Una nota que explora distintas miradas sobre el fenómeno de la Restricción Externa al crecimiento de la economía argentina que, de tan recurrente, ya parece Eterna.
Veamos los principales síntomas de lo que ya parece una enfermedad incurable de nuestra economía:
- Cuando la economía argentina comienza a recuperarse de una recesión y el Producto Bruto Interno (PIB) empieza a crecer, al cabo de pocos años las importaciones de bienes y servicios aumentan a un ritmo mayor que el PIB y las exportaciones en un porcentaje menor que los otros dos.
- Esto afecta al saldo de la balanza comercial con el resto del mundo generando, al cabo de pocos años, un déficit de dicha balanza que, para saldarse, requiere el uso de las reservas de divisas (si las hay) y/o tomar créditos en el exterior que incrementan el endeudamiento externo del país.
- El endeudamiento con el Resto del Mundo, público o privado, agrega a futuro una mayor necesidad de divisas para afrontar el pago de los intereses de la deuda externa y/o las ganancias de las empresas extranjeras que hayan invertido previamente en el país.
- La acumulación de ambos fenómenos conduce a una crisis en el balance de pagos con el exterior que, en el extremo, termina en un default de la deuda pública externa cuyos vencimientos no se pueden afrontar, como sucedió a fines del año 2001 y como estamos en riesgo de incurrir nuevamente 18 años después.
Las preguntas a responder son las siguientes:
- ¿Por qué cuando se recupera la actividad económica las importaciones crecen más que el PBI y las exportaciones menos que éste?
- ¿Cuál sería la solución a este rasgo estructural de nuestra economía?
- ¿Qué diagnóstico hacen de esta situación las distintas teorías económicas?
- ¿Qué podemos esperar ante la reedición actual de la Restricción Eterna?
EL PROBLEMA DE FONDO
Para responder a la primera pregunta es imprescindible considerar que la argentina es una economía periférica del capitalismo y eso tiene al menos dos implicancias clave: 1) que no cuenta con una moneda de pago internacional, lo que implica que para disponer de divisas de manera permanente debe exportar más de lo que importa, y 2) que tiene una estructura productiva heterogénea, con sectores de muy alta productividad junto a otros de muy baja o directamente inexistentes.
La segunda característica hace que no todos los sectores puedan ser competitivos a nivel internacional en las mismas condiciones y, por lo tanto, no todos estén capacitados para exportar generando las divisas necesarias para el crecimiento. Y cuando decimos “las mismas condiciones” nos referimos principalmente al mismo valor del dólar en pesos, es decir al tipo de cambio.
¿Por qué la estructura productiva argentina tiene tanta diferencia de competitividad internacional entre sectores? Porque nuestro país tuvo la “dicha” de contar con recursos naturales superabundantes y muy productivos por “gracia divina” (la tierra), lo que hizo que ingresara al capitalismo global como uno de los principales proveedores de alimentos baratos al mundo, liderado por los países centrales mientras desarrollaban su industria competitiva.
La abundancia y fertilidad natural de sus tierras hace que el sector agropecuario tenga una productividad envidiable y pueda ser competitivo internacionalmente aunque el valor del dólar en pesos sea relativamente bajo; más aún si se agrega a ese don natural los progresos tecnológicos que ha incorporado el campo en las últimas décadas, con la rotación de cultivos, la subcontratación de equipamiento y los pools de siembra.
En cambio, la mayoría de los sectores industriales argentinos tienen una productividad menor que la del agro y por lo tanto requerirían un tipo de cambio más elevado para poder competir internacionalmente cubriendo sus costos internos. El problema es que un tipo de cambio más alto encarece también los productos agropecuarios, porque si no obtienen en el país lo que consiguen a nivel internacional, exportarían todo desabasteciendo el mercado interno. Por eso, la “solución” de un tipo de cambio elevado va asociada con encarecimiento del costo de vida y deterioro del poder adquisitivo de las clases populares.
EL DILEMA DISTRIBUTIVO
Si con un tipo de cambio bajo el sector externo de la economía no tiene solución y con un tipo de cambio alto se perjudica a los sectores de bajos ingresos, ¿no hay una solución en la que nadie pierda? Sí, pero es complicada técnica y políticamente hablando.
