Escenarios globales

CORRIÉNDOLE LA SÁBANA AL FANTASMA

Brasil. Apuntes contra el pánico

Por Marcelo Gómez

El fenómeno Bolsonaro (en adelante JB) es la película de terror más taquillera de la cartelera latinoamericana. ¿Giro fascista del pueblo? ¿Crisis de las instituciones democráticas y la representación política? ¿Nuevos tipos de liderazgo de ultraderecha neoliberal? ¿Regreso del partido militar y peligro de deriva hacia una dictadura represiva?

 

Discrepo con todo lo que veo publicado salvo honrosas excepciones. Ante un resultado imprevisto es normal el imperio de los lugares comunes: nos, la izquierda contrariada, solemos recurrir a horrorosas grandilocuencias entre las que debe contarse el fantasma del neofascismo, el peligro de la barbarie de las masas enajenadas (una enfermedad siempre a mano que explica las cosas que pasan cada vez que las masas hacen algo que nos produce rechazo), y la ominosa sombra de las intervenciones militares en escenarios de debilitamiento crítico de las instituciones democráticas ante los poderes fácticos.

Los lugares comunes no son malos por ser comunes sino porque suelen operar como atajos mentales que cierran el problema antes de abrirlo. Lo más dañino es cuando los lugares comunes dan paso a la ausencia o no consideración de información clave. Sobre esto, apunto:

1) El fascismo como derivado de una cuestión civilizatoria y enraizado en los entresijos del alma humana (“Auschwitz”, la “personalidad autoritaria” de Adorno, quien no obstante no dudó en llamar a la policía en cuánto los alumnos le ocuparon el Instituto en 1968) no explica un fenómeno en particular sino algo de la “condición humana” y, por tanto, nunca va a ser suficiente para entender un acontecimiento determinado, mucho menos un resultado electoral. Más allá de esta objeción epistemológica, no veo puntos de contacto históricos con el fascismo: ni el pueblo brasilero pasó por los 16 millones de muertos en la Primera Guerra mundial ni por las posteriores humillaciones, calamidades y extorsiones de las potencias occidentales vencedoras denunciadas por el mismo Keynes, que son la causa directa más importante del fenómeno fascista (amén del apoyo a los regímenes fascistas de esas mismas potencias hasta minutos antes de la invasión a Polonia). Tampoco hay nada en la cultura política brasileña que remita al significante “fascista” como algo relevante. Ni Jair fue mensajero de trincheras como Adolf, ni un enfermero socialista en el frente de combate como Benito. Fue… ¡un militar con problemas disciplinarios que planificó detonar bombas en baños de unidades militares como forma de llamar la atención por los bajos salarios de la milicia… durante el gobierno del también militar (y jefe del servicio secreto) Figueiredo!!!! por lo que fue enjuiciado por un Tribunal Militar que finalmente lo absolvió aunque luego previsiblemente no tardó en “pedir” el retiro para iniciar una carrera política completamente irrelevante hasta el 2016. Este antecedente indica que quizás se le pueda atribuir mucho apoyo entre la suboficialidad y oficialidad baja, pero difícilmente un oficial levantisco de menor rango que desafió al estado mayor durante un gobierno militar sea alguien confiable para las cúpulas. De hecho las idas y vueltas con el General que