El 20 de julio se cumple el 90° aniversario de la toma de Corrientes y Resistencia encabezada por el teniente coronel Gregorio Pomar y el mayor Manuel Álvarez Pereyra. Negada o desdibujada, incluso por su propio partido, rescatamos para la memoria popular la lucha armada radical contra la dictadura instaurada en 1930.
El teniente coronel Pomar creyó que tenía controlada la situación. Con un grupo de oficiales combinados de antemano había arrestado a los que no estaban de acuerdo y sublevado el regimiento 9 de Corrientes. Recién entonces irrumpió en el despacho del comandante Lino Montiel y lo encaró:
—Voy a sacar el regimiento, que está sublevado a mis órdenes.
Tal vez de manera inesperada, el jefe del cuartel no se achicó:
—¡Mi regimiento no se subleva! —gritó, y le lanzó un duro golpe de puño que le impactó en la clavícula derecha.
Pomar, sorprendido por la veloz reacción del otro, perdió el equilibrio y cayó con estrépito contra una ventana cortándose la mano derecha con los vidrios. Esto animó a su oponente quien desenfundó su pistola y avanzó decidido contra los intrusos. Sin embargo, no obstante la posición desventajosa en la que se encontraba, el caído reaccionó con rapidez y sacó el arma con la que disparó contra Montiel. La bala le dio de lleno en el pecho, ahora él, aturdido, por esa muerte inesperada.
El golpe de septiembre de 1930 contra Yrigoyen inauguró una dictadura sangrienta. La prisión y tortura de detenidos se ensañó particularmente con los anarquistas y con los radicales yrigoyenistas. Las cárceles se poblaron de detenidos sociales y políticos. El comisario Lugones laceraba los cuerpos con saña en el sótano de la Penitenciaría de la calle Las Heras. El mayor Rosasco y el coronel Levrero hacían lo propio en Avellaneda y Rosario, respectivamente. En la Ushuaia congelada, la vida en la prisión se transformaba en infierno.
Dirigentes radicales detenidos en Ushuaia
En abril de 1931, alentado por la confianza de triunfo que se tenían los conservadores en Buenos Aires, el dictador José Félix Uriburu —proclamado fascista a quien apodaban “Von Pepe”— llamó a elecciones en la provincia. Pronto descubriría que no siempre la victoria autoconferida se corresponde con la realidad. Los radicales, que ocho meses antes habían sido expulsados del gobierno por la fuerza del golpe de Estado, ganaron con el 49% de los votos. Entonces la dictadura se apresuró a anular las elecciones. Y la indignación de los militares radicales activó la sublevación.
El lunes 20 de julio de 1931 el teniente coronel Gregorio Pomar, con el acuerdo de la mayoría de los oficiales y suboficiales del Regimiento 9 de Corrientes, se sublevó contra el gobierno y tomó el control de la unidad. El levantamiento estaba previsto inicialmente para las tres de la tarde, pero se adelantó a las once de la mañana porque los revolucionarios tuvieron conocimiento de que la policía estaba enterada del plan y había informado al interventor, Atilio Dell’ Oro Maini, y al jefe del regimiento, el teniente coronel Lino H. Montiel. Esta fue la desgracia de este último, porque de no ser por ello no se hubiera trasladado al cuartel; estaba en su casa recuperándose de una caída del caballo.
Una vez que tuvo el control del regimiento, el oficial yrigoyenista se movilizó con varios batallones y una batería que montó frente a la Casa de Gobierno “entre aclamaciones de la multitud” que se había congregado. La policía no intentó ninguna resistencia y Dell’ Oro Maini se entregó con los brazos en alto. Al salir del edificio este personaje, que tendría un largo camino en otras conspiraciones militares, trató de decir unas palabras pero fue acallado por los gritos airados de la muchedumbre. Estaba a punto de pasarla mal cuando los sublevados lo salvaron de la ira popular y le pusieron una custodia para llegar hasta su hotel.
Inmediatamente, los alzados se desplegaron por la ciudad ocupando los edificios del Correo y la Legislatura y poniendo custodia al Banco de la Nación. Según un testigo de los hechos, se formaron dos batallones de milicias civiles con los ciudadanos que ofrecieron su apoyo a la revolución, en un número aproximado de 2.500 personas.
En la vecina ciudad de Resistencia, el jefe del Distrito Militar, mayor Manuel Álvarez Pereyra, juntó a unos cuarenta hombres, tomó la jefatura, el Correo y la Casa de Gobierno, desplazó al gobernador de facto Juan Mc Lean, se proclamó gobernador interino del Chaco y realizó una convocatoria a la que concurrieron unos 500 hombres; se los organizó en un batallón y fueron trasladados a Corrientes para colaborar con Pomar. La mayoría de la policía chaqueña se plegó a los revolucionarios. A las 9 de la mañana un grupo de soldados y agentes tomaron la estación del ferrocarril y controlaron las comunicaciones del telégrafo. También enviaron un tren con destino a Charadai y Barranqueras, que fueron ocupadas por las fuerzas revolucionarias.
