POLÍTICA

DOSSIER PERONISMO - 80 AÑOS

1951 – Segunda victoria y ampliación de la ciudadanía

Por Rafael Ruffo

En las elecciones presidenciales de 1951 hubo grandes cambios. El dato predominante fue el voto femenino, aunque también se amplió el número de votantes en general. La reelección de Perón se enmarcó en un conflicto político creciente que desembocó en diversas violencias y un intento de golpe de Estado.

La segunda victoria electoral del peronismo -sin duda contundente ya que se alzó con el 63% de los votos- ha sido explicada desde muchos puntos de vista. Enumerar las políticas públicas que el peronismo puso en marcha y terminaron de hacer madurar la sociedad democrática e igualitaria de la Argentina moderna sería un camino explicativo sin dudas más integral, pero aquí nos interesa hacer foco en las nuevas reglas del juego electoral y las campañas que desplegaron el oficialismo y la oposición. 

Las elecciones de 1946 se habían realizado según la ley Sáenz Peña promulgada en 1912. Perón creía que a mediados del siglo XX el mundo político para el cual se había creado aquel sistema electoral había cambiado y en consecuencia debía ser modificado sustancialmente. Cinco novedades concretaron esta visión: la aprobación del sufragio femenino, los cambios introducidos por la Constitución de 1949, el nuevo Estatuto de los Partidos Políticos, una nueva ley electoral y la provincialización de los territorios nacionales.

El resultado más general y duradero de estas reformas, más allá de consolidar el triunfo electoral del oficialismo, fue la consagración de una extensa e inédita  ampliación de la ciudadanía política. La comparación entre los padrones y votantes de 1946 y 1951 evidencia una duplicación del volumen de este ámbito. En 1946 el padrón electoral arañó los 3,5 millones de personas; en 1951 superó los 8,5 millones. En 1946 votaron 2,8 millones de argentinos; en 1951 votaron 7,6 millones de argentinos y argentinas. 

En 1946 resultaba claro para todas las fuerzas políticas que compitieron que, ganara quien ganase las elecciones, iban a ser las últimas sin la participación de las mujeres. La demanda por el voto femenino era ya de larga data; había comenzado en los primeros años del siglo impulsada por el Partido Socialista y las organizaciones feministas. En 1928 y 1932 los Diputados socialistas Mario Bravo y Alfredo Palacios presentaron proyectos en este sentido que no prosperaron. 

Perón, en su primer discurso de inauguración del período de sesiones ordinarias del Congreso, se manifestó a favor del voto de las mujeres. Así, al poco tiempo de asumir, el senador peronista Lorenzo Soler presentó el proyecto que se convirtió en la Ley 13010 que consagró la igualdad de derechos políticos entre varones y mujeres.

El rol de Evita fué fundamental en este proceso, impulsando la creación del Partido Peronista Femenino y organizado al cuerpo de “censistas” encargadas de organizar a las nuevas votantes y confeccionar el padrón electoral femenino. Evita resistió las presiones de los varones del Partido y metió en las listas a Diputados y Senadores más de 24 mujeres. Los otros partidos, con la excepción del Comunismo y el Socialismo que presentaron un par de candidatas, no introdujeron mujeres en sus listas. Por primera vez en la historia las mujeres argentinas fueron electoras, candidatas y autoridades de mesa. En las elecciones de 1951 la participación electoral del padrón femenino fue del 90%, votaron más mujeres que varones (50,3% contra 49,7%), y ellas votaron mayoritariamente al peronismo (64% contra 36% entre radicales y otros partidos). 

En lo relativo al sistema electoral, la Constitución Nacional reformada en 1949 introdujo tres novedades; la posibilidad de la reelección consecutiva del Presidente -que mereció una fuerte oposición-, la eliminación de los colegios electorales y la elección directa de los senadores nacionales. 

