Entrevistas

TEATRO COMUNITARIO

Entrevista a Graciela Schtutman

Por Luciana Pérez

“El grupo es un pequeño laboratorio de comunidad”

En 1983, apenas iniciado el período democrático, surgió el teatro comunitario en Argentina con la conformación del Grupo de Teatro Catalinas Sur en el barrio porteño de La Boca. En 1996, se creó el segundo grupo, Circuito Cultural Barracas. A partir de ese momento, el teatro comunitario comenzó a adquirir dimensiones nacionales y, sobre todo luego de la crisis de 2001, se generaron decenas de nuevos grupos en distintos puntos del país. Actualmente, son alrededor de cincuenta los que integran la Red Nacional de Teatro Comunitario.

Graciela Schtutman vive en Quilmes y es co-directora del grupo de teatro comunitario Elenco Abierto. En una conversación encantadora, intensa y cargada de historia, nos contó sobre sus orígenes en el mundo del teatro, el acercamiento al teatro comunitario y la conformación de uno de los grupos emblemáticos del conurbano sur.

– Contame sobre tu trayectoria y cómo surgió tu participación en el teatro comunitario.

– Yo empiezo a hacer teatro en una sociedad de fomento que casualmente está justo al lado de la Universidad Nacional de Quilmes. Es lo que ahora es el centro de jubilados. Esto habrá sido a principios de los años ‘70. Era una época muy particular porque teníamos un director de teatro que era un groso, Miguel Guerberoff, y se venía de onda desde Capital a dirigir un grupo de teatro barrial en Quilmes. El grupo le pagaba un viático nada más. Ahí hicimos algunas obras, y empecé a estudiar teatro con con Angela Ferrer Jaimes, Inda Ledesma y Marcela Sola. Después vino la ola de militancia y lo último que hice fue una obra en un pequeño teatro, una obra para niños que se llamaba “Zaguán tapón”, que trataba sobre la explotación, la plusvalía… Te estoy hablando del ‘74… A esa ola de militancia me subo, era muy difícil no subirse, y termino presa en el ‘75. Paso toda la dictadura presa, hasta que salgo con el levantamiento del estado de sitio en el ‘83. Bueno, de la cárcel habría muchas cosas para contar, pero entre otras, que hacíamos teatro a escondidas. Para mí fue importante todo lo artístico que hacíamos, además de estudiar y todas las cosas que se hacían a escondidas dentro de la cárcel: hacíamos teatro, creábamos obras, ensayábamos. Digamos… nos las rebuscábamos para resistir. Hay un libro que se llama Nosotras, presas políticas que lo escribimos con un colectivo de ciento y pico de compañeras hace unos años. Después cuando salgo de la cárcel, al tiempo, estudio Psicología Social. Me sigo interesando por temas sociales y comunitarios, estudio psicodrama, trabajo en una comunidad terapéutica de adictos como psicodramatista, y luego empiezo a trabajar en talleres barriales municipales como profesora de teatro, acá en Quilmes. Estuve 17 años trabajando en eso. Como profesora de talleres barriales empiezo a ver, disfrutar y desarrollar toda esta cuestión del arte comunitario. Había talleres de las más diversas disciplinas, entonces muchas veces hacíamos actividades interdisciplinarias. Cuando vi la convocatoria, que fue por proyectos, por concurso, estuvo muy bien hecha en ese momento, una cosa que me atrajo mucho es que se planteaba que los talleres barriales contribuyeran a reparar la trama social dañada, que me pareció un logro de definición de la gente que estaba a cargo de Cultura en ese momento.

– ¿Era una política del Municipio?