En varias ciudades del interior del Chaco y Corrientes hubo levantamientos que destituyeron a las autoridades locales. El comisario inspector Julio H. Albarracín protagonizó un hecho curioso: recorrió con un grupo de policías las comisarías de la línea del Ferrocarril Central Norte reclutando combatientes. Al llegar a Roque Sáenz Peña el grupo se había acrecentado en unos cincuenta hombres que tomaron por asalto la jefatura de policía de la ciudad.
La proclama de los sublevados exigió el retorno inmediato a la normalidad constitucional, la asunción del gobierno por la Corte Suprema de Justicia, la formación de gobiernos civiles provisorios en las provincias y el llamado inmediato a elecciones nacionales.
El mismo 20 de julio llegó la intimación a la rendición de los alzados. Se los acusaba de ser una “reacción del funesto régimen depuesto” impulsados por “políticos desalojados de las altas posiciones que mancharon con sus crímenes” y se los intimó con el bombardeo de la ciudad: “Fuerza superiores marchan ya sobre los rebeldes y si no deponen las armas ante esta concitación, la ciudad será bombardeada sin contemplaciones y los culpables castigados como traidores a la Patria”.
La resistencia radical yrigoyenista
Pomar, lo mismo que los sublevados en el Chaco, que habían sostenido su posición a la espera de los acontecimientos en otras partes del país, decidieron la retirada al finalizar la tarde del martes. Cortaron las líneas férreas para retrasar la llegada de las tropas enemigas, mientras decenas de oficiales y suboficiales del regimiento 9 y el conjunto de las fuerzas, que se calcularon en doscientos hombres, se embarcaron con sus armas y algunas piezas de artillería en una balsa y llegaron por la madrugada del día 22 a la localidad de Humaitá, en el Paraguay donde pidieron asilo.
El gobierno ilegal, que torturaba y detenía a mansalva, acusó de “criminal” al levantamiento y lo vinculó a una conspiración anarco radical. Una vez que las tropas se retiraron, comenzó la persecución en Resistencia y Corrientes. Frente a la ola represiva, el mayor Manuel Álvarez Pereyra le escribió una hermosa carta —que recordamos en su altivez— al interventor que él había desplazado:
“Los últimos exiliados procedentes de allí me dicen que se encarcela y apresa a mis amigos personales por esta sola causa […] Si usted se ha propuesto arrestar a los chaqueños amantes de la libertad y de la república que nos acompañaron con su simpatía y su entusiasmo, le advierto que el territorio quedará desierto […]. Sólo los tangenciales de la ley, que por regla general son sus amigos y los de su digno jefe de policía gozarán de la libertad y la consideración. Yo no he conquistado afectos y merecimiento públicos por tolerancia en el pillaje, ni por haber sometido a mi conciencia a los intereses de ciertas compañías negreras, que se enriquecen a expensas del sufrimiento de miles de hogares criollos. Nadie me procesó por robo de haciendas y carretas, ni por delito alguno […] Los cargos que he ocupado y la jerarquía que invisto en el Ejército no son el producto de la sumisión a la dictadura degradante que usted representa, ni fueron gestionados por empresas de vampiros […] Me jugué, como tantos otros, por una causa que sólo es accesible para las almas grandes. Perdí todo, mi carrera, mi bienestar y el calor de mi hogar, pero conservé intactos mis blasones de bien […] Usted no es usted, sino lo que representa, es decir, la tiranía de mi patria y el menor valor social en franca lucha contra lo más prestigioso de una sociedad […] Así devuelve usted las gentilezas que le dispensé no privándole de su libertad ni de nada, ni siquiera del automóvil oficial que hace las delicias de sus familiares. Lo menos que puedo exigirle a usted, a sus subordinados y a sus representados, los tiranuelos que ofenden la tradición libertaria de mi pueblo es esto, respeto y consideración. Hasta que llegue el instante en que la luz vuelva a abrirse paso entre las tinieblas que oscurecen el que hasta el 6 de septiembre era brillante porvenir de la Nación, lo saluda atentamente”.
Manuel Álvarez Pereyra, Mayor constitucional.
Acerca de les autores
Charo López Marsano
Magister en Humanidades, Cultura y Literatura Contemporánea (UOC) y Profesora de Historia (UBA). Docente e investigadora de la UBA, coordina el área Cine e Historia del Programa PIMSEP / RIOSAL, (FyLL/UBA), e investigadora UBACyT en Industrias Culturales (CEEED/UBA). Escribe sobre cine, política y memoria. Es coautora de los libros ¡Viva Yrigoyen! ¡Viva la revolución! La lucha armada radical en la Década infame (2017) y de El Atlas del peronismo. Historia de una pasión argentina (2019).
Ernesto Salas
Licenciado en Historia, Universidad de Buenos Aires. Director del Centro de Estudios Políticos de la Universidad Nacional Arturo Jauretche. Es autor de los libros: La Resistencia Peronista: La toma del frigorífico Lisandro de la Torre (1990), Uturuncos. El origen de la guerrilla peronista (2003); Norberto Habegger. Cristiano, descamisado, montonero (2011, junto a Flora Castro), De resistencia y lucha armada (2014); Arturo Jauretche. Sobre su vida y obra (Comp.) (2015) y ¡Viva Yrigoyen! ¡Viva la revolución! (2017, junto a Charo López Marsano).