Floreal Ferrara repensó a Ramón Carrillo. Si para Carrillo lo esencial fue la construcción de las estructuras del estado para proveer la salud en todo el territorio nacional, para Ferrara el eje estuvo puesto en la participación popular en la construcción de la salud. Dos militantes de la salud popular. Dos épocas distintas y nuevos problemas a resolver.
El pueblo de Punta Alta, una localidad del sur de la provincia de Buenos Aires, tenía 10.000 habitantes cuando Floreal Ferrara llegó al mundo el 7 de junio de 1924. La ciudad siempre estuvo influenciada por el hecho de contener la principal base de la Armada Argentina, en cuyo puerto anclaba la flota de guerra nacional. Floreal fue el hijo mayor de tres hermanos de la pareja formada por Pedro Ferrara y Paulina García. Su padre, un inmigrante yugoslavo, había llegado hasta ese pueblo del sur bonaerense en busca de su propio padre al que encontró gravemente enfermo. Cuando éste murió, Pedro decidió quedarse en la zona trabajando de carpintero, fue uno de los organizadores anarquistas del sindicato de oficios varios de Punta Alta. Había llegado de Europa semi analfabeto, pero aquí se puso a estudiar y desarrolló un afán apasionado por la lectura que transmitió a sus hijos, en particular obras de teatro y textos socialistas. Floreal siempre recordó la dureza y las privaciones de aquellos sus primeros años. Como eran pobres, la responsabilidad y el reconocimiento al esfuerzo de sus padres para que estudiara lo convirtieron en el mejor alumno de su promoción de la escuela de comercio.
Tendría unos once años -más o menos en 1934 según su propio recuerdo- cuando, con otros compañeros, decidieron quemar una bandera británica que ondeaba en el edificio de Aguas de la ciudad porque los había indignado el hecho de que flameara como signo del dominio colonial sin siquiera estar acompañada por la bandera nacional. La consecuencia fue que el gerente de la empresa los hizo detener por los marinos de la base naval hasta que las madres fueron a buscarlos (Blanco, 2010). A los quince años, definida su pasión por la política, el diario local le publicó una nota que se llamó Son las cinco y la bicicleta, en la que relataba la salida del trabajo de los miles de trabajadores de la base naval, “el momento que dejaban de trabajar para la guerra y venían a trabajar por la paz”.
En 1943 terminó el secundario y viajó a la ciudad de La Plata para cursar la carrera de medicina. Vivía en una pensión en la calle 2 y 50. Un par de años después de su llegada, un día de octubre, la dueña de la casa llegó gritando que venía una manifestación que pasaba por la esquina y todos salieron a verla. Eran los obreros de los frigoríficos y de YPF que reclamaban la libertad del coronel. Aunque no tenía idea dónde iría, el joven estudiante se dejó llevar por las columnas. Caminaron hasta Quilmes y allí se sumaron a los andenes al grito de ¡Peee-rón, Peee-rón! Ese día terminaron en la Plaza de Mayo y Floreal recibió una marca que nunca abandonaría, su identidad política peronista.
En la Facultad intervino activamente en política y también participó del grupo Teatro Universitario de La Plata (TULP) donde conoció a Dora Irma Roggeri, actriz y dramaturga, quien se convertiría en su primera esposa.
Todavía estaba estudiando medicina cuando, por amigos en común, conoció al ministro Ramón Carrillo. Atendían al mismo amigo enfermo y se sentaban, a cada lado de la cama, a conversar. En esas tardes Carrillo le contaba anécdotas de su relación con Perón y Evita. Ferrara recuerda lo que le dijo en una ocasión:
“Mire, una de las grandes peleas con Eva –decía Carrillo– era que yo creo que el Estado es el responsable de la salud y como tal, todos los directores de los hospitales y de todos los establecimientos tienen que ser representantes del Estado”. Y Eva le peleaba, le decía que los hospitales son del pueblo y, como tal, los tiene que manejar el pueblo. “¿Y usted qué piensa?”, me preguntó Carrillo. Y me miraba el negro, y yo lo miraba todo achicadito. Yo tendría 28, 29 años y le dije: “Me parece que Eva tenía razón”. “No ve, son todos revolucionarios… pero tienen razón”, me dijo entonces. Eso me pareció genial…” (Svampa, 2010).
