Notas

APUNTES PARA UNA ÉTICA Y UNA PRÁCTICA ECOLÓGICA DE LA CAZA

Cazadores de utopías

Por Bruno Carpinetti

Seguimos alimentando la polémica en un tema controvertido. ¿Qué tiene la caza para despertar tanto ardor entre partidarios y detractores?

 

Los drásticos cambios que se sucedieron en las sociedades urbanas a partir de la Revolución Industrial, han ido desligando a la especie humana de su entorno natural, provocando paralelamente a este distanciamiento paulatino de la naturaleza, un sentimiento de culpa por su irracional explotación. En este contexto, una mirada reduccionista sobre la caza ha puesto a las actividades cinegéticas en el centro de las condenas, mientras que otras actividades aparentemente “incruentas” – como la agricultura industrializada- han devastado espacios naturales y biodiversidad sin ningún tipo de miramientos. 

La caza constituye probablemente la forma más ancestral de acercamiento entre el hombre y la naturaleza, pero claramente, no es la más inocua. Por eso, actualmente, cuando la pérdida de biodiversidad y la crisis ambiental resulta inocultable, la sociedad ha comenzado a cuestionarse si, desde el punto de vista ético y ecológico, las actividades cinegéticas resultan aceptables.

La práctica de la caza es una actividad que, en el mundo contemporáneo, resulta extraña para gran parte de la población, y esto es especialmente cierto para la mayoría de sus críticos, generalmente habitantes de los centros urbanos. 

Contribuye a este desconocimiento el tratamiento sensacionalista y superficial que frecuentemente le dan al tema los medios de comunicación de masas, impidiendo así un debate reflexivo e informado sobre el tema de la caza en el seno de nuestra sociedad.

Tal como plantea el célebre filósofo Ortega y Gasset, la caza no se puede definir por sus finalidades transitivas (utilidad o deporte), o por su técnica, sino que representa un proceso sociocultural mucho más complejo, donde múltiples variables influyen. La caza, aunque se basa en la premisa de la persecución y la captura o muerte de un animal, es mucho más que una actividad predatoria. Por lo tanto, sus significados son mucho más heterogéneos, amplios y densos de lo que podría parecer en un primer momento.

A pesar de las múltiples impugnaciones que la caza recibe actualmente entre desinformados actores urbanos y de la proliferación de detractores con pretendidos posicionamientos “ambientalistas”, la caza puede ser, entre otras cosas, una potente herramienta de manejo y conservación de la vida silvestre, basada además en una ética que entienda al hombre como parte sustantiva de la naturaleza y comprenda el funcionamiento de los ecosistemas de una manera holística.

Así es que en este artículo, intentaremos reflexionar sobre las posibilidades de abordar la actividad desde una ética “ecológica” y desde una práctica que ponga las actividades cinegéticas al servicio de la conservación de la naturaleza. 

 DISCUSIONES ÉTICAS SOBRE LA CAZA

A lo largo de la historia, las actividades cinegéticas han tenido un significado especial para los cazadores y sus sociedades. Para la mayoría de las sociedades pre agrarias – es decir, el conjunto de la humanidad hasta hace apenas 10 mil años – la caza estaba impregnada de significado metafísico. Para esas cosmogonías, la relación predador-presa, era concebida como una relación moral, donde los antiguos humanos otorgaban a sus presas  inmortalidad cultural mientras que estas los proveían de alimento y enseñanzas sobre los secretos de la realidad del mundo.

Por otra parte, desde un punto de vista ecológico, los cazadores humanos, como cualquier otro predador, “modelaron” genéticamente a través de los procesos selectivos de caza a la miríada de especies presa que actualmente conocemos, a los ecosistemas que conformaban, y a la propia especie humana.

Actualmente, la mayoría de las voces que se alzan contra la caza argumentan, desde la perspectiva del “bienestar animal”, que es un mandato maximizar el bienestar y minimizar el sufrimiento de los animales individuales, ya que estos son seres “sintientes”.  Asimismo, desde la perspectiva del “derecho animal” se le asigna a los animales un valor, comparable hasta cierto punto con el de los individuos humanos, por lo que cualquier actividad humana que los perjudique requiere de una razón de peso que moralmente lo justifique.  Sin embargo, a diferencia de estas visiones, una ética de la caza con perspectiva ecológica, se basa en la premisa de que el ecosistema del que dependen todos los organismos, y el rol que las especies cumplen dentro del sistema, son más importantes que los individuos que lo componen. Desde esta mirada, la capacidad de organismos complejos como mamíferos, aves y otros vertebrados  de “sentir” o sus “derechos individuales” se ven relegados por el rol ecosistémico de organismos de menor complejidad como insectos o plantas. Una ética “ecológica”, prioriza de esta manera funciones del ecosistema como la transferencia de energía química entre organismos que viven y mueren a expensas unos de otros, reconociendo que no solo los predadores, sino también los carroñeros, los descomponedores e incluso los organismos autótrofos (plantas verdes), eliminan a sus competidores monopolizando recursos. La ética “ecológica” difiere claramente de la mirada “animalista” por su sustento en una concepción más holística y menos “individualista” de la naturaleza y su funcionamiento.

