¿Y si el neoliberalismo no viene de afuera y cada vez más se trata del “sentido común” de nuestra época? ¿Asistimos a la economización de la conducta de los individuos que pone en peligro el sentido mismo de la democracia? Se trata de la tesis del último libro de la teórica política norteamericana Wendy Brown.
El término “neoliberalismo” se ha vuelto un lugar común en el habla cotidiana de muchas personas. Tiene la naturalidad de la explicación fácil y etiquetada de fenómenos complejos y, al mismo tiempo, su uso ha adquirido la extensión misma del neoliberalismo por el planeta. Sin embargo, nadie se considera a sí mismo como neoliberal ni existe en ninguna parte del mundo un partido o movimiento político o económico autodenominado “neoliberal”. Se trata de un concepto creado por sus adversarios con un sentido claramente peyorativo. Neoliberales son los otros, la derecha, el enemigo. Tal vez no resulte una paradoja encontrar que tiene el mismo valor pensar que “neoliberal es el otro” como considerar que “populista es el otro”, siendo ambos términos de batalla en la disputa política contemporánea. Cuando se los trata como los peligros que acechan a la democracia, en un extremo los populismos han sido caracterizados como regímenes de salvación nacional, o sea aquellos que apelan a la movilización de las energías de una nación en pos de un objetivo redentor y por ello mismo se convierten en regímenes totalitarios. En el otro, la caracterización del neoliberalismo se centra en el aspecto económico, en su objetivo de otorgar mercados libres, sin regulación alguna, a la voracidad del capital, cuya consecuencia es la acumulación de riqueza en cada vez menos manos con el consiguiente aumento de la injusticia y la desigualdad social.
La etiqueta neoliberal abarca gobiernos y regímenes muy diversos a lo largo del planeta, en algunos casos tan disímiles que resulta difícil entender las similitudes por encima de las diferencias. Se puede decir que el neoliberalismo es tanto ubicuo como ambiguo. Pero, entonces ¿Cuáles son los rasgos en común que comparten las experiencias neoliberales pese a las múltiples formas existentes que las diferencian entre sí? Neoliberalismo sería una perspectiva económica, centralmente un conjunto de políticas diseñadas con el objetivo de liberar a los mercados mediante la desregulación de las industrias y los flujos de capital, el desmantelamiento de las variables del Estado de Bienestar y las protecciones a los sectores vulnerables; el avance privatizador sobre los bienes públicos que van desde la educación, la seguridad, la salud, los servicios postales, las carreteras y la previsión social hasta las cárceles y los ejércitos. Se trata del fin de la redistribución de la riqueza como una política económica o sociopolítica; la conversión de cada necesidad o deseo humano en una empresa rentable, la financiarización de todo y la primacía del capital financiero sobre el capital productivo.
En su libro acerca de los peligros que implicaría para la democracia la extensión del neoliberalismo o del mesianismo político, Tzvetan Todorov (2012) señalaba como característica del primero la progresiva eliminación de las regulaciones del Estado y, para el segundo, el retorno a regímenes totalitarios de salvación nacional. Para resolver estas amenazas, Todorov proponía una democracia “moderada”, equidistante de darle todo el poder regulador al Estado como de otorgarle dicha centralidad al mercado. Para él la intervención del Estado debía delimitar “sus prácticas mediante una reglamentación adecuada y garantizar el equilibrio de una vida común por medio de la redistribución”. Todorov (1939-2017), que forma parte de una camada de intelectuales cuyas infancias transcurrieron bajo el estalinismo y fueron marcados fuertemente por esta experiencia, en su libro Los enemigos íntimos de la democracia se muestra más alarmado por el crecimiento de la derecha europea y la deriva autoritaria que por los peligros asociados con la expansión del neoliberalismo al que le dedica un único capítulo. Existe una convicción extendida estilo Todorov de que el ideal democrático sería una suerte de democracia neutra, que la democracia liberal de libre mercado adecuadamente reglamentada previene a las naciones occidentales de las derivas que la pondrían en peligro.
A este tipo de moderación ha salido al cruce recientemente el libro El pueblo sin atributos de Wendy Brown (2015). A la postura de que el problema del neoliberalismo puede limitarse mediante la regulación económica por vía del mercado y que ello no afectaría el ideal democrático. Se trata, dice la autora, de la noción difundida de que la democracia es el logro permanente de Occidente “compuesta de derechos, libertades civiles y elecciones; de que la protegen las constituciones en combinación con los mercados libres de obstáculos; y de que se puede reducir a un sistema político que maximiza la libertad individual en un contexto de orden y seguridad proporcionados por el Estado” (Brown, 2015: 7).
