Roto el paradigma de la “objetividad” de los medios, el concepto de framing ayuda a comprender las formas de la batalla informática en la comunicación actual
Desde hace ya casi cien años vienen desarrollándose teorías para explicar la cuestión del poder de los medios de comunicación en general y del género informativo en particular. En sintonía con el paradigma científico positivista de fines del siglo XIX, momento en el que aparecen los grandes diarios modernos del mundo que duran hasta hoy, la objetividad era el faro que guiaba la tarea del periodista, quien debía ser justo, equilibrado y exacto en su tarea de informar. “Cada uno es libre de comentar lo que quiera, pero los hechos son sagrados” ¹, rezaba en su tapa un célebre diario inglés.
Desde entonces y hasta nuestros días, a pesar de la vigencia de esta ilusión en el discurso de sentido común, este mandato objetivista ha ido perdiendo fuerza y credibilidad. Nuevas teorías acerca de la eterna cuestión del poder de los medios empujan a dejar de lado de una vez y para siempre la pretendida objetividad en el periodismo, para centrarse en una cuestión más medular; los efectos cognitivos que provoca la cobertura mediática de la realidad. Es decir, la forma en la que los medios contribuyen a crear nuestras imágenes de lo real.
Hoy se acepta de buen grado la idea de que las sociedades construyen colectivamente el significado político de su experiencia apoyándose mayormente en la información que brindan los medios de comunicación. Los medios actúan como una arena en la que los distintos actores, grupos sociales e instituciones portadores de ideologías pelean por definir la interpretación de la coyuntura política, tratando de dominar las palabras con las cuales se discute un tema en la sociedad.
En este proceso, una verdadera batalla cotidiana por la apropiación de la agenda de temas y la interpretación de la misma, existe un arma, a veces difícil de visibilizar, al que los estudiosos del tema han denominado Encuadre periodístico. Muy brevemente, esta teoría sostiene que los periodistas construyen sus propios encuadres apoyándose en la cultura política que comparten con su audiencia. Un encuadre es la idea general que organiza la cobertura de un evento que se transforma en una noticia. Y la noticia como dijo Tuchman “(…) es una ventana al mundo: pero la vista depende de si esta es grande o pequeña, de si su cristal es claro u opaco, de si da a la calle o a un patio. La escena depende también de donde se sitúa cada uno, lejos o cerca, estirando el cuello o mirando recto con los ojos paralelos al muro donde está la ventana”.²
Un caso reciente y actual de la agitada coyuntura política argentina sirve para ilustrar la relevancia de este enfoque; el denominado por los medios opositores al gobierno como #Dalessiogate o #Extorsionelli. Sus derivaciones han logrado poner en cuestión los parámetros éticos y revelado un profundo quiebre en la forma en la que se cubren periodísticamente temáticas referidas al accionar de la justicia, la inteligencia y las instituciones políticas.
En medio de una marea de escuchas, filmaciones y operaciones de contra- información, es posible observar dos encuadres o esquemas de cobertura bien claros y definidos a los ojos de quien busca desentrañar el sentido subyacente, es decir, los atributos otorgados a la información circulante.
Repasemos la conducta de los medios oficialistas y opositores. Los primeros iniciaron este proceso negándose a informar durante los primeros días, luego de que el Juez Ramos Padilla tomara el caso surgido de la denuncia del empresario Etchebest en Dolores por la supuesta extorsión recibida. Luego le dieron voz al implicado fiscal Stornelli en el prime time del informativo por el canal de cable más visto de los favorables al gobierno de Mauricio Macri. Más tarde buscó, a través de maniobras que la teoría denomina “dispositivos de encuadre”, presentar la causa como un armado K instigado desde las profundidades del Penal de Ezeiza. En forma paralela también se intentó enmarcar el episodio como el resultado de una tensión intra-agentes de la AFI que en su desmadre golpeó, casi como si fuesen víctimas, a jueces federales, fiscales y funcionarios PRO.