Ferrara opinaba que la obra sanitaria de Carrillo había constituido “la revolución de la capacidad instalada”, porque en pocos años había construido más de doscientos hospitales, había duplicado la cantidad de camas en el país y se había atendido por primera vez los problemas de la salud mental.
Al tiempo de haberse conocido, Dora se separó de su marido y, con los dos hijos de su primer matrimonio, se fue a vivir con Floreal a una casa alejada de la ciudad de La Plata, en el barrio que llamaban de las quintas. Ferrara empezó a ejercer como médico en esa zona rural. Trabajaba los sábados y domingos atendiendo a doscientas personas aunque les cobraba solamente a unos pocos. En 1955 obtuvo el puesto de Jefe de Trabajos Prácticos en la Cátedra de Medicina Social en la universidad de La Plata.
Su trabajo de asesor en los sindicatos comenzó en el año 1957 cuando se presentó a un concurso de técnicos sanitarios en el gremio ferroviario y fue electo entre cuatrocientos postulantes para formar parte de la Comisión Técnica Asesora de la obra social. A partir de allí, su relación con los dirigentes gremiales se fue extendiendo y, con el tiempo, Floreal se convirtió en asesor de la Confederación General del Trabajo. De aquellos tiempos, recordaba con afecto a Avelino Fernández, el dirigente de la Unión Obrera Metalúrgica y a Sebastián Borro, el histórico dirigente de la lucha de los obreros del frigorífico de la Capital, que en 1959 habían tomado la fábrica para evitar su privatización. De Avelino decía que era un constructor de la revolución y la resistencia, impulsado por el amor incondicional a Perón y Eva Perón.
De esa época es también su relación con Milcíades Peña. Peña era por entonces un intelectual autodidacta que adhería al grupo trotskista Grupo Obrero Marxista (GOM) que lideraba Nahuel Moreno[1]. Ambos, con la colaboración de Osvaldo Crespo y Gregorio Iturburu, publicaron en 1957 el artículo “Atraso económico y locura en Latinoamérica”, antecedente de la encuesta que los dos primeros hicieron en 1959 y que todavía se recuerda como un aporte importante al campo de la salud mental.
La encuesta sobre la salud mental de Floreal Ferrara y Milcíades Peña
Se trató de una encuesta por muestreo realizada durante los meses de julio, agosto y septiembre de 1959 para ser presentada en las Jornadas de Psiquiatría que se realizaban en la ciudad de Mendoza. En esencia, el trabajo consistía en observar las respuestas a la pregunta “¿Qué piensa la población argentina sobre el problema de la salud mental?”. Para ello usaron la metodología de test proyectivos, y los resultados fueron publicados en la revista Acta Psiquiátrica. Recuerda Ferrara:
“Me acuerdo uno de los test que mostrábamos: era un dibujo donde había una mesa, donde estaba comiendo una familia y todos hablaban. “No, la locura es una enfermedad como cualquier otra”. “No, –decía otra persona– hay que ser sifilítico”. “Si vos tenés un padre loco, terminás loco”. Y había uno que no decía nada. Entonces vos le dabas esto y el tipo lo leía. “¿Y usted qué diría?” (Svampa, 2010).
Los resultados fueron toda una revolución para la época. El trabajo reveló que:
- El 90% de los encuestados no nombraba a la locura entre las enfermedades no mortales.
- El 64% consideraba “enfermedad mental” sólo a los comportamientos violentos de tipo psicótico.
- Tres de cada cuatro consultados atribuían la enfermedad mental a factores físico biológicos.
- Para el 52% “leer demasiado” podía ser una causa “muy importante” en el desarrollo de la locura. Fueron muy pocos los que mencionaron las causas sociales.
- El prejuicio afloraba en el 62% de los consultados, quienes expresaron que le desagradaría tener como vecino a un ex enfermo mental. El 50% consideraba una “desgracia” el tener un enfermo mental en la familia.
- Tres de cada cuatro nunca habían conocido a un psiquiatra.
- El 45% desconocía los tratamientos en psiquiatría y, entre los que conocían alguno, el electroshock era el más nombrado. En ese momento, solo el 8% conocía los tratamientos de psicoterapia o el psicoanálisis.