La solución a corto plazo es que la industria tenga un tipo de cambio suficientemente elevado con relación a los costos internos para que pueda ser internacionalmente competitiva, aplicando un gravamen sobre las exportaciones (retenciones) de aquellos sectores que compiten en el mundo con un tipo de cambio más bajo y así no se beneficien gratuitamente con esa cuasi-renta cambiaria, a la vez que mantengan bajos los precios de la canasta familiar. Esto es necesario pero no suficiente; a largo plazo hacen falta programas de exportación, estabilidad de precios y desarrollo científico y tecnológico apoyados por el Estado
La dificultad técnica para este tipo de medidas es la de identificar adecuadamente a los sectores primarios muy competitivos, no metiendo en la misma bolsa a la hora de aplicar retenciones a la producción agropecuaria extensiva y a las producciones regionales, que sí agregan más valor a su producción. Y la dificultad política es convencer a los productores primarios de que no pueden apropiarse de toda la renta que les daría un tipo de cambio elevado cuando no lo necesitan para competir en los mercados internacionales.
Alguien podría decir que con las retenciones sí hay quien pierde, pero la respuesta es no, primero porque con un tipo de cambio más alto en todo caso se pierde de ganar una renta superflua que antes no existía y en segundo lugar porque en la variante alternativa son muchos más los que pierden por la falta de empleo en una economía con una industria raquítica.
LA RECETA ORTODOXA
El diagnóstico ortodoxo se basa en la teoría neoclásica, remozada por el neoliberalismo, desarrollada para economías de los países centrales y postula que el estrangulamiento externo se origina en querer vivir por encima de las posibilidades productivas del país inflando artificialmente la demanda de los sectores populares.
La conclusión es obvia con este diagnóstico: enfriar la economía para que el nivel de actividad interno se ajuste al cuello de botella externo, y las herramientas típicas y largamente conocidas son: el ajuste fiscal, incluyendo en la volteada jubilaciones y planes sociales, la elevación de las tasas de interés que, además de desalentar el consumo a crédito y las inversiones en sectores de baja productividad, eviten que los tenedores moneda local se pasen al dólar, y la devaluación de la moneda doméstica (aumento del tipo de cambio) con el argumento de que eso contribuirá a incrementar las exportaciones y reducir las importaciones. En otras palabras, el único objetivo claro de todas estas medidas es la recesión que descomprima la necesidad de divisas.
Todo esto suele ir acompañado, como sucedió en 2016 y 2017, por el ingreso apresurado y desmesurado de fondos del exterior para afrontar en lo inmediato el déficit externo que, a la menor señal de insolvencia, revierten su flujo y agravan la situación del balance de pagos.
¿Qué dicen las concepciones heterodoxas sobre este problema? Algunas de ellas no se plantean la superación de la restricción externa como requisito básico para poder crecer de manera sostenible e incluso, basadas en la teoría keynesiana también elaborada para países centrales, sólo se plantean el estímulo a la demanda interna con políticas de ingresos expansivas, confiando en que eso es lo que garantiza el crecimiento de la economía. Sin embargo, el pensamiento heterodoxo es el único que tiene apertura mental suficiente para introducir este tipo de problemas en su esquema de análisis y de hecho los pocos autores que reconocen su existencia e importancia provienen de esta corriente; en cambio el esquema teórico ortodoxo ni siquiera lo reconoce como tal y no atina más que a recetas recesivas y más endeudamiento externo.
OTRA VEZ EN LA CORNISA
Después de la debacle de finales de 2001, y debido a la tremenda recesión que le siguió, Argentina recuperó un importante superávit comercial externo que duró hasta el año 2012; después de dos años de casi equilibrio entre exportaciones e importaciones desde 2015 en adelante volvimos al déficit de comercio exterior ininterrumpidamente, acumulando hasta finales del año pasado más de 36.800 millones de dólares; si a eso le sumamos casi 55.000 millones de déficit por transferencias al exterior por rentas e intereses de los inversores externos, llegamos a una necesidad de financiamiento internacional de alrededor de 92.000 millones de dólares en sólo cuatro años, más del 17% del PBI de 2018.
La única manera de que Argentina muestre una señal de solvencia externa es logrando recuperar el superávit comercial con el resto del mundo, al menos para atender una parte de los servicios de la deuda acumulada. Pero esa recuperación del superávit comercial sólo puede ser creíble con una economía en crecimiento que haya resuelto la restricción externa y no, como sucederá este año, gracias a la tremenda recesión provocada por las medidas de ajuste fiscal y monetario. Si esa señal no se logra, el default de la deuda externa estará nuevamente a la vuelta de la esquina, con o sin Fondo Monetario Internacional.
Acerca del autor/a / Daniel Enrique Novak
Daniel Enrique Novak es Licenciado en Economía. Es Subcoordinador de carrera de Licenciatura en Economía de la UNAJ y Profesor asociado en Economía de la misma universidad. Fue Secretario de Industria y Desarrollo Productivo de Florencio Varela, Cooordinador de Desarrollo Inclusivo del PNUD (2004/14), Subsecretario de Coordinación Económica de la Nación (2002/2004) y Consultor Económico de Empresas Industriales (1990/2001).