Previsiblemente el esquema de cobertura oficialista se orientó a destruir toda posible credibilidad en los “hechos” del caso. Desde cuestionar la veracidad de la denuncia de Etchebest, aun cuando existía un video de esa extorsión, hasta desacreditar a los implicados, quienes alguna vez fueron “especialistas en Narcotráfico y agentes confidenciales” en sus estudios. Sin dudas el hecho más visible ha sido la sepultura mediática del rol que jugaron personajes como Daniel Santoro y el mismo D’Alessio quienes, invitados a estos programas de política nocturna, enmarcaban “inorgánicamente” la agenda referida a las causas contra los funcionarios del gobierno anterior. Siempre poniendo en tensión el surgimiento de esta causa con aquella denominada “de los cuadernos” que lleva adelante el fiscal involucrado.
En paralelo, el último recurso para establecer una agenda y enmarcado tendiente a silenciar el ruido creciente fue la publicación reiterativa en tapa de pedidos de prisión preventiva y pruebas incriminatorias rescatadas de expedientes antiguos a funcionarios K de alto rango. También generaron una espectacularización de la enfermedad de Florencia Kirchner que los llevó a poner en duda su veracidad, invitando médicos especialistas para explicar los vericuetos de su diagnóstico y tratamiento en Cuba.
En el campo opositor los medios encuadraron esta causa como una crisis de legitimidad, atribuyendo la responsabilidad a los más altos funcionarios del gobierno actual. Se enfocaron en la potencialidad que tiene este episodio para minar los restos de legitimidad que le quedan al Macrismo en medio de la peor crisis económica desde 2001. Además, pusieron en cuestionamiento el accionar del sector de la inteligencia del gobierno PRO, al informar exhaustiva y acumulativamente los procedimientos, muchos de ellos ilegales, de los funcionarios de la AFI, sus agentes “inorgánicos” y sus vínculos con fiscales y jueces federales para extorsionar a empresarios, arrepentidos o por arrepentirse, involucrados en la causa de los cuadernos.
En resumen, se construyeron dos encuadres mediáticos completamente disímiles frente a un mismo suceso. Los medios opositores basaron su encuadre en la idea de la guerra jurídica o ‘lawfare’, intentando desprestigiar al oficialismo, buscando debilitarlos electoralmente y destruir la reputación de los líderes que los encabezan. Por otra parte, el encuadre del negacionismo, construido en los medios favorables al gobierno, responde a un comportamiento indicado en la teoría que consiste en negar una realidad probada por una verdad demostrada empíricamente (al menos probatoriamente) en la cobertura periodística.
La falta de confianza en el sistema judicial y la inevitable cercanía de las elecciones en octubre está empujando a los medios opositores y a los favorables al gobierno a tomar el rol de perro guardián (Watchdog) del poder político; ambos construyendo contenidos orientados a significar y/o distraer a las audiencias.
Este caso deja al descubierto el espionaje, las escuchas, las extorsiones de fiscales y jueces federales y el accionar de los agentes de la inteligencia. Pero, paradójicamente, esconde detrás de la vieja ilusión de objetividad los intereses de quienes los muestran, es decir, los propios medios. Desde los ojos del ciudadano de a pie parecen piezas de un rompecabezas diseminadas en un gran tablero. Cada medio, dependiendo de la combinación siempre variable entre su orientación ideológica y sus intereses empresariales decide ubicarlas de una manera particular para armar su propia “ventana” o encuadre. Y usted, querido lector de Mestiza, ¿prefiere seguir mirando la realidad desde alguna de las anteriores o está buscando las piezas para armar la suya?
Notas
1 C.P. Scott, Guardian, 1921
2 Gaye Tuchman, Making News, 1978
Acerca de la autora / Agustina Lassi
Licenciada en Comunicación Social por la Universidad Nacional de la Matanza. Maestranda en Periodismo en UniversidadC.P. Scott, Guardian, 1921 de Buenos Aires. Profesora-Investigadora en Comunicación en la Universidad Nacional Arturo Jauretche y en la Universidad Nacional de La Matanza.