De todas las reformas políticas, la que mayor importancia tuvo fue la nueva ley electoral de 1951 que reemplazó el sistema vigente en la Ley Sáenz Peña. En la elección de legisladores se eliminó el sistema de mayorías y minorías que ordenaba que el partido con mayor cantidad de votos accediera a dos tercios de las bancas en disputa y el que saliera segundo ocupara el tercio restante. En su reemplazo se optó por un sistema similar al vigente hasta 1902, es decir, uninominal por circunscripción. Cada una de las nuevas circunscripciones en las que se dividió la Argentina eligió un candidato cada tres años por mayoría simple. 

Entre 1951 y 1954 el gobierno provincializó los territorios nacionales de Chaco y La Pampa y en consecuencia sus habitantes, que hasta entonces habían votado solamente en elecciones locales, se convirtieron en ciudadanos con plenos derechos cívicos con capacidad de votar autoridades nacionales; ejecutivas y legislativas. (Entre  1953 y 1955 Misiones, Neuquén, Rio Negro, Formosa y Chubut también se provincializaron) En el Chaco, denominada entonces Presidente Perón, el oficialismo obtuvo el 81,9% de los votos. 

Las reglas partidarias también fueron cambiadas con el doble objetivo de reordenar el sistema político y asegurar el triunfo del oficialismo. Sancionado en 1949 y aplicado por primera vez en la elección de 1951, el nuevo estatuto de los partidos políticos incluyó tres reformas claves: el reconocimiento como partido luego de tres años de su creación -plazo que se impuso también a las coaliciones partidarias-; la obligación de que los partidos nuevos, que resultaran de la escisión de otro anterior, debieran cambiar completamente su nombre y, finalmente, la prohibición de abstenerse electoralmente, que quitó a los partidos opositores la posibilidad de llamar al voto en blanco. 

La campaña de 1951 fue tensa, violenta y complicada.  A principios de ese año se creía que las elecciones serían recién al año siguiente. Pero, en julio, el gobierno consiguió aprobar una nueva ley electoral y esto cambió todas las expectativas. Además, convocó a elecciones para noviembre del año en curso. 

Su desarrollo puede dividirse en dos momentos bien distintos, divididos por el intento de golpe de Estado protagonizado por el general Benjamín Menéndez el 28 de septiembre, que deterioró el clima político grave e irremediablemente.  

Luego de la asonada el gobierno decretó el estado de guerra interno, lo cual le permitió detener a políticos y candidatos. En tanto, la violencia se multiplicó exponencialmente, hasta tal punto que varios partidos decidieron suspender sus campañas. 

Formalmente, la campaña comenzó en ocasión del aniversario de la victoria del 24 de febrero de 1946, cuando el Partido Peronista Femenino publicó una declaración en la que propiciaba la reelección de Perón. Un día después, la CGT se sumó a esta propuesta y a partir de aquel momento comenzó a prepararse la reelección.

Perón se puso al frente de la organización de la campaña electoral. Lejos de la actual profesionalización y tercerización en manos de consultoras, que se transformaría en práctica usual desde 1983, Perón formuló para sus funcionarios más importantes un conjunto de directivas operacionales divididas en tres áreas: orientación general, actividades de lucha y de gobierno en situación normal y actividades de lucha y gobierno en situación anormal. 

Allí advertía que la oposición haría uso de medios legales e ilegales para lograr sus fines. También sostuvo que se utilizarían todo tipo de calumnias para desprestigiar al gobierno, y que los temas elegidos a tal fin serían la carestía de la vida, la crisis de los transportes urbanos y de larga distancia, la falta de libertad de prensa, el monopolio radial, la expropiación de La Prensa y las amenazas contra La Nación, la falta de libertad de reunión, la desvalorización del peso, los negociados, el enriquecimiento ilícito de los funcionarios, la escasez de ciertos productos, la despoblación del campo y la falta de viviendas.

Acertó en su apreciación, en efecto, dado que muchos de estos temas fueron parte de la breve campaña opositora. Esos mismos documentos muestran que si bien el gobierno descontaba la victoria a nivel nacional, tenía algunas dudas en Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos, Mendoza y la Capital.