– Sí, sí. Era una política del Municipio, a contramano del menemismo. Yo entro en 1997. Estaba todo mal. Y acá en Quilmes justo había alguna gente trabajando en el área de Cultura con una cabeza diferente, entonces se impulsó este tipo de actividades que realmente fueron muy ricas porque descentralizaron los talleres, se hacían en los más variados barrios. Se puso bastante el acento en que fueran barrios que no tenían prácticamente nada de acceso a actividades artísticas y culturales. Y verdaderamente colaboraba con la reparación de la trama social porque el juntarte con otros a hacer arte o las actividades que uno quiera potencia muchísimo. Entonces se armaban nuevas redes fraternales y también en muchos casos se potenciaban recursos para conseguir trabajo. Era una época en la que tanta gente estaba sin trabajo, que por ahí venían a los talleres para no quedarse sufriendo en sus casas y a partir de participar de estas actividades se les ocurrían nuevas ideas para hacer otros emprendimientos. El poder pensar otros mundos posibles, como solemos decir en arte, daba la posibilidad de darle una vuelta a la malaria.

– ¿Y cómo te acercaste al teatro comunitario?

– Bueno, unos años después, veo El fulgor argentino [obra del primer grupo de teatro comunitario Catalinas Sur], y me dio vuelta la cabeza, me encantó. Y me entero de cómo trabajan… Y después veo las obras de Barracas [Circuito Cultural Barracas], y me gusta, me gusta muchísimo. Luego participo de un seminario que lo organiza la Red, en Barracas. En ese momento yo estaba haciendo el profesorado de teatro en el IUNA. Ese seminario para mí fue fundante porque me dejó más claro cómo era esto del teatro comunitario y también lo difícil que era. Así que empecé a leer, a conversar con unos, con otros, a ver muchas obras, a conversar mucho con Alejandro Casagrande que es el compañero con el que dirigimos originalmente el grupo, que era también profesor de talleres barriales. Y nos enamoramos del teatro comunitario. En el 2009, convocamos a nuestros alumnos de los talleres barriales y les proponemos armar un grupo de teatro comunitario. Ese mismo año se hace en la UNQUI un seminario dictado por Edith, Adhemar y Ricardo [Edith Scher, Adhemar Bianchi y Ricardo Talento]. Muchos de nosotros fuimos a participar, nos sirvió muchísimo, y ahí ya a fin de año largamos la primera obra: Cerro chico contra el señor del hambre, hecha en base a un cuento que escribió un periodista de La Plata. Es una obra que habla sobre la resistencia, trata de un pueblo en el que cierran los negocios, las fábricas, la gente está muy triste, y un grupo de chicos va a pedir ayuda a la Pachamama y enfrentan al señor del hambre con ayuda de personajes de la mitología americana. La estrenamos a fines de 2009 y la seguimos dando muchísimo en escuelas y en espacios para niños y para toda la familia. Esos son los orígenes, cuando los primeros compañeros que se incorporaron al grupo todavía nos seguían llamando “profes”.

– ¿El grupo ya funcionaba en la Casa de la Cultura?

– Sí, desde ese momento estamos acá, en Casa de la Cultura. A veces tuvimos periodos donde éramos medio itinerantes porque por ahí estaba ocupada la Casa, entonces algunas veces estuvimos en la plaza, alguna vez fuimos al Museo Roverano… Y el grupo fue creciendo, fuimos a ver obras, películas, a encontrarnos con otros grupos, tratando de mejorar técnicamente. Una de las premisas que tenemos en el teatro comunitario es que es teatro de vecinos, pero lo que no significa que sea un teatro pobre, ni un teatro de poca calidad. Tratamos de que los vecinos se capaciten, que haya gente que se va formando y tome espacios de responsabilidad. Es muy importante que los directores sean profesionales para poder realmente dirigir a grupos de no-profesionales. Entonces también nosotros estamos tratando permanentemente de capacitarnos. Y tratamos de hacer espectáculos de calidad.

– ¿Cuáles son los temas de las distintas obras que hicieron?

– Y… En teatro comunitario, el eje o el corazón es la identidad. Por eso planteamos que es un tipo de teatro muy político porque tiene que ver con la historia de los pueblos, en particular de los lugares donde se asientan los grupos, su identidad, o temáticas que pueden serles muy sentidas, muy importantes, aunque por ahí no sean literalmente de la Historia. Hubo un primer periodo donde casi todos los grupos replicábamos las primeras obras de Catalinas Sur, contando los orígenes del lugar, los inmigrantes… Después fueron pasando los años y aparecieron otras temáticas que también surgen del interés de los vecinos. La memoria, la identidad, la historia. Creo que son ejes que si los perdemos como pueblo, bueno, nos pueden pasar cosas como las que nos están pasando ahora.

