La historia de un pueblo con una enfermedad que lo atraviesa.
Un pueblo de la provincia de Buenos Aires a apenas 300 km de la capital, de nombre “El Dorado”, tiene escasa población, escasez en servicios y lo atraviesa una escasez endémica y generalizada. Está asentado en una zona agrícola ganadera y, más allá del zapallo y las vacas, no posee otra actividad que vitalice su economía.
En él sobresale una característica de la conducta humana que aquí se multiplica de forma exponencial: sus habitantes se tratan o atienden sus dolencias con la “curaciones” que realizan los propios vecinos, y en el caso de “El Dorado”, todos o gran parte de ellos las practican.
El documental expone la conducta social de ese lugar, pero avisa que hay parte de verdad y parte de ficción. Serán los espectadores, los que instalarán los hechos en las categorías que creerán correspondientes.
En un rancho casi arquetípico de lo que es la pampa húmeda, una mujer está postrada en su cama desde hace unos días. No come, no habla y su familia decide la consulta “colectiva”. Por allí desfilan para tratarla desde una peluquera hasta una especie de entrenador de karate. La cámara va entrevistando a cada uno de los personajes con planos medios, que permiten curiosear el entorno que los rodea en sus hogares.
Casas ancladas en el tiempo, fotos de familiares y muebles de décadas pasadas son el contexto de cada secuencia. Los entrevistados, casi inmóviles, van mostrando indicios de lo que hacen y, sobre todo, algunas pistas de un importante misterio que atraviesa la comunidad.
Un muchacho joven junto a su esposa es terminante: “Aquí nos curamos entre nosotros”. El dueño de una especie de almacén está más dispuesto a hablar y con suma ironía se refiere a la medicina tradicional y a los servicios médicos. Una señora sentada en su living vuelve a la idea central que nos convoca: “todos aquí saben curar”.
El film pasó por la Competencia Argentina del BAFICI 2017 y otros festivales como el IDFA, donde fue premiado
Y así siguen los pobladores, en algunos casos explicando terapias con un hilo o cuerda que mide la cantidad de enfermedad del doliente, o remedios caseros como pasarse un sapo por la cara cuando una muela parece estar infectada. Así y todo, saben muy bien que la muela morirá, pero no precisan comprar ibuprofeno o algún otro analgésico, solo intentan atenuar el dolor con las caricias de algún batracio servicial. Parecen resignados y a su vez convencidos de sus conocimientos.
Volvemos a la señora postrada. Padece de la enfermedad tabú de la zona que llaman “el Espanto”. Solo ataca a mujeres y según lo que van contando ante la cámara es producto de un susto muy grande que le acontece a la víctima. El pueblo lo asocia a ver alguna luz en la noche o a episodios aún más macabros como aquel que expone una de las curadoras: “ver unos pies que no tienen cuerpo”.
Todos los habitantes lo adjudican a algo sobrenatural que prefiere solo a las mujeres, quienes parecen ser portadoras de una debilidad congénita para adquirirlo. Algunos especulan con una conducta o hecho traumático que pudieran haber vivido en su entorno familiar, laboral o social. El mundo mágico rige el sentido común. Aunque los síntomas del “espanto” se asemejan a un ataque de pánico, nadie razona por fuera de la tradición que va pasando de generación en generación.
El director hace hincapié en el método que se utiliza para atender estas crisis de “Espanto” y aquí comienza otra historia…
“El Espanto”
Todos los habitantes de “El Dorado” se perciben curadores y cuentan con reservas frente a la cámara sus saberes específicos. La explicación de su reticencia la aducen al secreto indispensable que se debe a las que llaman palabras sanadoras y a una evidente timidez, que en varios casos los muestra contenidos. Aunque todos repiten las mismas cosas, también se escapan algunos misterios. Como cuando la peluquera habla de la homosexualidad o de un tal “Jorge”, el único que el pueblo reconoce como sanador del Espanto.
Las imágenes del film nos sitúan plenamente en su contexto social. Campo, atardeceres, cierta rigidez de todos los involucrados, austeridad y un gran apego a la religión y las tradiciones, el condimento exacto para construir y hacer perdurar esta historia.
