Economía

ECONOMÍA Y POLÍTICA

Fábulas liberales

Por Emiliana Gisande

Esta nota aborda tópicos generalmente expuestos como antagónicos e intenta desarmar el vox populi instaurado por la teoría económica ortodoxa, con el objetivo de que la sociedad pueda participar plenamente del debate económico.

 

La fábula del mundo ideal

La palabra ortodoxia proviene del griego orthos (correcto) y doxa (opinión), denotando la conformidad con los principios de una doctrina aceptada por la mayoría. Estas ideas son impuestas por un grupo dominante, calificando todo aquello que escapa de las mismas como heterodoxo, diferente.

La economía ortodoxa se asocia en lo político al neoliberalismo y en lo económico a la teoría neoclásica. La microeconomía neoclásica ha logrado transformar en inmutables las leyes que derivan de sus modelos por medio de fórmulas matemáticas e irreales supuestos (competencia perfecta, información completa, productos homogéneos e inexistencia de costos de transacción) que conducen siempre a situaciones de equilibrio.

Estos supuestos no explican una realidad en la que predominan por el contrario la competencia imperfecta, la información asimétrica y los productos diferenciados.

Así, el comportamiento de la sociedad es explicado por la suma mecánica de los aportes que cada individuo realiza, suponiendo que se comportan al igual que el “homo economicus”: racional, individual e intemporalmente. En palabras de Milton Friedman: “En su forma más simple, la sociedad consta de una serie de hogares independientes, una colección de Robinson Crusoe, por así decirlo”.

La otra rama importante es la macroeconomía, que estudia los agregados económicos mediante modelos de equilibrio general, de gran sofisticación matemática pero con ciertas debilidades prácticas para predecir y anticipar las últimas crisis del capitalismo.

Esta obsesión por obtener modelos reduccionistas ha llevado a que el profesional de la economía encuentre desacoplado el herramental teórico del comportamiento que pretende explicar. Esto no implica desestimar el uso de la matemática o de la econometría ni los aportes fundamentales que han realizado, sino más bien promover un uso apropiado del lenguaje económico y de la matemática como instrumento. Podría evitarse así que políticas económicas dañinas para la población sean legitimadas por modelos ultra técnicos y engañosos, que conciben a la economía como la búsqueda de la mayor satisfacción al menor costo, negando su vinculación con otras ciencias sociales, su sentido histórico y la dinámica que tiene un mundo con incertidumbre.

La fábula de la ventaja comparativa

La producción de un país puede destinarse al mercado externo y/o al mercado interno. En términos sectoriales, la industria nacional tiene relación directa con el mercado interno y el sector agropecuario, con el sector externo. En términos de desarrollo, una estrategia basada únicamente en el mercado interno se topa con la falta de dólares y una basada en el mercado externo, con la falta de empleo.

En la historia argentina estas posiciones se reflejan en: 1) las estrategias de desarrollo hacia adentro: modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones (1930-1975) y modelo Neodesarrollista (2003-2015) o, 2) estrategias hacia afuera: modelo agroexportador (1880-1930) y neoliberalismo en sus tres versiones: la de la dictadura militar, la de la década de los ‘90s y la actual de 2016 a la fecha.

Modelo Agroexportador

El proceso de industrialización en Europa a fines del siglo XIX generó una gran oferta de productos manufacturados y posicionó a Argentina como uno de los principales países proveedores de materias primas y alimentos. La crisis mundial de 1929, el error de no diversificar producción y destinos, competidores más eficientes y con mayor escala, sumado a que las potencias mundiales “patearon la escalera”, impidiendo que los países atrasados transiten con medidas proteccionistas el pasaje de pequeña producción pre capitalista a la gran industria moderna, explican el fracaso de esta estrategia.

Este modelo, que se basa en la teoría de las ventajas comparativas de David Ricardo, profundiza el desigual intercambio entre países: países periféricos producen y exportan bienes primarios, países centrales producen y exportan bienes manufacturados.

Los modelos neoliberales de la dictadura y de los años ’90, retornaron a las fuentes de Argentina “abierta al mundo” de la época agroexportadora, liberando las restricciones comerciales y permitiendo que productos importados inundaran el mercado interno y desplazaran la producción nacional.

Acumulación rentística, reprimarización de la economía, endeudamiento externo, caída del salario real, apertura comercial, cese de promoción de exportaciones industriales y devaluación son, entre otros, los condimentos que forman parte de este combo económico que, de manera intencional, explican los guarismos alcanzados por el actual gobierno de Cambiemos: tasa de desocupación del 10,6% (2° Trim. 2019), inflación acumulada del 37,7% (Índice de Precios al Consumidor – Sep.2019/Dic.2018), destrucción de 20.000 empresas en los últimos cuatro años, 35,4% de la población bajo la línea de pobreza (1° Sem. 2019) y un brutal endeudamiento externo.