– La identidad, la memoria y la historia como los tres ejes que para vos son centrales en el teatro comunitario.

– Son centrales, sí. Después, complementariamente con esto, lo que nos planteamos es que los grupos sean heterogéneos, que no haya exclusión por religión ni por ideas políticas, digamos, es abierto a cualquier pertenencia partidaria. Lo que tratamos es que al seno de los grupos se viva un clima de respeto, de fraternidad, y que todos participemos de las distintas tareas. O sea, no solamente en los ensayos y las funciones, que es lo que más nos gusta, sino también de hacer los vestuarios, del cuidado de los materiales, de las escenografías. Que no siempre se logra, porque el teatro comunitario genera grupos que no son islas, entonces al interior de los grupos nos pasan las mismas cuestiones y las mismas contradicciones que en la sociedad. Te encontrás con que hay egos que se potencian cuando el personaje sale muy lindo, y entonces se quiere agarrar del personaje…

– Lo que frecuentemente pasa en el teatro en general, ¿no?

– Claro, empieza a pasar lo mismo. Entonces de repente te encontrás a algunas personas que de ser un vecino más de repente viene, actúa y se va. Y los otros estamos acarreando las cosas… Tratamos de que eso no pase. En realidad los vecinos-actores son sumamente comprometidos cuando se enamoran del proyecto. Algo que hacemos también es que haya varios actores, o por lo menos más de uno, haciendo los personajes. Es un pequeño laboratorio de comunidad, de ideas nuevas, de fraternidad. Hay cosas que nosotros notamos que se potencian como para mejor en el grupo y que de alguna manera después uno se lo lleva puesto a su familia, a su vida, a su entorno. A veces nos damos cuenta de que vamos medio a contramano de lo que impera: el consumismo, actitudes más individualistas o de menos compromiso. En el teatro comunitario la relación es cara a cara, es de contacto, de afecto, y se priorizan los otros. Ponemos el acento en las obras en que lo principal es lo colectivo. No es un teatro que propicie héroes individuales. Igual nos sigue pasando esa vieja lacra del teatro de plantear “yo tengo poca letra”. Cuando ya aprendimos en la otra modalidad que no hay papeles chicos, ¿no?

– Claro, esto que decís va a contramano de muchas cosas del teatro tradicional. Y los actores entran en esa dinámica en parte porque es lo que exige el mercado para vivir de eso y ser reconocidos, ¿no?

– Sí, y que muchas veces hace que se perjudiquen los trabajos, porque en los elencos, aún profesionales, cuando aparecen actitudes más competitivas y más insolidarias, también va en detrimento del trabajo. Que el que aparece más debe ser mejor, se lleva más aplausos. Esa vieja historia del cartel… En el teatro comunitario tratamos de evitar eso y de estimular un modo de relación diferente.

– Para vos, que estás en esto desde hace ya muchos años, ¿por dónde pasa entonces lo político en el teatro comunitario?

