Derechos Humanos

24 DE MARZO – 45° ANIVERSARIO

El grito solitario que se hizo colectivo

Por Ernesto Salas

En los años venideros ¿Sabrá alguien deducir de las palabras dichas el sentido opaco de la historia?

Cartas

En una época no tan distante, una parte de los sentimientos humanos se transmitía mediante hojas de papel, casi siempre manuscritas, que se enviaban a un destinatario por medio del correo. Se puede decir que, si para la comunicación cercana vivía la palabra, para la distancia primaba la carta. Las cartas eran recopiladas en montañas, ordenadas y clasificadas según su destino en grandes depósitos, y finalmente arrastradas por el noble oficio de los carteros hasta su objetivo en pesadas bolsas de cuero. Eran mensajes protegidos en su privacidad a las que en una esquina se pegaba una estampilla que se compraba en la oficina del correo. Para las comunicaciones urgentes se usaba el telegrama. Si la carta era respondida se iniciaba una correspondencia. La recopilación de estos intercambios forma parte esencial de la obra de poetas, filósofos o líderes políticos. Hubo épocas en que las cartas se consideraban peligrosas y por ello se destinaban estructuras del Estado para espiarlas, censurarlas y prohibirlas, tarea que ejecutaban servicios especiales de inteligencia. Esta práctica dio como consecuencia la criptografía, una técnica que consistía en  alterar y modificar los mensajes o archivos para que no pudieran ser leídos por otros que no fueran los autorizados para hacerlo. 

Rodolfo Walsh se había instruido en la criptografía de manera autodidáctica mediante un librito que había comprado de saldo en un local de la avenida Corrientes, en Buenos Aires.

La carta

Marzo de 1977

Como las preguntas, las cartas son de múltiples tipos. Denominemos a las que siguen “cartas retóricas” porque no requieren ni pretenden respuesta. Son cartas testimonio, textos para la historia, lo que hoy se publican en los medios como cartas públicas. La más famosa la escribió Rodolfo Walsh quien, aunque experto en ocultar o descifrar mensajes, recurrió a la palabra abierta, exacta, para denunciar las atrocidades cometidas en el primer año de la dictadura sangrienta que se había iniciado en 1976. El relato es conocido. Rodolfo y Lilia Ferreyra, escapando, se ocultan en la pequeña localidad de San Vicente. Los vecinos los recuerdan como el profesor y su esposa. Walsh no deja de escribir. Está preocupado por lo que observa un derrotero equivocado en la estrategia de la organización política a la que pertenece y deja por escrito sus reflexiones críticas sobre la política, la guerra y la resistencia. Cuando se cumple un año del golpe, sale de su casa sin saber que lo que deja atrás será recuerdo. Lleva en el maletín la Carta Abierta a la Junta Militar, ese manifiesto grito que se convierte en último mensaje. Una carta puente hacia los presentes posteriores, cuyo destino histórico, desconocido por el escritor militante, salta todas las barreras del tiempo y hoy se lee como texto obligatorio en los colegios del país para explicar la barbarie cometida. Pero Walsh no sabe, no imagina, el futuro de las palabras. Alcanza a ponerla en un buzón antes que lo crucen sus asesinos en una esquina de la ciudad, la pistola oculta, el gesto de defensa, la ráfaga de metralla que lo barre, a plena luz del día, a dos cuadras de mi casa, la muerte antes de llegar, el cadáver en la ESMA, la voz que resuena todavía:

CARTA ABIERTA A LA JUNTA MILITAR – MARZO DE 1977

“El primer aniversario de esta Junta Militar ha motivado un balance de la acción de gobierno en documentos y discursos oficiales, donde lo que ustedes llaman aciertos son errores, los que reconocen como errores son crímenes y lo que omiten son calamidades”.

[…] 

“Quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de ese terror.  Colmadas las cárceles ordinarias, crearon ustedes en las principales guarniciones del país virtuales campos de concentración donde no entra ningún juez, abogado, periodista, observador internacional. El secreto militar de los procedimientos, invocado como necesidad de la investigación, convierte a la mayoría de las detenciones en secuestros que permiten la tortura sin límite y el fusilamiento sin juicio”.

[…]

“Estas son las reflexiones que en el primer aniversario de su infausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles”.

Rodolfo Walsh. – C.I. 2845022
Buenos Aires, 24 de marzo de 1977.