Además, las concepciones “animalistas” no se focalizan en los derechos, intereses o sufrimiento de los animales per se, sino en el perjuicio ocasionado sobre estos por los seres humanos. De esta manera, reclaman que cualquier actividad que dañe a los animales debe ser debidamente justificada por argumentos “morales” que reconozcan el valor de cada animal. En este sentido, la perspectiva ecológica nos ofrece el argumento de un beneficio mayor – la salud ecosistémica – suficiente para justificar la muerte de animales individuales. 

Desde esta misma perspectiva ecológica, el hecho mismo del acto violento de dar muerte a un individuo, tampoco implica ninguna violación a la moral, incluso la de los “animalistas”, siempre y cuando el acto de caza no implique un sufrimiento mayor que el que proporcionaría la muerte “natural” del animal. En este sentido es importante destacar que la mayoría de las formas en las que terminan su vida los animales en la naturaleza implican formas de sufrimiento prolongado como las ocasionadas por la inanición, la enfermedad, una muerte lenta de individuos débiles frente a los cambios estacionales o la posibilidad de ser devorado vivo por un predador, todas ellas implican un sufrimiento muy superior al generalmente infligido en el acto de caza.

Una ética de la caza inspirada en la ecología, es por otra parte una aproximación al comportamiento predador arquetípico de los seres humanos en la naturaleza. En este sentido, el cazador debe siempre desarrollar su actividad de manera sostenible, preservando la población de especies presa. Asimismo, debe renunciar al uso de tecnología que implique la neutralización total de las capacidades de la presa para escapar y está compelido a utilizar los productos y subproductos de la caza a la manera de las sociedades pre agrarias.

Una ética fundada en razones ecológicas y evolutivas, que considera a los humanos como parte de la comunidad biótica en lugar de amo absoluto de su entorno, no representa un cambio rotundo en los valores éticos que tradicionalmente regulan las actividades seculares entre los hombres, sino más bien una ampliación que extiende esas regulaciones a las interacciones entre el hombre y todos los demás componentes de la naturaleza.

Además, como veremos a continuación, en el mundo actual, la caza representa una herramienta determinante en el manejo conservacionista de la vida silvestre y las áreas naturales. 

EL ROL DE LA CAZA EN LA CONSERVACIÓN DE LA NATURALEZA

La caza y la conservación de la naturaleza han sido parte de la cultura humana desde los comienzos de la historia.

La pérdida del hábitat y la fragmentación de los ecosistemas representan dos de las principales amenazas para la conservación de la biodiversidad a nivel mundial. A estos problemas deben agregarse la contaminación, los efectos del cambio climático, la explotación no sustentable de los recursos naturales, el comercio ilegal y la invasión de especies exóticas. Las tendencias globales también se mantienen en nuestro país, donde la degradación y pérdida de ambientes son la mayor causa de pérdida de biodiversidad. La modificación del paisaje con fines productivos genera alteraciones o la pérdida completa de hábitats, a través del reemplazo de bosques por zonas de cultivo, la explotación minera, la construcción de represas hidroeléctricas y otras iniciativas de desarrollo que provocan grandes cambios en el medio natural.

La caza necesita para su adecuado desarrollo, un ambiente natural debidamente conservado y sin demasiadas modificaciones antrópicas, es por esto que las actividades cinegéticas representan un fenómeno con importantes implicancias ambientales.

A lo largo de la historia de la humanidad, los sitios relacionados con la caza han incluido tradicionalmente bosques, costas, ríos y lagos, montañas y otros escenarios paisajísticamente espectaculares y ecológicamente relevantes, que a raíz de esto, han sido preservados para estos fines. Además, la caza, no solo ha estimulado en nuestra sociedad una reivindicación de valores estéticos, científico naturalistas o incluso espirituales vinculados a la conservación de la naturaleza, sino que también ha funcionado como un estímulo económico destacable para áreas aisladas y marginales de nuestro país. En este sentido, son numerosos los ejemplos en los que estas actividades han actuado como motor del desarrollo regional.