lo acompaña en la fórmula pueden ser un anticipo de la zamba que tendrían que bailar los brasileños en un futuro. Tampoco veo puntos de contacto ideológicos: no he encontrado nada que se parezca a ideología en alguien que dijo en 1999 que Chávez era “una esperanza para Latinoamérica” (sorprende que ni siquiera se haya pronunciado personalmente a favor de la intervención militar en Venezuela como ha hecho el frenteamplista uruguayo L. Almagro) y que profesaba el proteccionismo económico hasta hace tres semanas, que votó varias leyes del PT en 2003/2004, que pasó por seis partidos políticos distintos entre ellos … ¡el Partido Laborista de G. Vargas!, y que bautizó como “Ecologista” al partido con el que se presentó en la elección anterior, obviamente para arrastrar votos de Marina Silva y llegar amistosamente a la juventud. La mayor coherencia discursiva que podemos encontrar es en torno a valores premodernos: militarismo prodictadura, moralismo sexual y familia tradicional (aunque tuvo tres matrimonios, teniendo hijos en todos, es decir, ¿familia moderna superensamblada?), anticomunismo (un cuco de otra época que sirve para el electorado senil), antiabortismo, religiosidad (aunque en esto es un hereje consumado católico y evangélico al mismo tiempo), guerra violenta a la criminalidad (obvia preocupación de clases medias bajas que conviven con la violencia cotidiana y a la que el resto de la oferta política da pocas respuestas), una verborragia nacionalista que es como océano de un centímetro de profundidad y, por supuesto, el honestismo caricaturesco (que obviamente se contrasta con denuncias por acomodos de la esposa en el Senado y de malversaciones de fondos de campaña de su microscópico partido). Las declaraciones o exabruptos de racismo, misoginia y xenofobia que se hicieron mucho más frecuentes después del golpe a Dilma, pueden fácilmente interpretarse como búsqueda de repercusión de alguien que carece por completo de estructura política propia y no goza de la preferencia del imperio mediático de los Marinho. Sin temor a errar: a la manera de Menem “que hablen de mí es más importante que lo que digan”, fue su manera de sortear el “cerco mediático”. Además tiene la yapa de que logra que le peguen ideológicamente por lo que dice en vez de mostrarlo como un completo inútil (su paso por las bancas fue completamente anodino hasta el impeachment) acomodaticio que ha vivido él y su familia de la política más mercantilizada. Recurrir a la hipótesis fascista no responde a ningún análisis mínimamente riguroso. Pensar que un personaje con esta biografía y trayectoria (mezcla de Aldo Rico y Elisa Carrió) tiene firmes convicciones (políticas o religiosas) es bastante temerario. En un caso así, tildar de fascismo parece más una tendencia del cerebro humano a premiar con dopaminas respuestas simples y esquemáticas a situaciones de alta incertidumbre como las que plantea el arrasador triunfo electoral de este personaje. También es un recurso típico de la política en todas sus vertientes: agrandar al que te venció a fin de encubrir tus propias debilidades y sembrar miedo a fin de aglutinar a los propios y atraer ajenos. Siempre es más rendidor a corto plazo apelar al cerebro hipotalámico donde anida el miedo antes que a los lóbulos frontales.

