Vidas singulares en la trama de una historia colectiva. Una historia común construida con acciones disidentes. Breves biografías de mujeres que desafiaron su época.
En Mataderos, un populoso barrio ubicado en la zona oeste de la Ciudad de Buenos Aires, hay una calle de no más de seis cuadras llamada Carolina Muzzilli. Va desde Avenida Larrazábal hasta Araujo. Habituados a transitar por caminos urbanos bautizados –en su mayoría– con nombres de militares y batallas, encontrar uno con nombre de mujer y sin un título que lo enmarque resulta un hallazgo y despierta la curiosidad. Y algunas veces, como en este caso, la historia detrás del nombre nos coloca frente a mujeres que desafiaron, con creatividad, a los poderes instituidos de su tiempo y prepararon el camino de la emancipación para las futuras generaciones.
Carolina fue obrera textil, militante del socialismo, periodista y feminista. Tuvo una existencia breve e intensa, atravesada por la decisión de luchar por un porvenir venturoso para la clase trabajadora. Porteña de origen, nació en el año 1889 en el seno de una familia obrera e inmigrante. La vida en un conventillo del sur, la miseria, las enfermedades y los abusos sufridos por los suyos hizo que desde muy chica tuviera clara conciencia del daño que la explotación capitalista infligía sobre los sectores trabajadores, especialmente sobre las obreras. Ellas recibían una paga menor que sus compañeros varones por igual trabajo; sufrían el acoso sexual de capataces y patrones –en una época en que las sospechas sobre la moralidad las mujeres que no estaban en sus casas formaban parte del sentido común–, padecían la inestabilidad laboral a causa de su capacidad de procrear y asumían la carga del trabajo doméstico. Carolina militó para desterrar estas injusticias.
A pesar de las dificultades materiales, terminó su instrucción primaria. Aún cuando la Ley de Educación Común, sancionada en 1884, obligaba a los padres a enviar a sus hijos a la escuela, para los hogares pobres eso podría poner en riesgo su propia supervivencia. No todos estaban en condiciones de perder el salario –paupérrimo en todos los casos– de los niños y las niñas de la familia. Por ello, el meritorio desempeño de la pequeña resultó un verdadero logro de los Muzzilli.
Carolina decidió ir por más y se propuso realizar los estudios secundarios. Ya sin el apoyo de sus padres y con su sueldo de costurera a destajo, costeó sus estudios en la Escuela Normal del Profesorado de Lenguas Vivas. Era un ámbito ajeno a su clase; seguramente experimentaría, también en los salones escolares, las marcadas distancias sociales y discriminaciones que surcaban la sociedad argentina de principios del siglo XX. “Compartí el aula con niñas ricas, desinteresadas todas ellas por aprender ya que sólo buscaban distraer el aburrimiento de no tener nada que hacer”, así recordaba Muzzilli su paso por aquella prestigiosa institución.
Cuando cumplió dieciocho años, en 1907, se afilió al Partido Socialista y participó activamente del Centro Socialista Femenino, entidad fundada en 1902 por las hermanas Fenia, Mariana y Adela Cherkoff, Raquel Mesina y Gabriela Laperriére de Coni. Gabriela fue una gran referente política para Carolina, una suerte de “maestra-modelo”. La mujer del destacado médico higienista Emilio Coni, que había nacido en Francia en 1861, fue una activista por la salud de los sectores trabajadores y la protección laboral de las obreras. En 1901, fue designada por las autoridades de la Ciudad de Buenos Aires como inspectora ad honorem de los establecimientos industriales del distrito con el objetivo de recolectar la información necesaria para elaborar normas legales que resguardasen el trabajo femenino e infantil. Al año siguiente y después de concretar un centenar de visitas a fábricas y talleres, la inspectora cumplió con su misión y presentó un proyecto de ley sobre “Protección del trabajo de las mujeres y los niños en las fábricas” que, unos más tarde, sería recuperado por el diputado socialista Alfredo Palacios. Ironías del destino, el mismo año en que Carolina comenzaba su militancia, su mentora moría de una dolencia cardíaca, el 8 de enero. Y unos meses más tarde, el 30 de septiembre, el Congreso Nacional sancionaba la Ley 5291 sobre trabajo de mujeres y menores. Su impulsor fue Palacios, cuyo proyecto se basó en el elaborado, tiempo atrás, por Laperriére.
