Notas

LA BÚSQUEDA DE UN RUMBO PROPIO DE ALBERTO FERNÁNDEZ

Una nueva palabra política

Por Rafael Ruffo

El mensaje de Alberto Fernández en la apertura de las sesiones del Congreso no solo permite evaluar los programas económicos, políticos y sociales sino que interpela desde cláusulas morales y emocionales. Palabra, solidaridad y justicia: Un nuevo contrato moral para Tod☼s.

 

Los Discursos Presidenciales de Apertura de las Sesiones Ordinarias del Congreso son objeto de especial atención por parte del público, los medios y los especialistas en el análisis político de la comunicación. Entre todos ellos, uno merece analizarse con el mayor esmero, el que realiza un Presidente en el año inaugural de su administración.  

En él es posible advertir los trazos generales del contrato original que un Presidente “firma” frente a la ciudadanía. A partir de él será evaluado por la opinión pública hacia el final del mismo. Es en esta ocasión que un Presidente sienta las bases de su futura legitimidad de ejercicio; la de origen ya le ha sido otorgada por el voto popular.   

Sin embargo, tanto la atención que se le brinde como la profundidad de esa evaluación por parte de la opinión pública es objeto de disputa. Y ello depende, como siempre sucede, del marco teórico desde el cual miremos la realidad de la comunicación política. 

Existen dos grandes tendencias opuestas en el análisis de la naturaleza y las propiedades de la opinión pública. De un lado están los “pesimistas” que creen que se trata de un fenómeno profundamente emocional, volátil e impredecible. Esta visión es la base del conservadurismo político. Frente a los humores cambiantes del pueblo debe imponerse la visión racional y preñada de futuro del Jefe del Estado quien, como un capitán avezado, no cambiará el rumbo del navío a pesar de la tormentas que los acercan al naufragio y sin tomarse demasiado en serio los gritos desesperados de su tripulación. 

(Abrir en este punto un comentario crítico sobre la asimilación de la opinión pública a una figura femenina, como aquella que Verdi plasmó en Rigoletto ; “la mujer es cambiante cual pluma al viento, cambia de acento y de pensamiento, siempre su amable, hermoso rostro,  en llanto o en risa, es engañoso” opuesta a una masculinidad racional implícita en la figura Capitán del barco que es el Estado, firme en su rumbo, es una tentación que vamos a eludir).  

Sin embargo, desde  la década del 70 hasta nuestros días se ha ido imponiendo una visión “optimista” de la opinión pública que afirma y prueba que son sus aristas de racionalidad, estabilidad,  coherencia y de cambios lentos y previsibles las que la definen. Los Jefes de Estado escuchan a la opinión pública pues confían en su racionalidad y cambian el rumbo antes de chocar el barco cuya conducción les confío el voto. 

Adherir a la primera visión valida prácticas de comunicación política mas “marketineras” y “coyunturalistas” de operar frente al público y los medios. La opinión pública se mueve por estados de ánimo, humores cambiantes, sobre los que es posible trabajar para modificarlos y los medios son las herramientas –poderosísimas- para hacerlo, afirman.  Para ellos el discurso inaugural será una pieza oratoria más a la que habrá que olvidar o reflotar según el humor social del final del mandato lo indique. 

La segunda, sin embargo, insiste en la existencia de escrutinios públicos más severos, detallados y estables; es decir, los medios no son tan poderosos y los ciudadanos somos mucho mas críticos, conscientes y reacios a ser manipulados de lo que se suele creer (a pesar del fulgor incandescente del Big Data,  la emergencia indetenible de la “sociedad de las plataformas” y de una “sociabilidad técnicamente codificada” en las palabras de Van Dijk, tan popularizadas por las distopías tecnológicas del tipo Black Mirror o el escándalo de Cambridge Analytica).

En ocasión de su primer discurso Alberto Fernández exhibió las líneas generales de su contrato original, sobre el que será evaluado al cabo de los próximos cuatro años.  Este contrato de legitimación tuvo varias “cláusulas”; cada una de ellas es un renglón de políticas públicas: la económica, la social, la institucional, la estatal, la internacional, la de salud, la educativa, etc. Las dejaremos de lado, aunque sean las más importantes para el análisis de la prensa y los expertos. 