La conclusión anticipaba la crítica a la capacidad de “adaptación” en la definición de la salud, un aporte revolucionario para la época y que Ferrara retomaría tiempo después:
“Todo lo cual parecería indicar que para las personas de actitud básicamente conservadora la misión primordial del ser humano es adaptarse al orden social imperante, y cualquier incapacidad para adaptarse constituye –a los ojos de los autoritarios– una prueba, o en todo caso una presunción, de inmoralidad deliberada o incapacidad constitucional más bien que de trastornos en la salud mental. Por lo cual la psiquiatría resulta para esas personas básicamente conservadoras una especialidad más bien punitiva que terapéutica, y en todo caso misteriosa” (Carpintero/Vainer, 2010).
En 1961 se publicó su primer libro, Alcoholismo en América Latina que llegó a manos de Josué de Castro[2], quien lo invitó a participar en 1962 del Congreso Internacional “El mundo sin la bomba” que se realizó en Accra, la capital de Ghana. Ferrara recordó en varias entrevistas posteriores las anécdotas que habían hecho inolvidable aquel viaje. Estaba en la asamblea cuando por los micrófonos pidieron su presencia con nombre y apellido, ya que el presidente Francis Nkrumah necesitaba hablar con él. En el auto que los transportaba, acompañado por Dora, Ferrara se debatía angustiado sobre el por qué del llamado. No se le ocurría la razón y ya se imaginaba lo peor cuando el presidente, que los estaba esperando, le aclaró las dudas: “Mire, usted es el único delegado de la Argentina y lo he mandado llamar para que me hable de Perón”. Según le explicó Nkrumah, quería conocer más del líder que había formulado la teoría de la “tercera posición” de la que el presidente se decía representante en África. Ferrara siempre expresó que ese viaje fue su oportunidad de entender de manera directa lo que significaba el colonialismo, lo que le hacía recordar a cuando Ramón Carrillo le hablaba de las imposiciones del imperialismo: “…la experiencia de África me permitió un conocimiento anti-imperial que de otro modo no hubiera adquirido. Ahí era tan palpable, tan notable, tan evidente la lucha contra el imperio. Vos veías un chico caminando por la calle con el pelo rubio, todo negro y la panza así…Era una expresión de la esclavitud de los pueblos. Fue una experiencia memorable para mí” (Svampa, 2010: 139).
Aunque Ferrara no participó de la experiencia de la combativa CGT de los Argentinos que lideró Raimundo Ongaro en 1968, mantuvo buenas relaciones con las expresiones juveniles del peronismo que, hacia finales de la década del sesenta, se habían propuesto la lucha armada para combatir a la dictadura cívico militar iniciada en 1966 por el general Juan Carlos Onganía. Hay algunas referencias de su diálogo con grupos tan diversos como la Guerrilla del Ejercito Libertador (GEL), las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) y los Montoneros. El 11 de marzo de 1973, después de 17 años de proscripción política, nuevamente una fórmula peronista (Héctor Cámpora – Vicente Solano Lima) ganó las elecciones nacionales. En la provincia de Buenos Aires fue electo Oscar Bidegain, uno de los gobernadores provinciales de buena relación con la Tendencia Revolucionaria del Peronismo. Estas circunstancias sumadas a su trayectoria en el sanitarismo hicieron que el nombre de Floreal Ferrara fuera propuesto por las organizaciones revolucionarias para ocupar la cartera de salud. Pero las tumultuosas circunstancias del enfrentamiento entre la derecha y la izquierda del movimiento peronista colocaron al gobernador Bidegain en el centro de las críticas. Después de los sucesos de Ezeiza, el 20 de junio de 1973, los enfrentamientos entre sectores peronistas se hicieron evidentes en la provincia. El 13 de julio, Héctor Cámpora renunció a la presidencia de la Nación en medio del avance de la derecha sindical sobre las posiciones que identificaban como de los Montoneros. La renuncia todavía resonaba en la provincia de Buenos Aires cuando Bidegain tuvo su primera crisis de gabinete a causa del atentado que sufrió el 1º de agosto Rubén Diéguez, delegado de la CGT Regional La Plata, diputado provincial y estrecho colaborador del vicegobernador Victorio Calabró, un hombre de la derecha sindical. A partir de allí, el tibio apoyo que habían recibido de los otros sectores del peronismo se modificó en franca agresión hacia la tolerancia del gobernador con los “infiltrados del movimiento”. El propio Diéguez, que sobrevivió al atentado, acusó al gobierno señalando que no era un hecho casual sino “…la consecuencia de una permanente deformación de lo que viene efectuando el Poder Ejecutivo provincial en cuanto a la política a seguir.”
