Muchos indignados con el gobierno de Macri imaginan hoy una pueblada como la de 2001. ¿Es posible hoy una acción colectiva como las de aquellas jornadas? Matías Triguboff, investigador de los movimientos sociales, propone una reflexión sobre las similitudes y diferencias de ambas coyunturas políticas.
Recientemente se cumplió un nuevo aniversario de las jornadas de protesta y movilización popular del 19 y 20 de diciembre de 2001. Sin dudas, a partir de aquel momento, ningún diciembre volvió a ser como antes. Aquellos sucesos marcaron una referencia central para las movilizaciones, protestas y acciones colectivas subsiguientes, en un país en crisis económica, política y social. Recordemos: el foco de las protestas se centró en la “clase política”, la Corte Suprema, los condicionamientos del Fondo Monetario Internacional, la represión estatal, el “tarifazo” de los servicios públicos privatizados, el aumento de la desocupación y la pobreza, y la defensa de los derechos humanos y el derecho a la salud. El rechazo a la mayoría de la dirigencia política se conjugó, en ese sentido, con la defensa del régimen democrático.
A partir de la asunción de Néstor Kirchner a la Presidencia de la Nación, en mayo de 2003, se inició un nuevo ciclo político. El nuevo Presidente retomó gran parte de las demandas de ese momento y encabezó un proyecto, luego seguido por Cristina Fernández de Kirchner, que se propuso una reforma profunda de las condiciones políticas, económicas y sociales de la Argentina. El Estado funcionó como actor central para la promoción de la economía y la inclusión social. En diciembre de 2015 se produjo un nuevo punto de inflexión en la política Argentina. El gobierno de la alianza Cambiemos ha recuperado ideas centrales del neoliberalismo, como el ajuste del presupuesto público y la reducción de las tareas y competencias del Estado. Como parte de un proceso político regional, el proyecto encabezado por el presidente Macri propone establecer un modelo de sociedad, economía y Estado basado en una mirada gerencial de la política. Entre sus principales políticas se destacan: liberación inmediata del mercado de cambios, devaluación del orden del 60 por ciento, eliminación de las retenciones, despidos, caída del salario real, tasas de interés altas, aumento de los servicios públicos, apertura indiscriminada de las importaciones y mega endeudamiento externo. Todas medidas muy similares a las que durante los años noventa y principios de 2000 nos llevaron a la gran crisis de 2001.
La comparación entre los programas de ambas alianzas (UCR-FREPASO y PRO-UCR) ha llevado a que se comenzara a mencionar la posibilidad de que se repitan hechos similares a los ocurridos en las jornadas de diciembre de 2001. ¿Es esto posible?
Propongo algunas reflexiones que acerquen un análisis más complejo de los procesos políticos. Para ello, presento cuatro elementos: el valor de la democracia, la crisis de representación, las trayectorias de los sujetos y las expectativas políticas.
Primero, en los últimos tiempos hemos tendido a naturalizar un elemento medular de nuestro régimen político: la fortaleza de nuestra democracia, que ya lleva 33 años ininterrumpidos. En un contexto regional en donde algunos regímenes políticos tienden a debilitarse, las instituciones argentinas siguen estableciendo las reglas de juego de nuestra sociedad y canalizando los diversos conflictos y relaciones de poder que estas contienen. Esto no implica que sea sencillo o que el régimen no pueda ser vulnerable, pero no deja de ser un factor central a la hora de analizar la situación política de nuestro país hoy. En la Argentina están garantizados los derechos centrales de una democracia: libertad de expresión y asociación, y elecciones libres y competitivas. A pesar de las críticas que puedan hacerse, vivimos en un Régimen Republicano en donde cada uno de los tres Poderes (Poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial) despeña su función. Que existan conflictos no es signo de debilidad sino parte de su dinámica. Lo mismo sucede con nuestro Régimen Federal. Por lo tanto, a la hora de analizar la coyuntura argentina, es importante tener en cuenta el rol de las instituciones y su recorrido hasta el presente: desde 1983, las diversas crisis de gobierno no se han transformado en crisis de régimen. Esto es central.
