Dossier Peronismo 80 años

DOSSIER PERONISMO - 80 AÑOS

Peronismo y universidad. Un largo periplo

Por Ernesto Villanueva

Un largo camino: las vicisitudes de la relación entre universidad y peronismo

Desde un punto de vista machista, el vínculo entre peronismo y universidad podría ser señalado como la relación entre un hombre proveedor y una mujer desagradecida. Pero esa visión simplista, esquemática y errónea de la relación entre un movimiento nacional y popular  y una institución creada en la tercera década del siglo pasado en Argentina, y hace unos 1000 años en el mundo, no da cuenta de la complejidad que está presente entre una identidad política que tiene objetivos de justicia social y soberanía política y una institución que en sus orígenes en nuestro país tuvo como finalidad  alimentar de cuadros burocráticos y profesionales liberales a las clases altas de la Argentina. Más aún, la universidad se constituyó, en particular desde la reforma universitaria de 1918, en un camino de ascenso social para hijos de inmigrantes, que habían tenido éxito económico, para integrarse con la autodenominada élite patricia de nuestro país.

La Reforma Universitaria de 1918

Sin embargo, hay que tener en cuenta para esta reflexión el dato objetivo de que la mayoría de las universidades argentinas fueron creadas durante gobiernos peronistas. Ese hecho, más la tradicional cultura dominante en las universidades, nos está mostrando una obviedad en el mundo de la cultura: el predominio que ejercen los valores y las culturas de los sectores dominantes sobre los emergentes. Con esto quiero afirmar qué si bien la reforma universitaria de 1918 democratizó la posibilidad de que las clases medias ingresaran a la educación superior, no ocurrió otro tanto con el tipo de cultura elitista que se extendió con posterioridad a 1918 como si nada hubiera ocurrido. Triste ejemplo de ello es la actitud de la mayoría del movimiento estudiantil durante el yrigoyenismo  y en ocasión del golpe fascista de Uriburu contra aquel gobierno popular, así como su accionar posterior, con la honrosa excepción del grupo de jóvenes radicales que de la mano de Homero Manzi, Arturo Jauretche y otros, crearon FORJA.

Democratización en cuanto a la composición estudiantil, elitismo en cuanto a los valores predominantes en las universidades argentinas. Que continuó con la actitud predominante en el mundo universitario en relación al peronismo surgido en 1945. 

En 2024 celebramos el 75º aniversario de la decisión de la gratuidad de la enseñanza superior para los estudiantes y el 76º  aniversario de la creación de la Universidad Obrera Nacional, hoy denominada Universidad Tecnológica Nacional. Sin embargo, y a pesar del enorme crecimiento de la cantidad de estudiantes habido en la década que va del 1945 al 1955, lo cierto es que la mayoría del movimiento estudiantil fue un pilar antiperonista que se prolongó durante todos esos años. Con posterioridad, entre 1955 y 1966 el estudiantado peronista fue una ínfima minoría. Recién cuando la oposición a la dictadura del general Juan Carlos Onganía acercó clase obrera y clases medias es cuando el estudiantado comenzó a tener un proceso de reflexión ideológica profunda que lo llevó a mirar las luchas populares desde una perspectiva diferente. 

Esta relación sirve para analizar uno de los problemas más graves que tienen nuestros movimientos nacional-populares; escribo en plural porque entiendo que esta cuestión no es exclusiva del peronismo sino que abarca también a otros agrupamientos, como el Partido de los Trabajadores en Brasil. Es cierto que el peronismo favoreció la existencia de universidades y es cierto que  el peronismo abrió la posibilidad para que se multiplicara la cantidad de estudiantes. Entonces, ¿cómo explicar entonces la oposición que hubo de parte de muchos universitarios hacia el peronismo? La primera conclusión obvia y sencilla es que las ventajas materiales no son causa suficiente para cambiar las mentalidades. Esto es, a diferencia de lo que sostiene un materialismo vulgar, el hecho de que un gobierno favorezca a un sector social no conlleva, per se, el apoyo de ese sector social a ese gobierno. Ya desde la década de 1920 el propio marxismo, o mejor dicho, muchos marxistas llamaron la atención sobre esta debilidad de su propia concepción. La cultura,  la estructura social, la dimensión política, tienen una especificidad irreductible a lo económico,  a los ingresos. Sostengo que este es un drama de los movimientos nacionales porque en su avance de mejora de la situación social, en ocasiones terminan siendo rechazados por los mismos que han sido favorecidos en ese proceso. A mí juicio he aquí uno de los interrogantes más importantes a resolver por parte de quiénes ambicionamos más justicia social y más independencia económica.

 Entre 1945 y 1955 se da la primera relación entre peronismo y universidad. La  misma está signada por las consecuencias del despido y/o la renuncia de profesores liberales y radicales entre 1943 y 1944 que se oponían a lo que ellos llamaban el fascismo criollo, o sea el golpe de los coroneles de 1943 contra el vicepresidente en ejercicio de la presidencia, Ramón Castillo, y la posición equidistante de los mismos entre las potencias que acompañaban a Alemania y aquellas que apoyaban a Estados Unidos e Inglaterra. 