Las críticas llovieron sobre la figura de Ferrara, quien renunció acosado además por la presión de las empresas farmacéuticas y las corporaciones médicas. De los breves días que estuvo al frente del ministerio, Ferrara rescata en un par de anécdotas de lo que había sido aquel momento. En la primera, cuenta que había concurrido a una reunión de ministros en el edificio de Bienestar Social y que tuvo que salir huyendo ayudado por su chofer. Mientras se retiraban, sintió cómo un disparo impactaba en el techo del auto. En la otra, Floreal recordaba con orgullo su reacción ante un intento de soborno a cambio de la firma de un expediente por parte de un general de la Nación y la agregada comercial de la embajada de Japón. Cuando los interesados le arrimaron un sobre con un cheque adentro, el ministro llamó a la guardia de seguridad del edificio y los hizo detener y trasladar a una comisaría. No cambió de opinión ni siquiera cuando recibió el llamado del comandante en jefe del Ejército, general Carcagno, quien le insistía que no podía detener a un alto miembro de la fuerza. Después de recibir el apoyo del gobernador Bidegain, Ferrara fue hasta la comisaría, hizo destruir el cheque frente a un escribano y los liberó (Svampa, 2010: 83)
Sus intentos por desarrollar una política sanitaria desde el ministerio no solo no tuvieron tiempo de desarrollarse sino que –como ya se dijo- su gestión se vio envuelta en los enfrentamientos entre sectores peronistas. Pese a ello, años después, el propio Ferrara recordaría autocríticamente su paso por la función pública:
“Saqué dos o tres conclusiones: una, que siempre me dolió mucho, es que yo actué con mucha prepotencia. Es decir, tuve la sensación de estar envuelto por el poder, y me gustó. Entonces, esta cosa humilde, de mi vida, de mi familia, una vida serena, tranquila, siempre fraternal con el vecino, con el compañero, con el hombre del hospital, estas cosas se borraron siendo ministro… esto me duele, todavía hoy me duele” (Svampa, 2010: 99).
Aunque había renunciado al ministerio, Floreal todavía conservaba su cargo docente universitario. Desde 1970 no trabajaba más en la CGT, de la que se había alejado cuando se sintió amenazado por sus ideas. Para completar el panorama en el que se sumiría, en 1975, Pedro Arrighi, el interventor de la universidad de La Plata, lo expulsó de su cátedra.
Entonces, Ferrara y Dora se refugiaron en su casa de las afueras de la ciudad. Por suerte, dio la casualidad que no estuviera presente cuando la policía le allanó el domicilio, destruyendo, robando y quemando parte de sus libros. Sin embargo, como consecuencia de los aprietes a los que fueron sometidos, Dora sufrió una descompensación cardíaca y falleció. Floreal logró ocultarse mudando varias veces de domicilio. Tres años después del fallecimiento de su primera mujer, conoció a Elizabeth Collduana, quien sería su compañera hasta su muerte acompañándolo por más de treinta años.
La revolución de los ATAMDOS
Con el fin de la dictadura y el comienzo de la nueva etapa democrática, Ferrara volvió a ocupar cargos en las obras sociales sindicales, particularmente su antiguo puesto en la obra social ferroviaria. También dio forma al Movimiento por un Sistema Integrado de Salud que funcionó en el local de los trabajadores del Estado entre 1983 y 1986.
Su militancia dentro del peronismo lo llevó a participar en las corrientes renovadoras que, desde la mitad de la década del ochenta, pugnaban por un cambio en el viejo movimiento despojándolo de los resabios que había dejado la participación en la dictadura e iniciando un camino de institucionalización para convertirlo en partido. Fue así como Antonio Cafiero, electo gobernador de la provincia de Buenos Aires en 1987, lo convocó para hacerse cargo nuevamente del ministerio de Salud provincial.
