Notas

LOS PLANES DE PERÓN

Peronismo y planificación

Por José Paradiso

Tan pronto inició su primer gobierno, Perón puso en marcha un Plan Quinquenal (1947/1951). El mismo se preparó tomando como base los estudios realizados en el Consejo Nacional de Posguerra que él mismo había presidido y consistía en un conjunto ordenado listado de inversiones con particular énfasis en la modernización de la infraestructura que reflejaban el rumbo que habría de seguir el país en materia económica y social.

Hacia 1949, en virtud de algunos inquietantes indicadores, se realizaron ajustes en las políticas económicas cuyos resultados se vieron afectados por la tremenda sequía de 1950/51. Estas circunstancias obligaron en 1952 a emprender un programa coyuntural de austeridad cuyos lineamientos el presidente explicó en sucesivas charlas radiofónicas “para que el pueblo supiera lo que debía hacer”. Mientras esto ocurría, los organismos técnicos preparaban un segundo Plan Quinquenal que se extendería hasta el fin del mandato.

Quienes trabajaron en el nuevo Plan contaban con modernas y más sofisticadas técnicas de planificación y una base estadística que facilitaba la tarea e incluía los resultados del Censo de 1949. El Plan se proponía “llegar al establecimiento y consolidación de la industria pesada”. Para tal fin se complementaba con la ley de inversiones extranjeras sancionada en 1953. Para uno y otra se identificaban exhaustivamente las actividades a promover, las metas que habrían de alcanzarse en 1957, el tipo de empresa -pública o privada- a través de las cuales se lograrían y la participación financiera del Estado. Por otra parte, ponía particular énfasis en la necesidad de estimular las exportaciones industriales. Pero todo fue interrumpido por la violencia golpista -atentados perpetrados por comandos civiles, bombardeo a Plaza de Mayo, alzamiento en Córdoba, amenaza por parte de la marina de bombardear instalaciones sensibles, fusilamientos-. Crónica de la Argentina que no pudo ser.

El derrocamiento del gobierno por vía de un golpe cívico-militar lo fue también de la idea y la práctica de planificación. Ni la ortodoxia económica de los golpistas, ni el “desarrollismo” de Frondizi y Frigerio se mostrarían dispuestos a rehabilitarlas, situación paradójica reflejada en el hecho de que en esos días ellas ganaban prestigio en todo el mundo, en particular debido a la experiencia “indicativa” francesa y a la difusión de los textos de la flamante economía del desarrollo y de las denominadas teorías de la modernización. Sería la normativa de la Alianza para el Progreso lanzada por la administración Kennedy -se exigía a los países que para acceder a sus beneficios debían contar con planes detallados-, derribaron las resistencias y así surgió el Consejo Nacional de Desarrollo impuesto de la misión de planificar. De todos modos, hubo de esperarse hasta el gobierno de Arturo Illia para que se preparara un Plan de Desarrollo. Pero Illia corrió la misma suerte que Perón y Frondizi y la ejecución del Plan quedó interrumpida junto con la vida constitucional.

Distintas tendencias se disputaban la hegemonía dentro del régimen militar. Una de ellas, inspirada en la mencionada experiencia francesa puso en pie un complejo sistema de planificación que, además de la Secretaría del Conade incluía oficinas regionales y sectoriales equipadas con calificados equipos de expertos. Fruto de este Sistema serían dos Planes Nacionales de Desarrollo identificados con el nombre del profesional que presidió su elaboración: Eduardo Zalduendo y Javier Villanueva. No es el caso de abundar aquí en el análisis de las circunstancias que enmarcaron este proceso o de las complejas relaciones entre el Ministerio de Economía y la Secretaría de Planificación; sí cabe la mención de un capítulo del Sistema: por esos días, estaba de moda una literatura, en algunos casos con solvente respaldo académico, sobre Proyectos Nacionales, era pues inevitable que un régimen con representaciones refundacionales -se imaginaba un proyecto que reemplazara al de la generación del ochenta- acogiera con entusiasmo tal emprendimiento.

