Una nota para pensar de manera autocrítica qué proyecto será necesario para superar el camino recurrente del poder constituido desde la dictadura y salir del consignismo fácil y cómodo
Hace poco tiempo que asumió en nuestro país un nuevo gobierno democrático. Parece más, hay que decirlo, pero la presidencia de Javier Gerardo Milei no ha cumplido ni dos meses al momento que escribo estas líneas.
Un gobierno que se autopercibe como “anarco-capitalista” al que, sin embargo, no haríamos mal en caracterizar, por cuestiones meramente conceptuales, como neoliberal. O, si quisiéramos inscribirlo en alguna tradición política concreta de los gobiernos recientes, tendríamos que decir que el gobierno que acaba de asumir se inscribe en el hilo de minerva que articula las políticas económicas de la última dictadura militar, del menemismo, del breve gobierno de la Alianza y más recientemente del gobierno de Mauricio Macri.
Sobran argumentos para esta relación. El propio Javier Milei parafraseó a Massera en uno de sus debates de candidatos presidenciales, pero además sus propuestas políticas anunciadas tanto en campaña como en el reciente DNU y el fallido Proyecto de Ley ómnibus, rememoran a las de Martínez de Hoz y a las del Domingo Cavallo menemista (aunque también a las del Cavallo de la Alianza). Muchos de sus funcionarios lo fueron también de los gobiernos mencionados (ej. Rodolfo Barra de Carlos Menem, Patricia Bullrich y Federico Sturzenegger del gobierno de la Alianza aunque también del gobierno de Mauricio Macri, el genio de las finanzas y la fuga Luis “Toto” Caputo, ministro estrella de Macri, y siguen las firmas, pero no queremos abundar sobre este tema en estas líneas). Lo que sí podríamos decir, y una de las cosas que quisiéramos comenzar a plantear, es que el gobierno de Milei expresa el quinto intento de políticas neoliberales en nuestro país. El primero fue el de la dictadura cívico militar de 1976, luego la década Menemista 1989-1999, el bienio de la Alianza 1999-2001, la experiencia de Mauricio Macri 2015-2019 y finalmente el gobierno que acaba de empezar. Son muchos años, y muchos gobiernos que tienen una meridiana claridad política, económica, social y cultural de la Argentina que pretenden.
Digamos, para no quitar méritos donde los hay, que la dictadura argentina vino a cambiar muchas cosas. Una matriz productiva, una forma de distribuir la riqueza, una forma de acumular capital, una forma de vincularnos como sociedad, etc. Y lo hizo a sangre y fuego. Digámoslo, una vez más, la dictadura cambió el país para siempre. Pero más importante que eso, marcó un camino… más que un camino podríamos decir que la dictadura señaló un destino: una Argentina posible.
De lo dicho hasta aquí quisiera destacar dos cosas. Una efectivamente planteada, y la otra una duda sobre la que quisiéramos trabajar en estas líneas. La primera ¡quinto gobierno!, efectivamente sostenemos que el gobierno de Javier Milei es el quinto gobierno de una clara, clarísima, propuesta política, económica, social y cultural para estas comarcas del mundo. La segunda cuestión es una duda. Una duda que se articula en una pregunta: ¿y nosotros qué? El campo popular, o todavía más amplio, esa otra argentina que de alguna manera la dictadura vino a desbaratar (¿para siempre? ¿qué?)
Quisiera plantear una analogía urbana. Imaginemos dos colectivos. Dos de la línea 60, que circulan por la ciudad de Buenos Aires, en un caluroso día de verano, en hora pico y llenos hasta el tope y atravesando a marcha, freno y contramarcha el centro porteño. En ambos, la gente viaja apretada, transpirada, con generosos 30 grados a la sombra, sin aire acondicionado y un motor recalentando desde adentro.
En el primero la gente va sin mucha preocupación porque sabe su destino. Sabe a dónde va, entonces el viaje (aunque tedioso como pocos) es un momento, transitorio, hasta llegar a un destino, que saben cuál es. El viaje en este primer micro es pesado, pero es solo eso. Ya no importa ir sentado, del lado de la ventanilla o parado, con una costilla hundida por un codo malintencionado… todo dura un momento. Aunque haya algún ventajita que se haga el dormido cuando la señora embarazada o alguna persona mayor lo mira, es apenas una incomodidad, todo es fugaz porque quienes viajan en ese bondi, saben a dónde van.