Ahora sí, pensó Ferrara, se abría la oportunidad para el hecho nuevo que se estaba incubando, un nuevo camino para el peronismo. Con un grupo de médicos, psicólogos, trabajadores sociales y enfermeras jóvenes se elaboró y comenzó a implementar los planes Atención Ambulatoria y Domiciliaria de la Salud (ATAMDOS) y Sistema de Atención Progresiva de la Salud (SIAPRO).
El Atamdos instaló a lo largo del territorio provincial más de 150 equipos de salud. Cada equipo ATAMDOS estaba formado por un médico, una enfermera, un administrativo, un trabajador social, un psicólogo y, cada dos Atamdos, un odontólogo. Cada equipo tenía a cargo 300 familias, unas 1200 a 1500 personas. Atendían entre ocho y diez horas en cada centro. Los puestos eran fulltime con retención de título. Todos cobraban lo mismo que el ministro. Lo verdaderamente revolucionario de la experiencia ATAMDOS, afirma Ferrara, “es que la gente comienza a reunirse. Se produce la participación. Nada se resolvía sin la asamblea”. La asamblea de vecinos era la que orientaba la actividad, manejaba el presupuesto y viabilizaba las necesidades de la población en la atención de la salud. Según Daniel Clavero, secretario privado de Ferrara en el ministerio:
Fueron alrededor de 100 días de intensa actividad (en esos días era habitual ingresar al ministerio y encontrarnos con el personal de limpieza y mantenimiento ultimando detalles en el despacho). Un ministro que llegaba a su despacho antes de las seis de la mañana y se retiraba a las nueve de la noche o más. Que sorpresivamente iba a recorrer hospitales por cualquier rincón de la provincia, sin importar si era un fin de semana. Que daba el número de teléfono de su casa a cualquiera que le pidiera algo, donde cualquiera significa simples ciudadanos que demandaban alguna solución para el barrio en que vivían. Que no se quedaba en el despacho, sino que también salía a recorrer las distintas localidades, hospitales, centros de salud. Siempre en forma imprevista, en días de semana o en fines de semana […] En esos 100 días, se crearon alrededor de 180 equipos Atamdos que se instalaron en localidades del conurbano como Florencio Varela y Merlo, o del interior de la provincia como Pedro Luro, Punta Alta, Salto, Tandil, etc. Este programa se constituyó en un foco de conflicto para la gestión. Resistido por los hospitales, que veían en él un mecanismo que los privaba del control del proceso salud-enfermedad y por los profesionales de carrera hospitalaria, quienes se encontraban ante una nueva realidad que jerarquizaba la tarea en los centros de atención primaria no sólo desde lo funcional sino también económicamente. El atamdos fue muy bien recibido por las comunidades que de un día para el otro se encontraron con un centro de salud en su barrio que funcionaba ocho o diez horas diarias con médico, enfermera, psicólogo, odontólogo y trabajador social y que les permitía participar en la gestión cotidiana de las acciones a emprender”.[3]
La implementación de la política sanitaria de Ferrara, como no podía ser de otra manera, comenzó a generar algunos conflictos. En primer lugar con los laboratorios, por la aplicación de un nuevo mecanismo para la aprobación de nuevos medicamentos sin que mediara la vieja práctica de la corrupción a los funcionarios. En segundo lugar, con algunos jefes comunales que veían la intervención de los equipos Atamdos como una injerencia política inconsulta en sus territorios. Cuando en febrero de 1988 el ministro denunció, en una nota en Página/12, la práctica generalizada de cesáreas como un genocidio, la Federación de Médicos de la Provincia de Buenos Aires (FEMEBA) lo tildó de “ministro rojo”. Tiempo después Ferrara enumeró las dificultades que habían tenido en la implementación de los equipos:
“Tuve grandes dificultades con los radicales, con los curas, los pastores evangélicos. ¿Porqué?, porque sintieron que les robábamos poder. Ellos eran los dueños del dolor, de la derrota, los dueños de las necesidades, y ahora el Atamdos se estaba apoderando de eso. Lo bombardearon en todas partes. Los curas religiosos, no. Los otros que tenían bastantes dificultades con nosotros eran los comisarios, por las asambleas. Le tenían miedo a las asambleas, qué notable, ¿eh? “Y uno no sabe qué puede pasar. Usted sabe, se enardecen…” Me llamaban para decirme: “¿No tiene miedo usted de esto?”. No, no tengo miedo. La cosa de sentirse que uno estaba pisando bien, corresponde a uno que también se inviste de inmunidad, de que se da cuenta de que ha hecho una cosa creadora, ¿no?” (Svampa, 2010: 110)
Los diarios provinciales, El Día de La Plata y Nueva Provincia de Bahía Blanca le hicieron una campaña de desgaste. Finalmente, una acusación de corrupción contra su mujer desencadenó su renuncia, habían pasado un poco más de tres meses desde la asunción. No fue en vano. Su paso por el ministerio significó una revolución recordada hasta el presente.