Las otras cartas

Un año antes

Una contracara de los textos de Walsh es que han tenido la virtud de opacar recorridos alternativos. Sucedió así con su “Operación Masacre”. En junio de 1956 hubo treinta y un muertos —27 fusilados y otros 4 en los combates de la sublevación—. Los que todavía recuerdan los hechos, casi siempre hacen referencia a los cinco militantes muertos del basural de José León Suárez narrados por Walsh. Fue tan potente su relato,  que de los otros asesinados poco se supo.

A las dos de la madrugada del 24 de marzo de 1976, una patota con dos coches de la Policía Federal y el Ejército vestidos con ropa de combate se despliegan en la cuadra de la Avenida del Libertador al 1100. Mientras unos cortan el tráfico con precisión, otros se dirigen a un edificio al que entran rompiendo la cerradura del acceso. Encuentran al encargado y lo suben con ellos hasta el 6° piso, por las escaleras. Una vez allí, irrumpen con violencia en el departamento que buscan destrozando la puerta de servicio. Desde adentro, la pareja y la hija de ambos se sobresaltan con el estampido de la entrada y los gritos de los soldados y policías. A pesar del estupor, el hombre alcanza a tomar su arma inútilmente. Lo que sigue es tan veloz que no tiene un tiempo definido. Lo inutilizan por los brazos y lo arrastran. Entonces, fríamente y sin explicación alguna, en medio del terror de sus seres queridos, arrojan al Teniente Coronel Bernardo Alberte por la ventana hacia el patio interior del edificio. Las mujeres son obligadas a permanecer acostadas cara al piso, a punta de fusil. Mientras el cuerpo se desangra seis pisos abajo, en el patio de un vecino horrorizado, la casa es sistemáticamente saqueada.

Unos meses antes el Teniente Coronel Bernardo Alberte había lanzado la “Corriente 26 de julio” para dar batalla en el Partido Justicialista. El Mayor —a pesar del ascenso reciente, todos lo siguen llamando así— la define como la “autocrítica del peronismo”. Una larga militancia honra la vida de este  ex militar, edecán de Perón en sus primeros gobiernos, dado de baja por la dictadura de 1955, delegado personal del líder exiliado, cofundador de la Tendencia Revolucionaria del Peronismo y devenido tintorero por esas cosas de la integridad de los hombres justos. 

Los últimos meses venían sembrando anuncios en las filas de la 26 de julio entre detenciones policiales y militantes secuestrados por la Triple A y devueltos como forma de amenaza. Sus allegados le recomiendan la conveniencia de abandonar el país, a pesar de que saben que esto no está entre sus planes. 

El 11 de marzo de 1976, un comando de la Triple A había secuestrado a Máximo Augusto Altieri, militante de la corriente, de 26 años. Bernardo se mueve con urgencia, toca sus contactos, y el 20 rescata el cadáver de la morgue del cementerio de Avellaneda. Ese mismo día una patota intenta secuestrarlo en sus oficinas sin lograrlo. El 22 ya tiene el borrador de la carta que piensa dirigirle a Videla. La termina en la noche del día siguiente y la pasa a máquina para hacerla pública. La pone en el buzón la mañana del golpe, unas horas antes de la llegada de sus asesinos.

Aunque se trata de una denuncia por el asesinato de Altieri, la carta tiene como objetivo el testimonio político. Todavía el golpe no se ha consumado. Es un grito altivo contra lo que estaba ocurriendo y una advertencia por lo que vendrá: 

CARTA A VIDELA – MARZO DE 1976

Buenos Aires, 24 de marzo de 1976

Al Sr. Teniente General Jorge Rafael Videla

Comandante General del Ejército

S/D

[…]

Sin duda avanzamos hacia un enfrentamiento hacia el que se nos quiere llevar gradualmente con falsas opciones y manejando falsos valores y alarma observar la ligereza y hasta la irresponsabilidad con que ciertas personas y ciertos sectores que tienen poder, poder transitorio, alientan el enfrentamiento con hechos o con palabras.

[…] inquieta escucharlos en sus discursos fúnebres, por ejemplo, cuando ante sus muertos pareciera que quieren superar con palabras posturas que deben asumir con hechos silenciosos y positivos. Yo también tengo esa experiencia de discursos fúnebres. Hablé en homenajes ante nuestros obreros y militantes muertos y también ante camaradas fusilados por otros camaradas, y comprendo ahora que no alcanzan las palabras, ni los discursos, ni las oraciones fúnebres ni las homilías de nuestros santos pastores de la Iglesia, para ocultar las causas que generan la violencia que está entre nosotros desde hace mucho tiempo.