2) Es claro que la espectacularidad de la instalación simbólica provocando a la izquierda desde el sacrilegio ideológico (ídem Trump) intentó por todos los medios coronar el “antipetismo” que era el negocio electoral del momento, pero lo hizo con un dispositivo inesperado: la culpa de que el PT haya estado 13 años es del mismo establishment político “corrupto” que transó con ellos (sin importar que el mismo JB apoyó parlamentariamente numerosas iniciativas oficialistas durante el primer gobierno de Lula). Hoy al atacar al PT ataca al conjunto de la clase política corrupta. Hay que ser capaz de admitir que la presencia misma del odiado Temer hace recordar inevitablemente al PT que lo llevó hasta las puertas mismas de la presidencia. Al revés que para los militantes de izquierda, para el ciudadano medio, los corruptos Temer y Cunha son ex amigos del PT y, de última, el golpe contra Dilma fue una pelea entre corruptos. Los militantes y los intelectuales podemos entender las razones estratégicas para determinadas alianzas contranatura, pero cuando las cosas van mal estas habilidades no se pueden esperar de los ciudadanos informados por O Globo.

3) El neoliberalismo bolsonarista tampoco parece más que un espejismo conveniente para constituir un enemigo. La presentación del financista Pablo Guede, chicago boy pero claramente “un cuatro de copas”, demuestra la absoluta falta de llegada de JB a la gran burguesía. Sus declaraciones en materia económica incluían hasta hace cuatro meses ataques a los chinos “porque se están quedando con Brasil” (para desesperación del agronegocios que tiene en China a su principal cliente), defensa del proteccionismo aduanero, oposición a posibles privatizaciones de petróleo y hasta insólitas referencias a la “oligarquía” brasileña. Por si fuera poco los camioneros huelguistas que paralizaron Brasil y dejaron al borde de un ataque de nervios a la gran burguesía paulista hace unos meses, apoyaban a JB entusiastamente aunque sin mayor reciprocidad de parte de este. El grado de lejanía de JB del empresariado poderoso lo muestran las encuestas a empresarios: ¡le daba en setiembre 3 % de preferencias por debajo de Lula que tenía 6%!!!!! Y por si fuera poco su victoria generaba un 88% de expectativas negativas entre los encuestados empresarios (1).

El giro hacia el neoliberalismo del tramo final de la campaña con sus sobreactuadas declaraciones promercado de privatización del petróleo, de Embraer, etc. no generan confianza real en el establishment y a su vez le pueden generar descontento en el frente militar. Apenas comienza la campaña del ballotage ya volvió a cambiar el discurso: hay declaraciones contra las privatizaciones y las reformas previsionales que intentan restringir el módico espacio simbólico del tímido candidato del PT en materia económica, aún a costa de “irritar a los mercados” (2). JB tampoco contó con la cadena O Globo como panegirista e inclusive el día del debate, le concedió una entrevista al canal de TV evangelista en abierto desafío al todopoderoso multimedios y a la misma justicia electoral, que tampoco debe estar muy contenta con semejante nivel de desacato: la entrevista personal de los candidatos está taxativamente prohibida en la Ley electoral brasileña. A su vez los medios del business internacional como Financial o Economist tienden a verlo más cerca del típico extravagante caudillo populista del tercer mundo que como alguien cercano a “los mercados”. El “Trump tropical” dicen unos, y otros no dudan en verlo más parecido a Chávez o Maduro que a Pinochet (verdadero modelo del neoliberalismo sangriento) (3). Incluso en el ámbito académico el reconocido politólogo alguna vez estudioso del peronismo en los años 90, S. Levitsky lo ve como un populista autoritario como H. Chavez (4).  Es una obviedad que a medida que crece su caudal electoral y las expectativas de ganar el gobierno, suben sus acciones entre el establishment que esperó a último momento para posicionarse casi forzadamente a su favor. Algo similar había ocurrido con Lula en su primera victoria electoral. Las perspectivas que del indisimulado aventurerismo de un personaje como éste combinado con el estupor de una élite empresarial políticamente extraviada, y de las torpes ilusiones de las clases medias y bajas desorganizadas y expuestas a los medios dominantes, salga algo sólido para gobernar en dirección ultraderechista neoliberal son a mi entender muy bajas, por no decir ínfimas. Un centro de estudios republicano en EEUU (CATO Institute) lo califica de impredecible, inestable y sociópata, mientras otros pronostican un periodo de inestabilidad en Brasil gane quien gane (5).