En el otro colectivo, el otro 60, viajamos nosotros. Igual de apretados, igual de incómodos, igual de manoseados. Pero con un problema mayor. No sabemos cuál es el lugar hacia dónde vamos. Solo vamos, arrancando, frenando de golpe, marcha y contra marcha. En ese segundo colectivo, entonces, el cómo viajar se vuelve central. Importa mucho ocupar un asiento. Poder atornillarse, acomodar a algún amigo. Viajar cerca de la ventana… acaparar el recurso de la silla individual. Hacerse el dormido pasa a ser una virtud. En este colectivo, como nadie sabe a dónde va, el cómo estamos viajando es central. La disputa por el lugar es lo que le termina dando sentido al viaje.
Estos dos ejemplos sintetizan, desde mi punto de vista y posiblemente mal, los dilemas que atraviesan los (al menos) dos grupos sociales, políticos, económicos y culturales que se disputan la construcción de una argentina para el próximo siglo.
Claro, en estas líneas no queremos hablar del primer bondi. No nos interesa porque (como ellos) sabemos a dónde va. Sabemos la reorganización nacional que propone y a la que nos quiere llevar a fuerza de decreto el nuevo presidente. Lo hemos visto en reiteradas oportunidades y, sabemos, esas experiencias (aunque terminan) logran un deterioro cada vez mayor de nuestra sociedad.
Lo que sí quisiéramos plantear, es la duda: ¿y nosotros qué? Para decirlo con claridad, no hubo muchos momentos para pensar y garabatear un destino claro para ese otro colectivo. Tal vez el primer intento lo tuvo Alfonsín. Pero el primerísimo Alfonsín, el que tenía como ministro de Economía a un tipo como Bernardo Grinspun, que pensaba en la CGT y en la CGE. Un ministro que pensaba en la producción, el trabajo y en cómo repartirla. Ese primerísimo Alfonsín fue breve, duró apenas dos años. Los poderes reales que se habían construido y fortalecido en la dictadura hicieron valer su peso político y Grinspun fue desplazado para que un proto (neo) liberal como Juan Vital Sourrouille tuviera sus primeros intentos de recuperar la línea política diseñada por Martínez de Hoz. Y después… ¿qué? Después el Menemismo, acelerando de manera chabacana, mezclando pizza con champán y consumando la argentina neoliberal. El uno a uno, la apertura indiscriminada de las importaciones, el cierre de fábricas, el desempleo, la pobreza, el hiper individualismo social, el “todo por dos pesos”, las relaciones carnales, Xuxa, la Ferrari “mía, mía, mía”. Una argentina desigual a la postre, pobre y en crisis que el gobierno de la Alianza vería explotar desde un helicóptero en las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001.
Lo que planteamos entonces, es que casi no tuvimos momentos en los que se pudieran discutir la herencia profunda del primer gobierno de facto neoliberal. Pero tampoco las herencias de la primera experiencia democrática liberal (la del Menemismo) y de la segunda (más modesta) de la Alianza. En el 2003 vino Néstor Kirchner, el tipo que supo, escribió un periodista con bastante tino. Néstor asume con una sociedad partida y viene a intentar atajar un pelotazo a contra pierna. Visto desde acá a poco más de veinte años… podemos decir que lo de Néstor fue, a su manera, épico, un héroe sin capa que se fue demasiado pronto en un octubre del 2010. Logró recomponer un poco el tejido social, activar mínimamente la industria y habilitar un sueño para mejorar la distribución del ingreso. Nos fue llevando hacia “un país normal”. Empardó un partido de visitante que tenía hasta al árbitro comprado y nos permitió pasar a la segunda fase. Con lo justo. Vino a proponernos un sueño, y nos hizo soñar. No es poco.
¿Y después de Néstor qué?, ahora es el momento de plantearse, hoy más que nunca, una pregunta incómoda. Es una pregunta profundamente reflexiva y que puede llegar a ser dolorosa. Pero que es necesaria si queremos darle algún destino a ese 60. ¿Se pudo revertir en esos años kirchneristas, el modelo político, económico, social y cultural que impuso la dictadura argentina? ¿Se pudo modificar la forma de producir y la forma en que se distribuía lo producido de modo estructural? Para decirlo de modo todavía más dramático. ¿Pudimos pensar de manera colectiva otro país para el siglo XXII? O verdadera y lamentablemente nos quedamos con una experiencia política que obturó el debate y nos llenó de consignas lindas (podemos decir) y rimbombantes (agregamos) pero que no nos llevan a ningún lugar porque justamente carecen de programa concreto. Algunos van a apurar la verba y decir que hacia finales del 2015 el reparto entre capital y trabajo era del 50/50. Que los sueldos en dólares eran los más altos en América latina. Entonces la duda o la pregunta se rearticula. Esa situación (del 50/50, de los salarios altos) ¿era la expresión de un cambio real de las formas de producción y distribución de riqueza? ¿O era apenas la fotografía de un momento del proceso del capital que por circunstancias particulares y de coyuntura (aunque no estructurales) permitió esa situación distributiva? Creemos que fue más que nada lo segundo, se trató un breve momento y nada más. Un momento similar al estar sentado en la cima del tobogán, un lugar alto que nos permite ver toda la placita. Nos da una sensación de poder e inmensidad, pero breve, ya que su inmediato posterior es el vértigo de la bajada y el arenero.