Reconozco que el que utiliza un muerto, su muerto, para desahogar su “bronca” por la injusticia de esa muerte, tiene derecho a hacerlo. Pero si siguiéramos en esa puja de exaltar a nuestros muertos,

¿Quién tiene más derecho?

— ¿Aquel que tuvo la oportunidad de asistirlo y por lo menos, tocarlo aún caliente y desangrándose, o verlo recién “acicalado” por la funeraria, preparado para el homenaje y para transitar “limpio” hacia la gloria?

— ¿O aquel que tiene que recogerlo sucio de un zanjón o de un pastizal, acribillado salvajemente; indefenso y maniatado, torturado y vendado sus ojos, en alto grado de descomposición, como dicen las autopsias, o como decimos nosotros, podrido y en condiciones de ser ya comida de gusanos?

Este es el destino de muchos de nuestros militantes y de nuestros obreros. ¿Puede algún Coronel o algún General, asumir alguna vez, con su discurso, una tragedia como esta? Le ahorro la respuesta: no lo haga. Yo ya no lo hago más. No bastan ni sirven las palabras para evitarla.-

¿Qué nos pasa a los argentinos? ¿Cuándo aceptamos clasificar a los muertos en “deseables” o “indeseables”; cuándo nos acostumbramos y hasta toleramos y propiciamos los excesos del poder, cuándo renunciamos al debate y aceptamos que los detentadores de ese poder puedan considerar que en todo caso sus excesos puedan encuadrarse jurídicamente en figuras como “excesos de defensa” u otros inventos; cuándo negamos por boca de Generales de la Nación la democracia, con el argumento de que se podría propiciar un “gobierno ateo, materialista y totalitario”?

Nosotros no consideramos a las FFAA como una institución poseedora de valores inmutables, sino como una institución humana que actúa para bien o para mal, de acuerdo a los hombres que circunstancialmente las dirigen. No son mejores ni peores que los hombres que la componen, y por consiguiente, no existe la continuidad histórica que iguala a todos los militares a través del tiempo con un mismo sello de excelencia, desinterés o patriotismo; tampoco el mérito de una época alcanza a los protagonistas de otra, salvo que la revaliden con su propia conducta.

[…] 

Sin duda este es un criterio antagónico con el que sustentan muchos militares que tienen un extraño concepto de su parentesco con la historia y con la gloria. Pero es claro, y si se lo recalca así tan crudamente, es para evitar que se sigan cultivando prejuicios indiscriminados de un patriotismo que luego la historia nos revela como falso.

[…] los argentinos tenemos una ingrata experiencia acumulada en este siglo. Cuando con el argumento siempre esgrimido y ahora repetido, de la necesidad de defender “un estilo de vida”, nuestro estilo de vida, el Ejercito protagonizó como represor la historia de la “Patagonia trágica” y los obreros lo hicieron como mártires; cuando desde aviones navales con tripulación también de políticos se bombardeó al Pueblo en la Plaza de Mayo; cuando se fusiló en la Penitenciaría Nacional; en José León Suárez y en Campo de Mayo; cuando se fusiló en Trelew; cuando militares intervinieron en la profanación del cadáver de Evita, cuando el Ejército en un gran operativo pretendió impedir el reencuentro del Pueblo con su líder; cuando representantes de las tres armas concurren a convocatorias de lo más representativo de las empresas “lideres” y lo más rancio de los terratenientes y ganaderos, para considerar la situación económica nacional y formular críticas al gobierno, sin asumir las propias, etc., la preocupación se apodera de los sectores populares, especialmente cuando se anuncia que el Ejercito intervendrá en la “subversión en las fábricas”, lugar de trabajo de nuestros obreros y nada se dice de hacerlo en las empresas, lugar de expoliación del país y del patrimonio nacional.

La situación es seria y también dramática, no solo para los trabajadores, sino también para las propias FFAA, impulsadas a avanzar en un terreno, donde por plano inclinado serán llevadas a sustituir a las policías de los ambientes fabriles, hasta ahora privadas, y a ser custodios de los intereses de una de las partes, precisamente la menos indicada para representar el interés general.