4) Discrepo amablemente con aquellos que se lamentan por no haber logrado “la profundización de la democracia” y ven a JB como producto de un desgaste de las instituciones y del fracaso en “elevar la conciencia de las masas”. Las invocaciones autocríticas de muchos intelectuales y referentes (Sader, Boff, Fray Beto, entre muchos otros) al fracaso en haber logrado una mayor “participación” profundizando la “politización” de las clases populares y la constatación de haber perdido la “batalla cultural” con O Globo, son diagnósticos que tienen la antipática consecuencia de hacer depender todo de una pedagogía de masas, de una prédica, del cambio cultural, etc. Es otro lugar común del que es urgente salir: la apelación a la conciencia como medicina para todos los males y que, casualmente, nunca está en las dosis suficientes cuando la necesitamos, debería hacernos sospechar. Echarle la culpa a las masas que caen ingenuamente en los dispositivos de medios y predicadores o cachivaches como JB es justamente “despolitizar” y plantear como política el reemplazo de la acción política por la acción comunicativa. ¿Si Dilma hubiese contratado a Duran Barba todavía sería presidenta? ¿Los cuadros del PT tendrían que convertirse en pastores socialistas repartiendo una Bolsa Conciencia junto con el Bolsa Familia? Es clarísimo que la democracia vista desde las clases populares con proyectos transformadores se profundiza con la conquista no del gobierno ni de la conciencia sino de los poderes fácticos que es lo que finalmente produce la conciencia del propio poder. Descabezar cúpulas militares y judiciales, nacionalizar o controlar empresas formadoras de precios y bancos cuyas especulaciones causan estragos financieros, modificar el régimen de propiedad de la tierra y su distribución y explotación sustentable, tener una política monetaria soberana, encarcelar policías asesinos y desmantelar asociaciones de policías y narcotraficantes favelados, desmonopolizar medios de comunicación, denunciar y desplazar los políticos corruptos, impedir la acción de las fundaciones imperiales que financian el evangelismo y la desestabilización, combatir la cultura publicitaria del consumismo, innovar en el uso de las tecnologías de la información y la comunicación, son las batallas políticas que profundizan la democracia en una perspectiva de poder. Son las batallas que el PT y en buena medida el progresismo popular latinoamericano con buenos motivos (para unos, pretextos para otros) no quisieron dar (excepción hecha del chavismo que incluso modificó el régimen de defensa militar del país dando la posibilidad de la movilización armada de los civiles, verdadera razón por la que el Departamento de Estado no le encuentra la vuelta, ni hablar la revolución que significa el Petro como criptomoneda soberana accesible a través de una aplicación de celular). Las políticas sociales negociadas con las élites económicas son buenas y con bajos riesgos de conflicto, las políticas de poder combinadas con organización y movilización popular son mejores y con altos riesgos de conflicto. Elegir el bajo riesgo tiene sus riesgos. Lo mismo que apelar a la sangre tiene su tiempo, y apelar al tiempo tiene su sangre. Cuando veía una oferta en una vidriera, mi abuelo decía: “lo barato sale caro”.

5) Es bastante inadmisible la acusación de deterioro de las instituciones: el sistema político de Brasil es desde siempre absolutamente corrupto y premoderno, completamente ajeno a toda ideología y a toda noción de lealtad o pertenencia política. La cantidad de legisladores que se cambian de partido y bancada es enorme todos los años. Aunque el PT es el que hace el papel más decoroso en este asunto de la coherencia, ahora mismo en varios distritos unificó listas con partidarios de JB. La compra de votos para conseguir las sanciones de leyes es una práctica generalizada que desestabilizó a Lula en el 2004/5 (el mensalao). En realidad cuestiones extrapolíticas deciden los emblocamientos sobre las grandes cuestiones estratégicas: el bloque de la bala (FFAA y de policías), bloque del buey (terratenientes), bloque evangelista, etc. En este sistema político da la impresión que Bolsonaro puede ser un desastre tanto como una humorada efímera dentro de un sistema político que nunca terminó de institucionalizarse seriamente en la práctica. Hay que recordar al excéntrico playboy Collor de Mello que triunfó espectacularmente en 1989 sobre Lula y tuvo que renunciar en 1992 en medio de escándalos que incluyeron acusaciones de corrupción hechas por su propio hermano y movilizaciones populares contra la hiperinflación y las restricciones a las operaciones bancarias. Para que tengan una idea de lo que es el sistema político brasileño: ¡Collor volvió a ser senador en 2006 y hoy está siendo juzgado con Cunha por el Lavajato!!!!! Es como si De la Rúa hubiese ganado una senaduría en el 2015 y eso que ni siquiera tiene acusaciones de corrupción. Nadie podría sorprenderse que Dilma que salió cuarta ahora vuelva a presentarse y salga electa en unos años si transa con más habilidad que la que tuvo en su segundo mandato. Para tener una idea: en la mayor parte de Brasil el sistema político funciona como el de La Rioja, Jujuy o Santiago del Estero en nuestro país, pero multiplicado por 100. Un conjunto de familias tienen un control territorial e institucional omnímodo. El enorme mérito del PT y los movimientos sociales es haber introducido una interferencia efectiva, sobre todo en el nordeste. El PT es el vector de la modernización política siempre y cuando no sea fagocitado por el resto. Eso es lo que no lograron por lo que quieren destruir al PT, trabajo que obviamente JB se ofrece a hacer.