– Yo adhiero a la idea de la política como lo que hacemos los humanos por el bien en común. Adhiero a esa vieja idea de que cuanto más hagamos y más nos comprometamos, no por nuestra sola familia, ni por nuestros amigos, ni por nuestro pequeño negocio o trabajo, sino por hacer algo por el bien común, realmente la vida puede ser mucho mejor para todos. Y ese hacer algo por el bien común es participar en política, en un sentido amplio. Entonces en teatro comunitario creo que hay un aporte a esa participación política porque apuntamos a que todos seamos protagonistas de la creación de un hecho artístico, desde sus canciones, sus temáticas, sus vestuarios, su escenografía, hasta poner el cuerpo actuando, la participación activa en las funciones… Y me parece que ese participar, más allá de lo que dice la obra, que también es importante, ya es un hecho político. Generalmente, la persona que pasa por una experiencia de trabajo así se enriquece, y esto se reproduce en otros ámbitos. Propiciamos que la palabra de todos vale lo mismo y que todos merecemos ser escuchados. Hay una muletilla, una frasecita que solemos decir cuando construimos historias, cuando se empieza a improvisar: “nunca le digas ‘no’ a un compañero, decile ‘además’”. Porque en general en los grupos hay gente que se termina quedando callada. Y muchas de estas personas que tienen historia de haberse quedado calladas en otros ámbitos, en estos grupos tienen protagonismo. Impulsamos para que hablen, buscamos la manera de que también se expresen, porque una persona que valora su palabra y es capaz de escuchar con respeto la de los otros, es mejor ciudadano. A veces decimos que son como pequeños laboratorios de ciudadanía, en ese sentido.

– Más allá de las particularidades de cada grupo de teatro comunitario, hay muchas cuestiones que los conectan, una línea de trabajo compartida. ¿Creés que se ha conformado un género nuevo?

– En realidad es un género que abreva de géneros anteriores. O sea, tomamos del sainete, del grotesco, del teatro de calle, del clown. Es bastante heterogéneo. Sí lo que tenemos en común es que no es un teatro psicológico, que es un teatro de grandes grupos (ningún grupo de teatro comunitario tiene menos de 20 personas), que se utiliza el canto y se le da importancia a las canciones, pero no tipo comedia musical, sino como canción que está como parte de la escena teatral y que en general nos sirve para sintetizar alguna situación. Tenemos en común el tema de que sean heterogéneos los grupos, todas las edades. Hay grupos que tienen sede, hay otros que no la tenemos. En la Red [Red Nacional de Teatro Comunitario] estamos permanentemente intercambiando y, medio bromeando se dice, hablamos desde las medias rotas, como para poder realmente aprender unos de otros. Hay una apuesta fuerte a que los grupos más experimentados colaboren con los otros, compartiendo experiencias. Incluso como habilitan Adhemar y Ricardo desde el principio: “lo que les sirve, cópienlo”. Lo otro que tenemos en común es el fomentar nuevos públicos de teatro. En general, todos los grupos hacemos las representaciones en lugares no convencionales: espacios barriales, escuelas, plazas. Entonces mucha gente ha accedido a ser público de teatro por primera vez viendo este tipo de obras. Y por ahí descubren un gusto por el teatro. En el caso del teatro comunitario, es la misma comunidad la que está creando sus obras y brindándolas a su territorio. Hay vecinos de diversos barrios de Quilmes, Berazategui, Varela. El grupo se va renovando. Bueno, hay gente que permanece durante muchos años. También hay vecinos-actores que se vuelven actores en el teatro independiente. Ahora hay un grupo de jóvenes muy maravillosos que vienen formándose en arte, en música, en lo organizativo, en plástica, con mucha experiencia ya, y que conformaron un nuevo equipo de dirección. Alejandro y yo seguimos colaborando, pero vamos dejando el lugar de dirección del grupo. En lo personal, la verdad que me da mucho gusto hacer esto, y lo que siento a esta altura es que es como una continuidad de toda mi experiencia, mi historia. Siento que es un lugar desde el cual aportar algo, en el sentido de una mejor vida para nuestra comunidad.

(El grupo de teatro comunitario Elenco Abierto se reúne todos los sábados de 10 a 14 hs. en la Casa de la Cultura de Quilmes, Rivadavia 496, esquina Sarmiento. Contacto: facebook.com/Elenco-Abierto-Teatro-Comunitario-Quilmes)

Acerca de la autora Luciana Pérez

Licenciada y Profesora en Ciencia Política (UBA) y docente de las materias “Prácticas Culturales” y “Taller de vida universitaria” en la Universidad Nacional Arturo Jauretche (UNAJ). Es integrante del Programa de Tutorías y del Programa de Estudios de Género de la UNAJ, y participa en proyectos de investigación y vinculación universitaria.

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