La campaña electoral del peronismo tuvo tres ejes centrales. En primer lugar la decisión de convertir cada acción de gobierno en un acto proselitista; en particular la inauguración de obras públicas. Perón impartió a los gobernadores una serie de instrucciones sobre el comportamiento esperado durante ese año. Debían evitar todo tipo de atraso en el pago de salarios, abstenerse de aumentar las cargas impositivas y dedicarse a solucionar problemas de infraestructura de pequeña magnitud, pero de fuerte repercusión. Una actitud similar asumió el gobierno nacional, que trató de acelerar trámites y obras.

En segundo término, movilizó sus adherentes mediante la resignificación de las grandes concentraciones de masas , como la del 17 de octubre -Día la Lealtad- o del 1 de mayo -Dia del Trabajador-.  En ellas el peronismo introdujo una innovación al convertirse estas en una práctica ritualizada cuyo objetivo era la demostración del afecto que el pueblo sentía por su líder y para él una suerte de diálogo simbólico en el que el pueblo le llevaba sus demandas.  Este sentido se le otorgó también al célebre Cabildo Abierto del 22 de  agosto en el que millones de trabajadores convocados por la CGT le pidieron a Evita, ya muy enferma del cáncer que terminó con su vida un año más tarde, que aceptara la candidatura a la vicepresidencia de la República. En aquel diálogo la emoción popular se expresó en cánticos que replicaban los pedidos de paciencia de una Evita envuelta en lágrimas. Cuatro días más tarde renunció en un discurso radial a ocupar esa candidatura. 

La posibilidad de que Evita compartiera la fórmula presidencial produjo un gran malestar entre un amplio sector militar. Si bien una parte volvió a alinearse cerca de Perón luego de que confirmara que Evita no sería candidata, la molestia persistió en otros sectores que comenzaron a conspirar.

Los servicios de inteligencia descubrieron tempranamente un complot que se preparaba bajo el liderazgo del general Benjamín Menéndez. Menéndez convocó a una reunión a la que asistieron Arturo Frondizi de la UCR, Américo Ghioldi del Partido Socialista, Horacio Thedy del Partido Demócrata Progresista y Reinaldo Pastor del Partido Demócrata. En aquel encuentro, Menéndez planteó su intención de derrocar a Perón antes de los comicios de noviembre y de restaurar la Constitución de 1853.

Los políticos comprometieron su apoyo al golpe, por lo que Menéndez decidió reunirse con su colega de armas, Eduardo Lonardi, para planear la logística. Sin embargo, rápidamente comenzaron a aparecer diferencias entre las intenciones de Menéndez y de Lonardi. Lonardi sostenía que algunos elementos debían sostenerse, tales como la legislación social y los derechos alcanzados por los asalariados.

Menéndez temía que Lonardi le disputara la conducción del golpe, por lo que inesperadamente, en las primeras horas del 28 de septiembre, inició en Campo de Mayo las acciones tendientes a derrocar a Perón.

Poco después, Perón declaró el estado de guerra interno. Por su parte, la CGT dispuso una huelga general y llamó a una concentración en Plaza de Mayo. A las tres de la tarde, todo había terminado. 

Desde el balcón de la Casa Rosada Perón se dirigió a todos sus simpatizantes. En su discurso bautizó a la sublevación como una “chirinada”, haciendo referencias al sargento Andrés Chirino que le había dado muerte por la espalda a Juan Moreira. Culpó del alzamiento a las “fuerzas oscuras del capitalismo y del comunismo”, y prometió la ejecución de sus responsables. Sin embargo, no cumplió con esto último.

Finalmente, el oficialismo contó a su favor con el uso de los medios masivos de comunicación, en especial de la radio, el más popular de todos, y de los diarios, fuertemente centralizados y controlados.  

