Bob Marley anda todo el día fumando un porro tras otro. Allá arriba, todo está permitido, no legalizado, es más, ni siquiera hay leyes. Es el reino de la libertad, yo les anuncié su llegada, desde abajo, insiste Carlos Marx.
Ñ
A Borges se lo vio de amena conversación con el General Quiroga que, obvio, ya no va en coche al muere. Dicen que Facundo se emocionó con el poema y que invitó a Georgie a ver los llanos desde una nube andariega. Arriba, Borges, lógico, ve. Dicen que tras admirarse de la inmensidad riojana y las rojas cicatrices de Talampaya, Borges abrazó a Facundo y le aseguró que volvería a leer la obra de Sarmiento, aunque lamentó no poder discutirla con el autor.
Pappo conoció al mismísimo Jimi Hendrix y se la pasan eternamente creando riffs. Dicen que Jimi le dijo al de La Paternal que, si volviese a la Tierra, debería volver reencarnado en un negro. Dicen que Miles Davis escuchó lo de Hendrix y se cagó de risa. Tan fuerte fue su carcajada que apareció Alfredo Domínguez a preguntarle si estaba bien, si le pasaba algo. Terminaron todos celebrando en un bar en la nube más bohemia de todas.
Cuando Jimi, Pappo, Alfredo y Miles Davis andaban por la 189ava. botella de vino –allá arriba, la bebida embriaga sin resaca y, además, es gratis- aparecieron Artaud y Apollinaire. De madrugada, mientras el sol nacía sobre el Índico y veías a la isla de Ceylán brillando como un rubí encarnado, ya habían armado una banda: tres guitarras tres, tres guitarristas del carajo; Davis seguía atacado de risa y acompañó con un cajón peruano, mientras Antonin y Guillermo cantaban.
Fue memorable. De puro pedo, además del cantinero –un campesino búlgaro del medioevo, amigo de Hemingway y que se sabía todos los blues de Pappo de memoria: allá arriba hay una especie de Google dentro de cada morador, no sé cómo funciona el asunto, habrá que verlo-, alguien estuvo presente y contó el cuento: era Salvador Allende. Dicen que le dijo al gordo Cooke: puta webón, ¡ni te imaginas lo que fueron esas tres guitarras juntas!
Cooke, lo escuchaba al Chicho contando del suceso y fumaba y fumaba, y no le hacía daño. Arriba, mi amor, Sandro sigue fumando, otro gordo inmortal, Soriano, sigue fumando, todos siguen fumando y no hay drama. Es más: no hay ninguna legislación hipócrita contra los fumadores. ¡Es el paraíso, jilata!
Tampoco te miran mal, ni nadies se ofende, ni te denuncian, si le decís gordo al Osvaldo y al John William. ¡Es el paraíso, my friend! Lo políticamente correcto no es para arriba. Es sólo para seguir domesticando y jodiendo [sic] a los de abajo, le dijo Fanon a Violeta Parra. Pasolini, sentado con ellos en el mismo asiento de una plaza celestial, sonrió. Túpac Amaru pensó: ¿y si, de verdad, volvemos? Spinetta, la miró cómplice a Evita, y contestó: ¡vamos!
Acerca del autor Pablo Cingolani
Nació en Argentina en 1963. Vive en Bolivia desde 1987. Estudió historia. Es escritor y periodista. Su obra publicada incluye libros como Toromonas, Amazonia Blues, Aislados y Nación Culebra, una mística de la Amazonia.