6) El intento de una represión generalizada y la intención de destruir la organización popular es desde ya una certeza. El efecto “manos libres” de las policías es evidente (e incluso con posible repercusión en nuestro país) pero esto puede significar la posibilidad de convertirse en algo completamente contraproducente si empiezan a reprimir a los sectores afectados por la crisis económica y que son sus propios votantes. Asimismo el envalentonamiento policial, más que producir orden y paz, va a generalizar los enfrentamientos entre bandas y también la sindicalización de las policías (JB comenzó su vida pública como sindicalista militar) lo que provocó el año pasado tremendas situaciones de violencia e incertidumbre en decenas de ciudades donde las policías se autoacuartelaron con cese de servicios. La mexicanización de Brasil es una perspectiva que no va a aumentar la sustentación política de JB sino todo lo contrario. La inestabilidad política podría ser crítica y un oportunista como JB podría ir desde amnistiar a Lula y negociar con trabajadores y movimientos sociales para ganar sustentabilidad hasta intentar un baño de sangre. Sin contar con variantes intermedias, negociar con unos y reprimir a otros, dosificar nuevas políticas sociales, etc.

7) Es curioso que los analistas pasan por alto varios antecedentes latinoamericanos. Personajes como el Cnel. L. Gutiérrez en Ecuador que subió por izquierda (en parte la misma que luego apoyó a Correa) e intentó gobernar por derecha para tener que huir del poder al poco tiempo en medio de movilizaciones de los mismos sectores que lo habían apoyado, o como el también teniente coronel retirado Ollanta Humala en Perú que llegó como outsider electoral provocativo (con connotaciones reaccionarias e izquierdistas al mismo tiempo) y terminó en un conservatismo timorato y pálido también teñido de corrupción, con niveles ínfimos de aprobación e imputado de delitos graves de lavado de activos por los que llegó a estar detenido el año pasado. Estos casos muestran diversos destinos posibles para el “peligroso fascista” JB. El caso de Humala es más gráfico porque era un militar que participó de la represión de Sendero Luminoso. Los principales predictores del comportamiento político no son lo que los actores políticos dicen sino lo que hacen e hicieron antes. El fascismo no es un discurso sino una serie de prácticas. JB felicita al torturador de Dilma pero no se le conoce participación en grupos que hayan ejercido la violencia. Hace gestos con las manos y parece rodeado de peligrosos matones… pero un esquizofrénico le terminó dando una cuchillada con toda facilidad (siempre y cuando no haya sido esto también parte de la performance “outsider”). Las comparaciones con el filipino Duterte y la posibilidad de una regresión militarista y la supresión de las garantías de todo tipo tienen una dificultad: Duterte realizó purgas importantes en las fuerzas de seguridad desatando una verdadera cacería interna (6). Además, Duterte está completamente enfrentado a los EEUU. Es impensable, aunque no imposible, que JB haga algo parecido.

8) Igual hay una pregunta horrible que hay que hacerse: ¿le conviene al movimiento popular ir al ballotage? En un escenario sin sorpresas el resultado sería 55/45 aproximadamente, es decir, hacerle un favor más a la legitimación de la “ultraderecha” que de aproximarse al 60% sería catástrofe sin retorno. El único motivo que justificaría no bajarse del ballotage es confiar en un error garrafal de los bolsonoristas, lo cual tiene una dosis de crédito no despreciable. Y otra pregunta aún más horrible: ¿de ganar el ballotage, el PT estaría en condiciones de gobernar con un mínimo de perspectivas no ya de éxito sino de no terminar de destruirse definitivamente en el intento? Es clarísimo que a pesar del meritorio 29 %, cerca de la mitad de la población no tiene ninguna estima ni por el PT ni por Dilma, ni por Lula, ni por sus principales figuras, y estimo que ni siquiera por sus banderas y logros tangibles. Es más, en algunos estados el resultado se parece mucho a un repudio al PT. La jugada de Lula de lograr el apoyo o la neutralidad del establishment y aislar a JB ha fracasado ostensiblemente. Sin jueces, sin militares, sin empresarios, sin medios, sin gran apoyo ciudadano, es difícil encontrar opciones que no pasen por atravesar la prueba ácida de este proceso de descomposición de los principales actores políticos del Brasil posdictatorial, con la esperanza de convertirlo en recomposición en un momento futuro más favorable que, viendo las perspectivas económicas, no tardaría en llegar. Por supuesto, en medio de esto no puede desconocerse que el PT y los movimientos aliados constituyen la organización política más fuerte de Brasil y conforman el primer bloque de diputados con 12% del total frente a algo más del 10% del partido PSL de Bolsonaro que se quedó con buena parte de las bancas que pertenecieron a los partidos tradicionales pro establishment, el resto está conformado con más de 70 partidos cuyos diputados se pasan de bancadas todo el tiempo al compás de los negocios!!!!

