A fines de marzo de este año empecé a preocuparme por Marcela La Rompe Coche, una mujer trans de más de 40 años, sobreviviente de los tiempos de prostitución y abuso policial en Panamericana. Un ícono de la belleza exuberante, del desparpajo de mostrar sus pechos en el momento y en el lugar que quisiera.
Para mí, Marcela es familia porque era la hermana trans de mi hermana de la vida, Claudia Pía Baudracco, pionera en la lucha por los derechos que falleció en marzo del 2012, unos meses antes de que se votara la ley de identidad de género que ella misma impulsó y defendió en el Congreso. Tras una estadía de más de una década en París, Marcela regresó a su casa familiar de Del Viso unos meses después del fallecimiento de Claudia. En parte porque extrañaba a su abuela, en parte porque su condición física había cambiado: varios accidentes cerebro-vasculares lesionaron la movilidad de un lado de su cuerpo. Cuando comenzó el aislamiento social preventivo y obligatorio a causa del COVID la llamé para ver cómo estaba y si necesitaba algo. Marcela, a carcajadas, me dijo, “¡por favor! no nos mataron los policías y los chongos, no pudo con nosotras el bicho (por el HIV), yo no le tengo miedo a esto”.
En ese momento, hablando con otras amigas trans sobre la pandemia, ellas empezaron a compartir historias y recuerdos de las vivencias de los 80’ y los 90’. La mayoría mencionaba el encierro como parte de sus vidas. Con los edictos vigentes y el aparato policial marcando sus pasos, las trans iban de sus piezas de hoteles y pensiones a los fríos calabozos de las comisarías. De este modo, la situación de no poder transitar por las calles libremente, ellas la habían padecido desde hacía tiempo atrás. Así, en los primeros momentos del aislamiento, cuando pensábamos que prontamente se iban a reanudar nuestras rutinas de vida y de trabajo, la reclusión en el ámbito doméstico para ellas no resultaba una experiencia tan adversa, en contraposición a los años de confinamiento en calabozos y pabellones. Pero la cuarentena se extendió y las reservas de las compañeras trans, trabajadoras informales y precarizadas, se agotaron en unos días. Es que la pandemia paralizó todos los canales y redes de trabajos de los cuales ellas participaban: las ferias, los puestos callejeros, los eventos y las fiestas sociales. Para muchas mujeres trans, además, se cortó la posibilidad de ejercer el trabajo sexual en el espacio público.
Rápidamente la angustia y la necesidad golpearon a la comunidad.
Por suerte, la memoria de lucha de las ancestras está presente en las historias que nos cuentan las compañeras sobrevivientes para enseñarnos que no hay “peste” que las doblegue. Sus vivencias nos muestran cómo superar las adversidades, congregadas entre pares. Para fines del mes de marzo, desde la Biblioteca & Museo Claudia Pía Baudracco, iniciamos el reparto de bolsones de mercadería no perecedera en la zona de Quilmes. En esa primera entrega, nos ayudaron centros comunitarios y organizaciones sociales.
La Biblioteca fue creada en diciembre del 2018 con el fin de preservar la numerosa documentación, los libros, revistas y fotos que Claudia Pía fue recolectando a lo largo de su vida y militancia, desde 1990 hasta su muerte en el 2012. Pero, frente a las dificultades desatadas por las contingencias del COVID, decidimos resguardar todo el material del archivo y organizar una red de contención para las compañeras
Al mismo tiempo, iniciamos las gestiones con las autoridades municipales para solicitar asistencia alimentaria. La primera respuesta que recibimos fue un mapa con el listado de lugares donde se repartían las viandas de alimentos ya preparados. Nos llevó un tiempo, varios meses, para que pudieran entender que gran parte de la población trans se encontraba entre la población de riesgo, por tener enfermedades inmunológicas. Por lo cual debían, justamente, evitar las aglomeraciones de gente.
