La tempestad ilustrada, de Silvina Pachelo, recupera el drama de Calibán, de su madre Sycorax, de Ariel, de Miranda, que representan clases, razas y géneros oprimidas por el señorío blanco, colonizador, patriarcal del hombre occidental.
La historia -un relato ideológicamente configurado del pasado- empieza por un cuento. Próspero, un padre, le cuenta a su hija, Miranda, la historia de un naufragio, que es la historia de la colonización:
Hace doce años, Miranda, hace doce años el duque de Milán, tu padre, fue un príncipe poderoso. Tu madre era un modelo de mujer. Pero un acto sucio nos trajo a esta isla. Mi hermano, tu tío Antonio, me traicionó […], me clavó el puñal por la espalda. […] Le di crédito a su lealtad. […] Le asigné el gobierno y así me hice extraño, y me entregué a mis ciencias ocultas. […] El rey de Nápoles, Alonso, depositó toda su confianza en mi hermano, tu tío Antonio […], nos arrojó al mar […]. Nos arrojaron a la oscuridad de la noche, del alma. Teníamos comida que venía de la mano de Gonzalo, a quien le designaron la misión de expulsarnos al mar y tuvo la amabilidad de empacar los libros, que yo considero lo más valioso. Así fue como el destino nos trajo a esta isla, a nuestra isla. (Pachelo, 2020: 68-69).
Silvina Pachelo: escritora, ilustradora y pintora argentina (Buenos Aires, 1978) reescribe a Shakespeare. Y dado que América Latina es la Patria grande de Argentina, Pachelo entiende que volver a flexionar el pensamiento sobre una escritura clásica de las letras universales como La tempestad (1611 ca.) implica reescribir también un clásico uruguayo –Ariel (1900) de Rodó-; otro argentino – Humanismo burgués y humanismo proletario (1935) de Aníbal Ponce, un ensayo que tuvo una influencia vital en el pensamiento de revolucionarios latinoamericanos como el Che, quien en 1961 propuso publicarlo en Cuba junto con Educación y lucha de clases-; otro boliviano –Sariri: una réplica al Ariel de Rodó (1954) de Fernando Diez de Medina-; uno emblemático, cubano –Calibán (1971) de Fernández Retamar-; otro martiniqués –Una tempestad (1969) de Aimé Césaire. La reescritura que nos propone Pachelo es doble porque apela a dos lenguajes artísticos: la propia reescritura literaria, que es acompañada con un lenguaje visual: 13 ilustraciones en blanco y negro. El organismo estético-ideológico pacheliano (pues no puede haber valor estético sin contenido humano) vuelve sobre un drama todavía inconcluso en Nuestra América: el de la colonización y la descolonización.
La tempestad ilustrada recupera el drama de Calibán, de su madre Sycorax, de Ariel, de Miranda -colonizadxs, esclavizadxs, despojadxs, violentadxs, sometidxs, que representan clases, razas y géneros oprimidxs- por el señorío blanco, colonizador, patriarcal del hombre occidental: Próspero: filósofo, mago, viejo y blanco, una forma de la estatalidad. ¿Cuáles son los resortes íntimos de ese tipo de estatalidad? ¿Cuál es la ideología de Próspero? El señor colonial es la encarnación del imperialismo1 o, más acá, de la derecha, porque ésta lleva inherentemente el signo de la vulnerabilidad, de lo sacrificial, del egoísmo. Concentra la razón catastrófica y la lógica del naufragio. El colonialismo -la derecha- implica trasladar la catástrofe que es la desgracia a lxs otrxs: al pueblo: a las clases trabajadoras. Próspero traslada la catástrofe a su hija, a la bruja Sycorax, al hijo de bruja, Calibán, al esclavo del aire que se cree liberto, Ariel; y paradójicamente, incluso a una parte del antiguo poder monárquico europeo que se sintetiza en dos topónimos: Nápoles y Milán.
