Poéticas

EL CORONAVIRUS Y UN FUTURO DISTÓPICO

2024, de George Orwell

Por Gabriel Balbo

Soy un hombre común, digamos todo lo común que se siente un ciudadano de clase media, con un trabajo, techo y comida. Podría tranquilamente llamarme Winston Smith. Ya tengo más de medio siglo de vida, soy inmigrante digital y asumo posiblemente los mismos miedos, angustias y preocupaciones que cualquier otro ser sobre la Tierra de mi misma clase. No hablo ni de la Plebe ni los del Partido, hablo de los del Medio. Más allá del Estado en que viva; da lo mismo Eurasia, Oceanía o Asia Oriental. Sueños y esperanzas? Casi no.

Si. El mundo se ha dividido en tres grandes Estados, después de la primer pandemia de coronavirus y la crisis energética. Finalmente Rusia y Europa lograron un acuerdo de integración, con Alemania como principal vector de unidad y motor económico, constituyendo Eurasia. En tanto que Estados Unidos ha absorbido a Gran Bretaña luego (y como consecuencia) del Brexit y ha anexado a toda América Latina, a las islas del Atlántico, Australasia, Corea del Sur, Taiwan y Japón, todo este conjunto bajo el nombre de Oceanía. En tanto que Asia Oriental, bajo el dominio de China abarca el resto del globo, conteniendo a Asia Menor y Africa. Existen fuertes tensiones geopolíticas entre las tres potencias, particularmente en las regiones de Pakistán y la India, el Mar Amarillo y el norte de Africa, donde los antiguos Estados se resisten al Nuevo Orden Mundial, no sin ayuda económica (y principalmente de armamento) del Estado enemigo.

El mundo actual, más allá de la geografía política también ha ido cambiando y, casi sin darnos cuenta, hemos mejorado. Ahora en el día a día nos controlamos los unos a los otros, somos ordenados. No se si tenemos grandes anhelos o utopías, pero somos ordenados.

Y el Sistema funciona muy bien en cada uno de los Estados. Ejemplos sobran, sobre todo de políticas de cohesión social y adoctrinamiento. Encontramos como ejemplo a mi antiguo colega de estudios, Park,  que junto con una cantidad de compañeros en la sede central de Bytedance, un anexo del Partido Comunista, todos los días arrancan a las 7 de la mañana y están toda la jornada analizando mediante sofisticadas herramientas de inteligencia artificial y big data los cientos de millones de grabaciones de TikTok y clasificando a sus usuarios entre aquellos que son fieles y leales y los otros, contrarios a las ideas del Partido. Seguramente a estos últimos primeramente los intimarán vía WeChat a regularizar sus deudas con el fisco, so pena de no permitirles trabajar y, en su caso, terminar en la cárcel. En una segunda instancia los pueden reclutar para las fuerzas armadas, y terminar defendiendo la patria en las zonas calientes del globo. Eso está muy bien

De este lado, en Oceanía, tenemos el ejemplo de un sistema similar, que abarca varias sedes del Partido de la Libertad, descentralizadas en Facebook, Instagram, Twitter y otros grandes centros de procesamiento, que buscan afanosamente potenciales terroristas entre sus usuarios, de forma tal de poder interceptarlos tempranamente, antes de que se vuelvan realmente activos. No se trata de ninguna forma de una tarea fácil, ya que pueden inclusive estar escondidos detrás de simples consumidores de marihuana; nunca se sabe. En su caso, le serán enviados drones que, de manera quirúrgica se ocuparán de la acción preventiva correspondiente, sin dañar a la población sana.

Afortunadamente mi vida hoy, insisto, está mucho más ordenada que en el pasado, donde nadie me avisaba si estaba llegando tarde a la oficina porque había un atasco delante de mí y, a la vez me recordaba los cumpleaños de mis amigos y que tenía ya ingresado el depósito y me brindaba las últimas noticias a través del asistente de voz: “Científicos de nuestro cluster farmacéutico al norte de Oceanía estarían cerca de lograr la vacuna…” Llego al garaje con mi coche autónomo (si, tengo uno! Todavía no son muy comunes en esta región de Oceanía, pero por ejemplo en el norte no queda ninguno de los antiguos) y mientras se va aparcando solo, les mando a través del IWatch un beso a mi chicos, que ya comienzan sus clases virtuales. Subo a mi oficina y busco mi sitio en “El Gran Tablón”, donde ya he reservado mi lugar con anticipación a través de la app, para comenzar mi jornada conectado a todo el país a través del Zoom. No les voy a mentir: extraño un poco aquellos tiempos donde tenía mi propio escritorio, o las reuniones que con el mismo Zoom tenía con mis amigos Will, Anna y Eric, que viven en Barcelona, una ciudad de las más importantes de Eurasia: desde la implementación de la Cortina de Hierro Digital no lo he vuelto a ver. Y yo que pensaba que lo más grave había sido la pérdida del contacto físico, luego de la eliminación de los vuelos internacionales…

Vuelvo del trabajo. Me saco el barbijo y lo cuelgo; ya no recuerdo cuando comenzamos a usarlos, sólo siento que me siento protegido y que cumplo con la obligación de usarlo cuando estoy fuera de casa; ya acepté sólo ver las sonrisas de mi familia. Son las 20:30. Por suerte ya mi heladera me había enviado a media tarde un mensaje diciéndome que, si hoy iba a comer pescado como todos los miércoles (hoy es miércoles), le avise para que ella haga el pedido a la pescadería. Oportunamente se lo confirmé a través de la app: Internet de las Cosas funciona muy bien, salvo aquellos días en que hay mucho viento y las antenas de 5G sufren las inclemencias de estos nuevos fenómenos meteorológicos: ya los huracanes, ciclones y esas cosas no son privativos de la zona central de Oceanía, del Caribe.

El pescado llegó bien. Fresco. No puedo creer todavía lo bueno que son los drones que vienen con esos congeladores y que automáticamente te dejan en el box de tu balcón la mercadería. Porque convengamos, una cosa es comprar ropa y que te llegue con el dron (o latas de conserva, o arroz) que no necesitan refrigeración. Pero pescado??

Ya sentado frente a mi tele envolvente, con la cena en la mesa, con mi mujer y los chicos también en la mesa (costó un poco hoy quitarlos de sus dispositivos de realidad virtual, el más pequeño no quería dejarlo antes de terminar de matar a todos los guerreros de Asia Oriental y conquistar finalmente Katmandú), abro y cierro los ojos, la tele se enciende y ya estoy viviendo al final de la Liga: desde que los nuevos televisores son a su vez una gran cámara los jugadores también me miran a mi (eso creo, pero como somos tantos de este lado…). Se escucha la sirena de una patrulla autónoma, esas que ahora tienen miles de cámaras y sensores, que pasan tomándonos la temperatura así, desde lejos, y se aseguran que estemos todos bien, adentro a esta hora, como corresponde. Mi perro robot ladra.

Mañana será otro día.

Acerca del autor / Gabriel Balbo

Magister en Estudios para el Desarrollo por la Universitat Autónoma de Barcelona, diplomado en Ciencias Económicas de la UNLP. Docente investigador de la UNLP y UNAJ. Campo de estudio: Tecnología y Geopolítica. Profesor Adjunto de Vigilancia Tecnológica e Inteligencia Competitiva en la UNAJ. A cargo del Programa RADAR VTIC. Docente de Inteligencia Competitiva y Económica en UNLP. Docente invitado de la Universidade Estadual de Sao Paulo (UNESP), Brasil. Director de ESPADE

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