Lo que sugerimos es que para fines del 2015 tuvimos apenas una fotografía, una linda fotografía con un razonable buen filtro. Sin embargo, a lo largo de esa película no pensamos ni criticamos las herencias en los aspectos más profundos de las mismas. No discutimos los poderes que se habían encumbrado en la dictadura y fortalecido con el menemismo. No procuramos un modelo productivo integrado con capacidades de durar en el tiempo y, en cambio, nos sostuvimos en un modelo industrial extractivista (industria automotriz, y la de ensamblaje en Tierra del fuego, por dar un ejemplo de dos modelos industriales cuyo efecto económico era agravar cada vez más la restricción externa, con perdón de la palabra) que no amenazaba ni pensionaba la propuesta industrial de la dictadura. Antes bien, la seguía fortaleciendo y complejizando. La prueba de eso fue que luego del primer semestre del macrismo los sueldos ya no eran los mejores en dólares de América Latina y el 50/50 era solo una ficción. Apenas un suspiro del nuevo neoliberalismo recién asumido, a la cabeza del presidente “ojos de cielo”, amante de las reposeras y de ver Netflix a partir de las 6 de tarde, fue suficiente para desbaratar el relato de una consiga que no tenía carnadura en la realidad. No amenazamos ni quebramos las lógicas, los modos de acumulación y la forma en la que se repartían los productos de la sociedad.
Básicamente, perdimos el tiempo. Nos centramos en la superficie, la epidermis, la belleza poética de las consignas, sin discutir la “cosa gorda”. Como en aquella película clásica italiana de la familia perfecta que ocultaba al hijo maltrecho en el altillo de la casa, ocultamos y no discutimos al pequeño fascista-liberal-neoliberal-¿anarco-capitalista?, que llevamos dentro. Las consignas como “la patria es el otro”, “cerrar los números con la gente adentro”, “sintonía fina”, y tantas otras son lindas, pero son apenas eso. Consignas mínimas, que en su mera alocución, no son performativas, o no construyen por sí mismas un destino para ese bondi que nos lleva a todos apretados a ningún lugar. Tal vez la consigna más linda pero la más vergonzante sea aquella que decía “si la tocan a Cristina que quilombo se va a armar”. Vergonzante y triste porque no solo Cristina fue llevada a pasear malamente por Comodoro Pro por jueces y fiscales de dudosa neutralidad, sino porque le pusieron una pistola en la cabeza, le gatillaron dos veces y no se armó ningún quilombo. Lejos de eso, siguió todo más o menos igual o peor.
Entonces, las consignas así planteadas, sólo logran reforzar el hecho de que ir sentados es una cuestión fundamental. Para decirlo sin eufemismos, vuelven a la disputa por el cargo el eje de las preocupaciones juveniles y no tan juveniles. Porque (in)justamente, luego de doce años de gobiernos peronistas, más los cuatro años del gobierno de Alberto y Cristina, no hubo un planteo profundo que pusiera en cuestión el modelo de país que propuso e impuso la dictadura. Un modelo que tuvo etapas de profundización y radicalización (Menem, la Alianza, Macri y Alberto) o etapas paliativas con placebos en lugar de remedios reales (el primer Alfonsín, pero también, los últimos años kirchneristas y la experiencia frustrada del “gobierno de todos” del Alberto Fernández y de Cristina Fernández).
El desafío es entonces, pensar cuál es el destino de ese (nuestro) 60. A dónde queremos ir, con quién y cómo. La revolución de Javier Milei ya dejó una gran lección tan clara como dura que es la siguiente: el pueblo está dispuesto a votar a sus verdugos si sus supuestos “redentores” viven pensando en donde van a viajar sentados en lugar de pensar un destino que no se limite a consignas o frases que caben mejor en un sobrecito de azúcar, para pensar realmente un programa de gobierno y de Estado para una Argentina del siglo XXII.
Acerca del autor / Matías Muraca
Matías Muraca es Abogado (UNMdP), con un Máster en Ciencias Políticas y Sociología (FLACSO) y Doctor en Ciencias Sociales (UNGS /IDES). Docente de la Universidad Nacional de José C. Paz y de la Universidad Nacional del Oeste. Mail: matiasmuraca@gmail.com