Pachelo nos propone el deseo de una emancipación. Si La tempestad de Shakespeare dramatiza conflictos entre clases y razas, Pachelo nos propone un drama renovado, porque a esos conflictos le agrega un nuevo signo ideológico: de género. Nos acerca una tempestad feminista, porque la reescritura elabora los parlamentos y los pensamientos de Sycorax, la madre de Calibán y de Miranda, la hija-amante de Próspero. Una reflexión sobre los personajes femeninos cuya voz es eludida por Shakespeare, cuya historia nos llega en la versión por retazos contados por el hombre blanco en Shakespeare, en Pachelo arroja luz sobre la lucha de las mujeres por alcanzar la emancipación. Sycorax y Miranda tienen cara y voz en La tempestad ilustrada. Y la voz de esas dos mujeres le arrebatan la narración de los hechos a la ideología patriarcal-colonial de los personajes masculinos que hasta ahora las habían contado.
La tempestad ilustrada nos hace comprender cómo surge Próspero, que hace de la discriminación -de clase, raza y género- su solución frente a una realidad contradictoria que lo produjo como incapacitado para entenderla: la realidad colonial (la isla). Gonzalo, el antiguo consejero de Próspero en Milán, luego de sufrir el naufragio y la tempestad, ya en la colonia, la mira y despliega una reflexión:
Esta isla es magnífica. Conserva un saber que nosotros corrompimos. Me siento inútil frente a tanta belleza. […] Nos apropiamos de sus espacios, pretendemos ordenar y disciplinar a quienes la habitan […] ¡Miren la hierba! Todo excede lo creíble. Nuestras ropas se empaparon en el mar y de todos modos parecen ropas nuevas, tan brillantes, como si estuviesen recién teñidas (Pachelo, 2020: 81).
En la colonia Próspero se hace próspero: se desarrolla en el aspecto económico, social y cultural. Afirma su condición de hombre blanco, tecnológicamente avanzado, supuestamente ilustrado y se constituye en el grupo dominador porque logra articular el estigma de un grupo dominado a partir del empalme entre raza, clase y género. Próspero despliega una dominación en el que lo otro es construido como un (ser) inferior en permanente falta. Articula la esclavitud en tanto institución social y marca distinciones entre seres en base a sus características visibles. Esa binarización (colonizadores y colonizadxs) es un factor que “justifica” la práctica de la esclavitud tanto en las mentes del grupo dominante como en el entramado psicológico-cultural del grupo dominado. Fanon, en Los condenados de la tierra, identifica ese principio cuando frasea que hay una locura de la colonización, un desequilibrio mental en la crueldad del colonizador, y otro desequilibrio, de otra índole, en el colonizado. Los colonizados son Calibán y Ariel. Las colonizadas: Sycorax y Miranda. Sycorax para Próspero es bruja y bárbara, y por eso mismo la encierra en un árbol. Además de Estado, Próspero es Inquisición, pues una bruja en un árbol está potencialmente a disposición para ser quemada. Esa disposición es la condición para ocupar una tierra que le es ajena: la isla, que es conocida palmo a palmo por Sycorax y por su hijo Calibán, quienes atesoran los conocimientos de los ríos, la flora y la fauna del territorio, la naturaleza del suelo, la orografía, de una lengua y una cultura. Próspero esclaviza al sujeto femenino para apropiarse de su saber, explotarlo, manejarlo y así disciplinar (colonizar) a los demás seres. El desarrollo de la clase dominante es posible en función de la degradación (en términos de clase, raza y género) de los sectores populares: por Sycorax, Calibán, Ariel. De este grupo forma parte también Miranda, figura clave del intercambio, pues Próspero la usa (literalmente) para volver a hacerse del poder en la metrópolis, el viejo ducado, Milán, pasando por Nápoles. La táctica de Próspero es la de la milanesa a la napolitana: logra volver a Milán porque obliga a su hija a casarse con el hijo del rey de Nápoles. Simple y cruel intercambio.