Este fue el escenario que encontró Perón al concluir la gesta de su regreso. Nada podía resultarle tan familiar como la noción de planificación, al tiempo que pronto advirtió que podía dar nuevo cauce a la idea de Proyecto Nacional. Ocurría que durante el ciclo de Cámpora, Gelbard no había mostrado ningún entusiasmo por la preparación de un Plan. Tal resistencia obedecía a razones concretas: conocía -y quería eludir-las tensiones entre Economía y Planificación y quienes estaban a cargo del antiguo Conade no respondían a su conducción. Pero tan pronto Perón se instaló en la Casa Rosada dio directivas para la preparación de un Plan. Existen, naturalmente, distintas versiones de este episodio, pero lo que nadie pone en duda son las razones que esgrimía el primer mandatario: la planificación era un rasgo identitario de la gestión gubernamental del Justicialismo y era la forma de transmitir a la ciudadanía la imagen de que era conducida por un Gobierno que sabía adónde quería llevar al país. Y así surgió el Plan Trienal, preparado por expertos de una misión de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL).

El Plan Trienal se definía como un instrumento de cambio destinado a transformar el statu quo socio económico y la vida toda del país. Identificaba lo que habría de producirse -una estructura productiva regida por valores distintos del consumismo, el despilfarro y el deterioro del medio ambiente-; el para qué y el para quiénes, el cómo y el dónde. Eran sus objetivos generales: justicia social, expansión de la actividad económica, alta calidad de vida, unidad nacional -entendida como integración territorial y social-, democratización real de la sociedad, reconstrucción del Estado, recuperación de la independencia económica -rompiendo la subordinación en materia financiera, comercial y tecnológica- e integración latinoamericana. Para lograrlo se obraría a través de políticas monetaria y crediticia, fiscal, de distribución de ingresos, social, industrial, de inversiones, del sector externo, agropecuaria y de abastecimiento. Señalando la trayectoria de un futuro del que las realizaciones trienales habrían de ser un primer peldaño se ubicó el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional cuya redacción fue supervisada por el propio Perón y anunciado ante la Asamblea Legislativa el primero de mayo de 1974.

En esta ocasión, el primer mandatario pronunció un discurso en cuyo transcurso señaló: “definida la naturaleza de la democracia a la que se aspira, hay un solo camino para alcanzarla: gobernar con planificación”.

Desafortunadamente, tal recomendación no fue contemplada por los gobiernos democráticos que vinieron después del “gulag” militar. La planificación quedo “guardada en el ropero” durante las administraciones de Alfonsín, Menem, De la Rúa, Duhalde y Néstor y Cristina Kirchner -aunque en estos últimos casos el Ministerio de Planificación asumió algunas tareas que eran propias de ella-. Al menos podía haberse tomado nota de la idea de planificación estratégica tal como la practicó Francia a partir del Noveno Plan, pero cuando se utilizó este título, en la década de los noventa, se lo hizo en una versión más cercana a la picaresca que a la consistencia técnica.

A la luz del escenario interno y externo en medio del cual habrá de desenvolverse el nuevo gobierno, sobran las razones para propiciar un retorno de la planificación. Las hay identitarias y funcionales. Las primeras tienen que ver con la cultura política y la tradición gubernamental del justicialismo; las funcionales con los problemas que habrán de enfrentarse en el corto y mediano plazo, empezando con la rehabilitación de los tejidos social y productivo y la identificación de un nuevo modelo de desarrollo. En las circunstancias actuales, gobernar con planificación importa fortalecer la gobernabilidad.

Acerca del autor / José Paradiso

Sociólogo (UBA). Director de la Maestría en Integración Latinoamericana y en Sociología Política Internacional dela Universidad Nacional de Tres de febrero.

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