Poéticas

NARRATIVAS DEL CONURBANO

Mariposas

Por Leticia Otazúa

Leticia Otazúa nació en Lanús y actualmente vive en Burzaco. Es Profesora y Licenciada en Letras, coordinadora de talleres de escritura creativa. Dio clases en escuelas secundarias, en universidades y profesorados, coordinó talleres de capacitación a docentes. Estudia dramaturgia con Ariel Barchilón. Obtuvo premios y menciones de la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina (ALIJA).

 

Sacó una piedra del bolsillo. Dentro de la piedra corría el agua de un río cristalino. Bajo el agua, mariposas de diferentes colores nadaban con sus alas desplegadas.

Siempre dejaba a sus amigos con la boca abierta: sus bolsillos parecían contener todas las maravillas del universo. No era por soberbia que mostraba sus tesoros, a él no le interesaban las demostraciones de poder. Simplemente disfrutaba cuando dejaba a todos con la boca abierta.

El día de las mariposas se ganó el aplauso general.

Por supuesto, después de los halagos, llovieron las preguntas: “¿dónde la encontraste?”, “¿están vivas?”, “¿el río no deja de correr?”, “¿adónde van cuando parecen desaparecer en su nado?”, “¿querés tomar un helado conmigo esta tarde?”

La última pregunta lo hizo girar rápidamente la cabeza para confirmar que la voz que había oído era de Aldana, la chica más linda del grado.

Aunque Francisco tuviera diez años, ya sabía lo que era enamorarse. Él había vivido enamorado desde el primer día de clases, y ahora las mariposas en la piedra le daban la posibilidad de tomar el helado más esperado de su vida.

Cuando se le fue lo colorado del rostro, pudo contestar que sí.

Así es que a la tardecita se peinó lo mejor que pudo y sin olvidar la piedra llegó a la plaza. Las mariposas se portaron como nunca, desplegando sus colores brillantes cada vez que él abría su mano y el río iluminado reflejaba los ojos hermosos y asombrados de Aldana. Por supuesto, como mujer curiosa que era, quiso saber a toda costa el secreto de su magia. Y por una iluminación del río o de su corazón que latía más allá de sus diez años, Francisco le explicó que no podía contar nada si antes no recibía un beso.

Pagó Aldana por adelantado el precio del secreto, pero a él le gustó tanto que inventó muchas excusas para seguir encontrándola a la salida de la escuela, y pasado el tiempo en la universidad, y en los cines y en las calles hasta que la llevó a vivir a una casa de ensueño, mágica como él, dejando siempre para más adelante la revelación pedida.

Francisco y Aldana son mis abuelos. Ella dice que aún no sabe cómo hace mi abuelo para hallar esas piedras. Cuenta que todavía le sigue dando besos y él le promete siempre que un día de estos le contará el secreto. Se ríe cuando habla de estas cosas.

Si me animo, le voy a pedir a mi abuelo que me enseñe a encontrar las piedras, porque llegó a mi grado una nena de trenzas que me mira de una manera…que parece que volaran mariposas en sus ojos y en los míos.

 

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