9) La candidatura de Lula, preso primero y de un delegado personal después, viola un supuesto básico de la lógica ciudadana de la competencia electoral. Los electores deben confiar primero en que los candidatos de su preferencia tienen o van a tener poder para llevar adelante lo que interesa al votante. La expectativa de la autoridad política no se refiere solamente a una capacidad intelectual, moral individual, sino a la probabilidad asignada al candidato de llevar adelante lo que dice que va a hacer sobrellevando y superando dificultades y oponentes en su camino. La ciudadanía, con buen criterio, busca “poder” y no solo “ideología” en las urnas. Si el mensaje del PT era de restaurar derechos, mayor equidad social y “volver a hacer feliz Brasil” es completamente contradictorio con haber sido desalojados fácilmente del gobierno, no haber podido ni siquiera entorpecer un encarcelamiento aberrante, y que Lula permanezca con todos sus derechos conculcados soportando humillaciones (¡ni siquiera pudo votar!). Cómo confiar en que alguien que se encuentra completamente sometido -sin mayor resistencia que la hidalga actitud personal- a los designios de las élites reaccionarias, que en algún momento fueron sus aliados, podría ejercer autoridad política y arrancarles concesiones. La imagen de debilidad y, aún peor, la imagen de escasa capacidad de resistencia o directa inermidad ante los abusos del poder puede ser contraproducente en términos de votos. Ser tumbado por una conspiración comandada por tu vicepresidente es un estigma de debilidad para el PT de cara a amplios electorados. Si Lula no acierta siquiera a incomodar a unos jueces monigotes (varios de ellos designados durante su propio gobierno) ¿cómo podría enfrentar a los poderosos de siempre? La situación de víctima inocente perseguida no necesariamente es electoralmente atractiva. Probablemente Lula debe estar preguntándose en este momento si atrincherarse y declararse en rebeldía ante los jueces, que era lo que querían las decenas de miles de militantes en vigilia, no hubiese instalado la campaña electoral en un punto de partida mejor. Aún entre los que podrían ver con alguna simpatía o reconocimiento a Lula, la sensación de perder el voto o de dárselo a alguien que no iba a poder hacer nada con él, siempre es algo que conspira contra las chances electorales. Esto puede ser la explicación del grupo de votantes de Lula (pequeño pero significativo según los encuestadores de entre 3 y 4 puntos) que optó por el supuesto “fascista”. JB, al contrario, con sus permanentes provocaciones y bravatas vendía una imagen de “incondicionable”. JB aparece como la promesa de autoridad sin compromisos mientras Lula y el PT aparece como la constatación del fracaso de los compromisos sin autoridad. Las corruptelas en las que JB estuvo involucrado están ausentes de la campaña, eclipsadas por el supuesto fascismo, cuestión poco interesante para el electorado en disputa, que si simpatiza con alguna actitud de JB se tiene que comer un adjetivo que lo considera falso e insultante.