El tren sanitario que la Fundación Evita hizo circular por el país fue también una especie de gran aparato proselitista. Todos aquellos que recibían los remedios distribuidos por el tren debían además ver una película que rescataba los logros del gobierno y todas las razones para votarlo.

La publicación del libro de Eva Perón, “La razón de mi vida”, fue otra acción de campaña. En sus páginas se ensalza de un modo pasional la obra del gobierno y se critica fuertemente a los “contreras”, incluyendo a los obreros que, como los marítimos o los ferroviarios, se habían atrevido a hacer huelgas durante un gobierno peronista. Según el texto de Evita, estos sindicalistas no eran verdaderos obreros sino “los viejos dirigentes del anarcosindicalismo y del socialismo y los infiltrados comunistas”.

Incluso, en el gobierno se llegó a barajar una eventual última carta, que no fue necesario utilizar, pero que se refería a la futura aplicación de un régimen sobre la participación de los trabajadores en las ganancias empresarias.

Una de los más resonantes anuncios de campaña se produjo el 24 de marzo en una conferencia de prensa -forma de comunicación poco habitual para Perón-, cuando el presidente y el científico alemán Ronald Richter anunciaron que la Argentina había logrado dominar la fusión atómica, una técnica que aún hoy no ha sido posible de lograr.

Por su parte, la CGT organizó actos en fábricas y zonas industriales, mientras que la Subsecretaría de Informaciones a cargo de Alejandro Apold se ocupó de llenar el país con carteles sobre las realizaciones del gobierno.

Si bien era el candidato y la figura excluyente -durante la campaña ni siquiera se mencionó demasiado a Quijano, menos aún a los candidatos a otros cargos-, Perón no hizo un proselitismo tradicional. Prefirió los discursos a las giras y, de hecho, no se movió de Buenos Aires. Más activa, en cambio, se mostró Evita, sobre todo a través de la Fundación. Sin embargo, para entonces estaba muy enferma y debió ser operada poco antes de la elección. De todos modos tuvo fuerzas para grabar un discurso emitido horas antes del comicio en el que aseguró: “No votar a Perón y a todos sus hombres es traicionar a la Patria”.

En 1946, solo dos diarios apoyaban a Perón: Democracia y El Laborista. Una vez que Perón asumió la presidencia, se sumaron a la sociedad ALEA que también incluía La Razón, La Época y Noticias Gráficas. Otros diarios, como Crítica y El Mundo, también eran afines al Gobierno.

Uno de los diarios más críticos del peronismo, La Prensa, fue expropiado mediante la ley 14.021 el 12 de abril de 1951. Luego, fue entregado a la CGT. Según el Gobierno, se trataba de un caso de evasión impositiva. El diario había enfrentado varias huelgas y recibido fuertes críticas. El legislador peronista John William Cooke lo calificó de “antinacional”.

Una nota de color, pero muy poco eficaz desde lo comunicacional, fue la inauguración de las transmisiones televisivas. El 17 de octubre se emitió el acto por el Día de la Lealtad Peronista donde Eva Perón, a pesar de su enfermedad, dio un discurso desde la Plaza de Mayo. Esta transmisión fue llevada a cabo por LR3 Radio Belgrano TV, que más tarde se convertiría en el actual Canal 7. El pionero detrás de este hito fue Jaime Yankelevich, quien importó los equipos necesarios desde Estados Unidos para poner en marcha la televisión en el país; apenas unos 200 aparatos. 

Por su parte, grandes diarios nacionales, como La Nación, el todavía joven Clarín, y unos pocos del interior mantenían sus posiciones tradicionales. Por ejemplo, el 15 de octubre, al reproducir el discurso de Perón en el que acusaba a varios políticos de la oposición de haber conspirado junto a Menéndez, fueron los únicos que destacaron que poco después del discurso hubo varios atentados.