Como sabíamos que los tiempos de las políticas estatales no iban a marchar al compás de las necesidades materiales, en el mes de abril lanzamos una colecta en redes. Fue entonces, organizando la colecta de alimentos con María Belén Correa, Ivana Tintilay y Marcela La Rompe, que rememoramos los recuerdos de los bagayos.
En las épocas de la represión policial, todos los días caían presas compañeras por ejercer el trabajo sexual o simplemente por caminar en las calles. Los famosos edictos 2F y 2H las condenaban por transitar con ropa no correspondiente al sexo biológico o por incitar al acto carnal. Muchas, al recibir tres contravenciones, eran enviadas a la Cárcel de Devoto por 30 días como mínimo. Las compañeras sabían que si alguna no volvía a su hogar debían acercarse a las comisarías de la zona con un bolso de ropa limpia, abrigo, comida y artículos de higiene para pasar, lo mejor posible, los días de encierro. Esa práctica fue bautizada en el carrilche, léxico creado por las travestis en las cárceles, como bagayo (presente, también, en la jerga de los trabajadores rurales). De esta forma, las trans contenían a las detenidas y le demostraban a los policías que no estaban solas, que no eran parias.
Así, en tiempos de pandemia, cuando empezamos a ver las necesidades de las compañeras supimos que era el momento de hacer resurgir esa práctica colectiva. En mayo ya teníamos armada la Operación Bagayo, con la cual podemos garantizar todos los meses un bolsón de alimentos frescos y no perecederos a las mujeres trans de Quilmes con los aportes solidarios de la gente.
A la par que la Operación Bagayo se fortalecía en el Conurbano Sur comenzaron a implementarse algunas políticas para el colectivo trans, como su incorporación al Plan Potenciar Futuro, un programa de 8500 pesos mensuales destinado a personas pobres sin trabajo, a cambio de una contraprestación que puede ser laboral o de formación. A pesar de ser una política valorada por su intención de integrar e incluir, no alcanzó a toda la población trans que necesitaba de esa ayuda estatal.
La otra noticia que trajo la pandemia fue la implementación de un cupo laboral trans del 1% en el sector público nacional. Las posibilidades de acceder a un empleo estable, con aportes jubilatorios y con obra social en el ámbito estatal y privado, es un derecho elemental para la ciudadanía pero históricamente soslayado para la comunidad trans. Por eso festejamos la sanción del cupo en la administración pública y esperamos que se abran nuevas posibilidades laborales para este colectivo.
Es por esta razón que muchas compañeras siguen luchando por una ley integral trans que contemple el acceso al trabajo, a la salud, a la vivienda, a la educación, y a la demanda histórica de reparación por las violaciones de derechos humanos. Esta exigencia restitutoria pretende un reconocimiento del estado argentino por los atropellos cometidos y un resarcimiento económico, para un grupo específico de compañeras mayores de 45 años, impedidas de trabajar por el daño que sufrieron sus cuerpos, imposibilitadas de jubilarse e inmersas en una situación de vulnerabilidad económica.
Nos parece un logro importante el cupo laboral porque promueve el debate en la sociedad sobre la inclusión, tanto en ámbitos privados como públicos. Ahora bien, esperamos que su efectiva implementación contemple las diversas experiencias y trayectorias de vidas. Particularmente, las de aquellas trans de 40 a 60 años que padecieron la temprana expulsión de sus hogares, de las escuelas e incluso de sus barrios. En esos márgenes donde quedaron relegadas a vivir el día a día no tuvieron tiempo ni medios para terminar los estudios. En este sentido, nos parece sustancial que la puesta en marcha de estos programas contemple las dificultades generadas por tantos años de exclusión. Porque la proclamada igualdad para estas mujeres supone, indefectiblemente, el reconocimiento de sus vivencias y la reparación de sus heridas.
Acerca de la autora / María Marta Aversa
Doctora en Historia. Docente e investigadora de la Facultad de Ciencias Sociales y de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Directora de la Biblioteca & Museo Claudia Pía Baudracco, Quilmes, Provincia de Buenos Aires.