Brown se opone a la noción de que el neoliberalismo se trata meramente de una fase económica del capitalismo para situarlo, de acuerdo a Michel Foucault, como un “orden de razón normativa que toma la forma de una racionalidad rectora que extiende una formulación específica de valores, prácticas y mediciones de la economía a cada dimensión de la vida humana”. Para decirlo con otras palabras, que el neoliberalismo se ha convertido en una conducta de los sujetos, que configura una manera de pensar dimensiones de la esfera cotidiana, de cómo posicionarse en el presente, de la forma de pensar estrategias de futuro, la “economización” de nuestras conciencias y formas de comunicación: “la racionalidad neoliberal disemina el modelo del mercado a todas las esferas y actividades –incluso aquellas en las que no se involucra el dinero- y configura a los seres humanos de modo exhaustivo como actores del mercado, siempre, solamente y en todos lados como homo oeconomicus (Brown, 2015: 36)”. Se trata de que las personas internalizamos el modelo de mercado en nuestras conductas, a la manera de lo que Richard Sennet describiera de los comportamientos humanos en La corrosión del carácter (2000) y La cultura del nuevo capitalismo (2006). La categorías ciudadano o consumidor se han transmutado en la categoría capital humano. Ello ha permitido en los años noventa al primer ministro de Tailandia, el multimillonario Thaksin Shinawatra, declararse Director Ejecutivo de “Tailandia S.A.” y, más recientemente, al ministro de educación argentino Esteban Bullrich, solicitar a un grupo de empresarios que lo consideraran su gerente de Recursos Humanos.
Para ilustrar lo anterior tomemos un capítulo de la serie de televisión británica Black Mirror, creada por Charlie Brooker. En el episodio 1 de la temporada 3, Caída en picada (Nosedive) los habitantes de una ciudad, todos, en todo momento y en todo lugar, viven pendientes de la calificación de los otros mediante una aplicación en los celulares en los que las acciones de la vida cotidiana son puntuadas (megusteadas). Lacie es una oficinista que invierte en su imagen personal y hace cálculos de coste beneficio para posicionarse en el mundo a través de las redes. Como toda su vida está regulada por la opinión que de ella tengan los demás, invierte en su promoción, tanto en su aspecto personal, como en su formalidad social. Lacie tiene 4.2 de puntaje (el máximo es 5) y aspira a superar el 4.5 que una amiga de la secundaria, rica y popular en las redes, posee. Fotografía aspectos de su vida cotidiana como la taza de café con la galletita estéticamente mordida y la sube a las redes para que el gusteo de los otros aumente su calificación social y laboral. Toda su vida, y de la mayoría de los que la rodean, gira alrededor de su estrategia de valorización, de la “economización” de su conducta. En la razón neoliberal, dice Brown siguiendo a Foucault, “la competencia reemplaza al intercambio como el principio que anima al mercado, así como su bien básico (Brown, 2015: 44).
¿Qué pasa cuando aquellos que nos indignamos frente al avance desmedido del neoliberalismo arrasando los derechos sociales conquistados por los pueblos a lo largo de los siglos pasados nos hallamos inconscientemente imbuidos de la razón neoliberal? La primera consecuencia es la pérdida del sentido colectivo, que adquiría su sentido en la razón democrática. Sujetos autónomos y desregulados no constituyen el demos del ideal democrático, sea en su forma liberal como en su ideal radical, sino que lo desplazan. La consecuencia natural de este desplazamiento no puede ser otra que la aceptación de la eliminación de la mediación equilibradora del Estado, convertido ahora en un gerente eficiente, mero administrador de sus propios recursos: “El reemplazo de la ciudadanía definida como una preocupación por el bien público por la ciudadanía reducida al ciudadano como homo oeconomicus elimina la idea misma de un pueblo, un demos que afirma su soberanía colectiva”.
Wendy Brown (2015), El pueblo sin atributos. La secreta revolución del neoliberalismo, Barcelona, Malpaso Ediciones S.L.
Tzvetan Todorov (2012), Los enemigos íntimos de la democracia, Buenos Aires, Galaxia Gutenberg
Richard Sennett (2000), La corrosión del carácter: las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo, Barcelona, Anagrama.
Richard Sennett (2006), La cultura del nuevo capitalismo, Barcelona, Anagrama.
Acerca del autor/a / Ernesto Salas
Licenciado en Historia, Universidad de Buenos Aires. Director del Centro de Estudios Políticos de la Universidad Nacional Arturo Jauretche. Es autor de los libros: La Resistencia Peronista: La toma del frigorífico Lisandro de la Torre (1990), Uturuncos. El origen de la guerrilla peronista (2003); Norberto Habegger. Cristiano, descamisado, montonero (2011, junto a Flora Castro); De resistencia y lucha armada (2014), y ¡Viva Yrigoyen! ¡Viva la revolución! (2017, con Charo López Marsano)