La militancia de Muzzilli incluyó el dictado de conferencias sobre la situación laboral femenina, la participación en congresos y la difusión de los problemas que aquejaban a las obreras a través de su labor de periodista. Escribió en La Vanguardia, órgano de prensa del Partido Socialista, fue autora de “folletos militantes” sobre sus temas de interés, y fundó y dirigió Tribuna Femenina, periódico que financió con su salario de modista. Además publicó tres libros El divorcio, El trabajo femenino y Por la salud de la raza, este último publicado después de su muerte.
Para la joven socialista conocer la sociedad era una condición imprescindible para transformarla. Por ello recorría las fábricas y talleres para informarse sobre las condiciones y ambiente de trabajo de las obreras, la cantidad de horas que laboraban y el pago que recibían por ellas. Y cuando los patrones le negaban el ingreso a los establecimientos, se empleaba en ellos para así obtener los relevamientos necesarios. Esa fue la materia prima que la propia Carolina elaboró y utilizó en sus investigaciones y escritos. En 1915, fue designada inspectora ad honorem del Departamento Nacional de Higiene lo que le permitió continuar con su tarea en el terreno. En uno de sus informes sobre las telefonistas, un rubro que en la primera década del Siglo XX creció notablemente, escribió: “¡Cómo es posible pretender paciencia y buen trato para con el público, de esas pobres mujeres condenadas durante 7 horas, con apenas 10 minutos de intervalo, a mantener sobre su cabeza el pesado aparato, y teniendo constantemente ante sus ojos una danza interminable de números! El sistema nervioso (…) forzosamente ha de resentirse. Y entre ellas, son legión las anémicas, las tuberculosas. Mientras tanto, el número de aparatos aumenta y se recarga aún más la labor de cada una de ellas (…)”.
Carolina fue pionera del feminismo argentino. A su militancia por mejorar las condiciones de vida y de trabajo de las obreras, agregó la preocupación por los derechos políticos de las mujeres y la conquista del divorcio, por ejemplo. Tuvo una destacada actuación en el Primer Congreso Feminista de 1910 y tres años después, junto a la Dra. Julieta Lanteri, destacada luchadora por el sufragio femenino, organizaron el Primer Congreso del Niño donde presentó importantes trabajos que luego serían reconocidos internacionalmente. Sin embargo, la dirigente obrera no se sentía del todo cómoda entre sus compañeras feministas, la mayoría de ellas universitarias, casadas con importantes dirigentes políticos y de buena posición económica. En unas declaraciones que hizo a la revista PBT expresó sus diferencias claramente: “Yo llamo feminismo de diletantes a aquel que sólo se interesa por la preocupación y el brillo de las mujeres intelectuales… Es hora de que el feminismo deportivo deje paso al verdadero, que debe encuadrarse en la lucha de clases. De lo contrario será un movimiento «elitista» llamado a proteger a todas aquellas mujeres que hacen de la sumisión una renuncia a su derecho a una vida mejor. Abomino de la humildad por el simple motivo de mi apoyo a quienes exigen bienes que les corresponden simplemente por vivir en un país donde se recita que «todos son iguales ante la ley»”.
La lucha incansable de Carolina fue interrumpida por la tuberculosis, una enfermedad habitual entre los sectores proletarios. Abandonó Buenos Aires y se instaló en la zona serrana de Córdoba, que por entonces se creía el ámbito más adecuado para curar las enfermedades respiratorias por la calidad de su aire. Murió, el 23 de marzo de 1917. Tenía 28 años.
Acerca de la autora / Karin Grammatico
Historiadora. Docente e investigadora de la UNAJ. Integrante del Programa de Estudios de Género (IEI-UNAJ).