Al hacer un balance de esa experiencia Ferrara, con la humildad que lo caracterizaba dejó una reflexión para acciones futuras. Según él, lo que no había tenido en cuenta era una teorización acerca de la participación popular por lo que ésta había sido reemplazada con un improvisado “ir haciendo”.
Otra vez en el llano
Finalizado su paso por la gestión pública, Ferrara continuó con su trabajo en la obra social ferroviaria, al que sumó en 1989 el cargo de Director Gerente de Prestaciones en el Instituto de servicios Sociales Bancarios (ISSB). La llegada del menemismo al gobierno y los cambios neoliberales que impulsó llevaron a Ferrara a participar en la construcción de una alternativa política, el Polo Social, con el padre Luis Farinello, quien había sido amigo de Eliseo Morales, uno de los curas tercermundistas que habían colaborado en su paso por el ministerio de la gobernación Bidegain[4]. Por intermedio de su amigo Carlos Barbeito, dirigente del gremio de los Molineros, Ferrara buscó la relación del Polo Social con el Movimiento de los Trabajadores Argentinos (MTA) que lideraba Hugo Moyano en oposición a las políticas menemistas. Al mismo tiempo mantenía contacto con los líderes de la CTA y fue médico personal de Germán Abdala en los duros últimos años de su vida.[5]
Su paso como Director Gerente en el ISSB también dejó huella. En una reunión de Directorio, con la presencia de los delegados y directores de los más importantes bancos nacionales, Ferrara denunció un importante desfalco a la obra social que se estaba realizando desde el Sanatorio Güemes de la Capital[6]. Sus reflexiones en torno al problema de la corrupción en salud se vieron reflejadas en su libro Teoría de la corrupción y salud, dos tomos escritos entre 1995 y 1997.
En el año 2000 comenzó a asesorar a las obras sociales de Gráficos y de Oficiales de la Marina Mercante, cargos que conservó hasta su muerte. Finalmente había encontrado su lugar en el mundo sindical:
“¿Dónde encontrás un tipo como Raimundo Ongaro con semejante pureza defendiendo una obra social? Es muy difícil, muy difícil. O los compañeros en este momento de Capitanes de la marina mercante, donde vos ves la pureza de la cosa. Es la pureza, ¿pero los demás?” (Svampa, 2010: 64).
En los últimos años Ferrara se concentró en el estudio y la lectura, además de retomar la docencia universitaria. Elizabeth organizaba su jornada para alimentar al lector omnívoro en el que se había convertido. Mientras publicaba su último libro, Teoría de la verdad y salud tenía en preparación un trabajo que aún permanece inédito, Teoría del antagonismo y salud.
Seguía siendo un hombre inquieto, apasionado. Los que bien lo querían lo rodearon de homenajes en reconocimiento a la coherencia de toda una vida: 2006, Ciudadano Ilustre, Ciudad de Buenos Aires; 2008, Ciudadano Ilustre, ciudad de La Plata; 2009: “Mayor notable Argentino”, Cámara de Diputados de la Nación; 2009, “Maestro de vida”, otorgado por CTERA. En el 2006 recibió el premio con las siguientes palabras:
“Hermanos, compañeros, recibo este halago en nombre de Ramón Carrillo, de los 30.000 desaparecidos y de los trabajadores de la salud que fueron capaces de salvar el hospital público y los centros de salud fundados por Ramón Carrillo“.
Falleció el 11 de abril de 2010 en el barrio de Villa Urquiza en Buenos Aires. Sus restos fueron velados en la Legislatura de la ciudad.