En cuanto a Sycorax, de ella dice Próspero: “Los hechizos que robé de los escritos de la bruja […] funcionan muy bien. Tengo la isla bajo mi poder” (Pachelo, 2020: 109). Desde el punto de vista del señor esclavista, la colonia es un territorio de explotación y lxs esclavos son unidades de fuerza de trabajo económicamente rentables. Pachelo configura una colonia muy particular, pues es producto de un empalme entre la colonia de poblamiento y la de explotación. De poblamiento puesto Próspero sustituye en el uso del poder a la población indígena: encierra a Sycorax en un árbol, y asimila culturalmente y en términos de subordinación a Calibán y a Ariel. De explotación porque Próspero explota la totalidad de la isla para recuperar el poder sobre el ducado de Milán y además porque se queda un tiempo prolongado (aunque cuando la “abandona” deja en ella un sentido común activo: la deja sin dejarla, pues pone en estado de actividad una lengua, una cultura, un sistema de dominación y explotación). Son los movimientos oraculares de la literatura, un discurso capaz de negar y afirmar a un tiempo o de conjugar estructuras que en el registro de los real son antitéticas.
Las diferencias entre Próspero y Sycorax tienen la expresión de diferencias de clase, etnia y género. Sobre la base de ese triángulo Próspero construye el sistema del apartheid. Sycorax es el primer sujeto atacado (encerrado en un árbol) y si en Shakespeare es el colonizador quien cuenta la historia de la bruja, en Pachelo es esa mujer quien explica su propia situación. Este es el giro ontológico (entre lo que hay) más relevante que nos propone la reescritura de Silvina: que Sycorax tiene discursividad y rostridad (Pachelo, 2020: 74).
Sycorax es una mujer que surge de la tierra, como si fuera un cerro más, brota de los cauces de agua, también es una reverberación de los duendes que pueblan el territorio de la isla, está contorneada por la flor y la fauna de la isla. Es mujer y es también pájaro -en vez de un brazo tiene un ala-, es también pez -tiene escamas-, tiene un ojo de gato, labios prominentes, tiene motas, pelo ondulado, bucles, pelo lacio. Es cultura y naturaleza. Étnicamente es mestiza. Su ser surge de la acumulación de distintos elementos: es el encuentro biológico, cultural y natural de elementos cuya índole es distinta. En su figura conviven mezclas que hacen brotar una nueva etnia y un nuevo fenotipo.
Soy el alma de esta isla, la madre tierra. […] La primera bruja, la irracional. Sufrí las peores aberraciones: persecución, hostigamiento. Y así me corrieron a latigazos de mi tierra. Todos los hombres como Próspero usurparon nuestra isla. Y fueron los que pensaron en mi muerte y en la de mis compañeras, que fueron quemadas vivas. Acá me sentía libre, podía volar, correr, ser parte del fuego y del agua. Acá concebí a mi hijo Calibán, que Próspero castiga por ser hijo de bruja. Ellos aprendieron de nosotros […] A nosotras, las brujas nos mataron, nos violaron y nos arrojaron al mar (Pachelo 2016: 73).
El patriarcado -en tanto construcción histórica, mental, simbólico-cultural- le ha enseñado a los hombres que se pueden utilizar las diferencias genéricas para separar y dividir a un grupo humano de otro. Sobre la base de esas diferencias luego se articularon aquellas raciales para implementar formas de segregación, opresión y esclavitud. Y con la razón moderna, que se empalma con la expansión capitalista, se elaboraron las diferencias de clase. Próspero hace productivas esas formas diferenciales para formalizar la institucionalización de la esclavitud. Sobre lo diferencial señala a un grupo de personas como conjunto sacrificable. La invención de la esclavitud elabora la subordinación por color (raza), género y clase. Esas son las coordenadas básicas de una cultura que expresa dominio y que crea grupos de personas humana y psicológicamente esclavizadas. Esclavo es lo diversamente integrado en una comunidad.