Segundo, uno de los elementos distintivos de diciembre de 2001 fue la denominada crisis de representación política. La consigna “que se vayan todos” sintetizaba cuál era la percepción de la ciudadanía sobre la dirigencia política de ese momento. Si bien durante la última década la crisis pareció atenuarse, podemos observar que renueva su vigencia. Durante los años kirchneristas la dirigencia política supo canalizar demandas centrales de los sectores populares.
Sin embargo, la actual alianza gobernante (y los medios de comunicación que la acompañan) ha vuelto a privilegiar un discurso político sin contenido. Como en tiempos de la vieja Alianza, las denuncias de corrupción oscurecen la importancia de la política como herramienta central de la transformación social. Los discursos hegemónicos vuelven a presentar al Estado como un mero administrador de los recursos públicos, negando el plano central que tienen las políticas públicas en términos de garantizar y profundizar los niveles de equidad e inclusión social. El gobierno parece retomar la senda que tiempo atrás desembocó en la incapacidad de canalizar las inquietudes y demandas más importantes de la ciudadanía. Las puertas para una nueva crisis de representación están abiertas.
Tercero, los procesos de movilización popular pueden analizarse en su doble carácter: como proceso político y como experiencia que involucra a sujetos y colectivos sociales. Con relación a los sujetos, los colectivos y las tramas de relaciones que ellos suponen, las experiencias de movilización social muestran que éstas sintetizan y potencian experiencias anteriores. Así como las asambleas populares surgidas en diciembre de 2001 pusieron en juego experiencias de participación política de las décadas del ´70, ´80 y ´90 -partidarias y no partidarias- hoy los diferentes agrupamientos suman la experiencia adquirida en los últimos años. La militancia política de los años setenta, la lucha frente a la dictadura, la vuelta a la democracia y la resistencia frente al “final de la historia” del relato neoliberal de los noventa, hoy se complementan con la experiencia de militancia popular de los últimos doce años. Esta conjunción de trayectorias y relaciones construye una trama que conforma una plataforma de acción política: puede tomar mayor o menor relevancia (depende de cuál sea el contexto político y social de cada momento) pero siempre está latente e interviene de una u otra manera, tanto en alguna acción política como en la vida cotidiana de cada sujeto. A pesar de que no es posible anticipar cómo influirá en Argentina esta dimensión, es un aspecto de la política a tener en cuenta.
Por último, las expectativas personales también tienen un rol central. En este punto es donde se observa mayor diferencia respecto de 2001. La interpretación de la ciudadanía sobre la situación actual se muestra radicalmente diferente. Las jornadas de 2001 se produjeron tras varios años de malestar, no sólo en términos particulares, sino grupales. La pésima percepción sobre la coyuntura que se tenía en ese momento llevó a que muchas personas salieran a la calle viendo la necesidad de tomar cartas en el asunto. Esa situación no parece ser similar, al menos todavía. Hacia febrero de 2002, el 74% de la población tenía poca o ninguna confianza en el Presidente, el 93% desconfiaba del Congreso y el 94% de los partidos políticos. Solo un 23% promedio de la población confiaba en las instituciones políticas democráticas. En la elección parlamentaria de 2001 el voto en blanco y nulo había alcanzado el 21,1% y el abstencionismo el 27,1%. Hoy, por el contrario, el Presidente de la Nación cuenta con cerca del 50% de imagen positiva. Si bien meses atrás su imagen era aún mejor, habiendo disminuido cerca de 10 puntos, podemos observar que sigue siendo importante.
Los procesos de movilización y protesta, así como las modalidades de militancia y acción política, se van resignificando, en el marco de distintos momentos históricos. La búsqueda de similitudes y diferencias con otros momentos es una necesidad permanente, en pos de intentar comprender con mayor profundidad nuestra historia y nuestra actualidad. No obstante, es importante no apresurarnos a realizar relaciones forzadas y tener presente que, en última instancia, en cada proceso colectivo se hace visible una experiencia a la vez individual y colectiva, que permite entramar pasado y presente, vida cotidiana y política, en un desarrollo que siempre está abierto y en el cual cada uno de nosotros puede ser protagonista.
Acerca del autor/a / Matías Triguboff
Docente de la UNAJ y de la UBA. Investigador Asistente CONICET. Director del Proyecto PIO CONICET-UNAJ “Tramas asociativas, organización social y estado. Indagaciones en el período pos- convertibilidad en el territorio de Florencio Varela”.