En efecto, en Paraná, el dirigente Silvano Santander sufrió heridas de bala durante un acto encabezado por Balbín. En la capital, en un acto del PC, murieron un militante y uno de los atacantes. Rodolfo Ghioldi recibió un balazo cerca de la columna vertebral.

En las elecciones de 1946 el encuadre “Braden o Perón” habían permitido sintetizar en forma sencilla la propuesta del naciente peronismo. En 1951 la política de medios, la propaganda electoral, los mítines, las recorridas y los discursos del oficialismo también lograron enmarcar con sencillez y eficacia la idea central de la propuesta; “Que Perón siga”

Con muy poco acceso a los medios, la estrategia de campaña de la UCR consistió en recorrer el país. En aquellas circunstancias, la posibilidad de los radicales de atraer adhesiones dependió exclusivamente del espacio físico que pudieron ganar con su presencia y su voz.

La fórmula integrada por Balbín y Frondizi visitó en primer término las provincias más alejadas, luego fue a las grandes ciudades del Litoral y finalmente a la provincia de Buenos Aires. Su estrategia consistió en destacar la labor parlamentaria del partido en la que insistió en afirmar su apoyo a la nueva legislación social pero su oposición a los que ellos veían como intentos antidemocráticos o “totalitarios” del oficialismo. La confección del Programa de gobierno fue una solución de compromiso que logró ocultar las tensiones entre unionistas e intransigentes que estallarían luego de la caída del peronismo. “El radicalismo salvará a la República” fue la compleja e ineficiente fórmula discursiva que enmarcó la campaña.

En muchas oportunidades, los actos fueron perturbados, de palabra o de hecho. Muchas veces, los hombres y mujeres que acudieron a las asambleas fueron amedrentados mediante insultos, pedradas y disparos. La intervención de la policía tendió a castigar a los opositores, a quienes golpeó, les lanzó gas lacrimógeno o, incluso, los llevó a la cárcel. A partir del intento de golpe de Menéndez, el clima se enrareció. Con la declaración de estado de guerra interno, los partidos decidieron suspender sus actividades.

El Gobierno instruyó un sumario a los acusados de sublevación, lo que llevó a que importantes dirigentes terminaran presos. Los casos que tuvieron mayor repercusión fueron las detenciones del presidente del Comité de la provincia de Buenos Aires, Moisés Lebensohn, y de 25 candidatos a diputados de la UCR.

Otros partidos también fueron atacados: de los 28 candidatos socialistas de la Capital, 25 estaban presos. Entonces, el candidato del PS a la presidencia, Alfredo Palacios, decidió renunciar a la lucha electoral. En medio de una creciente violencia y en el contexto de una campaña marcada por el estado de guerra, los partidos opositores se unieron en un mismo discurso signado por el temor y el rechazo.

El 11 de noviembre de 1951 Perón fue reelegido como Presidente de la Nación. Votó el 88 % del padrón electoral y el Partido Justicialista obtuvo el 63% de los votos, la Unión Cívica Radical el 32%. Los otros tres partidos que habían integrado la Unión Democrática en 1946 (Comunista, Demócrata Progresista y Socialista) no pudieron coaligarse y su cosecha de votos fue magra. 

Aquella tensa, violenta y dramática campaña electoral de 1951 puso por primera vez en escena los profundos y funestos desacuerdos que iban a marcar la vida política  argentina para el resto del siglo XX y buena parte del XXI. 80 años después aquel proceso de profunda ampliación de la ciudadanía (política pero también social, económica y cultural) que abrieron las reformas del peronismo desataron un conflicto que hasta la actualidad, pese a los avances y retrocesos, todavía no ha logrado consolidarse. 

Acerca del autor / Rafael Ruffo

Rafael Ruffo

Profesor de Historia (UBA). Licenciado en Ciencias Políticas (UBA). Es docente titular ordinario e interino en las Universidades Nacionales Arturo Jauretche, de La Matanza y Almirante Brown. Subsecretario de Comunicación y Relaciones de la UNAJ.

Compartir

Comments are closed.