Aun así, algunas voces insisten con fomentar la vinculación comercial según ventajas comparativas. Argentina es un país abundante en recursos naturales, pero no es tan rico en ellos como se piensa. Los 43 millones de argentinos somos demasiados para establecer una estrategia de desarrollo basada en recursos naturales como hizo Australia, país del triple de superficie y la mitad de población. Si bien generador de divisas, el sector agropecuario no alcanza para garantizar oportunidades de empleo a toda la población.

Industrialización por Sustitución de Importaciones

El estructuralismo latinoamericano propone la tesis del deterioro de los términos de intercambio de los productos primarios frente a los manufacturados rechazando el supuesto “beneficio mutuo” de comerciar según ventajas comparativas. La heterogeneidad de la estructura productiva y la forma en que los países latinoamericanos se insertan al comercio internacional son los factores que explican su atraso, por lo que se esboza una estrategia de desarrollo industrial basada en la sustitución progresiva de importaciones, para modificar la matriz productiva y el patrón de especialización.

Durante la fase expansiva, el incremento del consumo de bienes industriales, dependientes de maquinarias e insumos importados para su fabricación, genera una demanda creciente divisas que el sector exportador (agropecuario) no logra cubrir. Esto produce un deterioro de la balanza comercial hasta alcanzar un resultado deficitario que, para saldarse, necesita de la utilización de reservas o endeudamiento externo.

El modelo neodesarrollista impulsó un proceso de industrialización basado en el mercado interno que permitió que importantes ramas industriales alcancen records históricos de producción. Si bien la combinación de superávit comercial y fiscal de la primera etapa permitió acumular reservas, no se logró cambiar de fondo la matriz productiva y finalmente apareció la restricción externa. Aun así, los logros en materia social fueron contundentes: se ampliaron importantes derechos, se redujo el desempleo a menos del 7%, 9.671.000 personas accedieron a cloacas y 9.060.000 a agua potable, entre otros.

La fábula del derrame

El Estado subsidiario se relaciona con el neoliberalismo económico de la Escuela de Chicago y se basa en la descentralización, eficiencia y libertad económica, reduciéndose el Estado a su mínima expresión bajo la forma de “desregulación”.

El neoliberalismo utiliza la teoría del derrame para justificar la desigual distribución del ingreso que genera. Esta teoría, que carece de validación empírica, fue legitimada con la hipótesis de Kuznets que planteaba que los países pobres serían en principio más igualitarios pero a medida que conseguían desarrollarse, el ingreso se concentraría y la distribución del ingreso empeoraría. La clase más pudiente sería quien financie las inversiones que derramarían empleos sobre la población. El mercado por si solo (sin intervención estatal) se encargaría de reducir la pobreza, pero lo cierto es que las desigualdades socioeconómicas no resultan ser un subproducto del mercado a corregir, sino una condición necesaria para que éste funcione.

En Argentina, esta teoría legitimó al régimen de convertibilidad que dejó desocupada al 21,5% y bajo la pobreza al 35,4% (Año 2001). Más aún, al observar el período 1974-2001 se tiene que la diferencia entre el 10% de la población de mayores ingresos y el 10% de menores ingresos aumentó 40 veces. Lamentablemente, hace apenas unos meses atrás, el actual presidente aseguró en su discurso que “Cuando la economía funciona, derrama”. Por el contrario, nuestra historia muestra que sin la intervención del Estado, solo se derraman penurias a la población.

Reflexiones Finales

El comportamiento pendular de los diferentes gobiernos impidió la consolidación de un proyecto nacional que asegure un bienestar perdurable para la población. Para atenuar estos vaivenes políticos y económicos, Argentina debe proponerse seguir un modelo de desarrollo no dicotómico entre el “hacia adentro” y el “hacia afuera”. Una estrategia esbozada “desde adentro”, con fuerte presencia del Estado para promover sectores estratégicos como el biotecnológico, farmacéutico y el de software asociado a la industria extractiva y manufacturera, podría ser la indicada para resolver las causas estructurales que nos llevan a la restricción externa sin dañar al mercado interno, la producción y el empleo. 

Para llevar adelante con éxito dicha estrategia, es necesario que la sociedad participe de manera activa en el debate económico, comprendiendo la esencia de los fenómenos socioeconómicos, sin ser engañada mediante saberes técnicos y artilugios matemáticos. Tanto más necesario será contar con hacedores de política económica que no engañen con fábulas derivadas de la teoría neoclásica, hasta hoy mantra de la disciplina económica. En definitiva, incorporar enfáticamente la política, la divergencia de intereses y la desigual distribución de poder entre las clases sociales en la formación de todo economista será vital para la prosperidad de la población argentina.

Acerca de la autora / Emiliana Gisande

Licenciada en Economía (UNLP). Cursó la Maestría en Políticas de Desarrollo Económico (UNLP). Docente de Análisis Matemático de la Licenciatura en Economía (UNAJ) y de Sociología Económica de la Licenciatura en Economía (UCALP). Directora General en la Secretaría de Industria y Desarrollo Productivo del Municipio de Florencio Varela.

 

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