A pesar de la modificación en la composición de clase en la universidad, producto de la gratuidad y el desarancelamiento pero también y, sobre todo, del crecimiento económico por aquellos años de la Argentina así como el hincapié en su industrialización, lo cierto es que la perspectiva elitista sobrevivió en el mundo universitario. No sólo sobrevivió, sino que los movimientos estudiantiles mayoritarios mantuvieron una oposición al gobierno de aquel entonces sin tener en cuenta que, más allá  de profesores con una concepción católica muy afín al siglo XIX en las áreas humanísticas,  hubo avances en la calidad de los docentes, tanto  en las ingenierías como en la medicina. Sin  embargo, el movimiento estudiantil mayoritario —y aclaro lo de mayoritario, porque había una minoría peronista con una visión muy diferente a la encarnada por los profesores integristas; tengamos presente al joven dirigente estudiantil Antonio Cafiero-  era opositora, con valores de defensa de una clase  media idealizada por el radicalismo,  temerosa de las migraciones internas y su rechazo a la posibilidad de codearse con sectores sociales que antes eran claramente oprimidos.

Estudiantes en el golpe de 1955

Aquel primer peronismo fracasó en la tarea de combatir eficazmente  todos esos valores vigentes en los claustros. Más aún, el drama sintetizado en aquella consigna de “alpargatas sí, libros no”, expresaba a las claras un divorcio que se perpetuaría durante mucho tiempo. Lo cierto es que el gobierno Justicialista no pudo ver   la especificidad del mundo universitario; de allí  la dificultad para crear un movimiento estudiantil que acompañara el proceso de avance popular.  Habría que agregar que ello también tuvo que ver con las características no sólo políticas e ideológicas, sino también organizativas del justicialismo de  aquel entonces, que desde 1947 en adelante  se estructuró en un esquema muy de arriba hacia abajo. De nada valieron los avances en la infraestructura de las universidades de Buenos Aires, de La Plata, de Córdoba, o la propuesta extraordinaria de una ciudad universitaria en la de Tucumán. Lo cierto es que aquella división de origen se mantuvo a lo largo de todos esos años.

En una segunda etapa, entre 1955 y 1966,  el progresismo gorila o semi-gorila qué acompañó al frondizismo en su etapa inicial tuvo dos fases: la optimista, que va de 1958 al 60, y la declinante, que llega hasta 1966. En la primera, ese progresismo creyó que a través de proyectos de modernización en el país y en las universidades, ese mal chabacano y plebeyo llamado peronismo se iría diluyendo. La realidad cruel de la guerra fría, de los límites de un gobierno que entendía la modernización como un avance contra las fuerzas obreras llevó a que esa ilusión en el seno de las universidades fuera muy corta. De ahí que entre 1962 y 1966 se vivió una etapa de transición en la que la utopía del desarrollismo va declinando y el mundo universitario gira sobre sí mismo en el entendimiento que, al menos en esa isla, las cosas se hacen bien; es entonces que surge el mito de la época brillante de los Rolando García, de los Risieri Frondizi, de la autoproclamada  etapa dorada de la universidad. 

Pero es muy difícil creer que una institución estatal, que para colmo se dedica a la formación de sus ciudadanos y a la investigación, pueda prosperar extraordinariamente en un país con proscripciones políticas, ascenso de las luchas sociales y sucesivos golpes militares. 

En esta segunda etapa, el peronismo proscrito es casi inexistente en la universidad pero, a su vez, deja de constituirse en el rival a combatir por parte de muchos universitarios. Incluso, dirigentes como John William Cooke, comienzan a tener un diálogo que prosperará en la etapa siguiente, analizando críticamente el rol jugado por unos y otros. 

La Noche de los Bastones Largos (1966)

Esta situación de diálogo, de revisión, de análisis, dará lugar a una tercera etapa, que comienza con el advenimiento de la dictadura de 1966. Clases medias y sectores obreros son igualados hacia abajo: nadie puede hablar. Y la confluencia del Concilio Vaticano II, de la Revolución Cubana, de modelos diferentes al soviético, de la resistencia obrera, da lugar a una confluencia entre estudiantado y peronismo —resignificado-, renovado por aquellos que le otorgarán al movimiento nacional y popular nuevos dirigentes, nuevas ideas y propuestas actualizadas a la época.

Su consecuencia se percibe plenamente en la cortísima primavera camporista de 1973 y 74. El estudiantado, hegemonizado por la izquierda peronista, acompañará los sueños revolucionarios de aquel entonces. Propuestas de cambios profundos e inmediatos, denuncia de todo intento reformista o de caminos más lentos de transformación, dejarán tras de sí una enorme tragedia. El peronismo, desgarrado internamente; las universidades, primero en manos de la dictadura y luego, con el regreso de la democracia, como base de sustentación del radicalismo alfonsinista.

Estudiantes peronistas

Pero aquel periplo, que había comenzado en el gran desencuentro en sus orígenes, no había sido en vano. Desde 1983 en adelante hubo un movimiento estudiantil peronista y profesores peronistas; pero sobre todo se fue imponiendo una perspectiva de universidad que recogía lo mejor de ambas tradiciones. 

Hoy, por ejemplo, hablar de una universidad comprometida con su entorno ya no es monopolio de una fracción; plantearse que las temáticas de las investigaciones han de estar en sintonía con las necesidades nacionales, es el discurso comúnmente aceptado; que las universidades tienen que ampliarse en su cantidad de estudiantes y llegar a sectores postergados, es moneda común.

La universidad no es peronista, ni lo debe ser, pero hoy los valores de justicia social, gratuidad y soberanía son ampliamente aceptados en el mundo de las universidades.

Comunidad universitaria hoy

Acerca del autor / Ernesto Villanueva

Ernesto Villanueva

Rector Emérito de la Universidad Nacional Arturo Jauretche

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