¿El veganismo es una preferencia personal o una militancia política? Esta nota se analiza la segunda de las opciones y sus consecuencias económicas posibles en el capitalismo moderno
Cada vez se va expandiendo más la prédica vegana, aunque no ya como una preferencia alimentaria personal sino como una suerte de militancia política. Obviamente, nada hay para reprochar a quienes eligen una forma tan particular de alimentarse por el motivo que sea. Cada quien puede comer o no lo que quiera, siempre y cuando no afecte al resto con sus preferencias; la cuestión surge si de esa preferencia se hace una militancia política hasta cierto punto discriminatoria hacia quienes siguen con sus preferencias omnívoras y con resultados contradictorios para la base de la pirámide social.
La primera discusión que se podría plantear es si la alimentación humana requiere inevitablemente proteínas animales para ser completa. La propia experiencia vegana parecería sugerir que sí, ya que quienes la practican en forma pura durante mucho tiempo deben recurrir a nutricionistas para complementar su dieta con vitaminas muy difíciles de sustituir, tales como la B12, especialmente cuando se trata de mujeres embarazadas para la formación saludable del feto.
En esto, como en tantas otras cosas, hay también cuestiones de grado. El exceso de derivados animales suele ser nocivo, como es el caso de la gota producida por la acumulación de ácido úrico por la ingesta excesiva de carne vacuna (es un milagro que en los países rioplatenses no haya más casos). Todo parece indicar que, ni tanto ni tan calvo, o sea que la cosa no debería ser todo o nada desde el punto de vista de la alimentación.
Lo que no parece estar demostrado, sino más bien todo lo contrario, es que la dieta vegana sea más saludable para el organismo humano que otra omnívora, aunque sí podría llegar a serlo para la salud mental de quienes concluyeron que cualquier dieta a base de carnes y sus derivados es una “animalada”.
En realidad, y este es otro punto crucial en el debate, los que sí son una “humanada”, más grave aun que una animalada, son los métodos de cría y muerte para consumo de la inmensa mayoría de los animales según los métodos de producción y explotación a gran escala de las empresas de nuestro querido sistema capitalista. El grado de atrocidad de estos métodos va in crescendo, desde la muerte por asfixia de los peces sacados de sus hábitats, la castración de novillos y su engorde en rodeos pequeños más su muerte por mazazo, las granjas porcinas con lechones apiñados y madres preñadas metidas en una jaula hasta parir con más de tres servicios anuales, hasta los pollos empaquetados en jaulas diminutas para que no se muevan y con la luz encendida todo el día para que coman más y engorden más rápido, sin hablar de los crustáceos que son hervidos vivos como langostas, cangrejos y centollas o de las vacas lecheras que son engordadas artificialmente.
Es muy posible que uno de los fundamentos básicos de este maltrato esté relacionado con la idea de que los animales no sufren como los seres humanos. Seguramente eso es cierto, pero no es cierto que no sufran a su manera, tal vez sin conciencia de que están sufriendo o sin entender el motivo, sobre todo si viven esas experiencias terribles desde su nacimiento. El historiador y antropólogo (quizás también filósofo) Yuval Noah Harari, vegano, plantea esta discusión en sus libros, sobre todo en Homo Deus (Editorial Debate, 2016) alegando no sólo que sufren, sino que también experimentan emociones, aunque de una manera algorítmica, como forma de luchar por su supervivencia. Y llega incluso a decir que eso no significa que tengan alma, aunque asegura que tampoco hay ninguna evidencia científica de que el ser humano la tenga, con lo cual eso explicaría (lo digo yo, no Harari) que seamos tan desalmados con los animales.
La pregunta que surge entonces es si hay o no una forma de alimentarse con las proteínas animales que no implique tal grado de maltrato y sufrimiento para los animales a ser ingeridos. Una forma sería la originaria en la evolución humana, o sea la caza, aunque también hay métodos sufrientes como el de los cepos (no los cambiarios, que son menos cruentos). El problema es que la humanidad creció demasiado y ya no resultaría factible alimentar a alrededor de 7.000 millones de personas cazando animales, con los riesgos de accidentes que semejante escala representaría.
Una primera conclusión sería que, si queremos que la dieta humana incluya proteínas animales, y parece que debería contener para no depender tanto de fórmulas nutricionistas no tan naturales como se pregona, no quedaría más remedio que seguir criándolos para matarlos, a menos que sólo ingiramos sus derivados lácteos y huevos, cosa que parece aceptable para gente vegetariana pero no vegana.