Bibliografía
- Blanco, Beatriz (2010), “La salud es la solución del conflicto”, Entrevista a Floreal Ferrara (2008). En: pagina12.com.ar/diario/dialogos/21-144143-2010-04-19.html
- Bruschtein, Luis (2005), Floreal Ferrara, Especialista en medicina Social y ex ministro de Salud bonaerense. “Las obras sociales y la salud como bien público”. En: pagina12.com.ar/2001/01-03/01-03-05/pag14.htm
- Moncalvillo, Mona (1987), “Entrevista a Floreal Ferrara”. Revista Unidos nº 17.
- Castro, Flora y Salas, Ernesto (2011), Norberto Habegger. Cristiano, descamisado, montonero, Buenos Aires, Colihue.
- Paredes, Marcelo y Rojo, Cora (2014), “Floreal Ferrara, vida y obra”, en Labradores de la salud popular, cuadernillo 3, ATE – IDEP
- Svampa, Maristella (2010), Certezas, incertezas y desmesuras de un pensamiento político. Conversaciones con Floreal Ferrara, Buenos Aires, Biblioteca Nacional.
“Reportaje a Floreal Ferrara : La salud como pasión política”, en: www.elgritoargentino.com.ar/index.php?option=com_content&view=article&id=102:floreal-ferrara&catid=31:reportajes&Itemid=8
[1] Milcíades Peña fue uno de los más prestigiosos intelectuales de la izquierda argentina. A pesar de su temprano fallecimiento fue un autor muy prolífico. Publicó Antes de mayo. Formas sociales del trasplante español al nuevo mundo; El paraíso terrateniente; La era de Mitre. De Caseros a la guerra de la triple infamia; De Mitre a Roca. Consolidación de la oligarquía anglo-criolla; Alberdi, Sarmiento, el 90. Límites del nacionalismo argentino en el siglo XIX; Masas, caudillos y elites. La dependencia argentina de Yrigoyen a Perón; Industria, burguesía industrial y liberación nacional; El peronismo (selección de documentos para la historia); La clase dirigente argentina frente al imperialismo; e Introducción al Pensamiento de Marx. A comienzos de los sesenta fundó la revista Fichas de Investigación Económica y Social. Se suicidó en 1965 a la edad de 32 años
[2] Josué de Castro (1908-1973). Médico, nutriólogo, geógrafo y activista brasileño. Su obra más importante fue Geopolítica del hambre (1951)
[3] Daniel Clavero, Los cien días del Ministerio. En Svampa, 2010: 105.
[4] Los sacerdotes Eliseo Morales, Alejandro Mayol, Horacio Cadel y Pablo Gazzarri y trabajaron en el área de Acción Social que encabezaba María Esther Méndez San Martín. Buena parte de la organización de la secretaría fue confiada a militantes de las FAP, entre los que se encontraba Eliseo Morales (Castro y Salas, 2011).
[5] Germán Abdala, combativo dirigente de la Asociación de Trabajadores del Estado y diputado nacional falleció por un cáncer de medula en 1993
[6] Ferrara duró en su cargo hasta 1997. Juan José Zanola, secretario general del sindicato fue a la cárcel en 2009 por la venta de medicamentos adulterados. En 2011, fue excarcelado por llevar más de dos años detenido y sin condena. El juicio oral se realizará a fines de 2017.
Acerca del autor/a / Ernesto Salas
Licenciado en Historia, Universidad de Buenos Aires. Director del Centro de Estudios Políticos de la Universidad Nacional Arturo Jauretche. Investigador de la historia argentina reciente en el campo de los conflictos sociales y políticos de las décadas del cincuenta, sesenta y setenta del siglo XX. Es autor de los libros: La Resistencia Peronista: La toma del frigorífico Lisandro de la Torre (1990), Uturuncos. El origen de la guerrilla peronista (2003); Norberto Habegger. Cristiano, descamisado, montonero (2011, junto a Flora Castro) y De resistencia y lucha armada (2014).
Acerca del autor / Charo López Marsano
Magister en Humanidades, Cultura y Literatura Contemporánea (UOC) y Profesora de Historia (UBA). Docente e investigadora de la UBA, coordina el área Cine e Historia del Programa PIMSEP (FyLL/UBA) y es investigadora UBACyT en Industrias Culturales (CEEED/UBA). Escribe sobre cine, política y memoria. Es coautora de los libros ¡Viva Yrigoyen! ¡Viva la revolución! La lucha armada radical en la Década infame (2017) y de El Atlas del peronismo. Historia de una pasión argentina (2019).