en orden de capacidad imaginativa, van desde la adopción de alguna cripto-moneda (cripto-activos, en realidad), como el bitcoin en El Salvador, hasta la adopción de una moneda complementaria basada en unidades de energía, como el kw/hora.

Dos cuestiones clave es preciso tener en cuenta para avanzar en este dilema:  una es que, en el capitalismo moderno, desde 1971 en adelante cuando EEUU declaró la inconvertibilidad del dólar en oro, el dinero no tiene valor propio, intrínseco, en ninguna parte del mundo; es sólo lo que el historiador y antropólogo israelí Yuval Hoah Harari, caracteriza como “construcción imaginaria colectiva”, una de las que nos unen como comunidad universal, y quizás la más extendida en toda la humanidad.

La otra es que, de todas las funciones que debe cumplir el dinero, la más importante, la que podríamos considerar como condición absolutamente necesaria, aunque no suficiente, es la de unidad de cuenta para poder expresar el valor (precios) de todos los bienes y servicios con valor económico, para lo cual requiere cierta estabilidad temporal en su poder adquisitivo.

Está claro que el peso argentino no reúne esta condición de confianza que lo habilite para ser una unidad de cuenta estable en el tiempo, y mucho menos para la función de reserva de valor. Parafraseando a Harari, el peso ya parece más una “destrucción imaginaria colectiva”. Pero, para colmo, tampoco hay ninguna alternativa de dinero que tenga un poder adquisitivo estable porque todas ellas implican alguna variabilidad en el valor que representan, empezando por las más inestables como la de los cripto-activos y siguiendo por las que tienen algún valor propio, como el oro o el kw/hora. Por eso, no tiene ningún sentido pensar en volver al dinero-mercancía bajo cualquier forma, porque esto agregaría a la inestabilidad de precios de todas las mercancías la variación de la unidad patrón.

EXPLICITAR EL BIMONETARISMO

Una primera conclusión de este análisis sería, entonces, que no quedaría más remedio que recurrir a aquella moneda fiduciaria (basada sólo en la confianza) que mejor acepte la comunidad. Y, nos guste o no, esa moneda hoy es el dólar estadounidense. El día de mañana podrá ser el yuan, el euro o cualquier otra, cuando termine el reinado del dólar, de la misma forma en que éste terminó con el reinado mundial de la libra esterlina después de la segunda guerra mundial.

¿Esto nos llevaría entonces a la idea de legalizar en nuestro país al dólar como moneda en reemplazo del peso? No, y los argumentos los dimos en una nota anterior (https://www.pagina12.com.ar/384934-el-mito-de-la-dolarizacion). Eso implicaría renunciar a toda política (soberanía) monetaria propia y hacer depender el grado de liquidez de la economía de los vaivenes de nuestro comercio exterior, afectados por la restricción externa comercial mencionada.

El objetivo debería consistir en lograr movilizar los dólares encanutados asumiendo la preferencia del público por su utilización dentro de la economía local. En otras palabras, conseguir que los dólares salgan del “colchón” y se puedan utilizar de manera sucedánea para transacciones locales, sean éstas con fines productivos o de ahorro bancarizado. Y eso podría lograrse con una moneda local de curso supletorio no forzoso, convertible en dólares sólo para transacciones internacionales. Es decir, una suerte de “dólar argentino” sólo para el mercado interno, convertible en dólares reales exclusivamente para transacciones internacionales, inevitablemente reguladas. Para simplificar, llamaremos provisoriamente a este proyecto de signo monetario “DOLARG”.

Para dar mayor confianza a la nueva moneda podría crearse un Ente Emisor mixto, independiente del Banco Central, que sería el encargado de emitir el dolarg exclusivamente contra la entrega de dólares u otras divisas. Este Ente debería mantener un encaje de 100% entre las divisas y el dolarg, al menos hasta que se consolide la confiabilidad (fiducia) del nuevo sistema monetario.

La idea sería sustituir progresivamente la circulación de dólares para transacciones internas por la nueva moneda mediante restricciones normativas y el gravamen impositivo de las transacciones en moneda extranjera en el mercado interno, sin restringir la disponibilidad de divisas para transacciones internacionales justificadas comercial e impositivamente, incluido el turismo en el exterior.