Según la Convención para la Diversidad Biológica, de la cual Argentina es país signatario, la conservación moderna tiene como objetivos reducir el riesgo de extinción de especies, mantener los procesos ecológicos esenciales, preservar la diversidad genética y asegurar que el uso de las especies y los ecosistemas del planeta sea sustentable. Por otra parte, la Unión Mundial para la Naturaleza (UICN), ha reconocido desde hace mucho tiempo que el uso racional y sostenible de la vida silvestre puede ser consistente con la conservación y contribuir a la misma, puesto que los beneficios sociales y económicos derivados de la utilización de las especies pueden proveer a la gente de incentivos para conservar a éstas y a sus hábitats. Aunque esta definición no promueve directamente el uso de los recursos como una herramienta de conservación, la inclusión explícita del uso de la vida silvestre es un reconocimiento de que esto es una realidad, y que el deber de los conservacionistas es asegurar que ese uso sea sustentable, más que negarlo o prohibirlo.

Desde una perspectiva ecológica, en muchas ocasiones, los cazadores sustituyen el rol de los predadores ausentes (grandes carnívoros, hoy extintos en gran parte de su rango de distribución original), manteniendo las poblaciones de fauna a niveles de abundancia que eviten conflictos sociales y ambientales. 

Además, como ya hemos mencionado, en el actual escenario globalizado de nuestro planeta, se identifican nuevas amenazas a la biodiversidad, antes no reconocidas, para las cuales, las actividades extractivas como la caza y la pesca pueden aportar soluciones de manejo. Por ejemplo, en nuestro país, como en muchos otros lugares del mundo colonizado por europeos, hasta mediados del siglo XX, las especies exóticas fueron más valoradas estéticamente y percibidas como ideales para reemplazar a las especies nativas, que además eran señaladas como menos redituables económicamente para el uso humano. Así es, que fueron introducidas a nuestros ambientes naturales especies de gran valor recreativo como el ciervo colorado (Cervus elaphus), diferentes especies de salmónidos, la liebre (Lepus europaeus) o el jabalí (Sus scrofa). Hoy en día, bajo una valoración negativa, científicamente fundada, del rol que estas juegan en los ecosistemas autóctonos, los conservacionistas promueven programas para erradicar o controlar algunas de las especies exóticas introducidas en el siglo pasado. En estos programas los cazadores  pueden jugar un papel significativamente positivo en la defensa de nuestro patrimonio natural.

ALGUNAS REFLEXIONES FINALES

La presencia de las actividades cinegéticas en las distintas formas del arte,  como la literatura, la música, la pintura y la escultura de todas las culturas, e incluso en el lenguaje cotidiano de las sociedades modernas, confirma que la especie humana nunca se ha desprendido de su profundo vínculo con la caza.

Sin embargo, en el contexto de la profunda crisis ambiental que atraviesa nuestro planeta, la caza amerita un profundo escrutinio a fines de reflexionar sobre el lugar que ocupa en el mundo contemporáneo.

En este sentido, una ética de la caza de base ecológica, acepta a las actividades cinegéticas como acciones extractivas necesarias, en algunos casos para la alimentación de pueblos no industrializados o de comunidades rurales humanas, y en otros casos para el control de poblaciones de especies animales anormalmente abundantes o dañinas para otras actividades e intereses humanos, como la agricultura, la ganadería o la salud pública, o incluso la conservación de la biodiversidad.

La caza ha sobrevivido a todas las revoluciones, violentas o pacíficas que ha atravesado la historia humana. En el contexto de la alienación y paulatino aislamiento de la naturaleza de las sociedades modernas, los humanos nos hemos alejado gradualmente de nuestro rol trófico en los ecosistemas. Como hemos visto, no pareciera entonces ser éticamente objetable que algunos, elijan retornar a prácticas arcaicas como la de la caza, comunes a tantos otros animales y esenciales para los ecosistemas, y que nos recuerdan el valor ecológico que la muerte tiene para sostener la vida. 

Acerca del autor / Bruno Carpinetti

 Bruno Carpinetti es Guardaparque. Se diplomó y obtuvo una Maestria en Ciencias en Biología de la Conservación en la Universidad de Kent, Inglaterra. Completó el Diploma de postgrado en Antropología Social y Política en FLACSO – Buenos Aires, y se Doctoró en Antropología Social en la Universidad Nacional de Misiones con la tesis “Ecología política de la conservación de la naturaleza en Guinea Ecuatorial”. Sus áreas de trabajo son el uso de recursos naturales por comunidades rurales e indígenas y la ecología de poblaciones animales. Ha ocupado distintos cargos en la administración pública, y se ha desempeñado como consultor de la Organización para la Agricultura y la Alimentación de las Naciones Unidas (FAO), de la Agencia Japonesa para la Cooperación Internacional (JICA) y de la Corporación Andina de Fomento (CAF) entre otros organismos. Actualmente es Profesor Titular de Ecología General y Recursos Naturales en la carrera de Licenciatura en Gestión Ambiental de la Universidad Nacional Arturo Jauretche.

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