[…]

Solamente y como corolario de todo esto corresponde hacer una última reflexión. Frente al concepto ya asentado de la inhabilidad de las FFAA para el ejercicio del poder político, experimentado en tres desgraciadas oportunidades en lo que va de este siglo, comienza ya a extenderse en la opinión publica el mismo concepto, pero en funciones que parecieran más específicas de esas fuerzas: la del mantenimiento del orden y de la seguridad de las personas, a cuyo servicio han puesto ya oficiales en actividad.

Bernardo Alberte

Tte. Cnl. (RE)

Las otras cartas

Un año después

Un año después de la muerte de Rodolfo Walsh, Norberto Habegger, Secretario de Organización de la Rama Política del Movimiento Peronista Montonero, permanece en el país cuando la mayoría de la conducción de la organización se ha refugiado en el exterior. Sale y entra, cruzando fronteras de manera clandestina. Tiene un largo camino de veinte años de militancia por detrás. Desde los combates por la “laica o la libre” en 1958 en la que la peleó en la vereda de los católicos por la “libre”, los aires revolucionarios y el compromiso cristiano por la liberación lo acercan, como a tantos jóvenes de su generación, al peronismo revolucionario. A mediados de los sesenta, con la figura de Camilo Torres como guía, forma la Juventud Peronista de Vicente López y más tarde la organización Descamisados. Nunca lo abandona el espíritu que encuentra en la marca original del cristianismo, el compromiso del profeta de dar testimonio de vida y de palabra.

En abril de 1978 dirige una carta al Episcopado:

CARTA AL EPISCOPADO ARGENTINO – 18 DE ABRIL DE 1978

De mi mayor estima:

Por medio de esta carta quiero elevar al Episcopado Argentino algunas reflexiones y reiterar la propuesta de Pacificación Nacional que el Movimiento Peronista Montonero, cuyo Consejo Superior integro, ha formulado públicamente.

La situación del país es dramática. El proceso actual hinca sus raíces muy lejos en la historia. Su rasgo común es la lucha permanente entre un proyecto liberador y popular y otro ejercido por las minorías oligárquicas para mantener la dependencia.

La usurpación del poder por parte de la Junta Militar el 24 de marzo de 1976 se inscribe en el contexto de esta lucha y a ningún argentino se le escapan los objetivos que nutren este régimen militar. Los hechos son inequívocos.

Uds. como pastores son testigos cotidianos de centenares de signos dolientes de una Patria sometida, fusilada, empobrecida.

En las horas trágicas de la actualidad la pobreza crece y arrasa los hogares argentinos con salarios que no alcanzan a cubrir necesidades elementales de la familia. La desocupación arrincona a los trabajadores, la atención médica, los medicamentos, la educación y la vivienda son un privilegio para muy pocos, hasta morirse es un lujo para nuestro pueblo. Los pequeños y medianos empresarios sin créditos, con altas tasas de interés, con recesión en las ventas, sin perspectivas de inversión. Los productores agropecuarios envejeciendo en su parcela de tierra con un futuro incierto y un presente difícil, mientras todos los días el Ministro de Economía miente con descaro e insulta al pueblo. Se trata de una crisis muy profunda del sistema capitalista dependiente.

La C.G.T. y la mayoría de las organizaciones sindicales intervenidas, disuelta la C.G.E., encarcelados sus dirigentes, fuerzas políticas proscriptas y/o suspendidas sus actividades, estado de sitio, leyes represivas, diarios y revistas clausurados, suspensión de las garantías constitucionales.

[…]

Miles de presos y desaparecidos, delegados gremiales, dirigentes políticos, periodistas, padres y madres, profesionales y sacerdotes, trabajadores en los centros industriales, campesinos y productores agrarios en el Chaco, Corrientes y Misiones, centenares de compañeros, amigos y compatriotas, torturados y masacrados.

Uds. conocen el drama de millares de familiares, recorriendo los cuarteles, las comisarías, golpeando centenares de puertas con la incertidumbre de no saber nada por la suerte de los suyos, creciendo en sus corazones el odio por tantos crímenes, por tanta desolación en nuestra Patria, manteniendo la esperanza en una tierra nueva, en una Patria liberada, donde podamos llorar a nuestros propios muertos, reencontrarnos con los seres queridos y anhelando que la justicia retorne a nuestro suelo.

Estos signos revelan el genocidio más terrible que ha conocido nuestro país, el desprecio profundo que sienten estos “dueños del poder” por nuestro pueblo, por su historia, por sus símbolos, por sus creencias, por sus reivindicaciones, por sus organizaciones más representativas.