Nos interesan otras dos, menos evidentes. Ellas son las claúsulas “moral” y “emocional”. Percibimos que están íntimamente ligadas y afirmamos que la primera alimenta a la segunda. En las democracias actuales el vínculo que une a los representados y su representante es personal y está basado principalmente en la generación de un lazo emocional centrado en la confianza. La confianza es una emoción moral fundadora de vínculos de todo tipo, es cierto, pero también políticos. 

El núcleo de la confianza es de carácter eminentemente moral (entendida en su acepción más simple como un pensamiento que nos permite discriminar lo que esta bien de lo que esta mal). Tan es así que la batalla política de las democracias contemporáneas esta enfocada a destruir este núcleo y la industria del escándalo (y los hay de todo tipo: corrupciones económicas y administrativas, promesas incumplidas, intimidades sexuales, menagés a trois entre la prensa, la justicia y los servicios de inteligencia, etc)  es su herramienta más eficaz.

El contrato moral y emocional que el Presidente Fernández propuso se encuentra disperso en las palabras que enlazó a lo largo de su discurso, y también,  sospecho que mas claramente, en la gestualidad y el tono con el se presentó ante la Asamblea Legislativa. Lamentablemente ese análisis escapa a este texto.  

Los elementos escritos del contrato moral son tres;  el valor de la palabra dada en la esfera pública, la solidaridad y la justicia entendida como reparación.  Los elementos del contrato “emocional” descansan en dos ideas; el equilibrio y la unidad.   

El primero de los componentes del contrato moral es la palabra. “En la Argentina de hoy la palabra se ha devaluado peligrosamente. (…) Necesito que la palabra recupere el valor que alguna vez tuvo entre nosotros (…) Toda simulación, en los actos y en los dichos, representa una estafa al conjunto social que honestamente me repugna (…) en democracia la mentira es la mayor perversión en la que puede caer la política (…) quiero recuperar el valor de la palabra (…)”.

Tal es el énfasis que Fernández pone en el valor de la palabra que no resulta arriesgado suponer que para él su depreciación es la causa causarum de la crisis nacional. Al referirse a ella elige usar estos términos “El nivel de depreciación argentina es tal que solo un esfuerzo mancomunado que conjugue honestidad intelectual, ejemplaridad dirigencial y fraternidad comunitaria será capaz de encaminar nuevamente a nuestra Patria (…)”. Parece decir que no es la devaluación de la moneda o una economía mal gestionada el camino para entender la crisis y salir de ella. Sí lo es, en cambio,  la unión de la palabra política deshonesta con la falta de ejemplaridad de las élites y el individualismo desatado entre todos los sectores sociales por su mal ejemplo.

El segundo valor que vertebra el nuevo contrato moral es la solidaridad “(…) Frente a a esta dramática situación de destrucción hemos elegido a la solidaridad como viga maestra de la reconstrucción nacional”. La solidaridad como adhesión a un conjunto de valores que permite la colaboración mutua entre distintos para superar situaciones de desastre. Recordemos que este, el llamado “comunitario”, es uno de los tres sentidos que Durkheim le dio al concepto, distinto a la solidaridad “mecánica” y a la “orgánica”.  

La solidaridad así entendida es el valor que organiza todo el programa económico de emergencia; el Nuevo Contrato de Ciudadanía Social y sus elementos: la Ley de Solidaridad Social y Reactivación Productiva y el Plan Argentina contra el Hambre, entre otras medidas más concretas. La inflación, el principal problema de la agenda económica, no es descripta como un problema de política monetaria ni como un problema de oferta, es decir, desde la ortodoxia o la heterodoxia de la ciencia económica, sino como un problema moral. Afirma el Presidente Fernández que: “Debemos terminar con la Argentina de los vivos que se enriquecen a costa de los pobres bobos que estamos condenados a pagar lo que consumimos. Esa descripción de lo que nos pasa exige un punto final al abuso. No solo es un imperativo económico sino también un imperativo moral”. 

El enfoque sobre el tema de la colosal deuda externa también corre en este andarivel. Cuestionar su legitimidad y convocar a un “Nunca Más” a futuros endeudamiento insostenibles es una apelación a una solidaridad comunitaria frente a un escenario de desastre. También, quizás, una palanca para apoyarse en el proceso de la renegociación real con el FMI y los acreedores privados. 