La moneda de curso legal forzoso debería seguir siendo inicialmente el actual peso no convertible mientras que la convertible sería transitoriamente de uso supletorio por acuerdo de partes. Los contratos a plazo de cualquier tipo se podrían pactar en dolargs, pero podrían ser cumplidos en pesos actuales de curso legal al tipo de cambio que haya en ese momento entre ambas monedas domésticas. Debería quedar inhibida la emisión de contratos a término en monedas extranjeras, so pena de no ser ejecutables por vía legal.

Las divisas reales serían provistas solamente contra entrega de la nueva moneda de manera que quienes quieran adquirirlas con el peso inconvertible deberán antes obtener la convertible; así, el tipo de cambio en el mercado interno se establecería sólo entre el peso actual y el dolarg, ya que el mercado interno de cambios operaría sólo entre ambas monedas domésticas y sería de libre acceso para oferentes y demandantes (desregulado).

La emisión de pesos no convertibles seguiría siendo atribución del Banco Central en los mismos términos que en la actualidad; pero sus reservas de libre disponibilidad en el país estarían constituidas exclusivamente en la nueva moneda. La superintendencia del sistema financiero en ambas monedas seguiría también a cargo del Banco Central, pero la de las transacciones comerciales y financieras internacionales en divisas estarían a cargo del nuevo Ente Emisor.

TRANSICIÓN Y RESTRICCIONES

De esta forma, la conversión de dólares a dolargs sería “voluntaria”, pero inducida por una serie de medidas que penalizarían el uso de los primeros en transacciones internas, estimulando el uso de los segundos. Ejemplo: en una transacción inmobiliaria el uso de dólares tributaría algo similar al impuesto PAÍS más la retención a cuenta de impuestos a las ganancias y bienes personales (como el actual dólar-turista), lo que estaría desgravado con el uso de dolargs. Pero si una empresa tiene que pagar importación de insumos puede hacerlo con dólares, adquiridos con dolargs. Adicionalmente se pueden prever algunos estímulos directos, como el blanqueo impositivo total o parcial de los dólares atesorados que se conviertan a dolargs voluntariamente.

De esta forma, y en la medida en que la reforma monetaria tenga éxito, se lograría devolver a la economía gran parte de los recursos inmovilizados durante el largo proceso de atesoramiento dolarizado y se podría iniciar un proceso de remonetización estable que no comprometa la disponibilidad de divisas para transacciones internacionales. 

Hay infinidad de aspectos operativos para analizar que no caben en una nota como esta. Pero también eso es motivo para que la reforma, si se pusiera en práctica, lo sea de forma gradual y sobre la base de decisiones voluntarias del público inducidas por las medidas oficiales progresivas.

A mediano/largo plazo, la confiabilidad que se haya logrado permitirá ir estableciendo un nivel de encaje descendente entre el nuevo circulante y las reservas de divisas, partiendo de la ventaja inicial de una cobertura del 100% por definición y un grado de monetización más que suficiente en la medida en que se generalice la sustitución progresiva de la circulación y atesoramiento de dólares reales en el mercado interno.

Sólo faltaría explicitar el talón de Aquiles de esta alternativa, que no es otro que su viabilidad política en una sociedad agrietada. Es bastante obvio que, si no es con un gran poder político, que implica contar con quorum propio y mayoría en ambas cámaras legislativas, o con un gran consenso entre oficialismo y oposición, es muy poco probable que un gobierno pueda llevar a cabo una reforma monetaria de estas características. Ninguno de estos requisitos aparece a la vista en la actualidad argentina. Ojalá que no haya que esperar una crisis terminal como las de 1990 y 2001 para lograr el consenso del pánico.

Acerca del autor / Daniel Enrique Novak

Daniel Novak

Licenciado en Economía. Coordinador de la carrera de Licenciatura en Economía de la UNAJ y Profesor asociado en Economía de la misma universidad. Fue  Secretario de Industria y Desarrollo Productivo de Florencio Varela, Coordinador de Desarrollo Inclusivo del PNUD (2004/14), Subsecretario de Coordinación Económica de la Nación (2002/2004) y Consultor Económico de Empresas Industriales (1990/2001).

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