Esta verdad es imposible de ocultar aunque Videla pregone la “paz”, porque su “paz” es el silencio triste de los basurales y cementerios, la pobreza de los pobres, la riqueza de las minorías. La Junta Militar es responsable de la tragedia nacional, ha desatado un horizonte de violencia como nunca había conocido nuestra Patria.

[…]

En esta carta, con la misma franqueza conque Uds. se han dirigido siempre a nosotros, quiero explicarles el sentido de nuestra lucha, nuestra disposición para alcanzar la Paz, el país que queremos, lo que soñamos para la Argentina, para nuestros hijos, para nuestros hermanos, la verdad de muchos hechos, distorsionados por la prensa regiminosa, las gestiones realizadas para evitar tanto derramamiento de sangre, frente a un final victorioso, que tarde o temprano, desembocará en el retorno del pueblo al poder.

[…]

Los objetivos que presiden nuestra lucha tienen la simpleza y la profundidad de la causa nacional, forjados en la experiencia peronista, recreados en la resistencia popular, en los errores y en los aciertos, en la lealtad a los intereses populares. Buscamos la transferencia del poder al pueblo; queremos ejecutar un programa de liberación nacional y social; anhelamos la transformación de estructuras económicas y sociales generadoras de injusticias y enriquecimiento de las minorías, poblar un país despoblado, capitalizar un país descapitalizado por la explotación de las mayorías, la estafa al pueblo, la ineptitud de las clases dominantes; ambicionamos una democracia auténtica; la pacificación de la Patria; la Unidad Nacional.

Estos objetivos encuadran las justas aspiraciones de todos los sectores políticos y sociales, trabajadores y empresarios, profesionales y estudiantes, docentes y agricultores, la inmensa mayoría del pueblo argentino que quiere, como muchas veces lo ha sintetizado la Iglesia Argentina a través de la palabra de sus Pastores, vivir en paz, en orden y en libertad, bajo el imperio de la justicia social.

[…]

¿Y de qué otra cosa se trata la situación que padece nuestra Patria desde el 24 de Marzo de 1976? ¿No es violencia despojar a un pueblo de su legítimo derecho a decidir su destino? ¿No es violencia la política económica de Martínez de Hoz? ¿No es violencia los miles de desaparecidos, fusilados, torturados y presos? ¿No es violencia todas las veces que en nuestra historia los fusiles de las FF.AA. intervinieron no para garantizar los derechos del pueblo sino consolidar los intereses de la minoría?

No vamos a renunciar a la lucha. Es nuestro imperativo como argentinos, peronistas y montoneros y para muchos de nosotros también una obligación como cristianos: la fidelidad a un mensaje bíblico que se encarna en las justas aspiraciones de los perseguidos, de los proscriptos, de los pobres.

[…]

Esperando que la próxima Asamblea Episcopal pueda contribuir, una vez más, a la pacificación del país, sabiendo que la última palabra la tienen los que han desatado esta guerra: la Junta militar, se despide de ustedes afectuosamente

Norberto A. Habegger

Habegger fue secuestrado en agosto de ese año en el marco del Operativo Cóndor en el aeropuerto de Río de Janeiro. Se supone que, trasladado a la Argentina, fue asesinado en Campo de Mayo. Permanece desaparecido.

La carta de Rodolfo Walsh se convirtió en el centro de nuestra memoria evocativa, hegemónica tras todas las disputas de sentido largamente batalladas. 

Bibliografía:

Eduardo Gurucharri (2001), Un militar entre obreros y guerrilleros, Buenos Aires, Colihue.

Flora Castro y Ernesto Salas (2011), Norberto Habegger. Cristiano, descamisado, montonero, Buenos Aires, Colihue.

Acerca del autor Ernesto Salas

Ernesto Salas

Licenciado en Historia, Universidad de Buenos Aires. Director del Centro de Estudios Políticos de la Universidad Nacional Arturo Jauretche. Es autor de los libros: La Resistencia Peronista: La toma del frigorífico Lisandro de la Torre (1990), Uturuncos. El origen de la guerrilla peronista (2003); Norberto Habegger. Cristiano, descamisado, montonero (2011, junto a Flora Castro), De resistencia y lucha armada (2014); Arturo Jauretche. Sobre su vida y obra (Comp.) (2015)  y ¡Viva Yrigoyen! ¡Viva la revolución! (2017, junto a Charo López Marsano).

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