La solidaridad enlaza con el valor de la justicia entendida como reparación. La frase del Presidente, repetida como un mantra por los funcionarios del gobierno en cada ocasión, “Comencemos por los últimos para llegar a los primeros”, ilustra este enlace. 

En tercer lugar la justicia, como reparación o restauración de un orden perdido, está presente en casi todas las medidas o cursos de acción previstos. Una lectura rápida encuentra ejemplos de ello en casi todas los cláusulas temáticas del contrato. Alberto Fernández habla de “recuperar” el trabajo, “recomponer” el ingreso, “reponer un orden que se ha perdido” en materia de inteligencia y justicia federal, “reparar” a los familiares del los marinos muertos en el naufragio del submarino ARA San Juan, “recuperar” la centralidad de los Derechos Humanos en la gestión de gobierno, “evitar mayores inequidades” modificando los regímenes jubilatorios especiales de jueces, fiscales y diplomáticos. 

El contrato emocional se propone en dos palabras sencillas; equilibrio y unidad. “Vengo a proponerles recuperar los equilibrios que nunca debimos haber perdido.” dijo Alberto Fernández sin lograr arrancar los aplausos del auditorio. Y sin embargo es allí donde está el nudo gordiano que se propone cortar.  “Poner a la Argentina de pie” significa volver a ponerla en situación de equilibrio. Y los equilibrios perdidos son de todo tipo; económico, social, ecológico y federal, afirma. 

La apelación a la unidad citando a Belgrano, un personaje de nuestra historia cuyo pensamiento político es virtualmente desconocido por el público y al Perón amigable con los opositores, ya de regreso del exilio, fue el marco elegido para ofrecerse como superador de la estrategia polarizadora que resultó derrotada en las elecciones. 

La grieta, esa metáfora atemorizante y eficiente, heredera directa de la lectura agonística de la política del populismo, con la que desde los medios de comunicación se enmarcó casi una década de la vida política nacional está llamada a finalizar.  “El futuro esta en nuestras manos y es con todos” , dijo en unos de los pocos momentos marketineros de su discurso. El equilibrio deseado también parecería querer extenderse a los ánimos políticos.  

Equilibrio y Unidad, pueden parecer componentes emocionales módicos y austeros, sobre todo si los comparamos con la épica colectiva de liberación social y grandeza nacional con la que el kirchnerismo movilizó a vastos sectores de la población. 

Quizás también parezcan grises frente al colorido contrato modernizante, meritocrático, individualista y moralista con los que Cambiemos logró emocionar a sus seguidores.  

Equilibrio y Unidad son conceptos que producen emociones moderadas. Ellas pretenden amalgamar ese amplio centro de un espacio público político al que los polos discursivos que electrizan y sobrerrepresentan ambos campos políticos pugnan por estirar y finalmente dividir. 

El proceso está en marcha. Su resultado es incierto. Al final del camino, en el 2024, una opinión pública atenta, crítica, estable, coherente y racional podrá evaluar que cláusulas del contrato se habrán cumplido y cuales otras quedaron al costado del camino. ¿Se habrá revaluado la palabra política? ¿La solidaridad habrá sido la viga maestra para recomponer la economía? ¿La justicia habrá reparado algunas iniquidades? ¿Las sensaciones de equilibrio y unidad habrán llegado para quedarse un tiempo? O serán otras nuevas emociones las que estarán pugnando en la batalla por el dominio de nuestras mentes y corazones? Las respuestas a estas preguntas dirán si este Discurso Inaugural del Presidente Alberto Fernández merecerá el olvido o logrará ser parte de una nueva discusión.

 

Rafael RuffoAcerca del autor / Rafael Ruffo

Profesor de Historia (UBA). Licenciado en Ciencias Políticas (UBA). Cursó Maestrías de Opinión Pública (UNSAM) y Políticas Públicas (UNSAM – Georgetown U.) Es docente titular ordinario e interino en la Universidades Nacionales Arturo Jauretche y de La Matanza. Director del Centro de Política y Territorio de la UNAJ.

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