La señora postrada es finalmente llevada por una ambulancia a un hospital, y si a su regreso mejora nadie cree que sea por las medicinas. Cada uno tiene su versión. Uno de ellos, mientras se exhibe a cámara haciendo algunas poses de karate, la atribuye a la adrenalina que el cuerpo genera cuando…bueno, es algo que no queda muy claro, pero él mismo se muestra haciendo constantes ejercicios de brazos, para incrementar su reserva de anticuerpos al “Espanto”.
Jorge, curador o…?
Jorge es un hombre que vive solo y parece tener entre sesenta y setenta años. Es el único capaz de curar el temido “Espanto”. Hasta él, según los dichos, llegan mujeres de otros lugares que son atendidas con métodos que nadie se atreve a explicitar. Solo una mujer aclara a cámara que son placenteros para el propio curandero, a lo que su esposo rápidamente y con un ademán, aconseja no dar más detalles.
Jorge no resiste la tentación a ser filmado y se expone. Muestra su casa semi a oscuras, las tomas son difusas, se lo ve fumando y reconociendo ante la cámara su poder contra el temido mal. Sobre sus métodos no habla, solo muestra una cama como posible lugar de tratamiento; el símbolo de su capacidad curativa
El Dorado parece aceptar que mujeres de otro lugar sean tratadas con la terapia secreta del viejo solitario, mientras que a las propias de ninguna manera se les permitiría recurrir a ellas. De hecho nuestra primera protagonista postrada no es diagnosticada con “Espanto” por el pueblo, salvándola así de la “secreta terapia” en la cama sanadora. Tienen por Jorge una relación de amor -odio. Hacen correr trascendidos sobre las visitas que recibe. Algunos se animan a sugerir haber visto hombres “visitándolo de noche”.
No saber qué es verdad y qué mentira nos permite evitar juzgar los hechos con nuestra propia vara. Cada región o pueblo tiene derecho a vivir y regirse con parámetros culturales que le son devenidos de su historia. Juzgar cómo todo un pueblo desprecia la medicina y acepta curarse con cuerdas, sapos y bostezos, es solo una muestra de un aislamiento que los obliga a inventar soluciones mágicas.
La película está sustentada básicamente en reportajes frente a la cámara. Así percibimos los gestos, las miradas capciosas y sugerentes y los prolongados silencios. La idiosincrasia del pueblo queda expuesta. Las cosas son lineales y extremas, sujetas casi siempre a algún prejuicio religioso o fenómeno sobrenatural
Las aspiraciones de sus habitantes son los que su realidad les permite: casarse, ser curados por vecinos, salvarse del espanto y no tener homosexuales entre ellos (aunque un episodio policial, que el documental expone, nos infiere algo sobre este tema específico)
Moraleja
Podemos pararnos frente a ellos y quizás hasta tentarnos a una sonrisa por algunos de sus relatos, pero no leer el trasfondo de abandono sanitario y educativo que expone su visión de la vida es abandonarlos de nuevo. O peor, dejar que sigan apareciendo y curando los “Jorges”, aunque prefiero inferir que este, es una de las licencias artísticas del director en su proceso creativo.
La naturalidad y la simpleza del lugar son reflejadas con un ritmo que acompaña. Allí todos se toman su tiempo y el director se las ingenia para crear la tensión que necesita la trama. El desenlace será alguna respuesta que podamos intuir, quizás incómoda, a esos misteriosos silencios colectivos escondidos en El Dorado.
El espanto (Argentina/2017).
Guión y dirección: Pablo Aparo y Martín Benchimol.
Fotografía: Fernando Lorenzale.
Edición: Ana Remón.
Sonido: Manuel De Andrés.
Duración: 67 minutos
Apta para mayores de 13 años.
Acerca del autor / Pablo Kulcar
Periodista formado en la Universidad de Lomas de Zamora, oriundo de Avellaneda, actualmente produce y conduce el programa “Sentipensantes” por Radio Universidad Arturo Jauretche