El terror y la coacción física son elementos que inciden en el proceso de transformar personas libres en esclavas. La herramienta de control es la represión. Próspero tiene a su servicio a Ariel. Éste con la brutalidad mantiene el orden colonial-esclavista. Su función es “cuidar” la fuerza de trabajo. El revés de la violencia es el miedo. En este orden de cosas podemos decir que colonización y patriarcado se trenzan en un mismo movimiento, y es sobre la base del patriarcado que es posible tejer una complicidad entre el colonizado y el colonizador: Ariel y Próspero. Blancos y negros a expensas de las mujeres. Pues Sycorax es construida como enemiga tanto por Ariel como por Próspero. La historia de Ariel y Próspero es la historia de Sycorax. Que sin Sycorax no hay historia quiere decir que la historia de Europa es la de “sus” colonias. El legado de La tempestad de Pachelo consiste en hacer foco en la cuestión femenina y en el feminismo como emancipación. Su drama nos enseña que no hay descolonización posible si ese proceso emancipatorio no es acompañado por la lucha por la emancipación de las mujeres: feminismo: categoría social, militante, intelectual y humana. Una categoría de lucha social por los derechos de una gran mayoría minorizada en la historia de la humanidad. Entonces, la lucha por la descolonización se lleva a cabo desde la piel (lo que la razón occidental ha nombrado raza), desde la clase y desde el género. Y también desde el lenguaje. En Pachelo Sicorax habla. Construyen una lengua, una estilística, una narrativa y tiene cara, el propio devenir de una identidad. Y la lengua, al decir, construye su interlocutor, un sujeto, un público: nosotrxs. Un público implica un movimiento. Y el movimiento, una incertidumbre. Por eso la lengua (de Sycorax) es política. Y por eso mismo La tempestad de Silvina postula el feminismo como un horizonte necesario de la descolonización.
¿Qué es la literatura? En el corazón de la literatura está la idea misma de experiencia. Y la experiencia que supone la literatura -la filosofía, el arte- anuda percepciones, creencias, representaciones. Es la historia de los grandes mitos de la humanidad, la literatura: polea que hace de la experiencia algo transmisible entre generaciones, temporalidades lejanas (incluso cuando la temporalidad coincide con el puro presente). La literatura -la filosofía, el arte- se resiste al torrente de la información, a la temporalidad del capitalismo digital y a la estilística presurosa de las redes sociales o al montaje de la lengua del narrar de la televisión. La literatura -la filosofía, el arte- es rebelde a la industria capitalista de la comunicación, a su palabra, que circula a la velocidad y en el torbellino de un mäelstrom y que carece de vitalismo: vida, saber, comunidad. Y en la rebeldía pulsa el corazón de la revolución: Sycorax.
1 El imperialismo se inspira en el mito de la nación como fuerza expansiva y al principio de la lucha entre los Estados como motor de la historia. Las dimensiones fundamentales del imperialismo son: el militarismo, el conservadurismo social y muy frecuentemente el racismo. Hacia fines del siglo XIX la vena del racismo irrigaba ampliamente Europa. Y esa misma vena irriga también el organismo colonial con el objetivo de destacar la “superioridad” del ser blanco sobre las “razas de color”. El racismo se expresa en el corazón de la propia Europa con el antisemitismo: en Francia, con el caso Dreyfus. En 1894 el capitán del ejército francés Alfred Dreyfus, de familia judía, fue acusado de espionaje y condenado a la deportación perpetua por una corte marcial. Alrededor de su caso se agitó la cuestión judía en tanto cuerpo colectivo “extraño a la nación”. Desde ya, el racismo encontró luego, bien entrado el siglo XX, su mayor despliegue en la “superioridad” de la “raza aria”. Las bases culturales del imperialismo hay que buscarlas en la exaltación del dominio de otros pueblos. Esta idea acompañó todas las conquistas coloniales. Y el fundamento teórico del imperialismo/colonialismo hay que buscarlo en todas las “filosofías de la acción” (J.A. Gobineau, Houston S. Chamberlain, J. Ludwig Reimer) que enfatizaban la voluntad por sobre la razón y la reacción contra las certezas positivistas en el “progreso” científico (esto es: el rechazo del progreso histórico-social).
Acerca del autor / Rocco Carbone
Doctor en Filosofía por la Univesität Zürich (Suiza). Profesor universitario e investigador del CONICET. Es autor de Mafia capital: Cambiemos, las lógicas ocultas del poder y de Magia argentina: radiografía política del poder.