La cuestión es definir cuáles serían esos métodos de crianza y de faena que minimicen el sufrimiento animal. Seguramente deben existir, y si no se pueden inventar, pero el problema es que serían mucho más costosos y de menor productividad relativa que los actuales. Y aquí es donde entran las restricciones que impone el capitalismo como modo de producción, cuyo objetivo principal no es “atender, ni mucho menos satisfacer, las necesidades de la comunidad”, como rezan los libros tradicionales de economía, sino otro crucial para seguir creciendo y acumulando: ese objetivo básico del capitalismo es la maximización de la ganancia empresaria.
La clave para maximizar la ganancia empresaria es la productividad, entendida como la cantidad de producto por cada unidad de factor de producción, básicamente capital y trabajo. Estos métodos atroces de crianza y faena de animales son los que han permitido elevar sostenidamente la productividad de los factores de producción y retrotraerlos implicaría una de dos cosas, o ambas: aumentar mucho los precios por los mayores costos y/o reducir la tasa de ganancia de las empresas dedicadas al rubro, sobre todo las de grandes escalas de producción, que están fuertemente oligopolizadas.
Conociendo el espíritu “solidario” de las grandes empresas, resulta más que evidente que la solución más probable es la de los precios mucho más elevados para afrontar métodos de producción más “humanitarios”. Aquí, parte del veganismo podría responder que mejor que aumenten los precios para que la demanda sea menor. Claro, pero el problema es que estamos hablando de alimentos, no de productos suntuarios, y quienes más se verían afectadas son, para variar, las personas de más bajos ingresos. Qué raro, ¿no?
Vayamos entonces a la discusión ideológica de fondo sobre la militancia vegana, que llega a tratar al menos de insensibles a quienes no adhieren a sus principios. Se puede coincidir en que es meritorio (qué palabra políticamente complicada en la actualidad) dedicarse a defender a los animales destinados a alimentos, pero podríamos preguntarnos: ¿es esa una prioridad política cuando aún no supimos cómo terminar, o al menos reducir, la explotación del hombre por el hombre? Y cuando digo hombre me refiero al ser humano, no al varón, que es el macho de esa especie.
Parecería que sigue siendo más prioritario luchar contra la explotación intra humana que poner como estandarte principal de la lucha por un sistema más justo y equitativo la defensa de los animales de cría. Está claro que un objetivo no tiene por qué ser excluyente del otro, pero cuando las energías y el poder relativo frente al sistema actual son limitados y asimétricos sería conveniente concentrarlos en lo más importante para no seguir pedaleando en el aire. Sobre todo, si la lucha por mejorar la condición de los animales de cría desemboca en un encarecimiento de alimentos o la pérdida de empleos que agrave la inequidad social ya existente.
Hay dos ejemplos recientes en nuestro país de este potencial contrasentido de la militancia vegana: uno fue el lamentable episodio ocurrido hace un par de meses en la localidad bonaerense de Monte Grande en el cual un grupo de trabajadores de un frigorífico terminó a los golpes con un grupo vegano que los quería “concientizar” sobre el tratamiento de los animales; si la cosa termina en un enfrentamiento entre trabajadores y veganos parece que estamos perdiendo el rumbo de la “contradicción principal” del sistema.
El otro ejemplo es el de las manifestaciones de oposición al acuerdo con China por la instalación de mega-granjas porcinas en nuestro país. Hay en esto dos cosas insoslayables:1) a nuestro país le conviene mucho más, desde el punto de vista económico y social, vender carne porcina con más valor agregado que maíz y soja para alimentar esos animales en el exterior con menor generación de empleo interno, y 2) es totalmente riguroso que se deben cumplir para esta producción condiciones ambientales y ecológicas que no hagan de la producción porcina un nuevo factor de contaminación y degradación adicional del ambiente, aunque aquí nos volvemos a encontrar con el problema del capitalismo: las normas de protección ambiental en cualquier actividad suelen no ser las más rentables para la actividad privada.
En conclusión, el camino para encontrar un sendero económicamente conveniente y ambientalmente sustentable parece ser bastante estrecho en estas cuestiones. Pero, si nos planteamos atacar estas falencias del capitalismo desde el fundamentalismo vegano, es muy probable que el mayor costo lo terminen pagando como siempre los de abajo, con menos empleo y alimentos más caros.
Acerca del autor / Daniel Enrique Novak
Licenciado en Economía. Subcoordinador de la carrera de Licenciatura en Economía de la UNAJ y Profesor asociado en Economía de la misma universidad. Fue Secretario de Industria y Desarrollo Productivo de Florencio Varela, Coordinador de Desarrollo Inclusivo del PNUD (2004/14), Subsecretario de Coordinación Económica de la Nación (2002/2004) y Consultor Económico de Empresas Industriales (1990/2001).