10) Pensar que el fascismo ha prendido en el pueblo brasileño es simplemente declararse sin capacidad de respuesta política, con riesgo de caer en el derrotismo, que le va a facilitar el trabajo a las élites reaccionarias verdaderamente peligrosas. Pensar que el voto a JB es el voto para que persigan negros, pobres y mujeres, que es el voto para que privaticen el petróleo, saquen derechos jubilatorios y bajen los salarios es claramente un error. El voto a JB es el voto contra la corrupción política y contra la violencia anárquica criminal, dos cuestiones sobre los que no le costó nada monopolizar agenda. JB vio algo que nadie vio: el hundimiento del PT arrastraba tras de sí al conjunto del sistema político y supo dar el audaz salto al costado. ¿El intento de revivir la alianza “democrática” de los hundidos será capaz de derrotar al “fascista” que permanece a flote? Mmmmm. Lo más probable es que los hundidos intenten salir a flote agarrándose del fascista. Hay que ver si el barquito de papel del fascista resiste el peso.

11) El temor a una oleada derechista latinoamericana tampoco parece justificado: hace dos meses G. Petro, un centroizquierdista ex guerrillero de las FARC, sacó el 40% de los votos… ¡en Colombia!!!! El mismo domingo que ganó JB, en Perú se hicieron elecciones regionales y la izquierda y los movimientos sociales locales (algunos provienen de movimientos ambientalistas que se oponen a las petroleras y mineras) ganaron tres gobernaciones y lograron la primera mujer electa gobernadora, mientras el fujimorismo (la derecha derecha) desapareció del escenario electoral sacando menos del 3% de los votos. Un párrafo aparte merece un personaje mucho más importante que JB: Walter Aduviri, del Movimiento de Integración por el Desarrollo Regional de base indígena de la región de Puno, que ganó espectacularmente la elección con el 50% de los votos a pesar de hacer su campaña desde la clandestinidad para evitar su detención por los sucesos del “Aymarazo” una protesta contra una minera ocurrida en 2006 por el cual estaba siendo procesado.

JB: ¿Monstruo fascista o película de terror ideal para un público asustadizo de izque-progresismo adolescente? ¿Neoliberalismo sangriento o aventurerismo sin destino en una descomposición política de la gran burguesía que puede generar nuevas oportunidades para la izquierda posPT? ¿Militarización de la política o antesala del comienzo de la descomposición dentro de las FFAA? Hagan sus apuestas.

NOTAS

(1) Ver: http://www.ambito.com/935846-es-el-ultraderechista-un-verdadero-hombre- de-mercado
(2) http://www.ambito.com/936164-brasil-declaraciones-anti-mercado-de- bolsonaro-golpean-al-bovespa-y-al-real-caen-hasta-17
(3) https://super.abril.com.br/blog/alexandre-versignassi/sob-a-pele-liberal-de-bolsonaro-vive-um-hugo-chavez/
(4) https://www.latercera.com/mundo/noticia/steven- levitsky-cientista-politico-hugo-chavez-bolsonaro-populista-tendencias- autoritarias/346157/
(5) https://www.infobae.com/america/america-latina/2018/10/08/inquietud-en- eeuu-analistas-ven-a-jair-bolsonaro-como-un-dirigente-imprevisible-y- temen-un-gobierno-malo-para-america-latina/
(6) https://cnnespanol.cnn.com/2018/08/08/el- presidente-de-filipinas-rodrigo-duterte-amenaza-con-matar-a-los-policias- que-estan-bajo-investigacion/

Acerca del autor Marcelo Flavio Gómez

Marcelo Gómez
Licenciado  en  Sociología (UBA), Máster  en  Ciencias  Sociales  FLACSO,  Doctor  en  Ciencias Sociales  (IDES/UNGS). Profesor Titular en la Universidad Nacional de Quilmes y Profesor Adjunto en la Carrera de Sociología de la UBA. Investigador  en  temas  de  sociología  de los movimientos sociales y la acción colectiva.  Publicó numerosos libros  y artículos  sobre  conflictividad  social,  sobre educación y  mercado  de  trabajo, y sobre clases sociales y acción colectiva. Su último libro es “El regreso de las clases. Clases, movimientos sociales y acción colectiva” Ed. Biblos.

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